dimarts, 29 de desembre del 2020

CUANDO TU HIJO DESCUBRE QUE ERES UN REY MAGO

Recuerdo el día en el que el pequeño de la familia entró en la habitación y, con tono contundente, me pidió que dejase de disimular. Con cara de pícaro me explicó que se había hecho mayor para creer en la magia de la Navidad y que ya podía dejar de disimular.

El día que tu hijo te confiesa que sabe que eres un Rey Mago sientes como si un jarro de agua fría te recorriese la piel. Desde aquel preciso momento percibes que aquel niño que tiraba de la barba al Rey Melchor o lloraba cuando veía a Baltasar, empieza una nueva etapa en su vida. Y sientes que ha crecido casi sin darte cuenta, que ha perdido la inocencia y te da vértigo verle tan mayor.

Un período apasionante donde seguirá creciendo y desarrollará su pensamiento abstracto. Donde empezará a tomar sus propias decisiones, a tener nuevos intereses y demandar su autonomía y libertad.
Ese preciso momento en el que debes ir aprendiendo a dejarle volar y aceptar que deberá caer en muchas ocasiones para poder avanzar. En el que es imprescindible que sigas diciéndole a diario que estás a su lado sin condición, que le quieres con avaricia y que estás muy orgulloso de todos sus progresos.

Siempre he intentado mantener la magia con mis pequeños al igual que lo hicieron mis padres conmigo. Muchos años después recuerdo con añoranza cuando mi padre limpiaba sus botas camperas con esmero el día antes que apareciera Papa Noel en mi colegio y cómo ese barrigudo con traje rojo me cogía en brazos y me recordaba con cariño cada una de mis travesuras.

Creo firmemente en la necesidad de ayudar a nuestros hijos a desarrollar su pensamiento mágico, alimento imprescindible para germinar la fantasía y creatividad. Hacerles creer en personajes imaginarios, llenos de hechizo y sutileza, que colman la infancia de ensueño y emoción.

Una magia que favorece el desarrollo su inteligencia emocional, la identificación de las emociones y la gestión de todo aquello que les recorre por dentro. Una vía maravillosa para potenciar la imaginación y la mentalidad lúdica. Gracias a ella los niños pueden entender y racionalizar situaciones o sucesos adaptados a su nivel intelectual.

Creer en la magia permite que los niños tengan una mentalidad curiosa, flexible y sepan asombrarse por cualquier cosa. Les ayuda a madurar y a desarrollar diferentes habilidades cognitivas, a imaginar lo que es imposible y creer que todo lo que se propongan es posible.

Nunca sentí que cuando a mis hijos les hablaba de los Reyes Magos les estaba engañando sino que únicamente acaramelaba el camino de hacerse mayor. Sin duda uno sus mejores recuerdos de la infancia será siempre cuando una noche del 5 de enero los tres Reyes se colaron en nuestro salón y se dejaron susurrar al oído cada uno de sus deseos. Jamás olvidaré con la ternura
que mis pequeños miraron a los magos de Oriente y les agradecían las visita cargándoles de galletas y chocolate.

Creer en Gaspar, Papá Noel o el Ratoncito Pérez ayuda a los niños a comprender el mundo que les rodea y a sentirse emponderados. Personajes que reparten amor, ilusión, sonrisas y endulzan la vida con experiencias memorables que crean recuerdos. 

Que explican parte importante de nuestra cultura y nos permiten mantener en nuestra memoria instantes maravillosos de nuestra infancia.

Seres mágicos que se convierten en los mejores mensajeros de valores como el amor, la paz, la bondad, el compañerismo o la generosidad y nos recuerdan que todos nuestros sueños se pueden hacer realidad siempre que los persigamos con todo nuestro empeño.

Y no encuentro mejor forma que mi hijo mayor haya entrado en el mundo de los adultos que convirtiéndose en un ayudante más los Reyes de Oriente. Un nuevo guardián del secreto universal de la magia que desea sorprender y mimar a su hermano como lo hemos hecho nosotros con él.

Esa magia en la que hay que seguir creyendo a lo largo de toda nuestra vida y que nos permitirá saborear la belleza de las cosas simples, aprender a ser feliz sin que haya ocurrido nada extraordinario, a no valorar las cosas únicamente cuando las hayamos perdido.

Una magia que nos contagia de esperanza e ilusión y nos ayuda a revertir lo que no nos va del todo bien, para querer mejorar nuestro entorno, para creer en el cambio.

Cuando los niños descubren el gran secreto es el momento de aprender que lo mejor de los regalos, no es lo que hay debajo del envoltorio, sino en las manos que te lo ofrecen.

De empezar a leer la vida de forma diferente aprendiendo que los sueños se consiguen con constancia y mucho trabajo, de comprobar que los errores se convertirán en grandes maestros a la hora de caminar. De querer contribuir a que este mundo sea cada día un poco mejor.

De saber que el agradecimiento es la memoria del alma, del corazón. Que las personas agradecidas son mucho más felices, humildes, sencillas y son capaces de apreciar todas las cosas buenas que pasan a diario.

De aprender a cuidar a la gente importante que les acompaña día a día, de sentir el privilegio de vivir, sentir y amar.

La tarea de los adultos sigue siendo las misma, hacer creer a nuestros hijos en la magia del mundo, de las personas, de los detalles, de las miradas, las sonrisas, de los te quiero.

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