Sònia

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dijous, 6 d’octubre del 2022

PELEAS ENTRE HERMANOS

Si hay una cosa que a las familias les pone muy nerviosas es que sus hijos no paren de pelearse entre ellos, que constantemente estén buscando motivos para molestarse. Cualquier motivo es bueno para iniciar una discusión: elegir la serie que quieren ver, querer siempre el juguete que tiene el otro o decidir a quién le toca recoger la mesa después de cenar. Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños discutían por todo y a todas horas y eso me hacía perder en muchas ocasiones la paciencia con ellos. Su rivalidad les llevaba a reñir por cosas insignificantes, como ser los primeros en salir del coche o por la cantidad de agua que tenían sus vasos.
La falta de rutinas, el aburrimiento o el cansancio facilitan que aparezcan estos encontronazos entre hermanos. Pequeñas rencillas que llenan los hogares de mal humor, crean un ambiente crispado y hacen a padres y madres estar todo el día mediando entre ellos.
El primer paso para conseguir que estos conflictos vayan desapareciendo en casa es saber que estas conductas son totalmente normales, naturales y necesarias en el desarrollo de los niños. Que son parte imprescindible del proceso socializador y se producen por muchos motivos diferentes: por la necesidad de delimitar el espacio, llamar la atención del adulto, sentir celos, mostrar preferencias o por la falta de habilidades para gestionar correctamente emociones como la frustración, la rabia o el enfado.
Estas peleas favorecen el crecimiento personal, social y emocional de los menores. Desarrollan las competencias lingüísticas, de liderazgo y negociación. Potencian la autonomía y el autocontrol y, a través de ellas, los más pequeños aprenden a dialogar, ceder, pedir disculpas, analizar situaciones y tomar decisiones.

Las familias, a menudo, muestran dificultades para acompañar estas desavenencias desde la calma y la neutralidad y, de forma inconsciente, provocan discusiones entre sus hijos, haciéndoles competir entre ellos, comparándoles a la hora de hacer una tarea o de obtener resultados académicos o reprimiendo o corrigiendo únicamente al hermano más mayor otorgándole una responsabilidad para la que aún no está preparado.

Los hermanos no se pueden llevar bien siempre, es imposible, pero sí que deben intentar tener una buena relación. Dicen que quien tiene un hermano tiene un tesoro, así que se debe procurar conseguir que desde pequeños puedan convertirse en grandes confidentes, en los mejores compañeros de viaje, compartiendo experiencias y ayudándose siempre que lo necesiten. Que ahora se pelen no significa que no se quieran, tengan un mal vínculo afectivo o no vayan a llevarse bien nunca.

5 ERRORES QUE NOS IMPIDEN ENTENDER LA ADOLESCENCIA

Si algo caracteriza la etapa de la adolescencia son las constantes desavenencias que se encadenan entre padres e hijos. Los estudios, la ropa el orden o la hora de volver a casa generan conflictos a diario en casa que acaban a menudo entre gritos y reproches.

 Que complicado es acompañar a nuestros hijos en este período evolutivo tan convulso desde la calma y la comprensión. Entenderles cuando se muestran tan desafiantes y rebeldes, cuando les cuesta cumplir con sus responsabilidades y respetar los límites que hasta ahora tan bien nos habían funcionado.

Dar respuesta a sus nuevas necesidades aceptando que hayan crecido casi sin darnos cuenta y ahora nos necesiten de forma muy diferente. Ser pacientes cuando no aceptan sus errores o no saben hacer frente a la frustración. Cuando reclaman con insolencia su espacio y libertad e ignoran nuestros consejos o cuestionan nuestras decisiones.

Durante la adolescencia nuestros hijos mostrarán muchas dificultades para controlar su impulsividad, modular correctamente sus emociones y hacer frente a los numerosos cambios físicos, psicológicos, cognitivos, emocionales y sociales que experimentan. Es una etapa de transformación y reafirmación que les hará actuar a menudo de una forma desajustada y sentir entre extremos.

Unos años de sana desobediencia, de búsqueda de nuevos desafíos donde el grupo de iguales ocupará un lugar esencial y nosotros quedaremos relegados a un segundo plano. Nuestros adolescentes empezarán a pensar, decidir y actuar a su manera y mirar la vida de forma muy diferente sin tener la necesidad de tener nuestra aprobación.

 Pero es en esta etapa tan complicada cuando nuestros hijos más que nunca necesitarán que les mostremos nuestra mejor versión. Que sigamos siendo el refugio donde acudir cuando todo se tambalea, sentir que les queremos tal y como son y les apoyamos sin condición. Que les seguimos regalando a diario nuestras muestras de cariño que tanta seguridad les aporta.

Que consensuemos normas y flexibilicemos límites y les ayudemos a descifrar el volcán de sentimientos por el que transitan potenciando un lenguaje positivo y utilizando una mirada llena de reconocimiento y amor.

A un adolescente se le educa con grandes dosis de serenidad y empatía. Entendiendo lo difícil que es para ellos hacerse mayor y vivir en una sociedad tan cambiante como la nuestra. Comprendiendo y aceptando que la adolescencia es una etapa tan emocionante como caótica.

A su lado necesitan adultos pacientes que les escuchan sin cuestionarlos y cumplan con sus promesas. Que acompañen con grandes dosis de amor los momentos donde se sientan más vulnerables. Que les enseñen que los problemas se dialogan con respeto y las frustraciones se acompañan sin juicios de valor.

Nuestros adolescentes necesitan sentir que conectamos con ellos emocionalmente y les acompañamos sin dramatismos y con grandes dosis de sentido común y del humor.

¿Qué errores nos impiden conectar con nuestros hijos adolescentes?

1. Creer que ya no nos necesitan cerca. Nuestros hijos siguen necesitando que  estemos presentes y disponibles aunque no nos lo demuestren, que mostremos interés por todo aquello que les pasa, ilusiona o preocupa. Que nos convirtamos en un modelo estable, seguro y coherente para ellos.

2. No estableciendo unos límites y normas claras y consensuadas. Si no establecemos acuerdos nuestros hijos mostrarán muchas dificultades para entender el mundo tan cambiante que les rodea y no podremos ser coherentes en nuestra educación. Los límites bien establecidos nos ayudarán a mejorar el vínculo con ellos y potenciarán su autonomía y responsabilidad.

3. Esperar que sean capaces de mantener el control de sus impulsos y emociones. Si algo caracteriza este período de desarrollo es la dificultad que muestran los adolescentes para modular correctamente todo aquello que sienten. Necesitan sentir que validamos sus emociones, les ayudemos a identificarlas y les mostramos la manera de darles respuesta.

4. Pensar que ya no necesitan nuestras muestras de cariño como cuando eran pequeños. Aunque hayan crecido tanto siguen necesitando a diario nuestros abrazos, besos, miradas cómplices y nuestras palabras que les alienten. Unas muestras de afecto que les reconfortarán y les darán mucha seguridad. Nuestro calor y comprensión serán básicos para su crecimiento y la formación de una buena autoestima.

5. No respetar su necesidad de intimidad y soledad, sus ritmos para aprender, sus necesidades o opiniones pretendiendo que piensen o actúen como nosotros. Nuestros hijos precisan espacio para crecer, para encontrar su lugar en el mundo y crear un nuevo autoconcepto. Por eso debemos regalarles la libertad que necesitan para crecer y potenciar el desarrollo de su espíritu crítico, la toma de sus propias decisiones y asunción de las consecuencias.

Aprendamos a mirar la adolescencia de forma positiva, que sea una etapa difícil de acompañar no significa que no pueda ser maravillosa. Miremos a nuestros adolescentes con ganas de entenderlos, de acompañarlos con dulzura y entendiendo que necesitan desafiarnos y ser rebeldes para poder crecer. Regalémosles nuestro amor incondicional y facilitémosles que emprendan su vuelo hacia la edad adulta sintiéndose queridos y aceptados.