dissabte, 9 de juny del 2018

SENTIR SIN CONDICIÓN

No nos han educado para expresar lo que nos preocupa, asusta o incomoda. A identificar lo que nos atormenta o desconcierta. A saber qué hacer con lo que nos pasa, a descodificar lo que nos remueve, a entender el carrusel de nuestras emociones.

Nos han enseñado a enmascarar nuestros sentimientos, a esconder todo lo que nos inquieta, a maquillar nuestra tristeza porque no está de moda hablar de ella. Han dedicado poco tiempo a entrenar nuestra alegría, nuestras ilusiones, nuestra estima.

Disfrazamos nuestros miedos o deseos, magnificamos emociones absurdas, relegamos las emociones que de verdad importan. Desciframos de forma incorrecta nuestro mundo interior, simulamos controlar los entresijos de nuestras entrañas. Dejamos que nos cuestionen por pavor a que nos hagan daño, descuidamos nuestras necesidades, silenciamos nuestro corazón.

Creamos corazas, aparentamos justo lo contrario de lo que somos, nos engullen los deseos ajenos. Intentamos gustar siempre, atacamos por sentirnos débiles. Intentamos racionalizarlo todo, consumimos fugazmente emociones, nos emocionamos mucho pero no sabemos sentir.

Adoptamos comportamientos que nos alejan de entender lo que nos corre por dentro, desconfiamos de las muestras de cariño, sentimos inducidos por los demás. Aparentamos lo contrario de lo que sentimos, pensamos demasiado y mal, vivimos en un auténtico caos emocional. 

Nadie nos ha enseñado a ver en la derrota, el sufrimiento o la pérdida una nueva oportunidad. A leer
los momentos complicados, a saber disfrutar de lo bueno. 

Nos empeñamos a aprender muchos idiomas olvidando el más importante, el del corazón. El lenguaje del sentir, de la emoción. Buscamos en sitios equivocados lo que dicta nuestro corazón olvidando que la respuesta está justo en aquello que nos hace latir por dentro.

Ojalá aprendiésemos a sentir sin peros ni pros, a creer en el poder de las emociones. Esas que definen quienes somos, nuestra forma de mirar el mundo, nuestra forma de exprimir todo aquello que nos pasa.

De ellas dependen nuestros éxitos o fracasos, nuestros intentos o postergas, nuestra iniciativa o pasividad. Emociones que se convierten en las  protagonistas de nuestras decisiones,  que condicionan nuestra forma de mirar la vida, de construir nuestros proyectos.

Aprendamos a entender que a veces las cosas duelen, que lo que nos agita es lo que al final nos va a liberar. Aceptemos lo que sentimos, decidamos lo que sí queremos, empaticemos con todo aquello que nos rodea. Miremos con optimismo, valoremos lo que ya tenemos, equilibremos nuestras emociones para que alienten nuestra perseverancia, para que motiven nuestras metas, para que nos comprometan con nuestros deseos.

Aceptemos que los demás no siempre sienten igual que nosotros, optimicemos nuestra alegría, nuestra ira, nuestra euforia. Dejemos que las emociones nos transformen, escuchemos nuestro alma con ganas de entenderla, creamos en nuestra intuición.

Identifiquemos nuestras emociones, conectemos con ellas, regulémoslas con inteligencia, integrémoslas en nuestro día a día. Emocionémonos, lloremos de alegría y pena, riamos sin condición. Hagámonos responsables de todo lo que sintamos, atendamos únicamente lo que es realmente importante, expresemos nuestra emoción sin filtros.

Conocerse a sí mismo es el principio de toda sabiduría.

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