Sònia

Sònia

dijous, 3 de juny del 2021

HIJO, ABÚRRETE MUCHO

¡Mamá, me aburroooo!,

¡Papá, me aburroooo muchoo!,

¡Me aburro, me aburro, me aburro!…

¿Y ahora qué hacemos? ¿Juegas conmigo? ¿Hoy no salimos?

Vivimos en una sociedad sobre estimulada, donde se impone la hiperactividad. Obsesionada por el hacer continuo y el alcanzar. Donde todo pasa demasiado de prisa y no hay tiempo para reflexionar, valorar o reconocer todo lo bueno que nos sucede, lo mucho que tenemos, lo que realmente necesitamos o deseamos.

Donde es muy difícil encontrar momentos para vivir sin prisa, para disfrutar de no hacer nada, para mirar el futuro desde la calma. Encadenamos actividades y  tareas sin ser conscientes de ello, pasamos los días entre estímulos que nos entretienen, entre dispositivos eléctricos que nos tienen interconectados las veinticuatro horas del día.

Hemos impuesto a nuestros hijos nuestro ritmo frenético de vida. Les hemos acostumbrado a estar siempre ocupados haciendo alguna actividad. Cada pequeño momento libre tiene que ser optimizado, programado y orientado hacia un objetivo a conseguir.

Después de las largas jornadas escolares, muchos de nuestros hijos y jóvenes siguen trabajando en sus clases de idiomas, música, manualidades, cocina o danza. Sin duda las actividades extraescolares les ayudan a aprender y adquirir nuevas habilidades y competencias, pero un exceso de ellas puede repercutir negativamente en su desarrollo. Los niños que crecen entre demasiada exigencia u obligaciones acaban sintiéndose estresados, saturados e infelices.

Vivimos que nuestros hijos se aburran como un fracaso personal. Nos asusta que pierdan el tiempo, que se sientan tristes, que se muestren desanimados o muestren poco interés por algunas cosas. Mantenemos la falsa creencia que quien hace más cosas tendrá mucho más éxito en la vida.

Intentamos mantenerles siempre “distraídos”, les damos pocas oportunidades para pensar y procesar por ellos mismos. Sentir la frase de “papá o mamá me aburro” nos hace sentir nerviosismo, culpabilidad o inquietud.

El aburrimiento es una emoción muy importante que no solemos permitir ni cultivar. Un sentimiento imprescindible para el desarrollo personal que está muy relacionado con la capacidad de espera, la autonomía personal, la autoestima y la tolerancia a la frustración.

El aburrimiento es muy positivo para nuestro cerebro, nuestra mente, nuestras emociones y nuestro ser. Una emoción indispensable para poder conectar con nuestro interior, con nuestras emociones, recelos o deseos. Para ser conscientes de todo aquello que pasa a nuestro dentro de nosotros y a nuestro alrededor.

El tiempo para no hacer nada es pedagógicamente esencial. Enseñar a nuestros hijos a tolerar el aburrimiento y a no buscar la diversión constante les prepara para un futuro más realista, les enseña que la vida no es un festival de  constante.

Frenar la espiral de hiperestimulación al que están sometidos pasa por hacerles descubrir los placeres simples de la vida, por enseñarles a priorizar la calidad a la cantidad, por educarles en el aquí y el ahora. Romper con las actividades dirigidas y las obligaciones les regalará la oportunidad de descubrir nuevas vías de aprendizaje, de investigar fórmulas para pasarlo bien.

Cuando nuestros hijos se aburren conectan con su esencia, su propia creatividad, exploran e imaginan. El aburrimiento dispara la imaginación, les regala la oportunidad de buscar soluciones por si mismos, para crear desde la reflexión y el entusiasmo.

El aburrimiento es un conflicto que potencia la autosuficiencia, el pensamiento crítico y el espíritu autónomo. Fomenta la meditación, la reflexión y el altruismo. Nos obsequia tiempo para decidir desde la calma, para descubrir los propios intereses y necesidades.

La monotonía regala a la mente la posibilidad de oxigenarse, de volar y fluir, de soñar y construir. Crea un escenario perfecto para aprender a vivir de forma más relajada facilitando la concentración, la observación y la paciencia.

 

Los niños y jóvenes que aprenden a hacer frente al aburrimiento acaban siendo habitualmente más tolerantes, felices y posen un mejor autoconocimiento y autorregulación. Se muestran mucho más flexibles y son capaces de gestionar mucho mejor el tiempo.

Un tiempo libre sin tareas o actividades permite a nuestros hijos escucharse sin prisas, conocerse con tranquilidad, construir su propia identidad.

¿Cómo podemos ayudarles a gestionar el aburrimiento?

- Legitimando el aburrimiento desde la empatía y el respeto. Explicándoles que estos momentos forman parte de la vida y que hay que aprender a vivirlos como una oportunidad.

- Haciéndoles ver el lado positivo del aburrimiento, entendido como un tiempo “sin obligaciones” convirtiéndose en una magnífica ocasión para hacer lo que realmente les apetece.

- Validándoles que no hagan nada, que decidan como quieren invertir sus espacios de ocio, dejándoles libertad para crear.

- Motivándoles a hacer una “lluvia de ideas” de las posibles actividades que pueden hacer donde sean ellos los que lleven en todo momento la iniciativa. Mostrándoles nuestra confianza de que serán capaces de encontrar algo interesante por hacer.

- Ofreciéndoles papel y lápiz para que puedan dar rienda suelta a su creatividad, escribiendo y dibujando divertidas historias.

- Animándoles a descubrir espacios en la naturaleza donde puedan crear cabañas, observar la fauna y flora, correr o escalar.

- Potenciándoles la lectura como una opción divertida de ocio, acercándoles a las bibliotecas y las librerías del pueblo o la ciudad.

- Facilitándoles materiales y utensilios sencillos para crear “cosas”: cajas, pinturas y pinceles, un gran trozo de papel en blanco, materiales de modelar, revistas, botellas de plástico…

Bernad Rusell afirmaba que “Una generación que no soporta el aburrimiento, es una generación de escaso valor”. Dejemos que nuestros hijos se aburran de forma moderada para obtener un bienestar emocional y mental que les permita imaginar y crear sin medida, para que disfruten del no hacer nada, para que aprendan que al aburrimiento se le mata a base de la imaginación y el interés por hacer cosas que la mente aun no puede visualizar.

dilluns, 17 de maig del 2021

¿CÓMO SE EDUCA A UN ADOLESCENTE?

Le miras y te cuesta aceptar que haya crecido tanto y tan rápido. Recuerdas cuando de pequeño deseabas que creciese rápido para poder descansar. Ahora te gustaría parar el tiempo para volver a tenerlo en tus brazos como cuando era un bebé.

Echas de menos que te pida que juegues con él, que le ayudes con las tareas escolares, que te necesite para hacer las cosas. Que quiera hacer planes contigo o le apetezca pasar el tiempo libre juntos.

Qué difícil es sentir que te quiera y te necesite de forma distinta, hacer frente a sus salidas de tono, su rebeldía, sus malas contestaciones. Aceptar que su grupo de amigos ahora sea su cobijo, que quiera hacer las cosas a su manera, que piense de forma tan diferente a ti.

Aquel chico cariñoso y comunicativo al que le gustaba explicarte todo lo que había aprendido en el colegio ahora se muestra en muchas ocasiones irascible y reservado y pasa muchas horas encerrado en su habitación escuchando música, viendo series o absorto con su móvil.

Un volcán en erupción que explota sin una razón aparente, que muestra dificultades para gestionar la frustración y piensa que el mundo conspira contra él. Que explora constantemente nuevos límites, que intenta saltarse normas porque muchas de ellas no las entiende y que siente que el mundo gira en contra de él.

Un joven al que le cuesta mucho aceptar sus errores, que está inmerso en un caos de cambios y vive en una vorágine de dudas y contradicciones. Con variaciones de humor constantes, con poca capacidad para la autocrítica, que vive entre la euforia y el catastrofismo absoluto.

Una época de sana desobediencia, de numerosos aprendizajes, de búsqueda de nuevos límites. De vulnerabilidad y fuerza a igual medida, de impulsividad y egocentrismo en estado puro.

Una etapa centrada en la construcción de una nueva identidad, de la búsqueda de un “nuevo yo”.

La adolescencia en sin duda la etapa educativa más difícil de acompañar. Una tarea ardua, repleta de retos diarios, de estrategias por aprender. En la que los conflictos se entrelazan sin saber muy bien por qué y los tiempos de calma se echan a faltar. Discusiones que nos llenan de culpabilidad, de preocupación e impotencia.

No es nada fácil entender porque nuestros hijos adolescentes, en ocasiones se muestran tan inestables o irreverentes. Aceptar que necesiten volar fuera del nido, que quieran llevar las riendas de su vida y decidir cómo quiere moverse por el mundo.

No es nada fácil acompañar desde la tranquilidad a alguien que a veces no muestra interés por aquello que le decimos, que parece que busque el conflicto constantemente, que vive entre extremos.

Como decía Robert Louis Stevenson en boca de su personaje el Dr. Henry Jekyll, “Quiéreme cuando menos lo merezco porque es cuando más lo necesito”, frase que resume de manera muy oportuna lo que nuestros hijos adolescentes necesitan de nosotros en esta etapa.

Adultos que miren la adolescencia con respeto, cariño y empatía, abandonando los patrones adultistas. Que no repitan constantemente las cosas, que estén de buen humor y tengan mucho sentido común. Que confíen en ellos, que entiendan que es una etapa de provisionalidades, avances y retrocesos, de descubrimientos continuos no siempre fácil de gestionar.

Mamás y papás que les acompañen sin condición aunque haya días que resulte muy complejo, que eduquen con firmeza y amabilidad en la responsabilidad y el esfuerzo. Que les ofrezcan seguridad y calidez. Que entiendan la fragilidad y vulnerabilidad por la que están pasando y les ayuden a poner orden al caos que en ocasiones les invade.

¿Cómo se educa a un ADOLESCENTE?

1.    Conociendo las características propias de la etapa educativa. Conocer la metamorfosis de cambios (físicos, psicológicos y sociales) por los que nuestros hijos están pasando nos permitirá entender sus comportamientos para poder ofrecerlos la ayuda que necesitan.

2.  Con grandes dosis de comprensión, paciencia y confianza. Ofreciéndoles tiempo para aprender y oportunidades para errar sin sentirse cuestionados.

3.    Haciéndoles sentir que conectamos con lo que sienten y necesitan. Mostrando interés por sus preocupaciones, inquietudes, dando importancia a sus preocupaciones o deseos.

4. Acompañándoles desde la calma y el respeto mutuo. Hablándoles con ganas de entendernos, eliminando los gritos y sermones, las etiquetas, los reproches o los mensajes contradictorios que tanto dañan el vínculo.

5.    Ayudándoles a construir una autoestima y autoconcepto sólido, enseñándoles a mirarse al espejo con respeto y sin miedo. Resaltando todas las virtudes que poseen e incitándoles a aceptarse tal y como son, valorando sus fortalezas y buscando respuesta a sus dificultades.

6.   Aceptando que los conflictos en esta etapa son inevitables, que hay que aprender a seleccionarlos y a buscar las soluciones desde el análisis profundo, el cariño y la empatía.

7.    Entendiendo que su grupo de amigos es ahora su fuente de seguridad, comprensión y apoyo. Amigos que necesita tenerlos siempre cerca para poder crear su nueva identidad y definir sus propios valores.

8.    Utilizando una comunicación no violenta, un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad. Practicando la escucha activa, eliminando los gritos o acusaciones, abriendo canales de comunicación diariamente buscando los momentos más oportunos.

9.   Enseñándoles a reconocer, analizar y gestionar las emociones, ayudándoles a modularlas y a darles respuesta, validando todo aquello que sienten.

1.   Consensuando normas, flexibilizando límites, estableciendo consecuencias naturales y lógicas. Buscando el equilibrio entre la permisividad y la sobreprotección.

La adolescencia es sin duda la etapa educativa en la que nuestros hijos necesitan de nosotros “nuestra mejor versión” transmitiéndoles que les queremos sin límites o condiciones. Que nos mostremos serenos, disponibles, que busquemos espacios para compartir temores y confidencias, que entendamos que muchas de sus conductas están asociadas a sus emociones poco moduladas.

dijous, 6 de maig del 2021

EDUCAR LA EMOCIÓN

Prestamos poco interés a nuestras emociones cuando en realidad somos un revoltijo de ellas. Las emociones están presentes en todas las actividades de nuestra vida y condicionan la manera en la que escribimos nuestro camino. Las positivas nos reconfortan, nos colman de esperanza e ilusión, nos animan a seguir. Las negativas nos llenan de dudas, de incertidumbre o excusas, nos limitan a no salir de nuestra zona de confort.

Las emociones son respuestas o reacciones fisiológicas de nuestro cuerpo ante cambios o estímulos que aparecen en nuestro entorno o en nosotros mismos. Condicionan nuestra forma de mirar el mundo, agitan nuestras ilusiones, nos sirven para aprender, actuar y tomar decisiones. Logran que los recuerdos se fijen en la memoria y nos ayudan a relacionamos con los demás. Son el motor por el que nos movemos.

Educar la mente sin educar el corazón no es educar. Una frase que resume a la perfección el que debería ser el objetivo prioritario en la educación de nuestros hijos: educar la emoción. Al igual que los adultos, para que nuestros hijos sean felices necesitan tener un “corazón inteligente”.

Pero no es nada fácil conseguirlo cuando a la mayoría de nosotros no nos enseñaron a identificar las emociones, a escuchar nuestro interior sin juiciosa saber hallarnos y vivir con la máxima consciencia. Donde muchas veces las emociones se escondían, se reprimían y parecía que teníamos la obligación de mostrarnos siempre fuertes.

La EDUCACIÓN EMOCIONAL debería convertirse en el centro vertebrador de nuestro acompañamiento, un aprendizaje centrado en poner en comunión cabeza y  corazón, en encontrar el equilibrio entre sentir y el hacer.

Una inteligencia emocional que permita a nuestros hijos entender todo aquello que les recorre por dentro, les proporcione salud mental y bienestar, les enseñe a quererse sin reproches. Que desarrolle la empatía, la resilencia y el pensamiento crítico. Que les posibilite adaptarse al cambio, gestionar el estrés o los pensamientos negativos, que les enseñe a ser agradecidos.

Nuestros hijos necesitan crecer en un entorno sano y psicológicamente equilibrado. Tener a su lado adultos que escuchen, respeten y comprendan. Que les hagan sentirse queridos, protegidos y seguros de si mismos sin etiquetas que condicionen o limiten.

Aprender habilidades emocionales que les permitan hacer una buena autoregulación de sus emociones para poder hacer frente al miedo, el estrés o el fracaso. Para saber gestionar las situaciones del día a día, para tener relaciones sociales positivas y estimulantes, para ser capaces de regular los impulsos y cuestionarse el por qué de las cosas.

La educación emocional es un proceso educativo, continuo y permanente esencial en el desarrollo integral de nuestros hijos. Favorecerá  que nuestros pequeños se conviertan en adultos con valores, con capacidad para la autocrítica y tolerancia a la frustración.

Los niños desarrollados emocionalmente son personas con mayor autoconciencia, autoestima y seguridad en sí mismas. Son mucho más felices, tolerantes, obtienen mejores resultados académicos y tienen más capacidad para relacionarse efectivamente con los demás.

¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a desarrollar la INTELIGENCIA EMOCIONAL ?

1.    Ayudándoles a conocer el nombre de las emociones y sus funciones, a reconocerlas y legitimarlas, a regular sus efectos desde la calma y reflexión.

2.  Creando espacios diarios donde puedan expresar con tranquilidad y libertad todo aquello que sienten, necesitan o les preocupa sin sentir vergüenza. Momentos llenos de confianza dondenos mostremos empáticos y comprensivos con todo aquello que nos explican.

3.    Explicándoles que no hay emociones buenas ni malas, que todas son necesarias para la vida. Facilitándoles experiencias que desarrollen el sentido positivo de ellos mismos y potencien la automotivación e iniciativa personal.

4.    Validándoles cada una de las emociones sin juzgarlas. Acompañándoles desde el respeto, la calma y la seguridad con palabras que alienten y abrazos que reconforten. Ofreciéndoles todo el tiempo que necesiten para aprender.

5. Estableciendo límites claros y consensuados que les proporcionen seguridad y protección. Reforzando las conductas positivas y enseñándoles a mostrase  flexibles y adaptables delante las nuevas situaciones.

6.   Convirtiéndonos en el mejor ejemplo de expresión y gestión emocional que puedan tener. Controlando nuestra ira, impulsividad y negatividad. Mostrando una actitud positiva ante la vida, compartiendo con ellos lo que sentimos de manera saludable, sin cargas pero con sinceridad, siendo conscientes de nuestros estados de ánimos intentándoles poner nombre.

7.    Potenciando el autoconocimiento, autocontrol y autogestión desde la atención cálida y la educación positiva. Ayudándoles a reconocer sus aptitudes y habilidades y tener una autoestima saludable.

8.  Despertándoles la curiosidad y el interés por aprender, potenciando la toma de decisiones, la responsabilidad y desarrollando el valor del esfuerzo y el compromiso. Sin cansarnos de explicarles que el error es parte imprescindible para el aprendizaje.

9.    Enseñándoles a ser empáticos y tolerantes y a tener en cuenta las emociones de los demás. A ser agradecidos con aquellos que les cuidan, respetuosos y a escuchar asertivamente.

1.   Estando siempre atentos a las señales de alarma que nos informan que algo no va bien. Los lloros, las rabietas, los enfados constantes nos alertan que hay emociones no resueltas que nuestros hijos necesitan resolver.

El desarrollo de la educación emocional permitirá a nuestros hijos tener una vida exitosa, sana y equilibrada. Como dice Pablo Fernández-Berrocal: “las personas más felices no son las más inteligentes, son las que tienen un corazón intuitivo e inteligente”.

dimarts, 4 de maig del 2021

EL PRIVILEGIO DE SER MAMÁ

Mamá, mama o mami. Da igual, diga cómo se diga, tiene una musicalidad especial. Nunca olvidaré el día en el que mis pequeños pronunciaron “mama” por primera vez. Quién lo ha vivido, sabe de lo que hablo. O aquella primera vez que estiraron sus brazos hacia mí porque era la única que les podía consolar.

Dicen que una madre es comprensión porque sus palabras sosiegan, tranquilizan, porque sus besos y abrazos sanan. Una madre es paciencia en grado extremo por su temple, por su perseverancia, por su capacidad de amar. Una madre es amor porque es cariñosa, afectuosa, protectora, tierna, comunicativa, paciente. Que el amor de una madre es el motor que le permite al ser humano hacer lo imposible.

Yo soy quién soy gracias a la mía. Con sus virtudes y sus defectos, pero le debo todo. Madre no hay más que una y ella siempre ha estado justo en el lugar y en el momento en el que más lo necesitaba. Sin juzgarme, ni etiquetarme. Alentándome en cada uno de mis proyectos, poniéndome límites, ayudándome a descubrir mis talentos, confiando siempre en mí. Convirtiéndose en la mejor abuela que mis hijos pueden tener. Desde que soy madre, la respeto y la valoro aún más si cabe.

Recuerdo el día en que descubrí que estaba embaraza, que me convertiría en mamá. Una mezcla de ilusión y miedo floreció dentro de mí. Supe que en ese mismo instante que mi vida se transformaría radicalmente, que me embarcaba en la aventura más apasionante de mi vida, un vagón compartido con mi marido e hijos para siempre.

Nunca olvidaré la cara de mi padre al enterarse que en pocos meses tendría entre sus brazos a su primer nieto, jamás lo había visto tan feliz. La emoción de mis hermanas por compartirse en tías, la alegría de mis suegros al saber que la familia aumentaba.

En el momento que vi a mi primer hijo por primera vez sentí que me había enamorado de inmediato. Esa persona que sería capaz de robarme a diario una sonrisa, de emocionarme con sus progresos, de preocuparme por su salud, que se convertiría en la fuerza motriz de todos mis retos. Al que deseaba querer, mimar y proteger para siempre.

La maternidad cambió mi concepción del tiempo, del espacio, del sentir. Mi forma de mirar la vida, de establecer mis prioridades, de saber lo que es realmente era importante. De hacer frente a los problemas, de escribir mi futuro.

Ser mamá te hace más tenaz, más valiente, más constante. Te enseña a ser más flexible, más polivalente, a simplificar tus necesidades. A querer ser tu mejor versión, a pelear contra las adversidades con todas tus fuerzas para que el presente sea mucho mejor.

Hace casi dieciséis años que soy mamá, para mí el mejor oficio del mundo. El único oficio en el que primero te otorgan el título y luego cursas la carrera. Una licenciatura llena de contratiempos, de inseguridades y de aspectos por aprender. Que te hace reaprender a diario y te ayuda a ser cada día un poco mejor. Que te regala cariño a raudales, amor sin condición, abrazos que reinician.

A ser mamá se aprende con mucha paciencia y grandes dosis de humor y sentido común. Por suerte, el paso del tiempo te enseña que en la educación de tus hijos no existen fórmulas mágicas, trucos o atajos. Que el secreto de una maternidad feliz es no necesitar tenerlo todo controlado, aceptar y aprender de tus errores, entender que la culpa no es una buena compañera de viaje.

Ojalá antes de ser mamá alguien me hubiese explicado que existían mil formas de entender la maternidad y que todas eran adecuadas. Que mis hijos no necesitan tener una madre perfecta, sólo alguien que les acepte y les acompañe sin condición. Que los quiera con avaricia y les conceda el tiempo que necesitan para aprender.

Ojalá me hubiesen aclarado que las mamás tenemos derecho a la queja, a sentirnos agotadas, a explotar, a querer desconectar. A sentirnos vulnerables, a añorar a ratos la soledad. A querer cultivar nuestra carrera profesional y a no permitir que la M de madre aplaste a la M de mujer.

Después de tantos años he comprendido que mis hijos necesitan una madre que se muestre disponible, que les acepte tal y como son, que sepa valorar sus esfuerzos, que les ponga límites y no le importen únicamente los resultados. Que regale palabras que alienten, silencios que acojan, abrazos y besos que protejan. Que valide todas las emociones que sienten y encuentre un equilibrio entre la firmeza y la amabilidad.

Que se sepa cuidar para poder acompañar desde la calma y la empatíaQue pida ayuda siempre que lo necesite sin sentir vergüenza o debilidad.

Que eduque con el ejemplo, eliminando los gritos, las etiquetas o los reproches que tanto dañan los vínculos. Que quiera acompañándolos sin sobreproteger, respetando sus necesidades e intereses, despertando las ganas de aprender y descubrir.

Que sea capaz de contagiar el placer de vivir, las de tomar la iniciativa, el deseo de soñar en grande. Es dar alas y raíces a la vez, dejar ir regalando oportunidades.

Madre Teresa de Calcuta decía que “enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo…, en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado. No se me ocurre mejor forma de definir la maternidad.

dimarts, 20 d’abril del 2021

PODCAST ADOLESCENCIA: ACOMPAÑAR DESDE LA CALMA

Hace unos días tuve el privilegio de grabar junto a Laura Baena este podcast sobre la ADOLESCENCIA.

Acompañar a un adolescente es una tarea ardua, repleta de retos diarios, de estrategias por aprender. No es fácil entender porque nuestros hijos adolescentes en ocasiones se muestran tan irreverentes,  irascibles y les cuesta tanto escuchar nuestras opiniones. No es fácil aceptar que hayan crecido tan rápidamente y necesiten volar fuera del nido.


Un adolescente es un volcán en erupción que estalla a menudo sin poder entender muy bien el motivo, un cóctel de emociones desbocado que intenta comprender un mundo que va a toda velocidad. Una persona que experimenta una metamorfosis de cambios y va tejiendo su propia identidad. Con sentimientos poco modulados, confusos  y llenos de contradicciones.


Una persona que piensa que en ocasiones el mundo gira en contra de él, con poca capacidad para la autocrítica y para gestionar la frustración.


La adolescencia es la etapa en la que nuestros hijos necesitan de nuestro cariño, comprensión y empatía aunque en ocasiones no parezca así. Que les acompañemos con calma y respeto, que entendamos sus cambios de humor y les ayudemos a poner freno a su impulsividad. 


Nuestros hijos necesitan que expresemos nuestro amor de forma incondicional a diario, que consensuemos normas, que flexibilicemos límites.  Que no les ahoguemos con nuestras expectativas o juicios de valor. Precisan toneladas de miradas que acojan, palabras que entiendan, abrazos que protejan.


Pero no es nada fácil conseguir acompañarlos con tranquilidad cuando se pasan muchas horas encerrados en su habitación enganchados a su móvil o a la consola,  cuando te sientes herido con sus constantes cuestionamientos, cuando deciden esconderse detrás de su silencio.


Espero que disfrutéis del podcast tanto como lo hice yo grabándolo:


LO PODÉIS ESCUCHAR AQUÍ:

https://podcasts.apple.com/es/podcast/adolescencia-acompa%C3%B1ar-desde-la-calma/id1538559887?i=1000517666346



dimecres, 14 d’abril del 2021

Acompañar a nuestros hijos ante el MIEDO

 Llevamos más de un año improvisando, pendientes de cifras de contagios, de restricciones, reinventándonos casi a diario para intentar adaptarnos a esta “nueva normalidad”. Si algo nos ha enseñado esta pandemia es a darnos cuenta que no podemos controlar casi nada, que de la noche a la mañana todo puede cambiar.

Muchos meses después seguimos viviendo en días de máxima incertidumbre, rodeados de noticias sesgadas que nos confunden, de situaciones que nos llenan de angustia porque no las acabamos de entender. De pérdidas personales, laborales, de sueños rotos. Alejados de los nuestros y pendientes de cuándo las vacunas nos van a devolver parte de tantas cosas que hemos postergado.

Un virus que está condicionado enormemente la infancia de nuestros hijos, sus relaciones, sus deseos. Que les ha privado de estar junto a sus seres queridos que tanto necesitan, de jugar con libertad en los parques, de poder celebrar fiestas de cumpleaños junto a sus amigos.

Una crisis sanitaria y social que les ha obligado a adaptarse a una escuela que ha cambiado radicalmente. Las mascarillas les han robado poder ver las sonrisas de sus compañeros y maestros, la distancia social el juego libre en los patios, los grupos estables de convivencia la socialización con el resto de compañeros.

Una pandemia que les ha contagiado en muchos momentos de MIEDO. Miedo a no saber qué va a suceder, a perder a algún ser querido, a que papá o mamá pierdan su trabajo o a no poder salir a jugar a la calle con libertad.

Un sentimiento que se ha hecho mayor la dificultad de entender bien qué era lo que exactamente estaba pasando, ante el temor de poderse contagiar o tener que volver a vivir confinamientos por haber estado en contacto con algún positivo.

El miedo es una emoción natural, primaria y adaptativa imprescindible para nuestra supervivencia. El miedo nos protege, nos hace estar alerta delante de un peligro y poder reaccionar a tiempo, nos hace analizar, aprender y evolucionar. Nos permite identificar las situaciones de peligro y conocer dónde están los límites.

Pero el miedo también puede llegar a bloquearnos, dominarnos y anular nuestra capacidad de razonamiento. A modificar nuestra conducta y hacernos tomar decisiones poco acertadas .Una situación angustiosa que nos hace sentir más frágiles y vulnerables, nos llena de ansiedad y nos imposibilita disfrutar de los pequeños placeres de la vida.

Por este motivo, y en una situación tan excepcional como la que vivimos, nuestros hijos necesitan mamás y papás que mantengan la calma y les ayuden a entender todo lo que está pasando con serenidad y mucha comprensión. Que les expliquen que estamos viviendo días inciertos que nos producen inestabilidad pero que juntos será más fácil salir adelante.

Adultos que no les expongan a noticias procesadas por medios de comunicación que no tengan la capacidad de entender, que se conviertan en modelos asertivos a la hora de gestionar todos los cambios, que les transmitan amor, calma y seguridad. Ayudándoles a entender, con grandes dosis de afecto, que todo esto pasará y que pronto volveremos a recuperar la normalidad.

¿Cómo se educa ante el MIEDO?

1.    Lo primero que deberíamos hacer es explicarles que TODOS tenemos miedo, que es una emoción muy necesaria en nuestra vida. Miedo al virus, a la oscuridad, a la muerte o a estar solos.

2.    Enseñando que la mejor manera de afrontar el miedo es hablando de él sin vergüenza ni tapujos. Identificándolo, poniéndole nombre, validándolo, acogiéndolo y desarrollando habilidades para poder luchar contra él. PLANTÁNDOLE CARA con valentía sin dejar que condicione nuestro día al día.

3.    Ayudándoles a enfrentar sus miedos de forma gradual, poco a poco. Utilizando recursos como cuentos, películas, canciones o historias que les ayuden a verse triunfadores frente a lo que les da temor. Ofreciéndoles recursos de apoyo en las situaciones que le producen miedo y mucha protección.

4.    Fomentando la autoestima, la autonomía y la toma de decisiones ofreciéndoles nuestra comprensión y apoyo. Dándoles tiempo para aprender, respetando sus ritmos y necesidades, sus silencios.

5. Mostrando grandes dosis de cariño, empatía y paciencia. Haciéndoles sentir que entendemos y respetamos todo aquello que les puede causar temor y que estamos a su lado sin condición. Sin ignorarlos ni ridiculizarlos cuando muestren sus temores.

6.    Enseñándoles que al miedo se le combate con grandes dosis de humor; riámonos juntos de él, inventemos historias divertidas que nos ayuden a espantarlo, dibujémoslo buscando su lado más alegre.

7.    Nunca utilizar el miedo en forma de amenaza para lograr que nuestros hijos obedezcan, acepten o modifiquen ciertas conductas o valores. El miedo se hace monstruoso cuando lo usamos erróneamente.

8.    Explicando que el problema no reside en tener miedo sino en el efecto que éste tiene sobre nuestras vidas. Mostremos un modelo positivo de conducta y ayudémosles aconvertir el miedo en prudencia.

9.    Enseñándoles a contrarrestar el miedo con técnicas de relajación, escuchando música tranquila para serenarse o practicando la respiración consciente en los momentos que se sientan más nerviosos y muestren dificultades para aceptar la situación con serenidad.

10. Educando sin sobreprotegerlos, informándoles de todo aquello que es importante que sepan adaptándonos a lo que puedan entender por su a edad. Evitemos datos o cifras que les puedan alarmar, pero expliquémosles todo aquello que deberían saber con honestidad y rigurosidad.

11. Ofrezcamos a nuestros hijos una visión positiva del mundo, enseñándoles a no preocuparse excesivamente por las cosas, a buscar soluciones creativas ante los problemas, a pedir ayuda siempre que lo necesiten sin temor al qué dirán.

Consigamos ser el refugio donde nuestros hijos puedan cobijarse cuando se sientan frágiles, el lugar donde siempre puedan acudir cuando necesiten ayuda y una palabra de consuelo.

 

EDUCAR EN LA FELICIDAD

Es bien curioso que en muchas ocasiones olvidemos mostrar a nuestros hijos o a nuestros alumnos la materia más importante que existe. Seguimos basándonos en la idea tradicional de que educar es adquirir el máximonúmero de conceptos. Nos obsesionamos con que desde muy pequeños aprendan o memoricen la mayor cantidad de contenidos posibles o queaprendan idiomas, toquen instrumentos y practiquen el mayor número de deportes.

Para mi el objetivo principal de la educación debería ser enseñarla CIENCIA de la FELICIDAD. Esa ciencia que te abra la posibilidad de vivir una vida plena de sentido. Según la RAE la felicidad es el estado de grata satisfacción espiritual y física. Si algo nos une a todos los seres humanos es el deseo de conseguirla.

Ojalá fuésemos capaces de enseñar a nuestros pequeños una felicidad bien entendida, sin edulcorantes y llena de realismo. Definiéndola como una responsabilidad individual, como una elección que mucho tiene que ver con la forma en la nos observamos, nos juzgamos o nos queremos. Sin confundirla con una obligación o un estado final o con la cantidad de cosas que somos capaces de poseer.

Una felicidad entendida como un viaje y no como un destino, donde dejas de consumir el tiempo y empiezas a exprimirlo. Esa que te permite vivir con intensidad los días, vivir la vida con sentido y disfrutar de lo cotidiano. Ese sentimiento que permite sentir el privilegiado de poder abrir los ojos cada mañana y te ayuda a ser a diario un poco mejor.

La felicidad se consigue con mucho trabajo, dándote cuenta de cuándo lo eres y qué has hecho para lograrla. Con paciencia y perseverancia, sin identificarla únicamente con el éxito. Se aprende a serlo siendo feliz pero también en los momentos en los que parece que nada funciona o no conseguimos lo que nos proponemos.

La educación emocional debería convertirse en el pilar fundamental en la educación, el eje vertebrador de la felicidad. Una formación centrada en enseñar a decidir, a comprometerse, a responsabilizarse,  a dibujar caminos con coherencia. A identificar y gestionar las emociones, a establecer expectativas adecuadas , a aprender a liderar la propia vida. 

Una educación que prepara a nuestros hijos a vivir en una sociedad compleja, vacilante y llena de incertidumbre. Que prime la formación de una personalidad fuerte y flexible, que enseñe resilencia y crea en el valor educativo de los errores.

¿Cómo se educa en la felicidad?

A ser FELIZ se aprende a diario, con esfuerzo y mucha, mucha práctica. La felicidad no es un código binario sino un subir y bajar, una montaña rusa a la que hay que aprender a domar. Así que hay que enseñar a nuestros pequeños a ser constantes, a asumir que el error es parte imprescindible del juego, a saber perder. 

1. Se educa la FELICIDAD  ofreciendo la oportunidad de vivir experiencias de felicidad diversas pero sobretodo aprendiendo a crearlas. Enseñando a cultivar relaciones sanas, a identificar el sentido de aquello que hacemos, a creer en las sinergias.

2. Se educa la FELICIDAD mostrando la manera de reilusionarse cada vez que las cosas se tambalean,  enseñando a enfocarse en las propias fortalezas, a centrarse en las emociones positivas.

3. Se educa la FELICIDAD haciendo sentir a nuestros pequeños que estamos orgullosos de ellos, ofreciéndoles nuestra protección y seguridad, creando vínculosque enfortezcan. Queriéndoles sin etiquetas, comparaciones o reproches.

4. Se educa la FELICIDAD entrenando a reaccionar de forma positiva ante las cosas que nos pasan, a esforzarse para conseguir aquello que queremos, a creer que la actitud es el mejor arma para conseguir que las cosas sucedan.

5. Se educa la FELICIDAD enseñando que no existen emociones buenas o malas, a convivir con emociones incómodas como la ira, el miedo o la ansiedad, a superar los baches del camino. A buscar ayuda cuando sea necesario, a aprender a convivir con los problemas con optimismo, a no avergonzarse de los baches o fracasos.

6. Se educa la FELICIDAD ayudando a nuestros pequeños a establecerse retos, fomentando la autoestima, la autoregulación, la curiosidad y la autonomía. Potenciando la valentía y la confianza en uno mismo.

7. Se educa la FELICIDAD valorando el esfuerzo que hacen nuestros hijos a diario, alentándolos a no renunciar a los proyectos que les hagan felices, a saber priorizar lo que realmente es importante, a soñar grande.

8. Se educa la FELICIDAD enseñando el valor del agradecimiento que tiene un poder sanador y empático para quien lo da y lo recibe. Que nos conecta con el amor, con la paz, la seguridad y la confianza. Con la abundancia, la positividad y la alegría interna.


9. Se educa la FELICIDAD sin culpas ni autoexigencias que ahogan, convirtiéndonos en el mejor modelo de conducta que puedan tener. Transmitiendo valores y contagiando las ganas de vivir con grandes dosis de buen humor.

10. Se educa en la FELICIDAD aprendiendo a valorar cada pequeño gesto que tienen con nosotros aquellos que nos acompañan y nos quieren; los besos, los abrazos, las palabras que reconfortan y ayudan a seguir adelante.

Gandhi afirmaba que la “ felicidad aparece cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía”. Seamos capaces de enseñar a nuestros hijos a vivir en el aquí y el ahora, a hacer frente a las dificultades con realismo yoptimismo, a valorar todo lo que ya tienen. Ese será el secreto para vivir la vida con felicidad.