dijous, 23 de juny del 2022

La pedagogía del abrazo: comprensión, afectividad y cariño por doquier

Una de las cosas que más recuerdo de mi infancia es la suerte que tuve al recibir muchos abrazos. No fui una niña besucona y siempre recurrí a este gesto para expresar mi cariño o pedir aliento. Conservo en mi memoria cómo me los daban mis padres, hermanas, tíos o abuelos cuando las cosas se torcían y necesitaba que me mimasen. Cómo esas muestras de cariño calmaban mi alma, acompañaban mis emociones sin juicios o me animaban a seguir intentándolo. Parecía que durante esos instantes el tiempo se detenía y los problemas se hacían mucho más pequeños. No hacía falta pedírselos, ellos siempre sabían cuándo dármelos y no necesitaban sumarles palabras para que hiciesen su efecto, especialmente aquellos días donde parecía que las fuerzas del firmamento se habían conjurado en mi contra. Pero también aprendí que podía pedir los abrazos sin miedo o vergüenza.

Dicen que el abrazo es el único traje que se amolda a todos los cuerpos, el mejor compañero de los triunfos y los fracasos. Desde que soy madre son parte imprescindible de mi acompañamiento, de mi empatía hacia mis hijos y de mis muestras de afecto. En ocasiones enseñamos con pocas muestras de cariñosin ser conscientes de todos los beneficios que aporta el amor a la hora de educar. 

Buscamos metodologías innovadoras que nos acerquen a un mejor rendimiento académico olvidando cuidar la emoción, el apego y las muestras de amor. Nos obsesionamos con que nuestros hijos aprendan muchos contenidos o sepan diferentes idiomas y, sin subestimar este aspecto, olvidamos realmente aquello que les va a hacer crecer felices. Hemos llenado nuestros hogares de tecnología capaz de conectarnos e interactuar con personas de cualquier punto del mundo, pero que nos aleja estrepitosamente de las que tenemos más cerca. Ojalá fuésemos capaces de poner de moda la pedagogía del abrazo. La más sencilla de todas, basada en la comprensión, la afectividad y el cariño por doquier.

Y que está cargada de paciencia, de ternura y arrumacos. Donde los abrazos, acompañados de besos y miradas que alienten, se conviertan en el mejor medio para educar. Utilizando el lenguaje de las emociones que susurra desde el interior, ese que explica todo lo que nos transita por dentro, que nos permite conocernos y aceptarnos. Ese idioma que protege, que crea vínculos, que espanta el miedo. Que motiva y nos ayuda a querernos. Que construye puentes, cura heridas y acerca posturas.


Un niño con un desarrollo afectivo y emocional adecuado será una persona adulta más segura, empática y feliz. Tendrá una mayor capacidad de autocontrol y tolerancia a la frustración.


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dimarts, 7 de juny del 2022

Las rabietas de los niños son esenciales para establecer un apego seguro

Si hay algo que preocupa e incómoda en la educación de los hijos son las terribles rabietas. Verles llorar, gritar o patalear de forma descontrolada llena de frustración e impotencia a padres y madres. Recuerdo el día en el que mi hijo de tres años lloraba desconsoladamente tirado en el suelo de un pasillo de un gran almacén, mientras el resto de personas observaban cómo era incapaz de calmarlo. No supe qué hacer y me sentí culpable por no entender el motivo que había producido una reacción tan desproporcionada.

La RAE define rabieta como “impaciencia, enfado o enojo grande, especialmente cuando se toma por leve motivo y dura poco”. Y estas no son un problema de actitud o comportamiento de las criaturas, sino una conducta normal y saludable en su desarrollo. Aparecen normalmente entre los 18 meses y los 4 años y son una manifestación de la inmadurez cerebral propia de la edad: el cerebro aún no está preparado para autocontrolarse y hacer frente a la frustración. Por este motivo, a los niños a estas edades les cuesta tanto aceptar la negativa de sus padres ante un deseo.

Los más pequeños tienen rabietas cuando algo no sale cómo ellos esperan o cuando quieren conseguir algo. Cualquier acontecimiento insignificante puede desencadenar una pataleta: que una simple galleta se rompa, que no encuentren un juguete o que quieran que se les compre algo que no es adecuado. Como aún no saben expresar de forma adecuada sus emociones ni controlar sus impulsos, acaban explotando de manera desbocada. Detrás de una rabieta siempre hay una emoción no resuelta.

Los niños no tienen berrinches extremos con la intención de molestar o llamar la atención de sus padres y madres. Mediante estas conductas expresan, de manera inadecuada por falta de experiencia, su malestar, sus necesidades, sus deseos e inquietudes. Así que es muy importante que los progenitores no se lo tomen como algo personal ni que se enfaden con ellos cuando ocurran.

Las pataletas son una llamada de socorro y suelen aparecer también cuando sus necesidades básicas no están cubiertas. Momentos en los que tienen mucha hambre o sed, están cansados, cuando los horarios se modifican o las rutinas diarias desaparecen. También pueden surgir cuando los pequeños sienten miedo, les preocupa algo, están viviendo un período de cambios o se enfrentan a una situación nueva que no entienden y a la que no saben darle respuesta. Esos momentos les crean una gran incertidumbre y provoca que pierdan el control.

Ante una rabieta, lo que necesitan los niños es calma, paciencia y comprensión. Los gritos, los sermones, las amenazas, la contención física agresiva o que les ignoremos únicamente empeorarán la situación. Castigar a un niño o chantajearle emocionalmente cuando está inmerso en una rabieta, o esperar que se calme ante nuestra petición, es tan poco eficaz como enfadarse con un recién nacido porque no para de llorar cuando tiene hambre. No será tampoco efectivo intentar razonar con ellos en plena ebullición o que se les contagie el nerviosismo.

El objetivo no debería ser que el enfado pase rápido o tratar de evitarlo de cualquier forma, sino acompañar al niño o niña de manera positiva cuando se produzcan para ayudarles a encararlas. Además, estos episodios irán disminuyendo, según vayan madurando y observen que con estas conductas no logran salirse con la suya o no conseguir lo que quieren.

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