Le miras y te das cuenta que ya no es aquel niño al que acurrucabas entre tus brazos cuando tenía miedo o aquel que te pedía un cuento antes de irse a dormir. Ahora ves a un joven con ganas de descubrir el mundo a su manera, al que en muchas ocasiones le cuesta escuchar tus opiniones, que solicita su espacio para alejarse del nido.
Un volcán en erupción que estalla a menudo sin poder entender muy bien el motivo, un cóctel de emociones desbocado que intenta buscar su lugar en el mundo. Una persona en proceso de cambio, de descubrimiento, de construcción de su propia identidad. Con emociones poco moduladas, con sentimientos confusos, con altas dosis de impulsividad.
Un adolescente con poca capacidad para la autocrítica, que vive entre la euforia y el catastofismo, las risas y el mal humor. Una época de sana desobediencia, de numerosos aprendizajes, de búsqueda de nuevos límites. De vulnerabilidad y fuerza a igual medida, de rebeldía y egocentrismo en estado puro.
Este combinado explosivo hace que en muchas ocasiones acabemos etiquetando a nuestros adolescentes de pasotas, interesados o egoístas. Que miremos la etapa desde la confianza o el enfado, enfocando nuestras relaciones en los conflictos, las amenazas y las contradicciones que surgen casi a diario. Un estado de permanente alerta que nos aleja en ocasiones de sus vidas, que nos llena de prejuicios y temores.
Deberíamos ser capaces de aceptar que nuestros hijos o alumnos adolescentes han crecido, que necesitan su espacio, que son desobedientes por naturaleza. De entender que muestran dificultades para expresar lo que sienten o necesitan, para ser pacientes, para gestionar los errores.
Ojalá fuésemos capaces de conectar con ellos emocionalmente, acompañarles sin dramatismo con sacos de paciencia y sentido común. Sin desesperar ante los desplantes, las discrepancias y los conflictos que se entrelazan.
Aprendamos a dejar la distancia necesaria para que puedan crecer libres, para que tomen decisiones de forma autónoma, creamos en ellos sin condición. Querámoslos cuando más nos necesitan, cuando más frágil se sienten, cuando más vulnerables son.
Mostremos las ganas de entender el amasijo de emociones que les invaden, los conflictos internos que sienten a diario, las salidas de tono. Enseñándoles a gestionar los riesgos, los cambios anímicos, la melancolía.
Logremos acompañarlos aceptando que sus necesidades e intereses han cambiado, sin imponer nuestro modelo de vida, convirtiéndonos en el mejor influencer que puedan tener. Estando presentes, disponibles, sin imposiciones ni amenazas.
Recordándoles a diario lo mucho que nos importan, lo orgullosos que estamos de ellos, con un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad.
Ayudémosles a descubrir sus propios valores, a mirarse con cariño ante el espejo, a quererse sin peros ni pros. Sigamos contagiándoles las ganas de aprender, de descubrir un mundo de oportunidades, de valorar las pequeñas cosas.
Compartamos actividades que fortalezcan nuestras relaciones, marquemos normas que les protejan, encorajémosles a ser valientes, a trabajar por lo que desean. Compartamos sus miedos e inquietudes sin recelo, entendamos su mundo digital, desarrollemos su espíritu crítico.
A un adolescente se le educa con empatía, con respeto y con grandes dosis de amor.
Deberíamos ser capaces de aceptar que nuestros hijos o alumnos adolescentes han crecido, que necesitan su espacio, que son desobedientes por naturaleza. De entender que muestran dificultades para expresar lo que sienten o necesitan, para ser pacientes, para gestionar los errores.
Ojalá fuésemos capaces de conectar con ellos emocionalmente, acompañarles sin dramatismo con sacos de paciencia y sentido común. Sin desesperar ante los desplantes, las discrepancias y los conflictos que se entrelazan.
Aprendamos a dejar la distancia necesaria para que puedan crecer libres, para que tomen decisiones de forma autónoma, creamos en ellos sin condición. Querámoslos cuando más nos necesitan, cuando más frágil se sienten, cuando más vulnerables son.
Mostremos las ganas de entender el amasijo de emociones que les invaden, los conflictos internos que sienten a diario, las salidas de tono. Enseñándoles a gestionar los riesgos, los cambios anímicos, la melancolía.
Logremos acompañarlos aceptando que sus necesidades e intereses han cambiado, sin imponer nuestro modelo de vida, convirtiéndonos en el mejor influencer que puedan tener. Estando presentes, disponibles, sin imposiciones ni amenazas.
Recordándoles a diario lo mucho que nos importan, lo orgullosos que estamos de ellos, con un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad.
Ayudémosles a descubrir sus propios valores, a mirarse con cariño ante el espejo, a quererse sin peros ni pros. Sigamos contagiándoles las ganas de aprender, de descubrir un mundo de oportunidades, de valorar las pequeñas cosas.
Compartamos actividades que fortalezcan nuestras relaciones, marquemos normas que les protejan, encorajémosles a ser valientes, a trabajar por lo que desean. Compartamos sus miedos e inquietudes sin recelo, entendamos su mundo digital, desarrollemos su espíritu crítico.
A un adolescente se le educa con empatía, con respeto y con grandes dosis de amor.