Qué difícil es en ocasiones educar desde la calma, entender correctamente el comportamiento que tienen nuestros hijos, dar respuesta a todo aquello que necesitan. Dominar nuestra ira, nuestras reacciones desproporcionadas, nuestro mal humor debido al cansancio y al estrés. Saber acompañar las emociones de forma empática, mostrarnos disponibles, ofrecer nuestra mejor versión a nuestros pequeños.
Vivimos a toda velocidad con
poco tiempo para EDUCAR CON SERENIDAD.
Educamos desde la impaciencia, las
prisas y el estrés que nos produce el ritmo de vida que llevamos. No
tenemos tiempo para escuchar, para conversar con tranquilidad, para mirar a los
ojos y compartir momentos de forma distendida, para jugar sin mirar el reloj.
Hemos normalizado los gritos, las faltas de respeto, las
amenazas y los reproches que tanto daño hacen a nuestros pequeños.Que en
casa haya siempre un ambiente hostil con palabras fuera de tono, con conflictos
que se entrelazan, con problemas por resolver. Que utilicemos las represalias
para que nos hagan caso, para que cumplan las normas o se responsabilicen de
las tareas.
Educamos
sin encontrar el equilibrio entre la permisividad y la sobreprotección, en
función de nuestro estado de ánimo, utilizando premios o castigos que solo
consiguen confundir más a nuestros hijos. Elogiando en exceso o exigiendo sin
medida, contradiciendo a menudo nuestras palabras con nuestras acciones, utilizando
etiquetas que dañan directamente el corazón.
Perdiendo
los nervios y el control con facilidad convirtiéndonos en el peor ejemplo
comunicativo que nuestros hijos pueden tener. Mostrando falta de
coherencia y de constancia en nuestro acompañamiento y no cumpliendo lo que
prometemos.
Aunque no sea fácil
conseguirlo todo sería mucho más fácil si fuésemos capaces de EDUCAR desde la CALMA. Con un modelo educativo que acompañe el
desarrollo y crecimiento de nuestros hijos desde el respeto mutuo, el amor
incondicional, la empatía y la comprensión.Desde la conexión, la mirada
cómplice y el entendimiento mutuo.
Siendo adultos significativos que cuiden y protejan, amables y firmes al mismo tiempo. Que sepan valorar el esfuerzo, que empoderen con palabras que alienten, que quieran sin condición.
Que estén disponibles, que
se muestren cercanos, que recuerden y entiendan
que es muy difícil hacerse mayor. Capaces
de ofrecer un apego seguro, un acompañamiento emocional que conecte y
valide todas las emociones, que sintonice con las necesidades que van surgiendo
a medida que nuestros hijos crecen.
Una educación sin expectativas que ahoguen ni juicios de
valor que dañen la autoestima. Que sea capaz de hacerles sentir valiosos,
queridos y especiales. Que les anime a ser valientes, a trabajar por todo aquello
que se propongan, a aceptar el error como parte imprescindible del aprendizaje.
Educar
en positivo nada tiene que ver con educar desde la permisividad o sin
normas. Dejándoles hacer lo que quieran en cada momento o solucionándoles los
problemas. Significa acompañar desde el
orden y la disciplina, estableciendo límites y normas que protejan, que les
responsabilicen de sus decisiones, que les ayuden a entender el mundo tan
cambiante en el que vivimos. Que les hagan sentirse protagonistas y responsables
de sus propias vidas.
¿Cómo
podemos educar con serenidad?
1. Siendo conscientes que los gritos, las comparaciones, las faltas de respeto afectan negativamente
al desarrollo armonioso de la personalidad y dañan seriamente la autoestima.
Llenan a nuestros hijos de dolor, tristeza, culpabilidad e inseguridad.
2. Acompañando
con serenidad y empatía todas las emociones que sientan.
Expliquémosles que no existen emociones malas o buenas, ayudémosles a
identificarlas, compartirlas y gestionarlas con destreza.
3. Creando
vínculos positivos con ellos y consiguiendo que vivan en un
contexto en elque se sientan queridos y aceptados. Pasemos tiempo de calidad
juntos, mostrémosles nuestra ayuda, afecto y confianza a diario. Los abrazos, las
miradas cómplices, los besos y las palabras afectuosas nunca pueden faltar.
4. Estableciendo
normas y límites claros y pactados con serenidad que den
confianza y seguridad, que creen vínculos afectivos y ayuden al niño a saber
cómo debe actuar.
5.
Conociendo
las características propias de cada etapa educativa, entendiendo como
se sienten, piensan o reaccionan según la etapa de desarrollo en la que están
para poder dar respuesta a sus necesidades.
6.
Optando por la resolución de los conflictos de forma positiva sin utilizar los
castigos y las amenazas como moneda de cambio. Afrontando los conflictos de
manera empática, utilizando herramientas de escucha activa y buscando
soluciones negociadas.
7. Confiando
plenamente en las capacidades de nuestros hijos,
dejándoles que resuelvan sus problemas de forma autónoma y tomen sus propias
decisiones. Animándoles a marcarse metas valorando el esfuerzo y respetando sus
ritmos evolutivos.
8.
Siendo
coherentes entre nuestras palabras y nuestros actos,
estableciendo expectativas acertadas, mostrando interés por todo aquello que
les gusta o preocupa.
9. Enseñándoles
habilidades para la vida como el respeto, el agradecimiento y la
colaboración, valores como la solidaridad, la honestidad o la voluntad que les
ayuden a afrontar la vida con valentía e ilusión.
10. Asumiendo que a educar se aprende a
diario sin recetas mágicas y con grandes dosis de paciencia y
comprensión. Aprendiendo a dejar a un lado la exigencia desmesurada y siendo
capaces de saborear cada instante de nuestro acompañamiento.
11. Dedicando tiempo a cuidarnos, si
nosotros no estamos bien ellos tampoco lo estarán. Hagamos
ejercicio, cuidemos nuestra alimentación con mimo, pasemos tiempo con nuestros amigos
y seres queridos, no nos olvidemos de ser felices.
Recordemos siempre que ser
papá o mamá es el único oficio del mundo que primero te otorgan el título y
luego cursas la carrera. Una carrera llena de obstáculos y muchos aprendizajes
por realizar. Así que seamos pacientes, ofrezcamos nuestro amor de forma
incondicional, eduquemos con firmeza y amabilidad y disfrutemos de ver a
nuestros hijos crecer felices y libres con calma.