Sònia

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dijous, 21 d’abril del 2022

Seis errores que debemos dejar de cometer con nuestro hijo adolescente

 Si existe una etapa educativa difícil de acompañar es sin duda la adolescencia. Un período educativo convulso que a las familias a menudo nos cuesta mucho entender y manejar. Donde parece que la calma en casa sea casi imposible y las disputas y los tira y afloja con nuestros hijos se entrelazan sin parar.

Como padres y madres siempre actuamos con nuestros hijos con la mejor de las intenciones, pretendiendo darles todo aquello que necesitan y mostrándoles nuestra ayuda y comprensión. Pero cuando nuestros hijos e hijas llegan a la adolescencia, parece que esa sintonía desaparezca y nuestra relación empeore sin saber muy bien cómo entenderles y seguir acompañándoles.

La impotencia y la culpa nos invaden cuando las malas caras, las salidas de tono y los reproches son constantes. Conductas en ocasiones rebeldes, insolentes y desafiantes que nos hacen sentir que hemos pasado a un segundo plano, que nos han perdido el respeto y que nuestros consejos u opiniones han dejado de interesarles.

La adolescencia es el período de desarrollo en el que nuestros hijos deben hacer frente a numerosos cambios físicos, psicológicos, cognitivos, emocionales y sociales que les provocarán mucha inestabilidad e incertidumbre. A estos cambios, deberemos sumarles las dificultades que presentan para controlar su impulsividad, para modular las emociones por las que transitan con tan alto voltaje y expresar correctamente qué es lo que les sucede o preocupa.

Una etapa de transformación y reafirmación personal que les hace actuar de una forma desajustada, impredecible y desmedida y les hace vivir entre extremos. Unos años de sana desobediencia, de numerosos aprendizajes, de búsqueda de nuevos límites y retos. De vulnerabilidad y fuerza a igual medida y egocentrismo en estado puro.

Es muy complicado acompañar a alguien que muestra tantas dificultades para hacer frente a la frustración, reconocer sus errores y mostrarse reflexivo. Que reclama su espacio y libertad, en ocasiones con mucha insolencia e indiferencia. Pero es en esta etapa tan complicada cuando nuestros hijos e hijas necesitan que les mostremos nuestra mejor versión. Que sigamos siendo sus guías, el pilar donde apoyarse, el refugio donde acudir cuando sientan que todo cambia y se tambalea.

Nuestros adolescentes necesitan que les ayudemos a descifrar el torbellino de sentimientos que sienten, que les digamos a diario que estamos a su lado sin condición que les acompañemos y se sientan protegidos. Potenciando un lenguaje positivo y utilizando una mirada llena de reconocimiento y amor.

A un adolescente se le educa con grandes dosis de serenidad y empatía. Entendiendo lo difícil que es para ellos hacerse mayor y vivir en una sociedad tan cambiante como es la nuestra. Comprendiendo y aceptando que educar es una carrera de fondo, un trayecto lleno de altibajos donde no se puede tener prisa por conseguir lo que pretendemos, ya que los objetivos se logran a largo plazo.

A su lado, necesitan adultos, pacientes que entiendan lo que les sucede, que atiendan sus necesidades, que los escuchen sin cuestionarlos. Que acompañen con cariño sus alegrías y los momentos más ansiosos, tristes o llenos de incertidumbre. Que les sostengan cuando se sientan vulnerables o desbordados, que les dejen ser tal y como ellos desean mostrarse y les ayuden a construir un buen autoconcepto y una apropiada autoestima.



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