Si algo recuerdo de mi adolescencia es la dificultad que tenía para hacer frente a la frustración y digerir correctamente mis tropiezos. Cuando no alcanzaba lo que pretendía surgía en mí la aflicción, el enfado o el impulso de abandonar aquello que me había propuesto. Podía pasarme días en bucle, enfadada con el mundo y con los que me rodeaban, intentando dominar mi ira o buscando culpables a mis malas decisiones. Los adultos que me acompañaban me explicaban la necesidad de analizar todo aquello que me pasaba con tranquilidad, pero a mí me costaba mucho hacerles caso.
Si hay una emoción desagradable que los adolescentes muestran dificultades para manejar es la frustración. Una emoción que aparece cuando no son capaces de conseguir aquello que desean o se proponen. Surge de la diferencia entre lo que ocurre realmente y lo que se había pensado que pasaría. Un sentimiento muy molesto que les provoca desánimo y frustración.
La tolerancia hacia ella es una habilidad que necesita un aprendizaje específico y que debe empezar desde que uno es pequeño. Esta ayuda a afrontar los cambios inesperados y los fracasos, así como a saber manejar aquello que no está a la altura de las expectativas. Desarrollarla es imprescindible para poder afrontar de forma saludable situaciones que crean incertidumbre y rabia.
En esta etapa de desarrollo tan convulsa y repleta de cambios, el cerebro adolescente no siempre está preparado para actuar desde la reflexión y frenar correctamente los impulsos. Por este motivo, a menudo tienen conductas disruptivas —dificultad para controlar sus emociones y su comportamiento— y dificultades para mostrarse resilientes.
Se desmotivan muy fácilmente ante cualquier contratiempo y, a menudo, abandonan sus objetivos. En cambio, un adolescente con un elevado nivel de tolerancia podrá mantener su estado de ánimo sin alteraciones aunque no vea cumplidas sus expectativas, pedirá ayuda cuando lo necesite y sabrá aceptar las críticas, asumir sus responsabilidades, trabajar en equipo y gestionar mejor los conflictos.
Será más optimista, se sentirá capaz de probar cosas nuevas y transformará las situaciones problemáticas en oportunidades para aprender y mejorar.
Tolerar la frustración significa ser capaz de afrontar los problemas y limitaciones que se encuentran en el camino diario con optimismo e intentar buscar soluciones. Aprender a adaptarse a los cambios, aceptar que no siempre vamos a ganar y solicitar ayuda cuando lo necesitemos sin que eso afecte nuestra autoestima. Superar los obstáculos con responsabilidad, inteligencia y determinación.
Desarrollar una buena inteligencia emocional será clave para que un adolescente pueda hacer frente a la frustración. Para aprender a tolerarla necesitarán la oportunidad de enfrentarse a ella sin sobreprotegerles, trabajo que debe empezar a hacerse desde los primeros años de vida. Se debe potenciar la autonomía e iniciativa personal para que sean capaces de hacerle frente desde la calma y la reflexión. Si los padres no dejan que se enfrenten a ella, intentando resolverles las dificultades continuamente, provocarán que se conviertan en adultos que no saben solucionar sus problemas sin depender de los demás.
Estas son cinco claves que los padres pueden poner en práctica para enseñar a los adolescentes a tolerar la frustración:
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