Empieza
septiembre y con él las prisas, los malabarismos para conciliar, el pasar de 0
a 100. Atrás quedan los días con sabor a sal, las rutas a pie, los juegos entre
carcajadas y los helados al atardecer.
Si
algo caracteriza este mes es la vuelta al cole de nuestros pequeños y con ella
nuestra preocupación por los contenidos y procedimientos que deberían aprender.
Dejándonos arrastrar por una sociedad donde prima la competitividad, en
ocasiones establecemos sobre ellos niveles de exigencia desproporcionados que
únicamente generan estrés y frustración. Aceleramos aprendizajes y competencias
para las cuales aún no están preparados y les hacemos cumplir horarios de
adultos con mil y una extraescolar.
Ojalá
este curso escolar las familias y la escuela fuésemos capaces de educar de la
mano, con pausa y sentido común. Priorizando una educación que enseñe competencias
para vivir en equilibrio, para saber
descifrar las emociones, para conseguir ser perseverantes en la persecución de los
sueños.
Estando presente, acompañando sin
condición, facilitando experiencias que fomenten aprendizajes motivadores que
alimenten las ganas de aprender. Siendo capaces de respetar ritmos, maneras de
sentir y ver, convirtiéndonos en el mejor de los ejemplos.
Ojalá consiguiésemos que el principal
objetivo de la educación fuese que nuestros hijos se conviertan en GENTE que
VALGA la pena. La gente que vale la pena huele a amabilidad, a
esperanza, a caminos por descubrir. No necesitan la aprobación de los otros
para tener motivos para sonreír, para brillar, para creer.
La gente que merece la pena creen en
el poder del sentido del humor, de los abrazos y las palabras. Son nobles, transparentes, conectan con la
emoción. Dejan huella en los demás, transmiten serenidad, ayudan sin esperar
nada a cambio.
La gente que merece la pena no buscan protagonismo ni necesitan likes. No venden sus vidas en busca de reconocimiento ni simulan ser algo que no sienten. Inspiran, cumplen sus promesas, no necesitan golpes de suerte para ser feliz.
La gente que merece la pena no juzgan ni comprometen. No intentan imponerse, se adaptan, aceptan, confían. Celebran los éxitos ajenos, elogian, empatizan. Agradecen y valoran los cumplidos, se equivocan sin culpar a los demás.
Demuestran, convierten lo ordinario
en extraordinario, creen en la magia de las casualidades. Las personas que
merecen la pena arreglan sus errores con trabajo y esfuerzo, se muestran
inconformistas, toman decisiones y se quieren sin condición.
La gente que merece
la pena saben lo que quieren y van a por ello sin titubear. Dicen lo que
piensan y hacen lo que dicen. Bailan ante las adversidades, impregnan de
optimismo, de intención. De valentía, confianza e ilusión. Dan sin esperar
recibir, actúan de corazón.
Las personas que
merece la pena hacen del fracaso el mejor de los aprendizajes, batallan por sus
retos, creen en su intuición. Se enorgullecen de sus cicatrices, de sus arañazos, de lo
que aprenden cada vez que la vida se les complica.
Ojalá este curso escolar
consigamos grandes y pequeños desarrollar las competencias y aptitudes
necesarias para ser GENTE que MEREZCA la pena conocer. ¿Empezamos?
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