dilluns, 9 d’octubre del 2023

Los riesgos de simplificar que portarse bien significa hacer caso a la primera: niños con miedo, baja autoestima e incapaces de decidir

Si le preguntan a una persona que tiene hijos, da igual si son pequeños o ya han entrado en la adolescencia, qué es aquello que más le molesta en la relación con ellos es muy probable que responda que sus hijos no le hagan caso a la primera. Que no obedezcan, que disimulen que no escuchan cuando se les pregunta o pide algo y se les tenga que solicitar muchas veces la misma cosa.

A muchas familias les gustaría que sus hijos fuesen obedientes al 100%, que cumpliesen las órdenes sin contemplaciones, demoras ni excusas. Esta actitud facilitaría mucho la convivencia en todos los hogares y la mayoría de las discusiones desaparecerían. Las tareas en casa siempre estarían hechas y desaparecerían algunos de los motivos para estar de mal humor. Quien es madre o padre sabe lo mucho que desgasta pasarse el día dando órdenes en casa sin que los hijos muestren ninguna intención de complacer las demandas.

Muchas de estas familias provienen de una crianza tradicional basada en el control y la creencia de que el adulto debe tener el poder absoluto sobre el niño o adolescente. Que es él el encargado de decidir siempre qué es lo que debe o no hacer sin tener en cuenta las necesidades o inquietudes de los pequeños de la casa. Cuando estos padres afirman que su hijo no les hace caso, en realidad están afirmando que no hace lo que ellos quieren en el momento que ellos desean.
Este es un tipo de educación que educa sin respeto, que basa el acompañamiento en la instrucción constante. Anteponiendo los intereses del adulto a los del niño, basando la relación en los castigos sin sentido, los chantajes y amenazas cuando el niño no responde como se espera de él. 

Cuando la relación entre padre e hijo se basa en las órdenes y las normas estrictas esta se va deteriorando mucho y es cuando aparecen las constantes desavenencias y tensiones. Educar desde la orden provoca que el niño muestre dificultades para gestionar correctamente sus emociones y para identificar lo que está bien o mal. Normalmente, son niños que tienen una autoestima débil, poca iniciativa personal y dependen de la aprobación constante del adulto para hacer las cosas y realizar sus tareas.

Que un hijo no haga caso a sus progenitores no significa que este sea un mal chico o quiera desafiar y que sus progenitores siempre estén enfadados con él. Sería un gran error simplificar que funcionar o portarse bien significa hacer caso a la primera. No podemos olvidar que un niño es una persona con unas necesidades y motivaciones propias que se deben tener en cuenta.

Si los niños aprenden a obedecer a la primera únicamente movidos por el miedo, por evitar que el adulto que emite la orden se enfade, le grite, amenace o ignore, estará aprendiendo que ser sumiso es la mejor manera para que le sigan queriendo, para que le tenga en cuenta, para que pueda sentir que pertenece. 

Este modelo de sumisión llevará al niño o joven a trasladar este sometimiento a todas sus relaciones. Habrá aprendido que la mejor manera de sentirse aceptado y querido es hacer siempre lo que los otros desean o necesitan.

Es muy necesario que las familias enseñen a sus hijos a luchar por aquello que desean, a saber defender sus propias ideas con respeto, a hacer las cosas que desean sin depender que a los demás les parezca mal o bien.


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