Sònia

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dimarts, 21 de desembre del 2021

Disciplina positiva: estos son los cuatro motivos por los que no debes castigar ni gritar a tu hijo

“Castigado sin ver la tele”.

“Castigado sin el móvil o los videojuegos”. 

“Castigado sin jugar”. 

“Castigado en tu habitación”. 

“Castigado sin quedar o salir con tus amigos”.

“Castigado sin…”.

Hay días que nos vemos incapaces de acompañar a nuestros hijos desde la calma y nos instalamos en una absurda avalancha de gritos y amenazas. Jornadas repletas de reproches, de conversaciones fuera de tono, de silencios incómodos y lloros incontrolables.

Situaciones que provocan que perdamos los nervios, sancionemos sin sentido y creemos en casa un ambiente de desconexión o tensión y desconfianza. Donde es imposible solucionar los conflictos desde la empatía y buscar soluciones que satisfagan a ambas partes.


El ritmo acelerado en el que vivimos, las dificultades que tenemos para conciliar trabajo y familia, el cansancio extremo que arrastramos, las miles de tareas por hacer se convierten en el gran enemigo de la educación respetuosa. 


La vorágine de obligaciones a las que debemos hacer frente en nuestro día a día nos llevan a educar des la impaciencia, la reactividad y a utilizar el castigo como única alternativa para que nuestros pequeños nos hagan caso.



Una herramienta educativa carente de contenido pedagógico que únicamente busca sancionar o reprimir el comportamiento de nuestros hijos. Unos castigos que surgen desde el enfado, la ira y la desesperación cuando somos incapaces de interpretar el comportamiento de nuestros pequeños y dar respuesta a todo aquello que necesitan.


Los castigos son actos putativos que carecen de significado y aprendizaje. Los usamos cuando no realizamos una buena canalización de nuestras propias emociones o cuando entramos en una espiral de malestar o contradicciones internas que únicamente consiguen romper el vínculo con nuestros hijos.


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dijous, 25 de novembre del 2021

Ocho claves para educar a nuestros hijos de forma responsable en el uso de la tecnología

TikTok, Instagram, WhatsApp, YouTube o Snapchat son algunas de las plataformas donde nuestros hijos pasan parte de su tiempo libre. Algunos de ellos lo hacen de manera desproporcionada y sin ningún control parental y otros, en cambio, siguen unas pautas establecidas en familia que les ayudan a hacer un uso correcto de ellas.


Nuestros hijos son nativos digitales, pero, que lo sean, no significa que hayan nacido con las habilidades tecnológicas necesarias para manejar la información y las redes correctamente, que conozcan todos los peligros que puede esconder el mundo digital o las consecuencias que el mal uso de las tecnologías pueden comportarles en un presente y en su futuro laboral.


Numerosos estudios nos alertan que los menores de nuestro país acceden cada vez a edades más tempranas a los dispositivos tecnológicos sin tener la formación adecuada y un control parental adecuado. El 95% de los niños de 10 años han accedido a internet en alguna ocasión sin ningún control por parte de un adulto, nueve de cada 10 niños menores de tres años han estado expuestos a pantallas y el 86% de los niños 12 años ya tienen un móvil propio.


El uso de pantallas en edad infantil ha provocado el incremento de casos de alteraciones visuales transitorias y permanentes tal y como: cefaleas, mareos, tics, visión doble, miopía o perdida de la visión 3D. Además del aumento de niños y jóvenes con problemas de sobrepeso, hiperactividad y concentración.


Las pantallas, si se hace un uso correcto de ellas, pueden convertirse en una valiosa fuente de información y aprendizaje, nos facilitan un acceso fácil y rápido a contenidos y nos permiten la interacción con otras personas de forma dinámica y divertida.



En cambio, si se usan de manera incorrecta favorecen el aislamiento, la dependencia, el sedentarismo y el acceso a contenidos poco apropiados para menores.

Sin duda, educar en tiempos de internet representa un gran reto para las familias. Las redes han cambiado de modo radical nuestra manera de informarnos, de comunicarnos y relacionarnos con los demás. La sociedad digital en la que vivimos nos hace vivir demasiado deprisa e hiperconectados y en ocasiones, aun siendo adultos, la información es tanta que ni nosotros mismos podemos gestionar nuestro tiempo ante el uso de estos dispositivos.


Pueden existir tres tipos de familias: aquellas que consideran las pantallas e Internet como el enemigo número uno en la vida de sus hijos y les prohíben su uso de modo radical. En el lado opuesto, encontramos a aquellos papás y mamás que consideran que sus hijos no necesitan un acompañamiento y una formación específica para usar correctamente las redes sociales. Y en el tercer grupo encontramos a aquellas que ven la necesidad de incorporar el uso de la tecnología en la educación que dan a sus hijos desde la responsabilidad y la formación constante.


Las familias debemos favorecer que nuestros hijos accedan al mundo digital de manera gradual, con la formación necesaria para que puedan sumergirse en él y utilizarlo de forma responsable. Debemos evitar que las pantallas se conviertan en la única alternativa ante el aburrimiento o provoquen una desconexión del mundo real que les lleve a un posible aislamiento.


Seguir leyendo en: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2021-11-13/ocho-claves-para-educar-a-nuestros-hijos-de-forma-responsable-en-el-uso-de-la-tecnologia.html



divendres, 19 de novembre del 2021


“Nuestros hijos necesitan muestras diarias de cariño y de afecto”, dice la psicopedagoga Sonia López, firme defensora de la ‘pedagogía del querer’. “Esta sociedad ha olvidado la importancia que pueden tener los besos, los abrazos, las palabras”.

Mi intervención en Aprendemos Juntos de BBVA:

https://youtu.be/1PRtNrsE9SM


dissabte, 6 de novembre del 2021

EL PODER EDUCATIVO DEL ABRAZO

- Como me gusta que hagas eso mamá.

- A mi me encanta hacerlo.

- Después de un abrazo todo se vea diferente, ¿verdad?

- Los abrazos tienen un efecto sanador.

Recuerdo como me gustaban los abrazos de mi abuela materna. Cuando me abrazaba parecía que el tiempo se detenía y los problemas se esfumaban. No hacía falta pedirselos, ella siempre sabía cuando debía dármelos. No necesitaba añadirles palabras para que hiciesen efecto especialmente aquellos días donde parecía que las fuerzas del firmamento se habían conjurado en mi contra.

Dicen que el abrazo es el único traje que se amolda a todos los cuerpos. Los abrazos inyectan energía, rescatan esperanzas, se convierten en grandes aliados ante el miedo. Facilitan la comunicación afectiva, el sentimiento de empatía, la comprensión.  Nos ayudan a fortalecer vínculos, a regalar consuelo, a educar. Tienen un poder medicinal.

Existen tantos abrazos como personas, como circunstancias, como necesidades. Amo esos abrazos que hacen que las tristezas se vayan del cuerpo, que cicatrizan heridas, que reparan el alma. Que acarician las penas, espantan fantasmas, acercan distancias y detienen el tiempo. Repletos de calidez, amor, seguridad.

Esos que alargan las oportunidades y abrigan los sentimientos. Que conectan emociones, comparten madrugadas y sintonizan sueños. Que derrotan al pánico y alivian el sufrimiento.

Me gustan los que provocan sonrisas, comparten victorias, reinician por dentro. Llenos de mensajes, confidencias, de serenidad. Que engrandecen los deseos, cargan de optimismo y se vuelven eternos.

En casa utilizamos diferentes tipos de abrazos. Está el “abrazo de oso polar”, consolador, cariñoso, que persigue animar y que el otro sienta que puede contar contigo. Un abrazo cargado de seguridad, apoyo y reafirmación.

El “abrazo de pingüino”, es corto y juguetón, donde las mejillas se juntan y con él la risa está asegurada si se acompaña con una buena dosis de cosquillas. Abrazo para compartir en momentos distendidos y reconfortantes.

El “abrazo volador”, mí preferido,  es aquél que nos dan cuando echan a correr con ímpetu al vernos llegar. Abrazo lleno de magia, ilusión, espontaneidad y sorpresa. Cortos pero muuuuy intensos. Aquel momento que te hacen sentir única al ser la elegida.

Por último está el “abrazo zen”. Aquel que te llena de energía, que te carga las baterías. Un abrazo sublime, largo, abierto, tranquilo, agradecido y genuino. Un abrazo dado en silencio.

La magia de un abrazo es que al darlo recibimos otro.

No existe mejor forma de proteger, acompañar y amar.

dimecres, 3 de novembre del 2021

Ocho estrategias que permiten establecer límites respetuosos a nuestros hijos

 Sin duda una de las tareas más complicadas a la hora de educar a nuestros hijos es aprender a establecer límites de manera correcta. A menudo, dudamos si al ponerlos estamos actuando de una forma demasiado permisiva o por el contrario, excediéndonos con el control. Sabemos que debemos poner límites a nuestros hijos pero no sabemos muy bien ni cuáles ni cómo hacerlo.

En ocasiones poner estos límites nos genera sentimientos de culpabilidad o ansiedad porque los asociamos  de forma errónea a poner restricciones o a no complacer los deseos de nuestros pequeños. Ser conscientes que ponemos límites para educar y proteger a nuestros hijos nos ayudará a obtener más seguridad y ser contundentes con las pautas que queremos transmitir.

Conseguir una dinámica sana en nuestra familia parte, en gran medida, de unos límites claros y respetuosos que permitan establecer unas relaciones armónicas y adecuadas basadas en el respeto y el amor incondicional. Estas límites permiten a nuestros hijos crecer con conciencia asumiendo sus responsabilidades, haciéndose cargo de sus decisiones y desarrollando habilidades sociales y emocionales imprescindibles para la vida.

Los límites no son normas rígidas, inflexibles y prohibitivas que tienen la intención de controlar, cohibir o sancionar. Son líneas invisibles que nos ayudan a estructurar la convivencia desde el respeto y la empatía. Nada tienen que ver con el abuso de poder que en ocasiones ejercemos los adultos para conseguir que nuestros hijos nos obedezcan o para solucionar conflictos.

En ocasiones confundimos los límites con prohibiciones o castigos que limitan el comportamiento del niño. Unas sanciones que carecen de aprendizaje y llenan a nuestros hijos de impotencia e incomprensión.

Los límites claros se usan con el objetivo de proteger, favorecer el desarrollo del vínculo y generar serenidad en nuestro acompañamiento. Crean un entorno de seguridad emocional necesario para el desarrollo integral de nuestros hijos que les hace sentir que sus necesidades están cubiertas.

Garantizan la pertenencia, favorecen el proceso de socialización y permiten al niño diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto. Aportan valores tan importantes como el respeto, la coherencia y el compromiso. A través de ellos nuestros hijos aprenden cómo deben comportarse y relacionarse sanamente con otras personas para ser felices.

Los límites evitan la sobreprotección, fomentan la autonomía y ayudan a nuestros pequeños a conocer las conductas adecuadas. Consiguen que nuestros hijos se sientan escuchados y valorados y les ayudan a entender los códigos de convivencia que existen en la sociedad.

Los niños que viven en un hogar donde los límites son claros tienen más capacidad de identificar y gestionar las emociones, auto regularse y tomar la iniciativa. Son más valientes y seguros de sí mismos.

Si un niño crece en un entorno donde los límites no están bien establecidos mostrará dificultades para entender el mundo que le rodea, tolerar la frustración y relacionarse con los demás. Serán niños que se irritan con facilidad y gestionan mal las emociones cuando no consiguen aquello que se proponen.

Los límites deben establecerse desde la calma sin necesidad de recurrir a los premios o castigos. La rutina y la paciencia serán nuestros grandes aliados a la hora de establecerlos. Poner límites de manera adecuada ayudará a nuestros hijos a integrarlos como propios.

Los límites deben convertirse en una herramienta imprescindible para conseguir un ambiente de confianza en casa donde todos los miembros de la familia se sientan valorados y queridos.

Educar a nuestros hijos con unos límites claros desde la primera infancia equivaldrá a ofrecerles herramientas emocionales para toda la vida ya que les ayudará a formarse como personas respetuosas y empáticas.

¿Cómo podemos establecer límites de manera respetuosa?

1. Estableciéndolos siempre desde el respeto, la empatía y la amabilidad. Eliminando los gritos, las amenazas y las represalias que dañan la autoestima de nuestros hijos y debilitan nuestro vínculo.

2. Involucrando a nuestros hijos en la elaboración de los límites familiares. Participar activamente en la redacción les hará sentirse protagonistas de su propio aprendizaje.

3. Explicándolos con claridad y consistencia a través de una firmeza amorosa. Asegurándonos que nuestros hijos entienden el límite y pueden expresar con libertad las emociones que éstos les despiertan.

4. Adaptando los límites a la edad, características y necesidades de nuestros hijos. Cada fase evolutiva exigirá una reformulación.

5. Convirtiéndonos en el mejor ejemplo que puedan tener respetando nuestros propios límites y el de los demás.

Seguir leyendo en: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2021-10-30/ocho-estrategias-que-permiten-establecer-limites-respetuosos-a-nuestros-hijos.html 

dilluns, 1 de novembre del 2021

9 CLAVES PARA DAR RESPUESTA A LA INTENSIDAD EMOCIONAL DE NUESTROS ADOLESCENTE

 

Risas y llantos.

Ilusión y pasotismo.

Miedo y osadía.

Silencios y carcajadas descontroladas.

Secretos y confidencias.

Las persones adolescentes viven entre extremos. Subidos en un carrusel de emociones que les lleva a transitar por muchos estados de ánimos en un solo día, a sentir a máxima intensidad.Una etapa de transformación y reafirmación en la que deben hacer frente a numerosos cambios físicos, psicológicos, emocionales y sociales.

Esta vorágine de emociones provoca que, en muchas ocasiones muestren dificultades para identificar lo que sienten, para gestionar correctamente todo aquello que les recorre por dentro, para compartir con los demás aquello que les preocupa o incomoda.

Un caos emocional que les provoca inseguridad, malestar y en ocasiones, baja autoestima. Que les hace moverse por impulsos y reaccionar de forma desajustada, impulsiva e impredecible.

Si algo caracteriza la adolescencia es la dificultad que tenemos las familias para entender y acompañar desde la calma esta etapa tan compleja. Es muy difícil acompañar a alguien que se muestra rebelde, insolente y desafiante. Al que les cuesta reconocer sus errores, escuchar nuestros consejos o nos cuestiona la mayoría de nuestras decisiones.

Una persona en proceso de descubrimiento, de cambio, con altas dosis de ego e impulsividad. Llena de contradicciones, inapetencia y poca capacidad para la reflexión. Que reclama su espacio y libertad, en ocasiones con mucha insolencia. Que se deja llevar por la emoción porque su sistema límbico ha tomado fuerza.

Una etapa muy convulsa que a menudo nos desconcierta y nos exige nuestra mejor versión. Que nos hace perder la paciencia y nos llena de numerosos interrogantes. Que nos provoca culpa e impotencia cuando no logramos sintonizar con lo que viven o sienten.

Nuestros hijos no pretenden sacarnos de nuestras casillas o hacernos daño cuando  tienen reacciones desproporcionadas contra nosotros. Con sus portazos, gritos o malas contestaciones solicitan nuestra ayuda torpemente.

Nuestros adolescentes necesitan que les ayudemos a entender el mundo tan cambiante al que deben hacer frente, a descifrar el torbellino de emociones por las que transitan, que les digamos a diario que estamos a su lado sin condición. Potenciando un lenguaje positivo y utilizando una mirada llena de reconocimiento y amor.

Demandan más que nunca nuestro presencia, apoyo, serenidad y comprensión. De nosotros depende que puedan aprender a gestionar las emociones de manera sana mientras transitan por esta etapa.

A su lado necesitan adultos pacientes que entiendan todo lo que les sucede, que atiendan sus necesidades, que les escuchen sin cuestionarlos. Que acompañen con cariño los momentos ansiosos, tristes o llenos de incertidumbre. Que entiendan sus dificultades para hacer frente a la frustración, que les sostengan cuando se sientan vulnerables o desbordados por las emociones.

Que sea una etapa tan agitada no significa que también pueda ser maravillosa. Es un momento lleno de oportunidades, de primeras veces, de nuevas amistades y experiencias.

Han crecido mucho pero siguen siendo nuestros pequeños a los que les gustaba que les achuchásemos y les protegiésemos. Nuestros adolescentes necesitan sentir que les entendemos, respetamos y nos les juzgamos ni les llenamos de etiquetas por todo aquello que sienten.

Que conectamos con ellos emocionalmente y les acompañamos sin dramatismos y con grandes dosis de sentido común y del humor.

¿Cómo podemos ayudarles a realizar una buena gestión emocional?

1. Siendo conscientes y responsables de nuestras propias emociones, manejándolas desde la calma y la reflexión sin dramatismos. Convirtiéndonos en el mejor modelo de gestión emocional que puedan tener.

2. Validando todas las emociones que sienten, acompañándoles desde un lugar neutro, conectado y empático. Explicándoles que todas las emociones son naturales y necesarias, que no existen buenas o malas.

3. Ayudándoles a hablar de las emociones sin tapujos, a compartir todo aquello que sienten sin vergüenza, a filtrarlas y modelarlas correctamente. Dejándoles sentir con libertad y a la intensidad que necesiten sin interrumpirlos, juzgarles o reprocharles.

4. Atendiéndoles la emoción para ayudarles a modular, controlar y anticipar sus conductas evitando provocar heridas emocionales a través de nuestras comparaciones, etiquetas, humillaciones o injusticias.

5. Mirando y aceptando a nuestros hijos tal y como son, con expectativas acertadas y dejando al lado nuestros prejuicios, nuestra opinión sobre sus elecciones, nuestros deseos sobre el futuro.

6. Respetando los silencios, el tiempo y el espacio que necesitan para aprender. Practicando con ellos una comunicación asertiva y respetuosa que enfortezca nuestro vínculo.

7. Cuidando su autoestima a través de nuestro amor incondicional. Apoyando sus decisiones, haciéndoles ver sus cualidades, ayudándoles a esforzarse y valorando sus logros.

8. Apoyándoles con nuestras palabras de aliento, nuestras miradas cómplices y regalándoles a diario nuestros abrazos y besos que tanto siguen necesitando.

9. Siendo firmes y flexibles cuando lo creamos oportuno estableciendo normas y límites consensuados. Enseñándoles estrategias para aprender a regular sus reacciones ante la frustración y los imprevistos.

Consigamos que nuestros hijos se sientan sostenidos, aceptados y queridos. La manera que la que nosotros les hablemos, les queramos y cuidemos de sus emociones determinará la manera en la ellos se hablen y se quieran. 

divendres, 29 d’octubre del 2021

TODOS QUEREMOS QUE ALGUIEN VUELVA

 - ¿Qué haces tú cuando echas mucho de menos a alguien que ya no está?

- Intento recordar qué era lo que más me gustaba de él.

- ¿Y eso te hace estar menos triste?

- Eso me ayuda a saber la suerte que tuve de poder tenerlo en mi vida.

A todos nos gustaría que alguien volviese, aunque fuese sólo por unos instantes. Para volver a compartir una sobremesa, para podernos fundir con él en un silencioso abrazo, para poder susurrarle al oído que sientes más miedo desde que se fue.

Para poder confesarle que aún sigues necesitándole como cuando eras pequeña, para pedirle que vuelva a explicarte aquella historia que tanto te hacía reír, para que pueda abrazar a tus hijos. 

Aunque sólo sean unos minutos para poder agradecerle lo mucho que creía en ti, que te escuchase sin tener que pedírselo, que no se cansase de repetirte que tenías talento. Para decirle todo lo que no te atreviste a confesarle, para que pudiese ver en lo que te has convertido gracias a sus consejos. 

Para volver a sentir sus gestos, sus palabras de coraje, sus caricias.  Para poder decirle te quiero, para explicarle que lo añoras todos los días.

La muerte es una parte ineludible de la vida pero eso no consuela. Nadie está preparado para perder a alguien que quiere, para sentir su vacío, para añorar su olor. Para sentir su pérdida cada vez que miras su lado de la mesa.


Para ver sufrir a todos los que como tú le añoran, para explicar a un niño que nunca volverá a ver a su abuelo, para perder a un padre, un hermano o un amigo. Nadie está listo para que la vida le pegue tan fuerte sin opción a réplica, para que te robe la posibilidad de acompañarle en sus últimos momentos, para entender porqué una enfermedad te lo roba sin casi avisar.

Dicen que nada enseña más que la muerte, que es una gran maestra. La muerte nos hace reestructurar la vida, nos enseña una nueva forma de exprimirla, de sentir. Nos recuerda nuestra torpeza a la hora de llenar nuestros días de excusas y postergas. Nos recuerda la importancia de centrarnos en lo que realmente importa, nos invita a ponerle nombres a las estrellas.

A la muerte hay que enfrentarse sin maquillar el dolor, sin edulcorar lo que sentimos. Hay que llenarla de verdad, de sencillez. Se la acompaña compartiendo el llanto, respondiendo preguntas, sin miedo a recordar. Aceptando nuestra vulnerabilidad, dejando de esperar que las cosas pasen, sin temer sentirnos vivos, de forma intensa, sin miedo. Sabiendo perdonar sin estar anclado al pasado, mirando al futuro con ilusión.

dilluns, 25 d’octubre del 2021

Ocho formas de querer a nuestros hijos

“Mamá, ¿qué es lo que más recuerdas de cuándo eras pequeña?”


“Que los abuelos siempre estaban a mi lado”.


“¿Aunque te portases mal?”.


“Ellos me enseñaban a hacerlo cada día un poco mejor”.


“¿Y tú siempre les hacías caso?”.


“Aprendí que escuchándoles y pidiendo su ayuda las cosas iban mucho mejor”.


Fui una niña muy inquieta. Recuerdo que, aunque lo intentase, era incapaz de estarme quieta. Necesitaba explorar, preguntar, probar, investigar para satisfacer mi imperiosa necesidad de saber. Esa explosividad me provocó numerosos problemas de disciplina y más de un punto de sutura. En la escuela, me castigaban a menudo por no comportarme como ellos me exigían.


Aunque lo intentase, mostraba mucha dificultad para mantener la atención en clase, para estar callada sin hablar con algún compañero, para no compartir mis opiniones críticas cuando me enseñaban cosas que me parecían poco útiles. En muchas ocasiones, me sentía incomprendida y eso me provocaba un enorme vacío interior. Siempre tuve la sensación que pocos docentes mostraron interés por conocerme de verdad, por ayudarme a descubrir mis talentos, por enseñarme a canalizar mis emociones.


Yo era feliz cuando me sentía libre, cuando podía correr arriba y abajo sin preocuparme por nada, cuando construía cabañas, inventaba historias o jugaba con mis amigos imaginando que éramos grandes exploradores.


Siempre tuve la suerte de sentir que volver a casa, después de las largas jornadas escolares, me devolvía la paz. Tuve el privilegio de tener unos padres enormemente comprensivos que siempre entendieron mi forma de leer la vida, de relacionarme con los demás, mi deseo de saber más y más.


Ellos me hacían entender, con toneladas de paciencia y dedicación, que debía aprender a decir las cosas con tranquilidad y desde la reflexión, a hacer mis tareas con calma, a respetar las normas que me permitían convivir con los demás. A cumplir con mis responsabilidades en casa como en la escuela.


Jamás me compararon con mis hermanas, ni me reprocharon características de mi personalidad, ni me llenaron de etiquetas. Nunca me hicieron sentir excluida o juzgada. Siempre dedicaron su tiempo a contagiarme de valores como la tolerancia, la honestidad y la empatía, a mostrarme la importancia de ser agradecida y respetuosa.


Recuerdo el calor de sus abrazos cuando me equivocaba, sentía miedo o cuando era incapaz de gestionar mis emociones correctamente. Los besos que hacían más fácil las despedidas, las palabras de aliento cuando las cosas se ponían difíciles y sentía que era incapaz de conseguir aquello que me proponía. Las miradas cómplices que me ayudaban a sentir nuestro vínculo, a sentirme valorada.


Desde que soy mamá siempre he trabajado por conseguir que mis hijos sientan ese amor y apoyo incondicional de mi parte. He intentado respetar la personalidad de cada uno de ellos, sus gustos, necesidades o intereses. Les he permitido expresar con libertad todo aquello que les recorre por dentro, elegir sin sentirse coaccionados, aprender al ritmo que necesiten.

Buscando el equilibrio entre la firmeza y la amabilidad, educándoles con serenidad y toneladas de amor, explicándoles que son mi prioridad y me importa todo aquello que les pasa o preocupa.

dilluns, 4 d’octubre del 2021

CONECTAR CON UN ADOLESCENTE

Silencios que incomodan, distancias que se alargan y separan, vínculos que desaparecen. Portazos que rompen el alma, castigos sin sentido, exigencias que ahogan o asfixian. Conversaciones llenas de reproches, amenazas y peros que pesan en el alma.

Que difícil es acompañar a alguien que se muestra rebelde, insolente y desafiante. Que manifiesta poco interés por compartir con nosotros todo aquello lo que le sucede que, para hacer frente a su frustración, para modular la montaña rusa de emociones por la que transita.

Que complicado es conectar con un hijo que, en ocasiones, nos falta al respeto, nos alza la voz o se muestra desagradecido. Que no reconoce sus errores, le cuesta escuchar nuestros consejos y se siente inseguro y perdido. Una persona en proceso de descubrimiento, de cambio, con altas dosis de ego e impulsividad, donde solo existe el todo o la nada. Lleno de contradicciones, inapetencia, y poca capacidad para la reflexión.

Que frustrante es sentir que en muchas situaciones no sabemos dar respuesta a sus necesidades, que parece que hablamos idiomas diferentes y no logramos encontrar el adecuado equilibrio entre la exigencia y la libertad. Que no somos capaces de entender cuando reaccionan de forma desajustada, impulsiva e impredecible.

No es nada fácil aceptar que tu hijo haya crecido tan rápidamente, que prefiera pasar su tiempo libre junto a sus amigos y no contigo, que te quiera y necesite de manera diferente. Que reclame su espacio y libertad, en ocasiones con mucha insolencia.


La adolescencia es la etapa educativa más difícil de acompañar y en la que nuestros hijos más necesitan de nuestra comprensión, serenidad y empatía. Que les ayudemos a descifrar el mundo cambiante al que se enfrentan, que les digamos a diario que estamos a su lado sin condición aunque parezca que no nos escuchan. Potenciando un lenguaje positivo y utilizando una mirada llena de reconocimiento y cariño.


Una etapa muy convulsa que a menudo nos desconcierta y nos exige nuestra mejor versión. Que nos hace perder la paciencia, contagiarnos del mal humor que muestran habitualmente y nos llena de numerosos interrogantes. Que nos hace sentir culpa e impotencia cuando no logramos sintonizar con lo que viven y sienten. 


Que sea una etapa tan agitada no significa que también pueda ser maravillosa. Es un momento para nuestros hijos lleno de oportunidades, de primeras veces, de descubrimientos estimulantes y emociones muy intensas que podemos vivir a su lado. De empezar a conocer el mundo adulto desde la ilusión y la inocencia.

Han crecido mucho, pero siguen siendo nuestros pequeños a los que les gustaba que les achuchásemos y les protegiésemos. Nuestros adolescentes necesitan sentir que les entendemos, respetamos y nos les juzgamos ni les llenamos de etiquetas. Que conectamos con ellos emocionalmente y les acompañamos sin dramatismos y con grandes dosis de sentido común y sentido del humor.


Que entendemos el torbellino de cambios a los que deben hacer frente y lo difícil que es para ellos hacerse mayor. Que les dejamos ser tal y como ellos desean y les ayudemos a construir un buen autoconcepto y una apropiada autoestima. Que les ayudemos a despertar el interés y la curiosidad.


¿Cómo podemos conseguir conectar con nuestros hijos adolescentes?

  1. 1. Estando presentes y disponibles, ofreciéndoles el tiempo y la atención que necesitan. Haciéndoles sentir queridos, valorados y apoyados. Estrechando vínculos nuevos adaptados a su edad para demostrarles nuestra confianza y amor incondicional.
    1. 2. Entendiendo que la adolescencia es una etapa necesaria y temporal para llegar a la adultez, un periodo repleto de cambios y fluctuaciones. Hacer el ejercicio de recordar qué tipo de adolescente fuimos, qué problemas ocasionamos a nuestros padres y qué errores cometimos nos permitirá ser mucho más empáticos con nuestros hijos. 
    2. Seguir leyendo artículo en: Adolescencia

dilluns, 20 de setembre del 2021

Nueve consejos para madres y padres primerizos

Recuerdo perfectamente el día que supe que estaba embarazada por primera vez. Un cóctel de sentimientos se apoderó de mí e hizo que me sintiese enormemente vulnerable. La intensa alegría se mezcló con un gran sentimiento de responsabilidad. El miedo, la incertidumbre o las inseguridades fueron floreciendo a lo largo de los nueve meses de embarazo y, en ocasiones, me hicieron llegar a dudar si sería capaz de ser una buena mamá. Emociones que compartí plenamente con mi pareja y que nos hizo darnos cuenta de que nuestra vida iba a cambiar de forma radical.

Fui una primeriza bastante convencional. Tuve un embarazo sin grandes sobresaltos que viví llena de ilusiones. Ilusión por poder ampliar la familia junto a mi marido, emoción por hacer a mis padres por primera vez abuelos, una complicidad muy especial con mis hermanas por hacerles tías. Los últimos meses se hicieron eternos. Me harté de leer libros sobre embarazo y crianza y asistí a diferentes formaciones de preparación al parto en mi centro de salud. Preparamos con mucho mimo la habitación y ropa de nuestro bebé y compramos muchas cosas de puericultura que jamás llegamos a utilizar.

 

El temor al parto sobrevolaba a menudo sobre mi cabeza y me llenaba de mucha preocupación. A menudo familiares y amigos explicaban su experiencia en el nacimiento de sus hijos que no ayudaban a templar mis nervios. Tuve un parto lleno de complicaciones a las que por suerte el personal sanitario que me atendió supo darle respuesta. Jamás olvidaré lo que sentí al ver a mi hijo por primera vez, al notar su piel, al darme cuenta de que había sido un flechazo para toda la vida.

Las primeras semanas con nuestro bebé fueron muy caóticas. Recuerdo mi desesperación y cansancio al ser incapaz de calmar o entender a mi hijo cuando lloraba sin parar. ¡Ojalá antes de su llegada alguien nos hubiese explicado que ser mamá o papá es el único oficio del mundo en el que primero te otorgan el título y luego cursas la carrera!. Una carrera de fondo maravillosa pero repleta de dudas y de miles de cosas por aprender. Porque a ser padre se aprende sobre la marcha con mucha paciencia y dedicación. Superando obstáculos y aceptando los posibles errores que puedes realizar por la falta de experiencia. Ahora que he cumplido el decimosexto aniversario como mamá y con toneladas de experiencias y de aprendizajes adquiridos por ensayo-error, puedo afirmar que la maternidad se ha convertido en el viaje más apasionante de mi vida. Una aventura de retos diarios que me hace salir de mi zona de confort y me hace ser cada día un poco mejor.





dissabte, 11 de setembre del 2021

VUELTA AL COLE 2021

En unos días, nuestros hijos volverán a la escuela después de haber disfrutado de un verano aún muy atípico. Donde no hemos podido exprimirlo con total libertad y el contacto y los abrazos con los nuestros aún han estado muy condicionados. Las vacunas nos han ayudado a sentirnos un poco más libres y seguros, pero no han conseguido que dejemos de extrañar los besos con aquellos a los que queremos. Planes en formato pequeño que han buscado liberar el estrés y la fatiga, especialmente psíquica, que llevamos arrastrando desde hace tantos meses.

Nos hemos pasado las vacaciones estivales pendientes de las cifras de contagios o los posibles confinamientos, contando el número de amigos que nos podíamos juntar, pendientes de las restricciones y deseando que este maldito virus deje de condicionarnos la vida de una vez por todas. Empezamos un nuevo curso escolar repleto de incertidumbre, con nuevos protocolos en las escuelas y muchas dudas por resolver. La covid-19 aún nos acompaña con fuerza y eso hace que el miedo al contagio continúe estando muy presente en las familias.

Nuestros niños y adolescentes llevan muchos meses conviviendo con la pandemia y han aprendido a relacionarse con los nuevos parámetros de prudencia. Pero eso no significa que, en muchas ocasiones, extrañen poder relacionarse con sus compañeros con total libertad sin estar condicionados por los grupos burbuja o las medidas de separación. Los equipos educativos trabajan a destajo para conseguir unas escuelas seguras y poder acoger a sus alumnos con calma y empatía. No es nada fácil organizar un centro educativo en medio de tanta incertidumbre, hacer normal la anormalidad, conseguir que los alumnos se sientan de nuevo como en casa.

Seguir leyendo el artículo en: Vuelta al cole

dilluns, 30 d’agost del 2021

La importancia del autocuidado en la crianza

Todos tenemos derecho a sentir que la maternidad o la paternidad en ocasiones nos satura o estresa. Que nos pasa por encima como si fuese una locomotora sin control. Que las situaciones que se crean en ocasiones en la crianza con nuestros hijos nos desbordan, nos empequeñecen, nos generan culpa o incertidumbre. Recuerdo un día en el que al salir del trabajo necesité sentarme en un banco sola para intentar recomponerme por dentro y volver a sentir el privilegio de ser mamá. Entonces, mis niños eran muy pequeños y me sentía exhausta al llevar muchas noches sin dormir del tirón, sin tener tiempo para recargar mi energía los fines de semana o hacer actividades que me gustasen. Tenía sentimientos muy opuestos e incluso sentía la añoranza de mi vida anterior.

Somos poco conscientes que vivimos siempre entrelazando tareas, sintiendo el vértigo de que todo va demasiado deprisa, teniendo siempre trabajos pendientes por hacer. No tenemos tiempo para mirar a la vida con pausa y consciencia. El cansancio, el agobio, el agotamiento y la desmotivación nos acompañan a diario en nuestra crianza. Mostramos muchas dificultades para educar desde la tranquilidad, el respeto y la empatía. Para observar como nuestros hijos aprenden, crecen y deciden como quieren leer la vida. Para disfrutar de los pequeños detalles que nos regala a diario nuestro acompañamiento, para achucharles y susurrarles al oído que son lo mejor que tenemos.

En la parentalidad, el estrés, el sentimiento de llegar siempre tarde a todo, nos hace que pasemos largas temporadas de mal humor, que mostremos muchas dificultades para modular nuestras propias emociones, que seamos incapaces de leer correctamente qué sentimientos esconden el a veces desafiante comportamiento de nuestros hijos. Querer, acompañar desde la calma se hace mucho más complicado cuando uno no está bien, cuando eres incapaz de mirar a tus hijos con dulzura, sobrepasado por la vorágine del día al día. Ese momento en el que las rabietas, las peleas contantes entre ellos o la falta de compromiso para asumir sus responsabilidades te sacan de tus casillas y hacen que muestres tu peor versión.

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Diez claves para educar a nuestros hijos en la cultura del esfuerzo

Si algo recuerdo de mi abuela materna era las veces que me repetía que en esta vida iba a tener que esforzarme mucho si quería conseguir todo aquello que me propusiese. Me explicaba con nostalgia como ella sola había trabajado muy duro para sacar adelante a sus siete hijos, como gracias a su tesón y esfuerzo habían logrado sobrevivir. Ahora vivimos en el otro extremo, en una sociedad con poca cultura del esfuerzo, donde el sacrificio es casi inexistente y se ha instaurado la falsa idea que nuestras metas se pueden conseguir sin esfuerzo. Nos hemos acostumbrado a que un solo clic nos acerca a casi todo lo que deseamos. Todo parece que sea fácil, asequible, inmediato, que pueda comprarse o conseguirse con facilidad. La recompensa rápida y fácil está muy presente y buscada.

Nos han hecho creer que podemos aprender idiomas, estar en perfecta forma física o conseguir mucha popularidad con muy poco trabajo y sacrificio. Las redes sociales nos acercan a un falso éxito, ese que se confunde con tener muchos likes o seguidores. Nos venden que podemos ser felices confiando únicamente en la suerte o el trabajo de terceros. En ocasiones los padres sufrimos cuando nuestros hijos se esfuerzan y no consiguen lo que se proponen. Sentimos la tentación de allanarles el camino, de resolverles los problemas, de sobreprotegerles para que no se frustren o se equivoquen. Evitamos el sufrimiento momentáneo y satisfacemos rápidamente las necesidades o caprichos para que no se enfaden o se pongan tristes.

Pero es precisamente este esfuerzo el que hace falta que eduquemos, porque necesitarán cultivarlo a lo largo de toda su vida y sin él no podrán ser realmente felices. Nuestros hijos necesitan que les expliquemos que el esfuerzo es el medio por el cual lograrán conseguir muchos de sus objetivos.

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