Recuerdo que desde bien pequeña me
gustaba hacer las cosas yo sola y descubrir el mundo a mi manera. Si algo valoro
de mis padres es que siempre me regalaban el tiempo necesario para que
aprendiera sin prisas hasta que consiguiese lo que me proponía. Mi abuela
también tenía toneladas de paciencia conmigo y me animaba a probar cosas sin que
tuviera miedo a fallar. Durante un largo verano no se cansó de animarme hasta
que conseguí atarme sola los cordones de los zapatos e ir en bicicleta sin la
ayuda de las ruedas supletorias.
Actualmente, el ritmo de vida que
llevamos no nos facilita que les demos a nuestros hijos el tiempo que necesitan para hacer las cosas ellos solos. Desde por
la mañana corremos entrelazando tareas para intentar llegar a todo. Muchas
veces, nos resulta mucho más cómodo y
eficaz hacer las cosas nosotros mismos en vez que nuestros hijos. Así vamos
mucho más rápido y evitamos conflictos o problemas. No les permitimos hacer lo
que son perfectamente capaces de hacer sin ayuda.
Les abrochamos el abrigo, les vestimos,
les bañamos, les damos la comida o las soluciones de los deberes, acciones que
en otros contextos son capaces de hacer. Les ayudamos de forma excesiva e
innecesaria obstaculizando su desarrollo natural y les dificultamos que ganen seguridad y confianza en ellos mismos convirtiéndoles
en personas dependientes.
Educar
es ayudar y acompañar a los niños y niñas a que sean independientes, autónomos y
adquieran las habilidades necesarias para que puedan valerse por sí mismos. Desde bien pequeños es muy importante
que les enseñemos a hacer las cosas sin
nuestra colaboración para que puedan ir adquiriendo habilidades para la
vida que les posibiliten superar las piedras que se vayan encontrando en el
camino.
La
autonomía es la educación para la independencia y comienza por la
responsabilidad. Es la capacidad de una persona de desarrollar tareas de manera
independiente, hacer sus propias elecciones, tomar sus decisiones y responsabilizarse
de las consecuencias de las mismas. Es una capacidad básica imprescindible para que en el día de mañana nuestros
hijos e hijas sean responsables, puedan conseguir todo aquello que se propongan
y sean mucho más felices. Hay que fomentarla en todos los aspectos de la vida
de nuestros hijos: en los hábitos, el ocio, las relaciones sociales, las tareas
académicas o del hogar, etc.
Un niño autónomo es capaz de realizar por
sí mismo aquellas tareas y actividades propias de los niños de su
edad y de su entorno socio cultural. No necesitará la ayuda constante de un
adulto y se sentirá capaz de probar sin miedo a tropezar. Los niños con buena autonomía tendrán una buena autoestima, mantendrán
relaciones positivas con las personas de su entorno y no mostrarán dificultades
para respetar los límites y las normas. No se dejarán influir por otras
personas y serán amantes de los retos.
En cambio, los niños o niñas con poca
autonomía se mostrarán muy dependientes
de los adultos, tendrán poca tolerancia a la frustración y se mostrarán
inseguros y miedosos. Presentarán muchas dificultades para hacer frente al error, para gestionar correctamente
las emociones y mostrarse optimistas. Sentirán que la culpa que las cosas no
les vayan bien será siempre de los otros y tendrán muchos sentimientos de
injusticia.
Para fomentar la autonomía de nuestros
pequeños deberemos regalarles aprendizajes
desde la experiencia y poner el acento en las actitudes constructivas que
les animen a hacer las cosas sin apoyo. Debemos conseguir que se sientan respetados,
escuchados y queridos creando rutinas que les den seguridad y estableciendo
límites que les protejan y cubran sus necesidades.
Un buen desarrollo de su autonomía aumentará en nuestros hijos la
motivación por aprender, la empatía y la valentía. Les ayudará a ganar
madurez y a construir un buen autoconcepto.
¿Cómo
podemos fomentar la autonomía de nuestros hijos?
1. Decidiendo qué aspectos de su autonomía queremos trabajar en cada
momento teniendo muy presente la edad de nuestros pequeños. Los iremos
introduciendo, progresivamente, teniendo en cuenta la complicidad de las
tareas.
2.
Ofreciendo
a nuestros hijos el tiempo y el espacio
necesario para aprender a hacer las cosas sin que se sientan presionados y
sin exigir un perfeccionismo.Valorando el esfuerzo independientemente de los
resultados que consigan, elogiando los aciertos y evitando las alabanzas
exageradas.
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