- ¿Tú eres feliz?
- Cada vez más.
- ¿Por qué consigues todo lo que te propones?
- No, porque cada vez necesito menos cosas para serlo.
- ¿Y eso cómo se consigue?
- Siendo agradecido.
Con el paso de los años y gracias a los éxitos y los fracasos, aprendes que la felicidad se puede aprender. En la mayoría de las ocasiones la tenemos justo en la punta de nuestra nariz pero somos incapaces de verla. A menudo la buscamos en lugares equivocados, culpabilizamos a los otros
de su falta, buscamos excusas para no reconocerla o nos empeñamos a
sufrirla en vez de disfrutarla. Eternos insatisfechos, ambiciosos, descontentos, cualquier excusa es buena para dejar de ser afortunado.
Ser feliz debería ser obligatorio, un asunto de estado. Ojalá en los colegios se enseñara a fuego la fórmula para conseguirlo y los progenitores nos responsabilizásemos a educar a nuestros hijos a vivir la vida con sentido, a disfrutar de lo cotidiano, a ser conscientes de lo afortunado que somos.
Creo firmamente que la felicidad es una elección que depende únicamente de uno mismo. Recuerdo cuando la relacionaba con el poseer, la postergaba a tener un golpe de suerte o esperaba el reconocimiento de los demás para darle la bienvenida. Todo cambia el día que eres capaz de darte cuenta que la felicidad es un viaje y no un destino y aprendes a no esperar nada de nadie, a ser consciente de los pequeños detalles que te regala a diario la vida, a apreciar lo que ya tienes, a ser enormemente AGRADECIDO.
La felicidad conlleva dejar de consumir el tiempo y empezar a exprimirlo, deshacerte de tus complejos, simplificar tus días. Apretar bien fuerte los dientes y defender con pasión tu trabajo, tus retos, tus sueños. Romper con todo cuando sientes que se ha acabado una historia, eliminar de tu entorno todo aquello que te intoxica, querer aprovechar cada instante.
Es ser capaz de mirarse en el espejo y regalarse una sonrisa, es reencontrarte con alguien al que añorabas, recibir una llamada de la otra parte del mundo. Es disfrutar del silencio en una puesta de sol o compartir un café para escuchar a alguien que lo necesita. Es besar sin cordura, reír sin motivo, abrazar arropando.
Felicidad es volver a empezar de cero regalándote una nueva oportunidad, vivir el ahora como si no existiese el mañana, dejar de postergar, estar dispuesto a reaprender a diario. Disfrutar de cada suspiro, aprovechar todo lo que se nos cruza en el camino, llenar nuestros días de experiencias.
Es acabar con las obsesiones sin sentido, las falsas expectativas, el excesivo nivel de exigencia que nos autoimponemos. Es terminar con el miedo a fallar, la culpa, la envidia o el rencor y amar lo que tenemos.
Hijo, la felicidad es efímera, empática, comprensiva, respetuosa, altruista. Búscala sin pausa, disfrútala sin control.
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