Debo admitirlo,
la música es uno de mis puntos débiles, una de mis tareas pendientes. Soy una
persona arrítmica, incapaz de entonar o diferenciar dos melodías. Pero aún y así, desde que soy mamá, intento que ocupe un papel importante en la
educación de mis hijos.
Muchos estudios describen los innumerables
beneficios que proporciona la música en el desarrollo de nuestros hijos. Platón
y Aristóteles ya apuntaban que la música constituía un instrumento fundamental
en la educación. La música ayuda a
desarrollar las capacidades intelectuales, sociales y personales de los más
pequeños. Contribuye en la mejora del desarrollo motriz, el pensamiento
lógico-matemático y la creatividad. Aumenta la capacidad de autoescucha y
reflexión, la empatía y las habilidades sociales. La música trabaja valores tan
importantes como la constancia, la perseverancia y el esfuerzo. Mejora la atención y la memoria.
Desde mi cuarto
mes de gestación decidí ponerles música cada noche. Había leído que tenía unos
efectos muy positivos en el desarrollo intrauterino .Acoplaba unos enormes
auriculares a mi barriga y les deleitaba con un rato de buena música,
intentando variar los estilos. Poco a poco, esa hora se convirtió en mágica ya
que, con el paso de las semanas, cada vez reaccionaban más rápido al sentirla y
no paraban de moverse dentro de mí. Fue nuestro primer canal de comunicación.
Estoy convencida que nuestra cita diaria les daba tranquilidad, seguridad y les
hacía estar relajados.
Tras su
nacimiento les ponía la misma música en casa y reaccionaban girándose hacia ella.
Sonreían y estaban calmados. Luego llegaron las canciones de faldas que
repetíamos una y otra vez mientras ellos carcajeaban sin parar. Momentos llenos
de hechizo que se convirtió en un ritual diario. Pedían las canciones
constantemente y las acompañaban de tiernos gestos que me hacían emocionar.
A Pol y Xavier
les gusta cantar y bailar. Tenemos un tiet guitarrista que les intenta contagiar su pasión por la música. La música les desinhibe, les facilita expresar sus
estados de ánimos, sus emociones. Nos gusta cantar juntos en el coche mientras
descubren grupos que sus padres escuchaban cuando eran jóvenes. Es como si las
generaciones desapareciesen y una
canción pudiese unirnos en el tiempo. Si
la especialista de música de mi escuela me oyese cantar mi enviaría a la
fría Siberia.
Gracias a la
educación musical que reciben van disfrutando día a día del lenguaje musical,
de descubrir nuevos estilos y también les
permite darse cuenta que mamá canta y baila fatal. Ya he perdido la vergüenza y
me gusta que me imiten mientras no paran de sonreír.
Des de que
practico atletismo escucho muchas horas de música. Es mi fiel aliada en mis
entrenos en soledad. Una sola estrofa puede transportarme al lugar más
inverosímil. En el km 39, cuando parece que no pueda dar un solo paso más,
aparece en mi ipod la canción que más me recuerda a los míos y por arte de
magia, mi cuerpo se llena de energía para la recta final de la maratón. La música me hace reír,
llorar, emocionar, es la mejor ciencia para expresar sentimientos. En casa cada
uno tiene su canción.
Hace pocos días
pude darme cuenta que la música facilita enormemente la integración de los niños con necesidades
educativas especiales. La canción de la función de final de curso nos premió con un extraordinario momento de explosión de
sentimientos donde todos, por unos instantes,
compartían el mismo patrón emocional. Yo creo que la música es capaz hasta
de sanar.
Vivamos la
música en familia. Juguemos a tararear, conozcamos músicas de diferentes partes
del mundo, asistamos juntos a conciertos, que la música nos haga soñar.
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