dimarts, 30 de desembre del 2014

MAMÁ; ¿PUEDO PEDIRLES A LOS REYES UN CAJA DE SENTIMIENTOS?

- Mamá, ¿cuántos regalos puedo pedir en mi carta a los Reyes Magos?

- No hay un máximo establecido. Te propongo que sólo pidas lo que realmente te haga ilusión.

- Mamá, ¿puedo pedir una caja de sentimientos?

- ¿Caja de sentimientos? -le respondo asombrada

- Sí mamá, una caja dónde pudiese guardar esos sentimientos que a veces me harían falta tener y, en el momento que los necesito, no los siento. Como cuando estoy triste por algo y lo que me gustaría en realidad es sonreír.


- Ummmm,  sería un cofre fantástico.

- La caja también me serviría para guardar aquellas emociones  que me hacen sentir mal o triste, aquellas que duelen por dentro. Aquellas que parecen que me rompan a pedacitos.

- Sería fabuloso tener una caja así. ¿Y que sentimientos te gustaría que viniesen en ella?

- Me gustaría que estuviese llena de felicidad, sorpresa y amor que es lo que más me gusta sentir.  Reír y abrazar me hace sentir bien y parece que mi corazón se haga más grande, como si se me fuese a salir del pecho.

- ¿Y cuáles esconderías en el fondo de tu cofre? 

- La rabia, los celos y la culpa son los que me hacen sentir peor. Me llenan de ganas de llorar, de gritar o esconderme bajo las sábanas.

- Yo de ti dibujaría una preciosa caja en tu carta, sus majestades son sabios y seguro que te harán caso.

Para mí los sentimientos son los síntomas que te alertan que aún estás vivo. Emociones que en ocasiones te reconfortan y en otras te invaden de miedo o frustración. Todo aquello que pasa a nuestro alrededor o en nuestro pensamiento provoca un carrusel de emoción.

Como madre me parece primordial educar las emociones de mis pequeños. Soy de las que pienso que la inteligencia emocional se transmite de padres a hijos, somos el mejor ejemplo. Ser consciente de lo que sentimos nos permite tomar el control de nuestra vida, combinar la razón y la emoción de forma equilibrada. Todas las emociones, tanto las positivas como las negativas, forman parte de nosotros. Aprender a identificarlas, regularlas y gestionarlas será fundamental para conseguir nuestro propio bienestar y el de los demás.

Enseñar a nuestros hijos a sentir con naturalidad, a estar presentes en el presente, en el aquí y el ahora, a verbalizar todo lo que les pasa por dentro. El miedo, la culpa, la ilusión o la alegría, forman parte de nuestras vidas. Saber gestionar las cientos de emociones que sentimos por cada poro de nuestra piel, nos permitirá tener un coeficiente emocional que nos acercará al éxito. Seremos capaces de querernos, respetarnos, gestionar conflictos y decidir de qué forma queremos afrontar nuestra existencia.

Hablar de cómo me siento, de por qué me siento así, de si nos gusta o no lo que sentimos, de plantearnos qué podemos hacer para cambiar y sentirme mejor, de disfrutar dejando fluir todas las emociones.

Crear un ambiente familiar donde se sientan amados, aceptados y respetados. Un entorno coherente, predecible, que les proteja y les exija al mismo tiempo. Conseguir que sean personas empáticas que descifren todo aquello que pase a su alrededor.

-Mamá, si los sentimientos se pudiesen comprar, ¿tú crees que todos tendrían el mismo precio?

divendres, 12 de desembre del 2014

YA SOMOS 50.000 #MALASMADRES


En ocasiones necesitas un revulsivo para que todo cambie, algo que te haga reaccionar y te saque de tu encrucijada.

El eco del que habla #yonosuperwoman en su blog también llegó hasta Barcelona. Desde el primer instante este eco se convirtió en un mensaje de aquellos que no te dejan indiferente. Una resonancia clara, concisa e inmensamente significativa para mi. Una onda que no rebotó en mi sino que me atravesó en dos.

Por esos días me sumergía en mi nuevo proyecto.  Después de meses de reflexión creé mi blog. Un espacio íntimo y personal donde poder expresar todo aquello que me removía por dentro en mi nueva faceta como mamá.

Llevaba años inmersa en mi propia ecolación. Al igual que lo hacen los murciélagos, mis ondas rebotaban contra mi misma. Mis quejas, pensamientos, inquietudes, miedos, ilusiones, volvían a mi  una y otra vez como un zumbido ensordecedor. Un sistema de navegación que necesitaba para viajar, en la mayoría de ocasiones, en total oscuridad. Vivía entre muchas madres que no encontraban ningún pero a la maternidad. Todo era perfecto con sus bebés y mis bromas irónicas sobre la maternidad eran  mal interpretadas o no se entendían bien. Me sentía  sin derecho a la queja o el lamento en aquellos momentos que mi nueva profesión me sobrepasaba sin control. Vivía inmersa  en fases de una maternidad que en muchas ocasiones me hacía sentir la peor madre del mundo.

Pero allí aparecieron las #malasmadres generando un ultrasonido, una gama de frecuencias que pocas entendían a mi alrededor pero que yo fui capaz de descifrar desde el primer momento. El 2.0 me permitió descubrir a madres como yo, que hablaban sin tapujos de lo difícil que era conciliar, sobre las peripecias que había que hacer para llegar a ser una mamá molona y el derecho que teníamos a la protesta, porqué hay días que la maternidad nos agota y nos gustaría emigrar. Fue como el sonido interpretado por el flautista de Hammelin al que dejé que me guiase sin poner freno.

Un e-mail contestado casi al instante me ofrecía la oportunidad de colaborar en aquel proyecto en el creí sin dudar. Para mi poder escribir mi post se ha convertido en un regalo mensual del cual disfruto cada día más. ¿Cómo es posible apreciar a alguien que ni tan solo conoces? ¿Cómo es posible sentir una afinidad  infinita con personas que tan sólo te comunicas a través de e-mails , redes sociales o reconoces por alguna fotografía? Las hermanas Baena son familiares, cariñosas y cuidadosas con cada mínimo detalle. Las Boss son lo más.

Sí, debo confesarlo, soy adicta a este club. Fiel a sus posts diarios que junto a mi café abren mis días, a sus tips  que cierran mi jornada con una gran dosis de buen honor, a sus camisetas molonas y sus tweets llenos de ironía. 

Se que nuestra frecuencia no será escuchada por muchas madres pero las 50.000 que formamos parte de esta familia no nos cansamos de afirmar que odiamos la ñoñería, defendemos nuestro derecho a la queja pero por encima de todo compartimos una cosa muy importante; la adoración por nuestros pequeños, nuestra necesidad de vivir de forma intensa cada minuto de sus vidas y la no obligación a tener que ser madres perfectas.


¿Y tú a que esperas para unirte a nosotras? #apor50000más Larga vida al club.




dimarts, 9 de desembre del 2014

MAMÁ, ¿NO TE HABRÁS ENFADADO?

La semana previa a la competición la pasa nervioso, con sólo 6 años se impone una gran presión. Pregunta a papá varias veces cómo debe afrontar la carrera, sin duda ha heredado el espíritu competitivo de él. Ha decidido participar en el cross escolar de nuestra ciudad. Tiene unas habilidades innatas para el deporte y muchas ganas de hacerlo bien. Aún recuerdo lo que disfrutó en su primera competición cuando aún no tenía ni tres años.

La noche de antes tiene poco apetito y durante la madrugada se despierta varias veces preguntando cuanto queda para marchar. Me despido de él, le pido que disfrute y le recuerdo que me da igual la posición en la que quede, para mí ya es todo un triunfador.

Pistoletazo de salida y salen cientos de niños a la vez. Desde las gradas es difícil encontrarlo. Carrera rapidísima y pronto lo vemos salir con su medalla en el cuello, con una sonrisa de oreja a oreja. Tiene la virtud de sonreir siempre.

A papá y a mi nos sorprende su retrasada posición en la linea de meta. Ha entrado un poco antes del  grueso del pelotón pero él sigue explicando en el coche que ha quedado de los primeros. No acabamos de entender el por qué de su afirmación.

Al día siguiente, al recogerlo en la escuela, una mamá de la clase me felicita por la carrera que hizo ayer. No acabo de entender muy bien la situación. Ella se sorprende que no sepamos que pasó. Me explica que nuestro pequeño campeón salió como un rayo tras el pistoletazo de salida y, al mirar hacia atrás, vio como uno de sus compañeros era lanzado al suelo y pisoteado. Al instante decidió parar para ayudar a su amigo a levantarse recibiendo él también más de un pisotón. Luego lo acompañó durante unos metros hasta asegurarse que estaba bien. Después  puso la directa y avanzó a una gran parte del pelotón hasta llegar a meta.

No acabo de entender por qué no nos ha explicado nada de lo sucedido. Aprovecho la vuelta a casa para preguntarle qué pasó.

- Mamá decidí pararme a ayudarle porque todo el mundo lo pisaba. ¿Tú también lo hubieras hecho en la maratón, no? ¿No te habrás enfadado por qué no he ganado, verdad?

- Para mi eres el vencedor, le contesto con un gesto de complicidad. Tranquilo el año que viene seguro que consigues una mejor posición.

- No mamá, el año que viene acompañaré a mi amigo para que no le vuelvan a tirar. Él no sabe colocarse correctamente pero yo le ayudaré.

Ahora es él el que me guiña el ojo y me propone volver a casa haciendo carreras como tanto nos gusta. 

Él es así. Es una de las personas más empáticas que conozco. Su semblante chulesco y su actitud desafiante esconden en realidad a un niño con una inteligencia emocional que a muchos adultos nos gustaría tener. Siempre sabe leer su entorno, mira, observa y pregunta hasta encontrar el porqué de la actuación de los demás. Tiene una capacidad asombrosa de ponerse en el lugar del otro, de sentir el dolor ajeno. A su lado te sientes comprendido, escuchado, cuidado. Contagia de su optimismo a todos los demás.

Es de esas personas que ayudar le hace feliz, que rebosan energía, que nunca se mira el ombligo, que siempre está dispuesto a compartir. Escondido en su disfraz de "nada va conmigo" rebosa de aquella empatía de acción que te hace mover e ir hacia al otro. Siempre cede para evitar que su hermano sea castigado, por tu cara reconoce si has tenido un mal día o ofrece sus ahorros para ayudar a aquel señor que vimos pidiendo en la calle. Me pide que le explique todos los viajes que hizo su tía a Costa de Marfil para ayudar a los demás o cómo el abuelo participaba como voluntario en el teléfono de la Esperanza.

Capaz de darle nombre a cada uno de sus sentimientos, de reconocer sus emociones ya sean positivas o negativas. Odia que lo parafraseen, le gustan las cosas claras, hablar abiertamente. Es capaz de ponerse en la piel del otro, de proponer mil y una solución para verte sonreír. Tiene un don innato para alejarse de aquellas personas que no le ayudan a sumar. Siempre pide disculpas si ha obrado mal, su llanto y su perdón le salen de lo más profundo del alma.

Con sólo tres años fue capaz de verbalizar el dolor que sentía al perder a su abuelo. Te abraza si te ve triste o te besa si tienes un día gris. Siempre dispuesto a entender qué le pasa a los que le quieren, de ayudar al compañero de clase que aún no sabe sumar o a decirle a la yaya lo guapa que está cuando la ve triste recordando a los que ya no están.

dilluns, 1 de desembre del 2014

MAMÁ, ¿TENER UN HERMANO ES TENER UN TESORO?

Intervengo al igual que lo haría un casco azul de la ONU. Intento mantener la paz en la zona de conflicto, conseguir un alto al fuego, actúo en consecuencia a los principios legales de mi misión: que no cunda el pánico y buscar una solución que satisfaga a ambas partes. Entro a la habitación de Pol y Xavier para restablecer la armonía , ambas partes exponen su parte de culpa y se funden en un abrazo de reconciliación. Misión cumplida.

- Mamá, ¿tú también te peleabas con tus hermanas?

Se me pasa por la cabeza mentir a Xavier pero no lo hago, no sería justo.

- Sí, yo también discutía con ellas pero la yaya nos ayudaba a buscar soluciones. Yo era bastante cabezona y siempre quería tener la razón.

- ¿Por qué siempre dices que tus hermanas son para ti un regalo? pregunta Pol.

- Porque ellas siempre están sin que tenga que pedírselo, alientan mis sueños y me ayudan a ser cada día un poquito mejor.

Tras el nacimiento de Pol siempre tuve claro que el mejor regalo que le podía hacer era un hermano. Poco después nacía Xavier. Tan iguales y tan diferentes a la vez. Son el yin y el yang, dos fuerzas opuestas, interdependientes y complementarias. Juntos consiguen el equilibrio perfecto, la magia de la connivencia, el contraste. Comparten cientos de horas de juego, de aventuras, de risas sin sentido, de confidencias y peleas, al igual que lo hacía yo con mis hermanas.

Mis recuerdos de infancia están ineludiblemente unidos a ellas. He tenido la suerte de tener dos. Hemos jugado y peleado, bromeado y burlado, bailado y cantado, reído y llorado, soñado y cumplido nuestras promesas, siempre como el mejor de los tríos. Junto a ellas me siento invencible, poderosa y protegida. Recuerdo siempre perder cuando jugábamos a ver quien aguantaba más sin reír e intentar hacerles trampas siempre que me lo permitían.

Siempre he admirado a mi hermana mayor y lo sigo haciendo. Sólo ella sabe lo duro que es aguantar a dos gemelas que le molestaban y tocaban todas sus cosas. Le sacábamos de quicio pero siempre tenía tiempo para ayudarnos con los deberes, enseñarnos a atarnos los zapatos o dejarnos compartir cama las noches de tormenta.  Me fascinaba verle jugar a baloncesto, tocar la guitarra o que se supiese todas las canciones de Prince. Ella era mi héroe, a quien intentaba imitar en todo. 

A ella,  por ser la mayor, le tocó responsabilizarse de nosotras en muchas ocasiones, asumir las culpas y reprimendas de nuestras travesuras ante papá y mamá y abrir miles de puertas durante nuestra infancia. Su privacidad siempre estaba en peligro. Me alucinaba que me explicase las cosas de grandes, sus consejos de moda siempre fueron honestos, fue mi mayor gurú. Es la persona más honesta que conozco, altruista y comprometida. Sigue siendo mi mayor protectora al igual que lo hacía cuando empecé el instituto y alguien quería molestarme. Tenaz, crítica y valiente que afronta la vida como un reto y la exprime al máximo. Y es ahora, cuando la vida nos lo pone un poco más difícil, quien sigue demostrándome su fuerza y coraje. 

Yolanda es mi hermana gemela, tenemos una conexión extrasensorial. Compartimos una lengua secreta, manías y proyectos. Nuestras expresiones faciales, postura corporal y rasgos de nuestra personalidad nos delatan como gotas de agua. Somos de las que hablamos al unísono, terminamos la frase de la otra o nos ponemos malas a la vez. Una sola mirada basta para saber que pasa. Hemos tenido la suerte de compartir estudios, grupos de amigos y profesión. Mi fuerte temperamento hacía que en muchas ocasiones siempre fuese ella la que tuviese que ceder. Ella paciente, reflexiva y constante. Yo impaciente,  impetuosa e imprudente. Equilibrio perfecto y cómplice de vida. Con ella siempre dos más dos son cuatro. Sigue recordándome cuando no debo correr demasiado y ayudándome a tomar las mejores decisiones. Como un tándem compartimos retos sin parar nunca de pedalear.

Ellas han sido para mi el antídoto perfecto ante la soledad, las únicas que han olvidado mis errores sin reproches, que aceptan lo peor de mi y celebran cada uno de mis éxitos. Sigo junto a ellas, disfrutando, compartiendo, creciendo, enorgulleciéndome de cada uno de sus logros y aprendiendo a decirles más a menudo lo mucho que les quiero.

Pol, ¿ahora entiendes porqué son un gran tesoro para mi?