Sònia

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dilluns, 13 de juny del 2016

DIME LO QUE SIENTES

- A veces no se muy bien lo que siento. ¿A ti también te pasa mamá?

- Claro que me pasa.

- Cómo me gustaría poder controlar todo lo que se me mueve en mi interior.

- Yo creo que la vida perdería gran parte de su gracia.

- ¿A caso te gusta estar triste?

- No, pero si no lo estuviese nunca no sería capaz de valorar  cuando me siento inmensamente feliz.

Prestamos poco interés a nuestras emociones cuando en realidad somos un revoltijo de ellas. Emociones que son capaces de hacernos sentir que tocamos el cielo con las puntas de los dedos o que nos trasladan al mismísimo infierno. Las emociones están presentes en todas las actividades de nuestra vida, nos acompañan a diario para condimentar todo lo que nos ocurre. Son las únicas que nos permiten tomar decisiones desde el corazón, aquellas que nos agitan, nos conducen y hacen sacar lo mejor y lo peor. Aquellas que contienen el poder del amor, de la pasión, del compromiso o el sufrimiento. Las encargadas de llevarnos con determinación a nuestras metas o provocar que abandonemos nuestros sueños ante la primera piedra en el camino.

Las positivas nos reconfortan, nos colman de esperanza, nos animan a seguir. Las negativas nos llenan de dudas, incertidumbre y excusas, nos limitan a no salir de la zona de confort.

De pequeños nos enseñan a hacer o saber pero no a sentir. Poco tiempo en la educación dedicado a escuchar lo que nos recorre por dentro, para aprender a encontrarnos con uno mismo sin juicios o miedos. Escasos instantes dedicados a aprender a hallarnos, sentirnos, para vivir con la máxima consciencia. Los contenidos y procedimientos colman los aprendizajes relevando a segundo plano la educación de la emoción.

La educación emocional debería convertirse en el centro vertebrador de nuestra enseñanza, una educación integral que forme personas emocionalmente inteligentes y de sentido completo al aprendizaje. Una formación que debería ir mucho más allá de ponerle nombre a lo que sentimos y buscar estrategias para regularlo.

Debería convertirse en un aprendizaje centrado en poner en comunión la mente y el sentimiento, en equilibrio el corazón y la cabeza. Que  consiguiese que nos sintamos bien con nosotros mismos y con la relación con los demás, que nos enseñe a gestionar cada una de nuestras emociones, nos ayude a entenderlas, darles sentido y transformarlas las veces que sea necesario. 

Conocer nuestras propias emociones y controlarlas es la base para empezar a construir, para aprender a focalizar nuestra energía en aquello que nos haga realmente feliz, para construir un buen autoconcepto. Aprender a visualizar lo que deseamos, a identificar las necesidades de los demás, a respetar que los otros se emocionen de forma diferente, a realizar autocrítica con el objetivo de mejorar.

Enseñemos a nuestros pequeños a mostrarse asertivos, a guiarse por la sensatez, a ser capaces de leer las diferentes tonalidades que nos regala la vida a diario. Entrenémosles a regular impulsos, a reflexionar antes de actuar, a expresar lo que sienten sin miedo al ridículo, a cuestionarse el por qué de las cosas.

Motivémosles a investigar límites, a no parar de hacerse preguntas, a escuchar con ganas de comprender, a solucionar problemas buscando siempre la solución más justa, a indagar en las miradas, a escuchar de forma activa.

Los niños inteligentes emocionalmente dominarán las habilidades sociales necesarias para desarrollar la empatía, para leer emociones, para entender el comportamiento de los demás. Serán niños autónomos, autodisciplinados y capaces de practicar la resiliencia, de legitimar emociones y vivir con ellas de la mano, de aceptar la frustración o la decepción.

Hijo vive cada una de tus emociones a máxima intensidad.

Una ideal forma de explorar más de 40 emociones es dejarse llevar por las páginas de El arte de emocionarte un fabuloso que nos propone realizar un magnífico viaje el apasionante mundo las emociones a través de magníficas ilustraciones que nos invitan a dejar fluir.

diumenge, 15 de novembre del 2015

EL PODER DE LAS PALABRAS

- Mamá, ¿cuántas palabras sabes?

- No sabría decirte, hablando cuatro idiomas muchas.

- ¿Y cuál es tu preferida?

- Me lo vuelves a poner difícil, no sabría cuál elegir.

- A mí las que más me gustan son papá, mamá y Xavier.

- ¿Por qué?

- Porqué sólo pronunciarlas me hacen sonreír. Pienso en vosotros y me siento feliz.

- Recuerdo aún lo que nos costó a papá y a mí elegir vuestros nombres. A veces una sola palabra puede representar mil y una emoción, ¿no crees?

Ojalá en la escuela existiese una asignatura dedicada exclusivamente a las palabras, sin gramática, ortografía o sintaxis. Una materia con el único objetivo de doctorar a nuestros pequeños en el arte de palabrear. Una formación basada en enseñar la magia de los vocablos con el propósito de convertirlos en ilusionistas que llenan sus diálogos de palabras rebosantes de hechizo como el "te quiero" susurrado al oído en una noche de verano o el  "lo siento" cuando hemos cometido un error. Palabras que sanen a quien queremos, que provoquen a los que creen que no pueden más o reconforten cuando todo se vea gris.

Creo en el poder de las palabras y en el efecto que éstas ejercen sobre los demás, en la musicalidad que producen con efecto sanador, en las cosas fascinantes que pueden llegar lograr. Me gustaría convertirme en un gurú de la locuacidad, en una experta en palabras que mimen, alienten, fortalezcan o llenen ilusión. Un perito en palabras que huyen de las interferencias, los malos entendidos o el doble sentido. Una apoderada del uso del diccionario encargada de suprimir las palabras llenas de fraude, lascivia o falsedad que sólo logran dañar o congelar aquello que nos crea inquietud.

Desearía llenar mis discursos de palabras sencillas y humildes, rebosantes de coherencia y autenticidad entre el hacer y el sentir, el pensar y el ejecutar, entre mis valores y mi forma de actuar. Ansío que mis palabras sean capaces de crear intensidad, riesgo y asombro, que encorajen a los míos a no dejar de andar, que sugieran nuevas rutas que investigar, que dejen huella, creen soluciones y ayuden a mejorar. Que inventen nuevas historias, preguntas por contestar, que motiven a probar sin miedo a errar, a seguir sin mirar a atrás, que ericen la piel. Palabras que ayuden a parar para escuchar, que hagan sentir grande, que recuerden a los míos que son más valientes de lo que creen.

Llenemos el diccionario de palabras entusiastas, felices y cariñosas que orienten a movernos en la mejor dirección, que recuerden que el momento es aquí y ahora, que rebosen pasión y ayuden a sumar. Que sean claras y directas facilitándonos progresar, que contagien de deseo de saber y experimentar, que provoquen reacciones, que nos contagien de magia y emoción, que nos ayuden a reescribir una y mil veces nuestro guión.

Tachemos aquellas palabras herméticas que nos llenan de indiferencia, odio y amargura. Aquellas repletas de estigmas, prejuicios o dudas que nos hacen detener. Las que enjaulan y mutilan nuestros sueños, las insulsas que aburren y provocan pereza, aquellas que nos sacan de nuestras casillas y pueden hacernos enloquecer.

Condenémoslas al desuso, eliminemos los vocablos que nos hacen pequeños, nos paralizan o condicionan, nos abarrotan de rabia, ansia o dolor. No demos tregua a los tópicos, transformemos sus letras en las que calman y sosiegan, dan confianza y contagian ingravidez. Aquellas que rompen distancias, eliminan barreras, crean acción, rompen estructuras, buscan soluciones e invitan a desafíos. Palabras que te recuerdan que posees alas, que nos zarandean para hacernos reanudar, nos recuerdan que rompamos los límites, nos acercan al éxito, nos hacen sentir poderosos y nos ayudan a tomar distancia cuando parece que todo se vaya a derrumbar.

Palabras que interesen a los que escuchen, que eliminen la ignorancia, sin reproches ni ironía, que tracen puentes y rompan muros, que iluminen sin temor todo lo que queda por hacer. Palabras llenas de detalles, consuelo, mimos y arrumacos, que colmen de intención.

Ojalá mis palabras sean capaces de activar emociones, que regulen y protejan a todos los que tengo a mi alrededor.