Sònia

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diumenge, 11 de febrer del 2018

HÁBLAME BAJITO

Vivimos en una sociedad donde hay poco tiempo para escuchar, para conversar con tranquilidad. Todo es inmediato, fugaz. Buscamos respuestas rápidas a todo lo que nos pasa, educamos desde la impaciencia. La vorágine del día a día, las prisas, las cientos de cosas por hacer consiguen sacar de nosotros nuestra peor versión. Las disputas se suceden a diario, escuchamos sin la intención de entendernos, alzamos la voz sin sentido.

Maximizamos situaciones con poca importancia, generalizamos situaciones como si fueran un cliché, repetimos los mismos errores una y otra vez. Muchas de nuestras conversaciones se convierten en interrogatorios, llenos de etiquetas, de valoraciones erróneas. Demandamos respuestas breves, perdemos la calma constantemente.

Educamos de forma rápida, poco reflexionada, con gran falta de coherencia. Llenamos nuestras conversaciones de represalias, de comparaciones, de reproches. Nos situamos en los extremos provocando desconcierto, las reprimendas se suceden. Acompañamos a través de la bronca, entre amenazas, damos pocas oportunidades para rectificar. Nuestro lenguaje corporal expresa nuestra falta de control.

Damos poco tiempo a nuestros hijos o alumnos para probar, errar y aprender de las consecuencias. Nos resulta difícil hablarles desde la calma, de forma positiva, consiguiendo empatizar. Sin  perder los nervios,  sin decir cosas de las cuales pronto nos arrepentimos. Mostramos poco entusiasmo por lo que nos cuentan, por saber lo que les preocupa, escuchamos a menudo haciendo más cosas a la vez.

Nuestros hijos o alumnos necesitan oportunidades para conversar, para expresar todo aquello que sienten. Hemos olvidado el poder que tienen las palabras, esas que acompañan, sanan, hacen más claro el camino.  Palabras amables que les reconforten, que les abracen, que contagien complicidad. Susurros que les hagan sentir acompañados, respetados, que les alienten a ser valiente. 

Debemos comprender que no siempre saben manifestar lo que les preocupa, sienten o necesitan. Aprendamos a demandar sin exigir, a escuchar activamente, a gestionar las desavenencias, a encauzar correctamente nuestras propias emociones. A ser sutiles para enseñar lo que deseamos, a escuchar sin interpretar, a mostrar confianza con las decisiones que vayan tomando, a pedir perdón cada vez que no hayamos estado a la altura.

Seamos capaces de hablar bajito para contagiar calma, para ayudarles a ahuyentar los fantasmas. Esforcémonos para que sepan lo especial que son para nosotros, para hacerles sentir únicos. Para conectar de forma amable, para ser firmes con respeto. Eliminemos los gritos que sólo generan miedo, desconfianza, rabia, frustración. Perder los nervios llenan de prejuicios nuestras razones, de sermones magistrales sin sentido, de chantajes y castigos.

Intentemos mirar el mundo desde sus ojos, reflexionemos sobre nuestros propios errores. Expresemos  lo que nos molesta de forma asertiva, aprendamos a gestionar las desavenencias, transmitamos confianza. Cuidemos con ternura, acojamos sin reprender. Respetemos ritmos, acompañemos sin condición.

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