dimarts, 29 de desembre del 2020

CUANDO TU HIJO DESCUBRE QUE ERES UN REY MAGO

Recuerdo el día en el que el pequeño de la familia entró en la habitación y, con tono contundente, me pidió que dejase de disimular. Con cara de pícaro me explicó que se había hecho mayor para creer en la magia de la Navidad y que ya podía dejar de disimular.

El día que tu hijo te confiesa que sabe que eres un Rey Mago sientes como si un jarro de agua fría te recorriese la piel. Desde aquel preciso momento percibes que aquel niño que tiraba de la barba al Rey Melchor o lloraba cuando veía a Baltasar, empieza una nueva etapa en su vida. Y sientes que ha crecido casi sin darte cuenta, que ha perdido la inocencia y te da vértigo verle tan mayor.

Un período apasionante donde seguirá creciendo y desarrollará su pensamiento abstracto. Donde empezará a tomar sus propias decisiones, a tener nuevos intereses y demandar su autonomía y libertad.
Ese preciso momento en el que debes ir aprendiendo a dejarle volar y aceptar que deberá caer en muchas ocasiones para poder avanzar. En el que es imprescindible que sigas diciéndole a diario que estás a su lado sin condición, que le quieres con avaricia y que estás muy orgulloso de todos sus progresos.

Siempre he intentado mantener la magia con mis pequeños al igual que lo hicieron mis padres conmigo. Muchos años después recuerdo con añoranza cuando mi padre limpiaba sus botas camperas con esmero el día antes que apareciera Papa Noel en mi colegio y cómo ese barrigudo con traje rojo me cogía en brazos y me recordaba con cariño cada una de mis travesuras.

Creo firmemente en la necesidad de ayudar a nuestros hijos a desarrollar su pensamiento mágico, alimento imprescindible para germinar la fantasía y creatividad. Hacerles creer en personajes imaginarios, llenos de hechizo y sutileza, que colman la infancia de ensueño y emoción.

Una magia que favorece el desarrollo su inteligencia emocional, la identificación de las emociones y la gestión de todo aquello que les recorre por dentro. Una vía maravillosa para potenciar la imaginación y la mentalidad lúdica. Gracias a ella los niños pueden entender y racionalizar situaciones o sucesos adaptados a su nivel intelectual.

Creer en la magia permite que los niños tengan una mentalidad curiosa, flexible y sepan asombrarse por cualquier cosa. Les ayuda a madurar y a desarrollar diferentes habilidades cognitivas, a imaginar lo que es imposible y creer que todo lo que se propongan es posible.

Nunca sentí que cuando a mis hijos les hablaba de los Reyes Magos les estaba engañando sino que únicamente acaramelaba el camino de hacerse mayor. Sin duda uno sus mejores recuerdos de la infancia será siempre cuando una noche del 5 de enero los tres Reyes se colaron en nuestro salón y se dejaron susurrar al oído cada uno de sus deseos. Jamás olvidaré con la ternura
que mis pequeños miraron a los magos de Oriente y les agradecían las visita cargándoles de galletas y chocolate.

Creer en Gaspar, Papá Noel o el Ratoncito Pérez ayuda a los niños a comprender el mundo que les rodea y a sentirse emponderados. Personajes que reparten amor, ilusión, sonrisas y endulzan la vida con experiencias memorables que crean recuerdos. 

Que explican parte importante de nuestra cultura y nos permiten mantener en nuestra memoria instantes maravillosos de nuestra infancia.

Seres mágicos que se convierten en los mejores mensajeros de valores como el amor, la paz, la bondad, el compañerismo o la generosidad y nos recuerdan que todos nuestros sueños se pueden hacer realidad siempre que los persigamos con todo nuestro empeño.

Y no encuentro mejor forma que mi hijo mayor haya entrado en el mundo de los adultos que convirtiéndose en un ayudante más los Reyes de Oriente. Un nuevo guardián del secreto universal de la magia que desea sorprender y mimar a su hermano como lo hemos hecho nosotros con él.

Esa magia en la que hay que seguir creyendo a lo largo de toda nuestra vida y que nos permitirá saborear la belleza de las cosas simples, aprender a ser feliz sin que haya ocurrido nada extraordinario, a no valorar las cosas únicamente cuando las hayamos perdido.

Una magia que nos contagia de esperanza e ilusión y nos ayuda a revertir lo que no nos va del todo bien, para querer mejorar nuestro entorno, para creer en el cambio.

Cuando los niños descubren el gran secreto es el momento de aprender que lo mejor de los regalos, no es lo que hay debajo del envoltorio, sino en las manos que te lo ofrecen.

De empezar a leer la vida de forma diferente aprendiendo que los sueños se consiguen con constancia y mucho trabajo, de comprobar que los errores se convertirán en grandes maestros a la hora de caminar. De querer contribuir a que este mundo sea cada día un poco mejor.

De saber que el agradecimiento es la memoria del alma, del corazón. Que las personas agradecidas son mucho más felices, humildes, sencillas y son capaces de apreciar todas las cosas buenas que pasan a diario.

De aprender a cuidar a la gente importante que les acompaña día a día, de sentir el privilegio de vivir, sentir y amar.

La tarea de los adultos sigue siendo las misma, hacer creer a nuestros hijos en la magia del mundo, de las personas, de los detalles, de las miradas, las sonrisas, de los te quiero.

dimarts, 15 de desembre del 2020

¿Y SI PROBAMOS A HABLAR MÁS BAJITO A NUESTROS HIJOS?

Una de las cosas de las que más me arrepiento en la educación de mis hijos es cuando les hablo de forma incorrecta, aquellos momentos en los que pierdo el control. Esos en los que acabo explotando y genero una horrible onda explosiva que tiñe mi discurso de despropósitos y frases absurdas.

Esas situaciones en la que la bola de nieve se va haciendo cada vez más grande y acabas diciendo exactamente eso que, al instante, te arrepientes de haberlo verbalizado. Donde grito, juzgo sin sentido y muestro mi peor versión.

Vivimos en una sociedad donde hay poco tiempo para escuchar, para pensar y conversar con tranquilidad. Todo es inmediato, fugaz. La vorágine del día a día, las prisas, los cientos de cosas por hacer nos llevan a vivir en un auténtico caos y, en ocasiones, descontrol.

En muchas ocasiones escuchamos sin la intención de entendernos, alzamos la voz sin sentido, perdemos la calma injustificadamente. Maximizamos situaciones con poca importancia, generalizamos situaciones como si fueran un cliché, repetimos los mismos errores una y otra vez.

Escuchamos poco y mal, actuamos sin coherencia entre nuestras palabras y nuestro ejemplo, acompañamos de forma incorrecta con broncas y amenazas injustas. Muchas de las conversaciones con nuestros hijos se convierten en interrogatorios llenos de reproches y etiquetas, de valoraciones erróneas.

Educamos desde la impaciencia, en función de nuestros estados de ánimos, nuestras preocupaciones o niveles de estrés. Tenemos poco tiempo para educar desde la calma, conversar con tranquilidad para compartir momentos de forma distendida. Damos pocas oportunidades para las explicaciones, para rectificar, para aprender de los errores, para pedir perdón.

Acabamos convirtiéndonos en el peor ejemplo comunicativo que nuestros hijos pueden tener. Solucionando los conflictos alzando la voz y hablando sin respeto. Los gritos, las palabras mal sonantes, los mensajes contradictorios nos quitan autoridad, alzan muros, nos llenan de frustración.

A menudo en las conversaciones con nuestros hijos nos dedicamos a evaluar en vez de escuchar con atención, sin interpretar y a aconsejar en lugar de comprender. Nos cuesta observar y empatizar.

Todo cambiaría si entendiésemos que la COMUNICACIÓN debe convertirse en el PILAR de nuestro acompañamiento, de nuestra forma de educarles, de quererlos. Mejorar la comunicación con nuestros hijos es sin duda la asignatura pendiente de muchos padres. Tener una mala comunicación nos genera impotencia, culpabilidad y mucha frustración.

La comunicación es fundamental para que nuestros hijos se desarrollen y crezcan en un ambiente en el que predomine la libertad de expresión, la confianza y la participación. Una buena comunicación facilita el desarrollo de una mentalidad positiva, colaborativa y empática. Todo comunica; nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras miradas, nuestros silencios, nuestro tono de voz.

Comunicarnos con nuestros hijos de manera efectiva nos permitirá crear un vínculo afectivo que nos una a ellos, tener constancia de sus necesidades, preocupaciones o sentimientos y realizar una buena supervisión educativa.

El amor, el respeto y la paciencia son los tres ingredientes imprescindibles en toda comunicación familiar. Nuestros hijos necesitan que estemos muy presentes en sus vidas a una distancia prudencial. Sentir que les tenemos muy en cuenta, que confiamos en ellos, que entendemos que crecen a pasos agigantados y que queremos acompañarles en el camino.

Una adecuada comunicación familiar supondrá un mayor bienestar psicosocial de nuestros hijos y contribuirá muy positivamente en la formación de su autoconcepto y autoestima. Las relaciones que establezcamos con ellos nos ayudarán a redefinir los roles paterno-filiales dentro de la familia.


¿Cómo podemos conseguirlo?

  • Al comunicarnos con ellos es necesario que sientan nuestro cariño, mirarlos a los ojos, dedicarles tiempo de calidad. Demostrar interés por todo aquello que nos explican y mostrar empatía hacia lo que dicen y sienten. Repetirles a diario lo maravilloso que es tenerlos en nuestra vida, lo orgulloso que nos sentimos con cada uno de sus progresos.

  • Abramos canales de comunicación que mimen, que protejan, que calmen. Busquemos momentos para conversar sin prisas, para rectificar positivamente, para conseguir una comunicación fluida teniendo en cuenta las inquietudes, preocupaciones o dudas que tengan nuestros pequeños.

  • Respetemos el espacio de intimidad que necesitan, sus ritmos vitales, reforcemos su papel dentro de la familia dándoles protagonismo. Escuchemos sus opiniones con interés y potenciemos que tomen decisiones.

  • Tengamos muy presente que comunicarse no es imponer, suponer o chantajear. Es compartir aquello que nos pasa, sentimos o necesitamos con mucho respeto, evitando las interrupciones, los tonos sarcásticos y los dobles sentidos.

  • Nuestros hijos necesitan sentir que comprendemos lo que sienten, que validamos sus emociones y los escuchamos desde el corazón. Que les dedicamos tiempo para que puedan expresar y compartir con nosotros todo aquello que les recorre por dentro ampliando y fortaleciendo nuestros vínculos.

  • No olvidemos que la comunicación afectiva y efectiva empodera, alienta a nuestros hijos a ser valientes, a esforzarse, a creer en ellos mismos. Que ayuda a nuestros hijos a sentirse amados y valorados.

  • Llenemos nuestras conversaciones de un lenguaje positivo, de palabras que entiendan, que regalen oportunidades, que acompañen los miedos.

  • Escuchemos sin interrumpir, interpretar o anticiparnos a los acontecimientos buscando el momento adecuado para hablar.

  • Eliminemos de nuestros diálogos las frases autoritarias, los juicios de valores, sermones o comparaciones. Los gritos que ensordecen, que rompen vínculos, que asustan, humillan y llenan de impotencia.

  • Pidamos perdón cuando nos equivoquemos, escuchemos sin interrupciones, descifremos los silencios que tanto explican.

  • Busquemos maneras creativas de resolver los conflictos. Consensuemos posibles soluciones para que éstas sean satisfactorias para ambos lados.

  • Aceptemos que nuestros hijos puedan tener gustos y opiniones diferentes a las nuestras, que vean la vida desde otro prisma, que quieran sentirse libres.

  • Aprendamos a serenarnos antes de hablar, a tomar distancia cuando lo necesitemos, a hablar con voz serena y sosegada siendo muy conscientes de nuestros gestos.

  • Entrenémoslos a dialogar, a pensar antes de actuar, a pedir perdón o perdonar. A comunicarse sin hablar con gestos, miradas, caricias y abrazos que expresen todo los que les recorre por dentro. Eduquémoslos a expresar la fragilidad, la rabia o la frustración.


Recordemos siempre que nuestro peor problema de comunicación es que no escuchamos para entender, escuchamos para contestar. Hagamos de la comunicación la mejor herramienta educativa para educar desde el amor y la comprensión.




diumenge, 6 de desembre del 2020

ENTREVISTA EN LA REVISTA MUY SEGURA

 Gracias a la revista Muy Segura por su entrevista.

La podéis leer aquí; entrevista

divendres, 13 de novembre del 2020

CÓMO ENSEÑAR A TUS HIJOS A APRENDER DE SUS ERRORES

 Vivimos en la sociedad del éxito, donde el triunfo se publicita a bombo y platillo. Un éxito mal entendido, idealizado, confundido con el tener dinero, la popularidad o el número de likes que consigues en una foto o publicación. Enmascarado por el brillo erróneo de una hoja de doble filo, se vuelve contra uno mismo y lo único que hace es alimentar el ego y vuelve a las personas vanidosas.

Una sociedad donde hay poco sitio para los tropiezos, para los segundos puestos. Donde desde nuestro nacimiento nos inculcan la necesidad de ganar siempre, de rozar la perfección, de disimular nuestras faltas y esconder nuestras equivocaciones. Donde se habla de puntillas de las derrotas, las equivocaciones o de las veces que nos va a tocar volver a empezar de cero.

Todo sería más fácil si desde niños nos hablasen sin tapujos de las veces que a lo largo de la vida vamos a perder batallas, fracasar en nuestros intentos, vamos a tener que cambiar de planes porque las cosas no nos salen bien ni a la primera ni a la décima.

Ojalá nos enseñasen a perder, a fallar útilmente, a aceptar el error de forma constructiva. A saber, qué hacer con esos tropiezos que nos hacen sentir fracasados y vacíos. Esas derrotas que entumecen nuestra alma y contaminan nuestros sueños.

Que necesario es que desde bien pequeños hablemos a nuestros hijos del VALOR del ERROR en la VIDA, de la necesidad de aprender a encajar los golpes de forma empática, de que las equivocaciones son imprescindibles para poder progresar.

A saber, que a menudo las dificultades acaban convirtiéndose en grandes maestros y que por esta razón no debemos avergonzarnos de ellas. Que cada vez que nos equivocamos abrimos un nuevo camino hacia otro lugar. Que después de la tormenta siempre llega la calma si tienes paciencia y trabajas para ello. Que una persona feliz no es aquella que no tiene problemas sino la que ha sido capaz de superar los obstáculos que el destino le ha ido poniendo.

Ojalá desde la escuela y la familia fuésemos capaces de ofrecer a niños y jóvenes una educación que desarrolle la capacidad de reconocer y aceptar las equivocaciones con calma, para aprender de ellas de forma inteligente, para no sentirnos culpables cuando no hemos sabido estar a la altura. Una de las mejores maneras de ayudar a nuestros hijos en su crecimiento y maduración.

Una formación que enseñe a encajar golpes con optimismo, que explique que la peor forma de perder es permitiendo que la derrota te paralice, te destruya y haga añicos tus ilusiones o proyectos.

Aprender a hacer frente al error hace a nuestros hijos mucho más resilientes, perseverantes y felices, aunque en ocasiones nos cueste y hasta nos de miedo ver como fracasan o toman decisiones erróneas.

¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos a superar el error?

  1. Enseñémosles a vivir en el aquí y el ahora con honestidad y agradecimiento, sin tener la necesidad de tenerlo todo controlado. Aprendiendo a abrazar el cambio, a dar la mano a lo imprevisible, a aceptar lo inesperado poniendo foco en lo importante.

  1. Hablemos del error siempre en términos positivos, eduquémosles a verlo como una gran oportunidad para aprender y volver a empezar, para buscar una mejor versión y seguir hacia delante.. 

  1. Demos a nuestros hijos oportunidades para fallar, para que puedan aprender a hacer frente a sus tropiezos. Ayudémosles a buscar soluciones evitando la sobreprotección o la permisividad excesiva. A través del error podremos saber cuáles son las herramientas con las que cuentan nuestros hijos para hacer frente a las adversidades de la vida, cómo las usan y cuáles son las que necesitan adquirir.

  1. Convirtámonos en el mejor de los ejemplos a la hora de asumir nuestros propios errores, hacerles frente y gestionar nuestras emociones. Pidamos disculpas cuando nos equivoquemos con humildad y sin excusas.

  1. Expliquémosles la necesidad de entrenar a diario la perseverancia y la valentía sin excusas ni postergas. A trabajar duro por aquello que desean, a creer que a la derrota se le gana con voluntad, constancia y actitud.

  1. Acompañemos a nuestros pequeños con cariño y comprensión, entendiendo el miedo o la frustración que les puede provocar hacer frente al error. Démosles la seguridad que necesitan repitiéndoles a diario que estamos a su lado sin condición.

  2. Enseñémosles a pedir ayuda siempre que lo necesiten sin miedo al ridículo, buscando los mejores aliados en sus proyectos.

  1. Ayudémosles a marcarse metas razonables para que se sientan satisfechos y orgullosos cuando las consigan. Propongámosles retos diarios a los que se puedan enfrentar, buscando nuevas respuestas y cultivando la curiosidad.

  1. Fomentemos la confianza en sí mismos sin permitir que los fracasos les llenen de reproches o se sientan avergonzados cuando se equivocan. Ayudémosles a conocer sus defectos y virtudes, sus fortalezas y debilidades sin comparaciones con sus hermanos.

  1. Animémosles a tomar decisiones sin que les tiemble el pulso, asumiendo las consecuencias que éstas puedan tener. A no culpar a los demás de sus errores ni justificarlos sin sentido.

  1. Ayudémosles a encontrar eso que les hace diferentes, únicos e irrepetibles, a pelear con agallas por sus sueños alentándolos en cada uno de sus progresos.

Ojalá que TODOS seamos capaces de entender que al final la VIDA es un gran reto que se mide por las dificultades superadas y por todo lo conseguido con ilusión y trabajo.

dissabte, 31 d’octubre del 2020

CÓMO EDUCAR ANTE LA MUERTE

Recuerdo el día que mi madre me comunicó entre lágrimas que mi abuela había fallecido. Creo que me impresionó más verla llorar que la noticia en sí. Tendría unos diez años y fue la primera pérdida que sentí en mi piel. Adoraba a mi abuela y la noticia me dejó fuera de cobertura. Su muerte me enseñó de  una bofetada lo frágil que era la vida, me demostró que era un hecho irreversible, me hizo sentir inmensamente triste.

A lo largo de mi vida he ido aprendiendo que la muerte es una gran maestra. La muerte hace que la vida sea más solemne, más importante, inmortaliza los recuerdos.  A menudo una pérdida de un ser querido nos hace replantear la vida, nos recuerda la cantidad de veces que nos mostramos torpes al llenar nuestros días de excusas o postergas. ¡Ojalá la muerte nos enseñase siempre a exprimir la vida al máximo, a identificar lo que de verdad importa!

A lo largo de nuestra vida todos sufriremos algunas pérdidas, y aunque nos cueste relacionarlo, la muerte es parte del ciclo de la vida. Nadie está preparado para perder a un padre, un hermano o a un hijo. Para sentir un dolor que te rompe por dentro, que provoca que nuestra vida jamás vuelva a ser la misma. ¡Qué duro es echar de menos el olor, las palabras o los abrazos de alguien al que adorabas y que se ha ido para siempre!

El Covid19 llegó para secuestrar nuestras rutinas y para castigar a miles de familias de nuestro país con la muerte. Una cifra espeluznante de fallecidos que, semana a semana, sigue aumentando e inunda los hogares españoles de de miedo e impotencia, de desolación y tristeza. Un virus despiadado que tiñe nuestra vida de un absoluto pesar.

Una pandemia que ha privado a muchas familias de poder acompañar a sus seres queridos hasta el último momento, de poder estar a su lado en las largas horas de hospital, de decir adiós de forma consciente. Duelos silenciosos y a distancia que han hecho muy difícil decir hasta siempre.

Pérdidas sin funerales ni velatorios, en un contexto extraordinario y deshumanizado, un duelo sin duelo. Despedidas sin abrazos que acompañen, sin besos que consuelen ni palabras que suavicen la pena. Ceremonias solitarias sin seres queridos que sostengan y no dejen caer al que tanto sufre porque está roto por dentro.

Miles de niños han perdido a sus queridos abuelos o a otros familiares que adoraban, sin entender bien cómo este virus se los ha arrebatado. Encerrados en casa han observado como sus padres lloraban en silencio sin saber qué decir o hacer.

Educar ante la muerte pertenece también a la vida, es parte imprescindible de ella. Pero qué complejo es hacerlo cuando esa persona que se ha ido era parte de ti, cuando ves sufrir a tus hijos, cuando sabes que jamás volverás a verla.

Ante una pérdida de un ser querido nuestros hijos necesitan que hablemos de la muerte sin rodeos, que les enseñemos a enfrentarse a ella con naturalidad poniéndole nombre a todos los sentimientos que ésta les genera, que les acompañemos con grandes dosis de amor y respeto.

¿Cómo podemos acompañar a nuestros pequeños y jóvenes ante la pérdida de un ser querido ?

1. Acompañemos el proceso de la pérdida con grandes dosis de dulzura y comprensión. Con toneladas de calma y afecto. Creemos un ambiente donde cada uno pueda expresar todo lo que siente con total libertad.

2. Siempre que sea posible deberíamos anticipar la pérdida explicando a nuestros hijos que aquel familiar al que quieren tanto está muy enfermo y que es muy difícil que los médicos puedan curarle.

3. Es muy importante pensar la manera cómo se lo vamos a decir. Los niños recuerdan con mucho detalle el quien, como, cuando y donde le comunicaron la muerte de su ser querido.

4. Expliquemos a nuestros hijos la muerte sin términos difusos que confundan, sin mentiras que generen falsas esperanzas. Utilicemos un lenguaje sencillo que ayude a comprender, mostrémonos disponibles a dar respuesta a todos los interrogantes que les vayan surgiendo.

5. Aceptemos los ritmos de aceptación de la pérdida, la forma de reaccionar ante ella, la manera elegida para decir adiós de cada miembro de la familia. Evitemos decirle al niño cómo se tiene que sentir.

6. Facilitemos espacios donde compartir todos nuestros sentimientos en familia, donde se de licencia a poder exteriorizar todo lo que nos sucede por dentro. Lloremos juntos, compartamos nuestras dudas y desolación, legitimemos cada una de las emociones que vayan apareciendo.

7. Recordemos a la persona que hemos perdido sin miedo a sentir. Hablemos con naturalidad de lo mucho que le echamos de menos, de todo lo que nos aportaba en nuestra vida. Aceptemos los diferentes ritmos de aceptación de la pérdida, la manera elegida para decir adiós de cada miembro de la familia, la manera de reaccionar ante ella.

8. Creemos en casa el “rincón del recuerdo” que nos permita despedirnos de nuestro ser querido con calma. Animemos a nuestros hijos a escribir una carta de despedida, a dibujar todo lo que sienten en el corazón, a elaborar una lista de canciones que nos recuerden a la persona que se ha ido. A elaborar un álbum de fotografías o una caja de recuerdos.

9. Si no pudimos hacerlo organicemos, en la medida de lo posible,  la ceremonia de despedida que el confinamiento nos robó. Busquemos un momento para poder compartir con familiares y amigos toda nuestra pena y dolor. Dejemos que nuestros hijos participen en las ceremonias.

10. No dejemos de repetirles que el paso del tiempo nos ayudará a sentirnos mejor, a mitigar el dolor tan intenso que ahora sentimos. Utilicemos cuentos que ayuden a entender, compartamos juegos que les hagan sentir que les acompañamos y estamos a su lado sin condición.

11. Pidamos ayuda a profesionales cuando veamos que el proceso de duelo se alarga y se complica, cuando no seamos capaces de aceptar lo ocurrido o el sentimiento de culpa no nos deje avanzar.

El tiempo nos enseñará a todos a aceptar la pérdida sin enojo, a ponerle una sonrisa al recuerdo cuando seamos capaces de hacerlo. Quizás es un buen momento para ponerle su nombre a una estrella del firmamento para que siempre podamos mirarla y recordar lo vivido juntos. A darle más valor si cabe a la vida, a aprender a apreciar la pequeñas cosas, a dar gracias por estar aquí..

dissabte, 17 d’octubre del 2020

EL ACOSO NO ES NO ES COSA DE NIÑOS

Nos hemos deshumanizado, empobrecido en valores, acostumbrado a los desplantes. Hemos normalizado que en las escuelas o institutos muchos niños y jóvenes sufran a diario vejaciones o insultos. El bullying continua siendo uno de los principales problemas en las aulas españolas. Con el confinamiento este acoso se trasladó a la las redes sociales agudizando el sufrimiento de quien lo padece al convertirlo en anónimo y mucho más prolongado en el tiempo.

Hemos aceptado en muchas ocasiones la mala educación, las ofensas desmesuradas, los gritos o los insultos. Las peleas de gallos donde ganan siempre los más irrespetuosos, donde pierden siempre los más desfavorecidos.

Sin ser conscientes hemos emponderado con nuestro silencio a aquellos que se sienten con el poder de humillar, agredir o intimidar ya sea cara a cara o en el ciberespacio.

Provocadores que con crueldad tienen comportamientos ruines ante sus compañeros de clase por el simple hecho de ser, pensar o actuar diferente a ellos. Niños y jóvenes que entienden la violencia como forma legítima de resolver los conflictos, de imponer sus ideas, de liderar erróneamente como tiranos.

Y no, no son bromas, ni mal entendidos, ni cosas de niños. Son agresiones verbales, burlas que hieren, amenazas que atemorizan. Ataques reiterados que parten el alma, que intoxican, que llenan de reproches.

Violencia entre iguales que rompen vidas, que roban infancias, que siembran pánico, que rompen familias. Que generan autolesiones o suicidios. Ataques sin sentido con consecuencias devastadoras para todos los actores implicados, para sus familias, para el entorno.

Agresores con conductas que someten, con límites inexistentes, con falta de referentes, sin capacidad de gestionar la frustración. Que a menudo copian modelos de adultos agresivos que pagan con ellos sus miserias, que viven regidos por la ley del más fuerte.

Espectadores que encubren, que ocultan miserias, que aceptan en silencio la situación de acoso. Que ríen las gracias, que apoyan al que ataca, que se sienten cómodos ante la injusticia. Que sin ser conscientes pasan a ser cómplices de la atrocidad y facilitan a los cobardes el camino.

Víctimas que se sienten vulnerables, débiles, indefensos, humillados. Con personalidades quebradas por los insultos que reciben a diario, por las conductas a las que son sometidos, por las veces que se han sentido excluidos. Con una AUTOESTIMA rota que les arrastra a la tristeza, el miedo y la depresión.

Y no,

- No es cosa de niños cuando una niña ridiculiza a otra con un vídeo en redes sociales.

- No es cosa de niños cuando un chico usa un lenguaje irrespetuoso contra otro y le hace sentir pequeño.

- No es cosa de niños cuando una niña ofende a otra por su color de piel o religión.

- No es cosa de niños cuando un niño le pega una colleja a otro para demostrar al resto lo fuerte que es.

- No es cosa de niños cuando una niña se siente invisible ante el resto de sus compañeros por haber nacido en un país diferente o no llevar la ropa que "mola".

- No es cosa de niños cuando un niño no quiere ir al colegio porque se siente desprotegido ante las constantes amenazas que recibe.

-No es cosa de niños cuando una niña deja de comer porque se ve gorda ante el espejo tras soportar insultos constantes hacia su físico.

- No es cosa de niños cuando un menor decide esconder el odio al que es sometido por pavor a que lo culpabilicen.

- NO ES COSA DE NIÑOS cuando duele, asusta, amenaza. NO ES COSA DE NIÑOS cuando limita, margina y te colma de miedo. No es cosa de niños CUANDO LA AUTOESTIMA SE HACE A PEDAZOS.

Sumemos esfuerzos para dar visibilidad a la pesadilla que sufren a diario muchas niños y jóvenes inocentes, no esperemos que el conflicto se convierta en urgencia, trabajemos interdisciplinarmente con todos los afectados.

Busquemos consecuencias razonables para los que agreden sin sentido y eduquémosles para cambiar. Abramos canales de comunicación eficientes con los que observan para que dejen de permitir y sobre todo protejamos a los que sufren sin fingir que no somos consciente de ello.

Aseguramos que TODOS nuestros pequeños y jóvenes tengan el derecho a sentirse seguros, a ser aceptados y valorados dentro de un grupo, a poder disfrutar de la niñez. Consigamos que TODOS se sientan queridos, protegidos, acompañados.

Potenciando el diálogo, marcando límites que protejan, hablando de las emociones estando muy atentos a las señales de alarma como el insomnio, un bajo rendimiento escolar o los cambios de humor injustificados.

Con adultos que sean referentes, modelos a la hora de solucionar conflictos, que intervengan reforzando las conductas positivas. Profesionales capaces de realizar una pronta detención del problema, elaborando protocolos que ayuden a actuar eficazmente ante las señales de alarma, creando estructuras donde nuestros pequeños puedan expresar sus miedos.

Busquemos soluciones rápidas y eficaces para hacer frente a los abusos centrando nuestro acompañamiento en la educación en el respecto, la igualdad de oportunidades, en la aceptación de la diferencia. Eduquemos la empatía, realicemos un acompañamiento emocional que proteja, que trabaje la autoestima, que enseñe a escuchar activamente.

Enseñemos a pedir ayuda a los que sufren, emponderemos a los observadores a romper su silencio, a denunciar el acoso, a no permitir que la víctima se sienta solo. Prevengamos situaciones, enseñemos a reconocer las diferentes formas de acoso, a detectar el abuso, a intervenir eficientemente.

Trabajemos codo a codo familia y escuela, exijamos a las administraciones actuaciones que eviten infancias robadas.