En el momento en el que decidimos que queremos ser padres, de forma inconsciente, empezamos a elaborar grandes expectativas hacia ese bebé que deseamos. Hacerlo es inevitable, pero el problema surge cuando ese hijo o hija, al nacer, no cumple con todo aquello que habíamos imaginado. A lo largo de los nueve meses de gestación, o incluso antes de saber que esperamos un bebé, conjeturamos cómo nos gustaría que fuese físicamente, qué tipo de personalidad, destrezas o capacidades debería tener e incluso fantaseamos sobre la profesión que ambicionamos que elija cuando sea mayor.
Pero en muchas ocasiones ese hijo no cumple con las expectativas que los padres y madres se habían creado. Reconocer que es mucho más tímido, movido, impulsivo o bajito de lo que se desea genera mucha frustración y a los progenitores les hace sentir un gran vacío en su interior.
Las expectativas que los progenitores tienen y proyectan hacia el menor da una falsa sensación de seguridad sobre lo que sucederá. Unas ideas poco realistas, a menudo repletas de miedos o anhelos propios, que llenan a los padres de ansiedad, frustración y decepción y a los hijos, de impotencia, miedo y soledad.
Unos pensamientos que acaban modulando incorrectamente la identidad y el conocimiento del niño, y que entorpecen gravemente en su desarrollo. Los niños merecen y necesitan que sus adultos de referencia puedan esperar grandes cosas de ellos, pero sin sentirse presionados o evaluados constantemente. No son una extensión de sus padres, sino personas independientes con derecho a comportarse y a vivir la vida que deseen.
El problema surge cuando las ideas preconcebidas del adulto estrechan el camino y limitan el margen del niño, anteponiendo las necesidades y pretensiones del progenitor por delante del respeto a la personalidad y la libertad. Un niño debe sentir que sus adultos de referencia le aceptan tal y como es, sin peros ni pros. Que le ayudan a identificar sus fortalezas y mejorar sus necesidades y debilidades sin descalificarle o llenarle de etiquetas. Que no juzgan sus errores cuando se equivoca, sino que le ofrecen todo el apoyo que necesita. Que validan sus emociones y le ayudan a tomar decisiones adecuadas.En cambio, si el niño siente que las expectativas que establecen sobre él son positivas y acertadas tendrá autoconfianza o mostrará motivación por obtener buenos resultados. Se sentirá aceptado y libre para probar todo aquello que desee.
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