Mostramos pocas agallas cuando se trata de nosotros. Invertimos nuestra energía en proteger a los que creemos que nos necesitan, en creer en los proyectos que otros saben defender, en admirar la osadía que poseen aquellos nos inspiran. Vivimos al rebufo de las necesidades o expectativas de los demás, dejamos que sean ellos quien decidan las normas del juego.
Nos miramos poco y mal. Creemos no merecer todo aquello que diseñamos en nuestros sueños. Colmamos nuestra imagen de defectos que nos limitan, que nos llenan de excusas, que nos inmovilizan. Admiramos el talento de los demás olvidando el nuestro, abandonamos cuando las cosas empiezan a tambalearse porque no confiamos en nuestras posibilidades.
A menudo nuestra sonrisa depende de la valoración que hacen los otros de nuestros logros, dejamos que decidan qué es lo que debemos sentir o a lo que debemos aspirar. Pedimos permiso para defender lo que nos corre por dentro. Nos anclamos a temores absurdos que nos sabotean, nos sentimos poco capaces de conseguir lo que nos proponemos. Nos medimos siempre por el rasero más pequeño.
Por suerte todo cambia cuando empiezas a querer tu IMPERFECCIÓN, cuando dejas de esconder tus miserias, cuando aceptas cada uno de tus defectos. Y entiendes que la vida le sonríe al que se la juega, a quien tiene agallas de probar sin complejos, a quien cree en él sin peros.
Y decides ir con todo a por tus proyectos, a pelear sin reservas, a crear oportunidades.
Aprendes a vivir sintiéndote orgulloso de cada uno de tus pasos, de tus intentos, de cada uno de tus tropiezos. Sin mirar atrás, cogiendo la responsabilidad ante las circunstancias, simplificando miedos. Y dedicas tu alma a lo que realmente deseas, soltando lastres, sin depender de nadie. Dándote permiso para intentar cosas que otros piensan que son imposibles.
Aprendes a vivir sintiéndote orgulloso de cada uno de tus pasos, de tus intentos, de cada uno de tus tropiezos. Sin mirar atrás, cogiendo la responsabilidad ante las circunstancias, simplificando miedos. Y dedicas tu alma a lo que realmente deseas, soltando lastres, sin depender de nadie. Dándote permiso para intentar cosas que otros piensan que son imposibles.
Aprendiendo a perdonar tus errores, a disfrutar de todo lo bueno que te pasa, asumiendo que las cosas que más duelen son las que más enseñan. Abrazando la vulnerabilidad como mejor manera de crecer, sin la necesidad de gustar siempre, sin tener que justificar aquello que te marca tu instinto.
Dejando de poner filtros, descubriendo que el PEOR de los enemigos somos NOSOTROS MISMOS