Los sábados nos levantamos pronto, es día de partido. A veces incluso nos
levantamos antes que para ir al cole. Los nervios se palpan des del desayuno. Recarga de depósitos, equipaciones impolutas,
material revisado y hacia al campo.
Hay muchos padres que, por este simple hecho, ya no apuntan a sus hijos a
practicar un deporte. En mi opinión, gran error. Mis padres siempre me
acompañaron a mis partidos y así lo hago yo con mis hijos.
Durante el calentamiento ya se palpa el nerviosismo de los que yo denomino
“padres bandas”. Aquellos padres culpables de que, en muchas ocasiones, los
partidos se conviertan en un enorme campo de batalla. Sí , debo confesarlo ,alguna
vez he ejercido como tal.
A la que se escucha el silbido de inicio estos padres se apoderan de las
bandas del campo y se dedican a dar instrucciones a sus hijos , olvidando la
figura del entrenador. Gritan a sus pupilos dando preceptos sin cesar, los
presionan, critican actitudes o ridiculizan a algún compañero de equipo. Normalmente
acaban discutiendo con padres del equipo contrario y se dedican a aleccionar a
todos aquellos que se pongan cerca de ellos.
Estos padres, en muchas ocasiones, no recuerdan el motivo del por qué sus
hijos practican deporte. Numerosos estudios describen un sinfín de beneficios físicos y
psicológicos que aporta la práctica deportiva pero nunca debemos olvidar que el
principal es la diversión. Nuestros hijos deben hacer deporte para pasarlo
bien.
En muchas ocasiones pensamos que estamos en el derecho de exigir que rindan en el campo pero nos equivocamos
plenamente. Nuestros hijos no deben rendir sino disfrutar. Lo único que debemos
hacer es contagiarles la pasión por aquello que hacen, potenciar el esfuerzo,
la constancia, las ganas de mejorar. El deporte es únicamente un elemento más en su formación.
La práctica deportiva mejorará la capacidad cognitiva, favorecerá las relaciones sociales, el trabajo en equipo, potenciará la capacidad de sacrificio y de superación personal. Nuestros pequeños aprenderán a que no siempre se gana, a fijarse objetivos y trabajar duro para conseguirlos. Pero si no disfrutan corriendo detrás de una pelota, manejando un stick o golpeando con una raqueta el esfuerzo no habrá merecido la pena.
Al acabar el partido felicito a mis hijos por su esfuerzo y al resto de
compañeros. De vuelta a casa comentamos lo bien que se lo han pasado, el
partido ganado o la lástima que ha sido el no haber podido marcar.
Eso sí, que un hijo
marque un gol y te lo dedique no se paga con todo el oro del mundo.
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