En unos días, nuestros hijos volverán a la escuela después de haber disfrutado de un verano aún muy atípico. Donde no hemos podido exprimirlo con total libertad y el contacto y los abrazos con los nuestros aún han estado muy condicionados. Las vacunas nos han ayudado a sentirnos un poco más libres y seguros, pero no han conseguido que dejemos de extrañar los besos con aquellos a los que queremos. Planes en formato pequeño que han buscado liberar el estrés y la fatiga, especialmente psíquica, que llevamos arrastrando desde hace tantos meses.
Nos hemos pasado las vacaciones estivales pendientes de las cifras de contagios o los posibles confinamientos, contando el número de amigos que nos podíamos juntar, pendientes de las restricciones y deseando que este maldito virus deje de condicionarnos la vida de una vez por todas. Empezamos un nuevo curso escolar repleto de incertidumbre, con nuevos protocolos en las escuelas y muchas dudas por resolver. La covid-19 aún nos acompaña con fuerza y eso hace que el miedo al contagio continúe estando muy presente en las familias.
Nuestros niños y adolescentes llevan muchos meses conviviendo con la pandemia y han aprendido a relacionarse con los nuevos parámetros de prudencia. Pero eso no significa que, en muchas ocasiones, extrañen poder relacionarse con sus compañeros con total libertad sin estar condicionados por los grupos burbuja o las medidas de separación. Los equipos educativos trabajan a destajo para conseguir unas escuelas seguras y poder acoger a sus alumnos con calma y empatía. No es nada fácil organizar un centro educativo en medio de tanta incertidumbre, hacer normal la anormalidad, conseguir que los alumnos se sientan de nuevo como en casa.
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