-Mamá , ¿me quieres?
-¡Pues claro que te quiero ¡
-¿Cuánto me quieres?
-Mucho, muchísimo.
-¿Seguro?
-Segurísima, ya
sabes, hasta infinito.
-¿Y si un día
dejas de quererme? ¿Y si se te gasta todo el amor?
-Eso no pasará
jamás, te lo prometo. A las madres eso nunca les puede pasar.
Xavier se va
absorto en sus pensamientos sin estar del todo convencido.
¿Se pueden cuantificar las
emociones? ¿Podríamos solucionar una compleja ecuación que determinase cuanto
queremos a alguien o cuánto miedo sentimos? Indudablemente las emociones son incuantificables.
No se cuentan, se sienten.
Desde que me quedé embarazada me
armé de cientos de manuales que me enseñasen a criar a mis hijos mejor. Los devoraba
buscando la fórmula mágica que me explicase como alimentarles correctamente o
como enseñarles a dormir. Con el paso de los años, me di cuenta que dichos
manuales no precisan las cosas más
esenciales en la educación de los pequeños. El tiempo te demuestra que son
ellos los que nos enseñan realmente a querer, besar, abrazar o sentir.
Quiero a mis hijos por encima de
todas las cosas, siento por ellos profunda devoción. Nunca pensé que se pudiese
querer con tanta intensidad. Creo que a medida que se hacen mayores voy
aprendiendo como les debo querer o lo que mejor les puedo ofrecer.
He llegado al convencimiento que
para mi quererles es enseñarles que la mejor manera de aprender es equivocarse,
que los errores forman parte del acierto. Debo enseñarles a emprender, a que
apuesten por sus sueños, a que piensen sin fronteras, a que creen su propia
singularidad. Yo seré la red donde refugiarse, su fiel escudero.
Siempre necesitamos un detonante
para darnos cuenta de las cosas y mis hijos lo han sido en mi vida. Ellos
provocan en mí la necesidad constante de volver a aprender a mirar y escuchar,
de estar en continuo movimiento, de la importancia que tiene ser capaz de desinstalarnos.
Para mi amarles es enseñarles a
guardar el pesimismo para tiempos mejores, animarles a creer en los demás, a
ser críticos con las injusticias, a disentir con todo aquello que no les ayude
a sumar. Enseñarles a ser flexibles, ecuánimes, humildes, valientes y
disciplinados. A que entiendan que no son el ombligo del universo, a encorajarles
a poner pasión en todo aquello que hagan.
A no esperar que sucedan las cosas sino hacer fecundo cada momento.
Amar es motivarles a ser
arriesgados, a hablar sólo cuando tengan algo que decir, a ser agradecidos.
Hacerles entender que crecer como persona consiste en ser cada vez más distinto
a los demás.
Quererles es enseñarles a trabajar
su suerte, a que aprendan que a lo único que deben temer es a no vivir con la
fuerza e intensidad que la vida se merece, a valorar las adversidades como las
mejores oportunidades para demostrarnos que podemos conseguir todo aquello que
nos propongamos.
Recordarles diariamente que ser cada
día más feliz sólo depende de uno mismo, que su actitud será la base de su
felicidad. Enseñarles a elegir, a pasar
página cuando sea necesario, a emprender nuevas sendas sin saber que nos
depararan.
Xavier, cada vez que me preguntas si
te quiero, mírame a los ojos y sabrás que mamá siempre te querrá. Ojalá sea
capaz de ayudarte a aprender a vivir.