Llevamos
más de un año improvisando, pendientes de cifras de contagios, de
restricciones, reinventándonos casi a diario para intentar adaptarnos a esta
“nueva normalidad”. Si algo nos ha enseñado esta pandemia es a darnos cuenta
que no podemos controlar casi nada, que de la noche a la mañana todo puede cambiar.
Muchos
meses después seguimos viviendo en días
de máxima incertidumbre, rodeados de noticias sesgadas que nos confunden, de
situaciones que nos llenan de angustia porque no las acabamos de entender. De
pérdidas personales, laborales, de sueños rotos. Alejados de los nuestros y pendientes
de cuándo las vacunas nos van a devolver parte de tantas cosas que hemos
postergado.
Un virus que está condicionado enormemente la infancia de
nuestros hijos, sus relaciones, sus deseos. Que les ha privado de estar junto a sus seres queridos que tanto
necesitan, de jugar con libertad en los parques, de poder celebrar fiestas de
cumpleaños junto a sus amigos.
Una
crisis sanitaria y social que les ha obligado a adaptarse a una escuela que ha
cambiado radicalmente. Las mascarillas les han robado poder ver las sonrisas de
sus compañeros y maestros, la distancia social el juego libre en los patios,
los grupos estables de convivencia la socialización con el resto de compañeros.
Una pandemia que les ha contagiado en muchos momentos de
MIEDO. Miedo a no saber qué va a suceder,
a perder a algún ser querido, a que papá o mamá pierdan su trabajo o a no poder
salir a jugar a la calle con libertad.
Un
sentimiento que se ha hecho mayor la dificultad de entender bien qué era lo que
exactamente estaba pasando, ante el temor de poderse contagiar o tener que
volver a vivir confinamientos por haber estado en contacto con algún positivo.
El miedo es una emoción natural, primaria y adaptativa imprescindible para nuestra supervivencia. El miedo nos
protege, nos hace estar alerta delante de un peligro y poder reaccionar a
tiempo, nos hace analizar, aprender y evolucionar. Nos permite identificar las
situaciones de peligro y conocer dónde están los límites.
Pero el miedo también puede llegar a bloquearnos,
dominarnos y anular nuestra capacidad de razonamiento. A modificar nuestra
conducta y hacernos tomar decisiones poco acertadas .Una situación angustiosa
que nos hace sentir más frágiles y vulnerables, nos llena de ansiedad y nos
imposibilita disfrutar de los pequeños placeres de la vida.
Por
este motivo, y en una situación tan excepcional como la que vivimos, nuestros
hijos necesitan mamás y papás que mantengan la calma y les ayuden a
entender todo lo que está pasando con
serenidad y mucha comprensión. Que les expliquen que estamos viviendo días
inciertos que nos producen inestabilidad pero que juntos será más fácil salir
adelante.
Adultos
que no les expongan a noticias procesadas por medios de comunicación que no
tengan la capacidad de entender, que se
conviertan en modelos asertivos a la hora de gestionar todos los cambios, que
les transmitan amor, calma y seguridad. Ayudándoles a entender, con
grandes dosis de afecto, que todo esto pasará y que pronto volveremos
a recuperar la normalidad.
¿Cómo se educa ante el MIEDO?
1.
Lo primero que
deberíamos hacer es explicarles
que TODOS tenemos miedo, que es una emoción muy necesaria en nuestra
vida. Miedo al virus, a la oscuridad, a la muerte o a estar solos.
2.
Enseñando que la mejor
manera de afrontar el miedo es hablando
de él sin vergüenza ni tapujos. Identificándolo, poniéndole nombre,
validándolo, acogiéndolo y desarrollando habilidades para poder luchar contra
él. PLANTÁNDOLE CARA con valentía sin dejar que condicione nuestro día al
día.
3.
Ayudándoles a enfrentar
sus miedos de forma gradual, poco a poco.
Utilizando recursos como cuentos, películas, canciones o historias que les
ayuden a verse triunfadores frente a lo que les da temor. Ofreciéndoles
recursos de apoyo en las situaciones que le producen miedo y mucha protección.
4.
Fomentando la autoestima, la autonomía y la toma de
decisiones ofreciéndoles nuestra comprensión y apoyo. Dándoles tiempo para aprender, respetando sus ritmos y
necesidades, sus silencios.
5. Mostrando grandes dosis de cariño, empatía y paciencia. Haciéndoles sentir que entendemos y respetamos todo
aquello que les puede causar temor y que estamos a su lado sin condición. Sin
ignorarlos ni ridiculizarlos cuando muestren sus temores.
6.
Enseñándoles que al miedo se le combate con
grandes dosis de humor; riámonos juntos de él, inventemos historias
divertidas que nos ayuden a espantarlo, dibujémoslo buscando su lado más alegre.
7.
Nunca utilizar el miedo
en forma de amenaza para
lograr que nuestros hijos obedezcan, acepten o modifiquen ciertas conductas o
valores. El miedo se hace monstruoso cuando lo usamos erróneamente.
8.
Explicando que el
problema no reside en tener miedo sino en el efecto que éste tiene sobre nuestras vidas. Mostremos
un modelo positivo de conducta y ayudémosles aconvertir el miedo
en prudencia.
9.
Enseñándoles a contrarrestar el miedo con técnicas de
relajación, escuchando música tranquila para serenarse o practicando la
respiración consciente en los
momentos que se sientan más nerviosos y muestren dificultades para aceptar la
situación con serenidad.
10.
Educando sin sobreprotegerlos, informándoles de todo aquello que es importante que sepan adaptándonos
a lo que puedan entender por su a edad. Evitemos datos o cifras que
les puedan alarmar, pero expliquémosles todo aquello
que deberían saber con honestidad y rigurosidad.
11.
Ofrezcamos a nuestros
hijos una visión positiva del mundo, enseñándoles
a no preocuparse excesivamente por las cosas, a buscar soluciones creativas
ante los problemas, a pedir ayuda siempre que lo necesiten sin temor al qué
dirán.
Consigamos ser el refugio donde
nuestros hijos puedan cobijarse cuando se sientan frágiles, el lugar donde
siempre puedan acudir cuando necesiten ayuda y una palabra de consuelo.