¡Mamá, me aburroooo!,
¡Papá,
me aburroooo muchoo!,
¡Me
aburro, me aburro, me aburro!…
¿Y ahora qué hacemos? ¿Juegas conmigo? ¿Hoy no salimos?
Vivimos en una sociedad sobre estimulada, donde se impone la hiperactividad. Obsesionada por el hacer continuo y el alcanzar. Donde todo pasa demasiado de prisa y no hay tiempo para reflexionar, valorar o reconocer todo lo bueno que nos sucede, lo mucho que tenemos, lo que realmente necesitamos o deseamos.
Donde es muy difícil encontrar momentos para vivir sin prisa, para disfrutar de no hacer nada, para mirar el futuro desde la calma. Encadenamos actividades y tareas sin ser conscientes de ello, pasamos los días entre estímulos que nos entretienen, entre dispositivos eléctricos que nos tienen interconectados las veinticuatro horas del día.
Hemos impuesto a nuestros hijos nuestro ritmo frenético de vida. Les hemos acostumbrado a estar siempre ocupados haciendo alguna actividad. Cada pequeño momento libre tiene que ser optimizado, programado y orientado hacia un objetivo a conseguir.
Después de las largas
jornadas escolares, muchos de nuestros hijos y jóvenes siguen trabajando
en sus clases de idiomas, música, manualidades, cocina o danza. Sin duda las
actividades extraescolares les ayudan a aprender y adquirir nuevas habilidades
y competencias, pero un exceso de ellas puede repercutir negativamente en su
desarrollo. Los niños que crecen entre
demasiada exigencia u obligaciones acaban sintiéndose estresados, saturados e
infelices.
Vivimos que nuestros hijos se aburran como un fracaso personal. Nos asusta que pierdan el tiempo, que se sientan tristes, que se muestren desanimados o muestren poco interés por algunas cosas. Mantenemos la falsa creencia que quien hace más cosas tendrá mucho más éxito en la vida.
Intentamos mantenerles siempre “distraídos”, les damos pocas oportunidades para pensar y procesar por ellos mismos. Sentir la frase de “papá o mamá me aburro” nos hace sentir nerviosismo, culpabilidad o inquietud.
El aburrimiento es una emoción muy importante que no solemos permitir ni cultivar. Un sentimiento imprescindible para el desarrollo personal que está muy relacionado con la capacidad de espera, la autonomía personal, la autoestima y la tolerancia a la frustración.
El aburrimiento es muy positivo para nuestro cerebro, nuestra mente, nuestras emociones y nuestro ser. Una emoción indispensable para poder conectar con nuestro interior, con nuestras emociones, recelos o deseos. Para ser conscientes de todo aquello que pasa a nuestro dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
El tiempo para no hacer nada es pedagógicamente esencial. Enseñar a nuestros hijos a tolerar el aburrimiento y a no buscar la diversión constante les prepara para un futuro más realista, les enseña que la vida no es un festival de constante.
Frenar la espiral de hiperestimulación al que están sometidos pasa por hacerles descubrir los placeres simples de la vida, por enseñarles a priorizar la calidad a la cantidad, por educarles en el aquí y el ahora. Romper con las actividades dirigidas y las obligaciones les regalará la oportunidad de descubrir nuevas vías de aprendizaje, de investigar fórmulas para pasarlo bien.
Cuando nuestros hijos se aburren conectan con su esencia, su propia creatividad, exploran e imaginan. El aburrimiento dispara la imaginación, les regala la oportunidad de buscar soluciones por si mismos, para crear desde la reflexión y el entusiasmo.
El aburrimiento es un conflicto que potencia la autosuficiencia, el pensamiento crítico y el espíritu autónomo. Fomenta la meditación, la reflexión y el altruismo. Nos obsequia tiempo para decidir desde la calma, para descubrir los propios intereses y necesidades.
La monotonía regala a la
mente la posibilidad de oxigenarse, de volar y fluir, de soñar y construir. Crea un escenario perfecto para aprender a
vivir de forma más relajada facilitando la concentración, la observación y la
paciencia.
Los niños y jóvenes que aprenden a hacer frente al aburrimiento acaban siendo habitualmente más tolerantes, felices y posen un mejor autoconocimiento y autorregulación. Se muestran mucho más flexibles y son capaces de gestionar mucho mejor el tiempo.
Un tiempo libre sin tareas o actividades permite a nuestros hijos escucharse sin prisas, conocerse con tranquilidad, construir su propia identidad.
¿Cómo podemos ayudarles a gestionar el aburrimiento?
- Legitimando el aburrimiento desde la empatía y el respeto. Explicándoles que estos momentos forman parte de la vida y que hay que aprender a vivirlos como una oportunidad.
- Haciéndoles ver el lado positivo del aburrimiento, entendido como un tiempo “sin obligaciones” convirtiéndose en una magnífica ocasión para hacer lo que realmente les apetece.
- Validándoles que no hagan nada, que decidan como quieren invertir sus espacios de ocio, dejándoles libertad para crear.
- Motivándoles a hacer una “lluvia de ideas” de las posibles actividades que pueden hacer donde sean ellos los que lleven en todo momento la iniciativa. Mostrándoles nuestra confianza de que serán capaces de encontrar algo interesante por hacer.
- Ofreciéndoles papel y lápiz para que puedan dar rienda suelta a su creatividad, escribiendo y dibujando divertidas historias.
- Animándoles a descubrir espacios en la naturaleza donde puedan crear cabañas, observar la fauna y flora, correr o escalar.
- Potenciándoles la lectura como una opción divertida de ocio, acercándoles a las bibliotecas y las librerías del pueblo o la ciudad.
- Facilitándoles materiales y utensilios sencillos para crear “cosas”: cajas, pinturas y pinceles, un gran trozo de papel en blanco, materiales de modelar, revistas, botellas de plástico…
Bernad Rusell afirmaba
que “Una generación que no soporta el
aburrimiento, es una generación de escaso valor”. Dejemos que nuestros
hijos se aburran de forma moderada para obtener un bienestar emocional y mental
que les permita imaginar y crear sin medida, para que disfruten del no hacer
nada, para que aprendan que al aburrimiento se le mata a base de la imaginación
y el interés por hacer cosas que la mente aun no puede
visualizar.
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