- ¿El qué mamá?
- Sonreír.
- Mis ojos se vuelven pequeños.
- Pero tu cara se llena de luz.
- Tú dices que siempre hay un motivo para no dejar de reír.
- La vida a diario nos regala cosas fascinantes, hay que aprender a saberlas apreciar. Además la sonrisa es un maravilloso analgésico que puede llegar a curar.
Existen muchos tipos de papás y mamás, para variedad los colores. Cada
uno con su forma de entender la educación, de marcar límites o aplicar
una pedagogía u otra . Están los autoritarios o permisivos, los que dan
el pecho durante años o los que deciden apostar por el biberón, aquellos
que educan en la libertad o los que prefieren pautar cada paso que su
hijo da. Pero hay algo que une a todos los papás del universo, la
necesidad de ver a nuestros hijos sonreír.
Lo maravilloso de nuestros hijos es que no necesitan un motivo concreto para lograrlo, cualquier circunstancia es ideal para esbozar una sonrisa. Un ruido, una situación inesperada o la melodía de una canción, puede desencadenar una ráfaga interminable de carcajadas. En cambio, los adultos nos olvidamos en muchas ocasiones de sonreír y acabamos tiñendo nuestra vida de gris. Nos convertimos en verdaderos expertos elaborando listados infinitos de pretextos ridículos para no hacerlo. Torpes y desacertados, perdemos el hábito sonreír y olvidamos el sinfín de beneficios que aparta una carcajada o una sonrisa de medio lado.

Por
suerte, hay adultos con un aura singular que han escogido la sonrisa
como insignia para hacer feliz. La utilizan a diario en su trabajo como
la mejor medicina y consiguen endulzar el camino de niños y adultos que
les ha tocado librar una batalla contra la enfermedad. Ángeles con nariz
roja, artistas profesionales que consiguen ponerle a la desventura un
rayo de color. Auténticos querubines llenos de magia, que consiguen
enmascarar el pánico y la incertidumbre con música y buen humor.
Príncipes del júbilo y del entusiasmo que consiguen erizar la piel.
Chistes, guiños y muecas que destornillan a los que sufren algún
tratamiento.
Son los Pallapupas,
seres llenos de cariño que tienen por esencia las ganas de ayudar.
Capaces de contagiar frenesí, optimismo y ganas de seguir luchando a
aquellos pasan largas estancias en el hospital. Payasos maravillosos que
consiguen poner las habitaciones patas arriba para abarrotarlas de
esperanza e ilusión. Que transmiten cariño, consuelo y seguridad a
aquellos que sufren una enfermedad. Que contagian a las familias de
fuerza y aliento y consiguen humanizar los largos pasillos de las
plantas de hospital. Hechiceros de las palabras que consiguen irradiar
las ganas de sanar. Capaces de acompañar y llenar de ilusión a adultos y
personas de la tercera edad con el bálsamo de la carcajada.
Miradas
cómplices, canciones que alivian, momentos que desintoxican y logran
hacer paréntesis en el dolor. Malabaristas en propagar fe, que contagian
ganas de vivir. Ilusionistas encargados de acompañar a los pequeños
peleones hasta el quirófano y conseguir que se duerman sin miedo a lo
que pasará. Napias coloradas que llenan de luminosidad centros residenciales,
sociosanitarios y la planta pediátrica del hospital. Comediantes que
mediante
el teatro social nos ayudan a comprender mejor las enfermedades mentales
y
abren la ventana de la expresión y la comunicación a quienes la padecen.
La
dramatización se convierte en un vehículo maravilloso para que
familiares y pacientes retomen las riendas de
sus vidas convirtiéndose en verdaderos protagonistas de su propia
historia. Porque en cualquier momento nosotros o nuestros pequeños
podemos necesitar que nos echen una mano y nos tiñan el sufrimiento de
tonalidad hagamos que nuestras celebraciones familiares,
retos solidarios o donaciones colaboren con esta gran obra social.
Expandamos la bondad de estos magníficos titiriteros que hacen de las
habitaciones con sábanas blancas y lugar también para soñar.


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