dijous, 26 de març del 2015

MAMÁ, NO ME GUSTA QUE ME HABLES ASÍ

 - Mamá, no me gusta que me hables así.

- ¿Cómo es así?

- Con ese tono de voz, de esa forma tan enfadada. Me haces sentir mal.

- Perdona, pero en poco tiempo te he avisado unas cuantas veces.

- Lo se mamá pero así lo único que consigues es ponerme más nervioso.

- Tienes toda la razón, alzándote la voz no mejoraremos nada.

- Es normal mamá  la culpa es mía, debería  haber hecho lo que me pedías a la primera.

- Ya, pero eso no justifica mi forma de hablar.

- Mamá hagamos un pacto. Yo intentaré hacer bien las cosas que me pides y tú contarás hasta cien antes de estallar.

Una de las cosas de las que más me arrepiento en la educación de mis hijos es cuando les hablo de forma incorrecta, aquellos momentos en los que pierdo el control. Podría justificarme diciendo que hay momentos estresantes, de caos, donde las mamás multitareas realizamos ocho cosas a la vez. En ocasiones la vorágine del día a día me come y el ritmo de vida enloquecido es el causante que la tensión pueda conmigo. Momentos en los que acabo explotando y genero una horrible onda explosiva que tiñe mi discurso de despropósitos y frases absurdas. Situaciones en la que la bola de nieve se va haciendo cada vez más grande y acabas diciendo exactamente eso que, al instante, te arrepientes de haber verbalizado.

Me lleno la boca explicando a mis hijos que deben hablar con respeto a los demás, que deben ser tolerantes y educados, pero en ocasiones, soy yo la primera que alza la voz o utiliza un tono impropio con la intención de corregir una conducta errónea.

No digas palabrotas le pido a Pol, cuando de vez en cuando se me escapa alguna de esas que deberían llevarte a la casilla de la cárcel y estar dos partidas sin jugar. En ocasiones mi mala gestión del tiempo, el no saber priorizar o no ser capaz de renunciar a algunas cosas, me llevan a intoxicar la comunicación con mis pequeños con frases autoritarias o sentencias esperpénticas, suerte que papá en muchas ocasiones media en medio del huracán. Es el momento en el que aparecen castigos que no acabas por no cumplir.

El grito es utilizado cuando no uso las herramientas adecuadas para reconducir una situación,  no he hecho una buena gestión del conflicto o no he sabido leer entre lineas lo que estaba sucediendo. Con él sólo consigo bloquearles, llenar la casa de reproches o frustración.

Creo firmemente en que la comunicación es uno de los instrumentos más valiosos en los que debemos basar la educación y la relación con nuestros hijos. Cada vez soy más consciente de la necesidad de controlar al máximo esos episodios de desgobierno que siempre me han demostrado que nunca llevan a buen puerto.

Estoy aprendiendo a serenarme antes de hablar, a tomar distancia cuando lo necesito, a hablar con voz sosegada, a pedir la opinión antes de juzgar, a elegir el momento adecuado para conversar. Las prisas nunca son buenas por eso intentamos buscar el mejor momento para negociar, para que me expresen lo que necesitan, para encontrar la mejor solución.

Trabajo para expresar con serenidad, para alimentar cada día nuestra complicidad y confianza. Será básica la discreción, la sinceridad y la claridad. Mirar a través de sus ojos y no desde mi posición. Reflexionar sobre las consecuencias de nuestra conducta o decisión, aprender a dibujar la mejor hoja de ruta.

Tener disposición a escuchar activamente para entender cómo viven un problema o situación, a intuir lo que les preocupa, a considerar lo que nos tienen que decir, a preguntar qué les ha llevado a actuar de una determinada manera, a explicarles que es lo que se espera de ellos y comprender que muchos de sus actos son fruto del propio proceso de aprendizaje. El afecto, la confianza, la acogida y el buen humor serán piezas claves para conseguirlo.

Entrenarles a dialogar, a pensar antes de actuar, a pedir perdón o perdonar. Enseñarles a comunicarse sin hablar con gestos,  miradas, caricias y abrazos . Eduquémosles a expresar la fragilidad, la rabia, la frustración,  la necesidad de los otros, lo que les corre por la piel. A leer el silencio que a menudo viene cargado de emoción.


Hijo recuerda siempre que para comunicarse sólo hace falta tener ganas de entenderse.


dijous, 19 de març del 2015

MAMÁ, ¿POR QUÉ ELEGISTE A PAPÁ?

- Mamá, ¿por qué elegiste a papá?

- Yo creo que no lo elegí, nos encontramos en el camino.

- ¿Y siempre supiste que sería mi papá?

- Con el paso del tiempo, me demostró que era el mejor compañero que podía tener.

- Y ¿qué es lo que más te gusta de él?

- Que sea mi confidente, mi amigo y el que comparte conmigo esta maravillosa aventura de ser padres.

- Y tú, ¿crees que es un buen papá?

- Yo siento que es el mejor papá que podrías tener. Y tú, ¿ también lo crees?

- Estoy seguro que sí, papá es el que mejor me abraza, me protege y me hace reír. Además es el más valiente de la casa porque no le da miedo la oscuridad. Es capaz de luchar con monstruos enormes para que yo pueda dormir.


Siempre hablo de la importancia del ejemplo en la educación de nuestros hijos y hoy, el día del padre, me doy cuenta que mis pequeños tienen el mejor referente que podrían desear. Papá,  además de ser mi compañero de viaje y el mejor animador de mis sueños, es responsable en su paternidad.

A mis hijos les fascinan las habilidades de papá, su valentía, su sensibilidad y su capacidad de amar. Papá empatiza con todo lo que les pasa, sabe sacar lo mejor de ellos, potencia su autonomía y habla sin tapujos de las cosas del querer.


Papá es quien pone cordura cuando mamá desatina.

Papá es quien os da el beso a media noche antes de irse a dormir.

Papá es quien pide que me calme cuando os alzo la voz.

Papá era quien os daba la papilla cuando mamá perdía los nervios.

Papá es quien me da aliento cuando mamá está a punto de abandonar.

Papá es quien renuncia a su tiempo libre para ayudaros a estudiar.

Papá recuerda las citas del dentista cuando mamá no sabe en el día en el que está.

Papá es valiente cuando a mamá le invaden los miedos.

Papá es quien tiró de la familia cuando mamá no se encontraba bien.

Papá es quien demuestra con su ejemplo que, con perseverancia, todo se puede conseguir.

Papá es el que busca soluciones cuando mamá está es incapaz de elegir.

Papá piensa en positivo los días que mamá sólo ve tormenta.

Papá es el mejor ejemplo para que aprendáis a luchar por vuestros sueños.

Papá es quien entrena antes que salga el sol para poder conciliar.

Papá es quien lidera la familia cuando mamá flaquea.

Papá es quien saca una sonrisa cuando mamá llora.

Papá es el que tiene mano izquierda cuando mamá se encabezona y no sabe pactar.

Papá es quien se levanta a media noche cuando mamá duerme y no os oye toser.

Papá es el que negocia cuando mamá está a punto de estallar.

Papá es quien los hace volar por los aires cuando mamá ya no os puede coger.

Papá es quien os sube a sus espaldas cuando hay mucha gente y no podéis ver.

Papá es quien os concede caprichos cuando mamá no os puede ver.

Papá no se cansó de daros la mano hasta que aprendisteis a caminar.

Papá es quien se emociona cada vez que le susurráis al oído lo mucho que le queréis.


Dicen que un buen padre vale por mil maestros. Hijos vuestro papá es un gran mentor.










divendres, 13 de març del 2015

MAMÁ, ¿TÚ TAMBIÉN TIENES MIEDO?

- Mamá, ¿tú alguna vez tienes miedo?

- Claro que sí, a veces sí que lo tengo.

- ¿Y es malo tenerlo?

- No, ¿por qué debería serlo?

- Porque cuando tengo miedo me siento inseguro y triste.

- A mí me pasa lo mismo, pero a medida que crezcas, aprenderás que la mayoría de esos miedos sólo existen en nuestro pensamiento.

- A mí a veces me dan miedo los sitios oscuros, los ruidos fuertes o las personas que no conozco. Y los mayores, ¿a qué tenéis miedo?

- A veces tengo miedo a no hacer bien mi trabajo o a no esforzarme al máximo para alcanzar mis sueños.

- Y tú, ¿qué haces cuando tienes miedo?

- Intento no darle demasiada importancia, compartirlo con los que quiero y esforzarme para superarlo.

- Yo a veces cuando me voy a la cama tengo miedo a que esté tan oscuro o me pase algo malo.

- ¿Sabes? Recuerdo que cuando era pequeña buscaba mi peluche, lo apretaba bien fuerte y pensaba en todo lo bueno que me había pasado ese día.

- Mamá, esta noche apretaré tan fuerte a mi peluche que tendré que ir con cuidado para no dejarle sin respiración y pensaré que tú estás al otro lado de la puerta para defenderme de cualquier maléfico personaje.


Los miedos juegan un papel fundamental en el desarrollo evolutivo de nuestros hijos. El miedo es un mecanismo de protección y supervivencia que enseña a las personas a ser cautelosas y valorar los riesgos. Superar los miedos hará a nuestros hijos mucho más fuertes.

Nuestra ayuda será básica en la superación de tales sentimientos, seremos el mejor modelo de referencia. Los miedos infantiles son frecuentes y normales, todos los niños manifiestan algún tipo. No existe una edad concreta para su aparición, un mediador de intensidad o un mismo motivo para que surjan. El miedo es una emoción natural con la que nuestros pequeños deben experimentar y que desaparecerá de forma natural a medida que crezcan.

Animo a mis hijos a que compartan sus miedos conmigo, ignorarlos no hará que desaparezcan. Les transmito que tenerlos es normal, que es un estado pasajero. Busco su complicidad para que me expliquen lo que les asusta, me esfuerzo a entenderlos, les animo que describan las emociones que les produce.

El mejor antídoto para ayudar a superarlos es ofrecerles una dosis extra de amor, afecto, protección, tranquilidad y confianza. Respeto el tiempo que necesitan para vencerlo y la forma de hacerlo. Pongo énfasis en felicitarles cuando son capaces de ponerle nombre al miedo, de compartirlo, de pedir ayuda, de buscar refugio entre mis brazos. Les encorajo a superarlos de la mano formando el mejor de los equipos. La complicidad será la clave para que se abran a nosotros, expliquen lo que les atemoriza, sin vergüenzas ni reproches.

Les ayudo a identificar sus miedos, a que sean cada vez menos intensos, a buscar la mejor estrategia para enfrentarnos a ellos. Les explico la diferencia que existe entre la realidad y la fantasía. Pintamos monstruos molones, leemos cuentos de niños que se enfrentan a sus temores, jugamos a espías o exploradores con nuestras linternas para vencer a la oscuridad o descubrimos de donde vienen los ruidos inesperados.

Buscamos un rincón mágico en casa donde explicamos nuestros secretos, donde los mimos, la ternura, la privacidad y la tranquilidad serán el sillón donde nos aposentemos.

Pongo los cimientos para que sean valientes fortaleciendo su autoestima, fomentando su independencia sin sobreprotegerlos. Les animo a que tomen sus propias decisiones, alabo sus esfuerzos, sus logros, recompenso con entusiasmo sus éxitos.

Nunca utilizo el miedo como una estrategia educativa explicando que si se portan mal vendrá el "hombre del saco". No les obligo a afrontar el miedo en solitario y les explico que mamá y papá a veces también tienen miedo. Les animo a utilizar la alegría, la seguridad, el humor o la risa como los mejores aliados para enfrentarse a la situación que temen. Inventamos juntos frases de valentía y coraje que nos ayudan a hacer frente al miedo.

Hijo recuerda siempre que lo verdaderamente importante no es si uno tiene o no miedo, sino lo que uno hace con su cobardía. El valor no es la ausencia del miedo, es la conquista de este.



dijous, 5 de març del 2015

MAMÁ; ¿POR QUÉ PREPARAS UNA MARATÓN?

- Mamá, no sé porqué te esfuerzas tanto en preparar la maratón.

-¿Por qué dices eso?

- Porque, por mucho que te entrenes, no la vas a ganar.

- ¿Y tú crees que si no la gano no habrá valido la pena tanto esfuerzo?

- No lo sé. Madrugas mucho para poder entrenar, le explicas a papá que te duelen las piernas y a veces dices que tienes ganas de abandonar.

- ¿Quieres saber por qué no abandono?

- ¿Por qué mamá?

- Porque el camino preparándola me hace inmensamente feliz. Un camino largo y difícil que me exige un gran esfuerzo pero que, a la vez, me fortalece y hace sacar lo mejor de mí. Recuerda que siempre ganas si haces lo que te gusta aunque te salga mal.

-Yo también creo que vale la pena esforzarse porque cuando lo hago las cosas me salen mejor.


Albert Einstein decía que la fuerza más poderosa que existe es  la de voluntad. En una sociedad donde prima la inmediatez, donde el sacrificio o la disciplina están infravalorados,  donde se busca conseguir las cosas en ipso facto, la pedagogía del esfuerzo queda renegada a un segundo término.

Soy de las personas que creen que, las cosas que merecen la pena en esta vida, siempre requieren de un gran esfuerzo. El secreto para conseguir aquello que nos propongamos se basará en nuestra fuerza de voluntad y en creer que el trabajo merecerá la pena. Soy de las que me comprometo con mis sueños hasta que se vuelven inevitables y me gustaría que mis hijos hiciesen igual.

Como padres en muchas ocasiones facilitamos la vida a nuestros hijos de tal manera que les acabamos convirtiendo en unos verdaderos inútiles. Por evitar su sufrimiento, no querer soportar las quejas o no oír los llantos, les damos todo aquello que nos piden sin plantearnos si deberían ser ellos quien lo consiguieran con su trabajo y empeño.

La voluntad es la fuerza del querer, del desear que algo ocurra, la mejor aliada para soñar y por este motivo, tenemos la OBLIGACIÓN de entrenar la voluntad de nuestros pequeños, de darle un protagonismo esencial en la educación. La fuerza de la voluntad se fortalece con la práctica y deberíamos hacerles que la entrenaran a diario. No quiero que mis hijos sean personas conformistas, caprichosos, inconstantes o poco entusiastas.

Me niego a que mis hijos sean esclavos de sus instintos debido a la incapacidad de esforzarse. Quiero que sean capaces de decidir libremente qué deben o no hacer, aprendan a asumir las consecuencias de sus decisiones y no bajen los brazos ante una dificultad. La falta de voluntad hará que, cuando deban tomar una decisión o comprometerse con algo, les pueda lo inmediato, piensen únicamente en los beneficios presentes y no tengan en cuenta las consecuencias de sus actos.

La voluntad debe convertirse en un elemento básico en la educación emocional de nuestros pequeños y nosotros debemos ser el mejor de los ejemplos. Demostrémosles que nosotros conseguimos todo aquello que nos proponemos gracias a nuestro tesón. Entrenémosles a diseñar el mejor plan de acción ante un problema, a conseguir que la motivación autónoma sea la mejor aliada ante los retos, a administrar la voluntad, a buscar mil y una soluciones a los problemas, a perdonar los propios errores aprendiendo de cada uno de ellos.

Les animaré a que compartan conmigo cada uno de sus propósitos, les ayudaré a llevar el registro de sus logros, les daré la mano cada vez que se encuentren con una piedra en el camino. Les demostraré que las cosas no salen casi nunca a la primera, premiaré con entusiasmo y satisfacción cada uno de sus triunfos. Les enseñaré que la queja no será una buena aliada si queremos conseguir nuestros objetivos y aprenderemos juntos a escuchar nuestro corazón cuando la mente quiera ceder protagonismo a la renuncia. Confiaré en ellos y en sus capacidades.

Trabajaré a diario para inculcar en ellos el valor del esfuerzo, la voluntad para la lucha, la capacidad de sacrificio y el afán de superación. Seré exigente y firme cuando sea necesario, motivaré la autonomía y el compromiso, confiaré en ellos y celebraremos juntos cada nuevo éxito. Aprenderemos a dominar la impaciencia y la indecisión, venceremos el mal humor, entenderemos la importancia que tiene hacer el trabajo bien hecho.

Y si hijo, no ganaré la maratón pero puedo prometerte que, si logramos cruzar juntos la línea de la meta, seremos capaces de sentir que tocamos el cielo con las puntas de los dedos durante unos segundos.