Nos hemos acostumbrado a mentirnos, nos hace mucho más fácil la vida. Nos hemos hecho tolerantes con las mentiras, a las medias verdades. Hemos dejado de ser honestos con aquello que sentimos o necesitamos. Mentimos al saber que estamos en un lugar equivocado, cuando nos falta coraje para luchar por nuestros sueños, cuando nos ofrecen esa ayuda que tanto precisamos y la desestimamos.
Fingimos cuando decimos que no nos duele, que no nos asusta, que podemos con todo. Nos autoengañamos continuamente por huir de nuestros fantasmas, para maquillar nuestras miserias, para ocultar nuestra vulnerabilidad. Para salir del paso, para sobrevivir ante nuestras inseguridades, para seguir el camino que otros eligen.
Mentimos para caer bien, para impresionar, por inventarnos un personaje que nos proteja. Engañamos por miedo a abrir nuestra alma, a sentir demasiado fuerte, a mostrar lo que nos corre por dentro. Por evitar que nos hagan daño, que descubran nuestras debilidades, por sentir que quizás no seamos tan buenos como pensamos. Fanfarroneamos por no aceptar nuestra lista de miedos, por evitar remover lo que nos duele, por eludir nuestras responsabilidades.
Somos víctimas de nuestras propias medias verdades, de nuestra falta de agallas para enfrentarnos a nuestro ego. Las mentiras llenan de conflictos nuestros días, postergan nuestras decisiones, sabotean nuestros retos, corrompen nuestros valores.
Se comen nuestra valentía, aumentan nuestra envidia, debilitan nuestra confianza. Desenfocan la realidad de las cosas, nos ilusionan torpemente, hacen que cíclicamente repitamos los mismos errores. Nos convierten en una farsa.
Ojalá fuésemos capaces de dejar de hacerlo, de despojarnos de ese disfraz que nos protege torpemente. De ser sinceros con lo que nos asusta, de descubrir lo que nos avergüenza, de dejar de hacernos trampa. De creer en el cambio, de querernos sin complejos.
Dejar de mentirnos nos compromete con nuestra propia felicidad, nos acerca a lo que queremos, hace que dejemos de ocultarnos de nosotros mismos. Nos ayuda a aceptar nuestras carencias, nuestros defectos, que a veces estamos rotos por dentro. A perder el miedo a conocernos sin excusas, a mostrar lo que realmente somos con coherencia. A pelear con nuestras frustraciones, a aceptar nuestra parte de culpa, a querer trabajar a diario para dejar de ser vulnerables.
Dejar de mentirnos nos vuelve más empáticos, más auténticos, menos vulnerables.
Fingimos cuando decimos que no nos duele, que no nos asusta, que podemos con todo. Nos autoengañamos continuamente por huir de nuestros fantasmas, para maquillar nuestras miserias, para ocultar nuestra vulnerabilidad. Para salir del paso, para sobrevivir ante nuestras inseguridades, para seguir el camino que otros eligen.
Mentimos para caer bien, para impresionar, por inventarnos un personaje que nos proteja. Engañamos por miedo a abrir nuestra alma, a sentir demasiado fuerte, a mostrar lo que nos corre por dentro. Por evitar que nos hagan daño, que descubran nuestras debilidades, por sentir que quizás no seamos tan buenos como pensamos. Fanfarroneamos por no aceptar nuestra lista de miedos, por evitar remover lo que nos duele, por eludir nuestras responsabilidades.
Somos víctimas de nuestras propias medias verdades, de nuestra falta de agallas para enfrentarnos a nuestro ego. Las mentiras llenan de conflictos nuestros días, postergan nuestras decisiones, sabotean nuestros retos, corrompen nuestros valores.
Se comen nuestra valentía, aumentan nuestra envidia, debilitan nuestra confianza. Desenfocan la realidad de las cosas, nos ilusionan torpemente, hacen que cíclicamente repitamos los mismos errores. Nos convierten en una farsa.
Ojalá fuésemos capaces de dejar de hacerlo, de despojarnos de ese disfraz que nos protege torpemente. De ser sinceros con lo que nos asusta, de descubrir lo que nos avergüenza, de dejar de hacernos trampa. De creer en el cambio, de querernos sin complejos.
Dejar de mentirnos nos compromete con nuestra propia felicidad, nos acerca a lo que queremos, hace que dejemos de ocultarnos de nosotros mismos. Nos ayuda a aceptar nuestras carencias, nuestros defectos, que a veces estamos rotos por dentro. A perder el miedo a conocernos sin excusas, a mostrar lo que realmente somos con coherencia. A pelear con nuestras frustraciones, a aceptar nuestra parte de culpa, a querer trabajar a diario para dejar de ser vulnerables.
Valientes con nuestro ser....hagamos vibrar el Alma....gracias Cariño!!besosssss
ResponEliminaGracias a ti por leerme
ResponEliminaTan cierto como doloroso. El mejor post en el mejor momento. Gracias Sonia!
ResponEliminaMuchas gracias
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