- No me lo voy a perdonar nunca.
- No hay nada que perdonar, todo el mundo falla a menudo. Además equivocarse es una de las mejores formas de aprender.
- Ya, pero yo esperaba mucho más de mi.
- ¿Y eso significa que no vayas a conseguirlo nunca?
Tenemos la imperiosa necesidad de infravalorarnos, de autoderribarnos, de ser demasiados duros con nosotros mismos. Somos verdaderos expertos en el arte de reprocharnos, de poner peros en nuestro camino, de convertirnos en nuestros peores enemigos. Nos autoimponemos un nivel de exigencia que nos ahoga, nos paraliza e inútilmente nos aleja de lo que realmente deseamos. Nuestra estupidez hace que nuestros errores usurpen nuestros sueños o que nos acostumbremos a culpar a los otros de aquello que nos pasa.
Todo sería mucho más sencillo si aprendiésemos a perdonar nuestros errores sin resentimiento, a indultarnos de la culpa que nos hace sentir minúsculos ante las caídas, a eximirnos de la brutal responsabilidad de querer hacerlo todo perfecto. A ser capaces de disfrutar del sentimiento de saber que has hecho todo lo que estaba en tus manos aunque no lo hayas conseguido, a valorar nuestros sacrificios.
Ojalá aprendiésemos desde la valentía a saber valorar los tropiezos, a tener piedad cuando fallamos. A simplificar nuestras vidas, a ser capaz de cuidar todo lo que valemos, a aceptarnos tal y como somos y no como nos gustaría ser. A saber huir de las comparaciones, a ganar la batalla a nuestro ego, a sentir que merecemos todo lo bueno que nos pasa. A no tener que vivir pendiente de las aprobaciones, a aceptar el cambio, a arriesgar sin freno.
A cortar con la carga del pasado, a aceptar la fragilidad, a amar nuestras fortalezas y debilidades. A soltar, a dejar fluir, a no atarnos a la mirada de los otros. A entrenar nuestro talento bajo la tormenta, a invertir en nosotros como el mejor capital, a comprometernos con avaricia. A mirar el mundo sin reproches ni excusas, a no vivir de alquiler en nuestras propias vidas, a no sentirnos pequeños antes los que no confían en nosotros.
A aprender que el perdón es la mejor forma de cerrar las heridas, a no preocuparnos si los otros no creen en nuestra locura, a no poner el piloto automático a nuestras emociones. A comprometernos con nuestra propia felicidad, a no necesitar convencer, encajar, imponernos parar sentirnos vivos. A no dar poder a los demás en nuestras vidas, a no vivir de sueños prestados, a no ser esclavos de los golpes de suerte para atrevernos a empezar de nuevo.
Hijo, perdónate a diario, vive sin la necesidad que la vida te ponga un ultimátum, sin aceptar las segundas opciones, sin esperar que los demás cumplan sus sueños mientras tu esperas el beneplácito para sonreír a diario.
A aprender que el perdón es la mejor forma de cerrar las heridas, a no preocuparnos si los otros no creen en nuestra locura, a no poner el piloto automático a nuestras emociones. A comprometernos con nuestra propia felicidad, a no necesitar convencer, encajar, imponernos parar sentirnos vivos. A no dar poder a los demás en nuestras vidas, a no vivir de sueños prestados, a no ser esclavos de los golpes de suerte para atrevernos a empezar de nuevo.
Hijo, perdónate a diario, vive sin la necesidad que la vida te ponga un ultimátum, sin aceptar las segundas opciones, sin esperar que los demás cumplan sus sueños mientras tu esperas el beneplácito para sonreír a diario.
M'arriba a dins tot el que escrius, Sonia. L'encertes sempre.
ResponEliminaMoltes gràcies Miquel, un petonarro
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