Sònia

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dimarts, 18 d’abril del 2023

El Privilegio de Vivir con un Adolescente, mi libro ya a la venta

 Mi primer libro sobre ADOLESCENCIA ya puede encontrarse en todas las librerías y Amazon.

Quien convive con un adolescente es consciente de lo complicado que resulta acompañar esta etapa educativa desde la calma y la comprensión. Un período evolutivo lleno de cambios físicos, psicológicos, cognitivos, emocionales y sociales que provocan en el adolescente gran confusión e inestabilidad y le hacen actuar de una forma desajustada e impredecible.

La adolescencia es una etapa maravillosa a la vez que convulsa repleta de retos para padres e hijos. Para el adolescente, supone abandonar la etapa de la infancia, llena de privilegios y pocas responsabilidades, para ir acercándose a la vida adulta en una sociedad que va demasiado deprisa y en muchas ocasiones no tiene en cuenta sus necesidades.

Para las familias, llega el momento de aceptar que su hijo o hija está iniciando un nuevo despertar a la vida, está construyendo una nueva personalidad y necesita libertad y autonomía para empezar a volar del nido. Un adolescente que precisa sentir que sus padres están presentes y disponibles, que conectan con él emocionalmente y le acompañan sin dramatismos y grandes dosis de sentido común y del humor.

Para un padre o una madre no es nada fácil aceptar que ahora su hijo le necesite de forma tan diferente. Que exija la intimidad que tanto necesita para construir su nueva identidad y muestre poco interés por compartir todo aquello que le ilusiona o preocupa como cuando era pequeño. Además, es muy complicado comprender por qué ese adolescente se muestra tan irreverente, irascible y le cuesta tanto escuchar las opiniones y los consejos de los adultos que le acompañan.

A menudo, los hogares con adolescentes se llenan de riñas constantes, de conversaciones llenas de reproches y de amenazas sin sentido. De límites no cumplidos y castigos sin sentido. Unas discusiones que únicamente consiguen llenarnos de culpabilidad, preocupación e impotencia y que rompen el vínculo entre padres e hijos.

“El privilegio de vivir con un adolescente” es un libro dirigido a familias y docentes que pretende ayudar a mirar esta etapa desde un prisma muy diferente, eliminando todos los prejuicios que existen en nuestra sociedad ante esta etapa educativa.  Un libro muy práctico y didáctico que pretende regalar muchas estrategias para poder educar al adolescente desde el afecto, la empatía y el respeto, pilares de la educación positiva.

Un manual que trata temas tan importantes como la comunicación, la resolución de conflictos, la gestión de emociones, el establecimiento de límites, la formación de la autoestima o el uso del móvil y las redes sociales. Que propone ejercicios que ayudaran a las familias a consensuar normas y límites, a conversar desde la serenidad y a entender todo aquello que experimenta su hijo o hija adolescente.

El libro tiene como objetivo ayudar a padres y docentes a dar respuesta a las nuevas necesidades del adolescente desde la comprensión y el amor incondicional. Enseñar como acompañarlo cuando muestra tantas dificultades para hacer frente a la frustración, reconocer sus errores y mostrarse reflexivo. Cuando no sabe modular correctamente las emociones, falta el respeto o reclama su espacio con mucha insolencia e indiferencia.

Un libro que nos remarca la importancia que tiene que el adulto siga siendo el pilar donde el adolescente pueda apoyarse cuando su mundo se tambalea, cuando las cosas no le salen como él espera, cuando se siente perdido y muerto de miedo. Ese refugio al cual siempre pueda ir para sentir el afecto y la aprobación que tanto necesita sin sentirse cuestionado o etiquetado.

“El privilegio de vivir con un adolescente” pretende potenciar la reflexión y hacer consciente a su lector que el adolescente necesita a su lado un adulto paciente que entienda lo que le sucede, que atienda sus demandas, que le escuche sin cuestionarlo. Que acompañe con afecto los momentos en lo que se siente más ansioso, triste o lleno de incertidumbre.

Un adulto que le muestre su mejor versión y le sostenga cuando se sienta vulnerable o desbordado, que le permita ser tal y como es sin sobreprotegerle o exigirle cosas para las que aún no está preparado. Que le muestre la manera de descifrar el torbellino de sentimientos que experimenta, que le diga a diario que sigue estando a su lado sin condición, que le regale muestras de cariño.



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Claves para que los niños no mientan: si no quieres que lo hagan, no lo hagas tú

 Si había algo que preocupaba e impacientaba enormemente a mis padres era que les dijese una mentira. Les molestaba mucho descubrir que no les había dicho la verdad. Yo era capaz de inventar historias sin mucho sentido para evitar que se enfadasen conmigo o culpabilizar a mis hermanas para que no me riñeran. A menudo con mis embustes intentaba evitar las consecuencias que sabía que iba a tener por no haber sido responsable con mis tareas o haber obrado correctamente. 

Mi padre siempre me decía que era fácil averiguar si estaba mintiendo porque se me ponían los mofletes rojos y no era capaz de mirarle a los ojos. Esos engaños inocentes creaban una situación muy incómoda y desagradable en casa, minando seriamente la confianza que tenían en mí y creando un clima muy tenso.

Todos los niños mienten en alguna ocasión. Esta capacidad no es innata, sino que se va aprendiendo con el paso del tiempo. Los expertos marcan los siete años como la edad de inicio de los embustes intencionados y utilizados como una herramienta con la cual se pretende obtener algún beneficio. Esto no quiere decir que antes de esa edad un niño no pueda mentir, pero lo hará de forma inconsciente y a causa de su dificultad para diferenciar aún correctamente la fantasía de la realidad.

Numerosas investigaciones psicoeducativas coinciden en afirmar que las mentiras son parte natural del proceso comunicativo y del desarrollo cognitivo, emocional y social del menor. A través de ellas, los niños exploran los límites y aprenden a vivir en una sociedad que, a menudo, es exigente con ellos y cambia a mucha velocidad. 

En la adolescencia, estos embustes habitualmente tienen que ver con la búsqueda y la necesidad de libertad e independencia o con el miedo a defraudar o a ser juzgados.

Un niño puede mentir por diferentes motivos: con la intención de llamar la atención de los adultos que le acompañan, para poder hacer frente a la frustración, para evitar las consecuencias de una conducta inapropiada o para eludir responsabilidades son algunas de ellas. También puede faltar a la verdad para sentirse superior a sus iguales, para complacer a alguien al que no quiere decepcionar, para ganar la aprobación de las personas que le quieren o por el exceso de exigencia que un adulto ejerce sobre él.

No es difícil que una familia se dé cuenta de que su hijo está mintiendo. Cuando un niño engaña se suele mostrar ansioso, inseguro, su expresión corporal suele ser tensa y en sus explicaciones suelen aparecer contradicciones y datos inconexos. 

En el caso de que mienta de forma recurrente, los padres deberán investigar el motivo que provoca esa conducta. Podría tratarse de un caso de baja autoestima o debido a la mala gestión de emociones, como el miedo o la inseguridad. También podría utilizar las mentiras para ocultar otras cosas que le estén sucediendo y que están impidiendo un comportamiento natural.

Seguir leyendo: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2023-03-04/claves-para-que-los-ninos-no-mientan-si-no-quieres-que-lo-hagan-no-lo-hagas-tu.html



Cuatro claves para que la maternidad o la paternidad no te supere

Hay días en los que la paternidad o la maternidad superan. Se vuelve antipática y se transforma en una bola de nieve incómoda que no para de crecer y pesar. Momentos en los que muchos progenitores se desesperan porque se sienten incapaces de educar desde la calma, la serenidad y la empatía. Una profesión compleja que agota, desespera y, en muchas ocasiones, incita a que se muestre la peor versión de uno mismo, normalizando en el día a día el mal humor, el cansancio extremo o el uso de los gritos y las malas respuestas. Los castigos sin sentido, las amenazas y los reproches que tanto dañan la autoestima de los hijos.

La paternidad y maternidad es una de las experiencias más intensas de la vida, en todos los sentidos. Si existe un oficio difícil de ejercer en nuestra sociedad es el de ser papá o mamá; el único del mundo en el que primero te otorgan el título y luego debes cursar una larga carrera de fondo entre tropiezos y miles de aprendizajes. Una labor que reta a diario y te saca de tu zona de confort.

A menudo, los anuncios, las redes sociales o el cine nos han vendido una imagen de la maternidad y paternidad que nada tiene que ver con la realidad. Acompañar, cuidar y educar a un niño es una tarea ardua repleta de contratiempos. Los progenitores actuales tienen poco tiempo para educar a sus hijos desde la reflexión y la tranquilidad. Viven precipitadamente, entrelazando tareas, con muchas dificultades para conciliar la vida personal y laboral. Esto les hace a menudo educar desde la impaciencia, solucionando los obstáculos que les surgen a diario con prisa, intentando buscar soluciones rápidas sin pensar demasiado si son coherentes o no. Qué fácil es cuando todo va bien y los hijos cumplen las normas, se muestran cariñosos y responsables con sus tareas. Pero cuando tienen rabietas o se saltan los límites la cosa se complica enormemente.

Aunque resulte complicado, los progenitores deberían poder vivir la maternidad o paternidad desde un prisma mucho más positivo. Como un camino repleto de primeras veces, donde los objetivos se logran a largo plazo con grandes dosis de serenidad y confianza. Eliminando los miedos y el sentimiento de culpabilidad que, a menudo, les acompañan. Un trayecto en el que no existen atajos o fórmulas mágicas que les aseguren el éxito, pero sí ingredientes que combinados en la medida justa pueden facilitar mucho la tarea de educar.

Los niños no precisan tener padres perfectos porque ellos tampoco lo son. Los progenitores lo hacen lo mejor que pueden o saben en cada momento, con base en sus creencias, valores y experiencias. Lo que un menor sí necesita es sentir que sus padres le observan con cariño, se preocupan por él y le quieren tal y como es sin excusas ni condiciones. Que le educan y le acompañan desde la conexión y el ejemplo sin tener que recurrir siempre al enfado, el grito o la amenaza. Que conectan con sus necesidades sin cuestionar sus emociones, intentan dar respuesta a sus necesidades y le ponen límites que le protegen. Porque lo más importante a la hora de educar a los hijos es estar presente y disponible en su vida, acompañándoles con empatía y compartiendo sus retos. Ofreciéndoles el tiempo y el apego que necesitan para aprender sin temor a equivocarse.

Para poder disfrutar de la maternidad y paternidad los progenitores no deberían olvidar cuatro cosas básicas:

Que hay muchas maneras de sentir y llevar a cabo el oficio de educar y un millón de fórmulas diferentes de ser una buena madre o un buen padre. Cada persona debe encontrar el estilo educativo con el que se siente más identificado y seguro, asegurándose siempre que se basa en el amor incondicional, el afecto y el respeto.

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