Nadie debería cumplir años sin sentir que ha alcanzado muchos de sus sueños, sin ser capaz de mirarse al espejo y regalarse una sonrisa, sin saber que tiene cosas que le hacen especial.
Nadie debería hacerse mayor sin aceptar sus defectos, sin admitir sus errores, sin estar convencido que merece todo lo bueno que le pasa.
Nadie debería soplar las velas de su pastel sin sentir que es un buen ejemplo para los que le rodean, sin agradecer todo lo bueno que tiene, sin tener la certeza que pelea por cada uno de sus retos.
Nadie debería crecer sin creer en los imposibles, sin sentirse arropado por los suyos, sin que alguien le diga te quiero a diario.
Nadie debería hacerse mayor sin aceptar sus defectos, sin admitir sus errores, sin estar convencido que merece todo lo bueno que le pasa.
Nadie debería soplar las velas de su pastel sin sentir que es un buen ejemplo para los que le rodean, sin agradecer todo lo bueno que tiene, sin tener la certeza que pelea por cada uno de sus retos.
Nadie debería crecer sin creer en los imposibles, sin sentirse arropado por los suyos, sin que alguien le diga te quiero a diario.
Vivimos a medio gas, los años se nos escapan torpemente. Divagamos por no tomar decisiones honestas, por no creer en nuestro talento, por no escuchar nuestra intuición. Optados por sentirnos cómodos entre nuestros pretextos, miedos o rodeos. Posponemos nuestros deseos por creer que nunca es el momento adecuado, por sentirnos pequeños, por no estar dispuestos a apostar a fuego.
A menudo dependemos de la aprobación de los otros para creer que podemos hacerlo, son ellos quien marcan las reglas de nuestro juego. Pedimos deseos a las estrellas fugaces en vez de tener la valentía de crearlos, agachamos la cabeza cada vez que las piezas de nuestro engranaje empiezan a tambalearse.
A menudo dependemos de la aprobación de los otros para creer que podemos hacerlo, son ellos quien marcan las reglas de nuestro juego. Pedimos deseos a las estrellas fugaces en vez de tener la valentía de crearlos, agachamos la cabeza cada vez que las piezas de nuestro engranaje empiezan a tambalearse.
Ojalá nos enseñasen desde pequeños que la vida tiene fecha de CADUCIDAD, que pasamos por ella pero no vamos a ser eternos. Seguramente muchos de nuestros ridículos complejos desaparecerían, nuestras falsas promesas no saldrían de nuestros labios. Dejaríamos de guardamos caricias, te quieros, por qués.
Por suerte cumplir años te hace replantear caminos y te obliga a no dejar pasar ningún tren. Ver cerca las orejas al lobo te sacude bien fuerte y te enseña la necesidad de que cabeza y corazón se alineen.
El paso de los años te hace ser más honrado con tus sentimientos, te exige empezar a sobresalir de tu propia vida. Te enseña a jugar con las señales, a estar con plenitud, a creer en los por qué no. A hacer eso que más te asusta, a tener el valor de buscar lo que de verdad te importa, a escuchar con mimo tu voz interior. A ser responsable de cada decisión, a decir NO con mayúsculas, a exponerte sin reservas.
Lo mejor de cumplir años es ya que no confundes el SER con el TENER.
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