Mamá, yo lo que quiero es volver a mi vida real.
Mamá, si el virus es tan malo ¿por qué tienes que irte a trabajar?
Mamá, ¿por qué estás tan triste? No quiero que llores.
Todos los papás y mamás de este país hemos tenido que enfrentarnos a preguntas como éstas estos días de confinamiento. Aprender a compaginar nuestra vida familiar, laboral y personal desbordados emocionalmente, preocupados laboralmente y algunas familias sobrepasados con las tareas escolares. Con una incertidumbre que ahoga, con un nivel de exigencia que carga de culpa, con una pandemia que llena de impotencia.
Es muy complicado prever los efectos adversos que causará este encierro en nuestros hijos, una situación sin precedentes. Sin duda éstos serán diferentes en función de las circunstancias que cada familia esté viviendo. No es igual un hogar lleno de problemas, de reproches o de ansiedad por falta de ingresos que uno donde las consecuencias del COVID-19 sean menores y se viva con serenidad y paciencia.
Lo que sí sabemos con seguridad es que a todos los niños les afectará la actitud con la que sus padres se enfrenten ante este confinamiento. Cómo somos capaces de transmitirles lo que sentimos, qué herramientas les estamos enseñando para que puedan entender todo lo que está pasando, de qué forma les acompañamos.
Una difícil tarea educativa para la cual la mayoría no estamos preparados. No es nada fácil educar desde la vulnerabilidad que estamos viviendo, cuando nos sentimos tristes, angustiados o acabamos de perder a un ser querido.
Debemos confiar en la capacidad de adaptación que tienen todos los niños y que estos días nos están demostrando. Si alguien saca matrícula ante el virus son ellos. Encerrados entre cuatro paredes sin perder la sonrisa, las ganas de aprender cosas, de disfrutar de nosotros.
Deberíamos convertirnos en su fuente de seguridad y confianza filtrando toda la información que les pueda dañar. Resolviéndoles todas las dudas y rebajando la tensión con mucho sentido común y del humor. Ayudándoles a entender la importancia de vivir en el presente en este mundo en ocasiones tan incierto e incómodo.
Convirtiendo el confinamiento en una gran oportunidad para aprender a solucionar conflictos, para compartir talentos, para educar en valores tan esenciales como la resilencia, la solidaridad o la empatía.
Observando y validando las emociones que sienten, preguntándoles qué les preocupa, ayudándoles a gestionar la tristeza o la frustración correctamente. Estando atentos a las señales de alarma, relativizando, priorizando lo que es realmente importante. Permitiéndoles esos momentos de explosión donde salga la ira, el llanto o el miedo y ofreciéndoles momentos para que puedan canalizar toda la energía.
Estableciendo horarios y rutinas que les den seguridad, implicándoles en la creación de nuevas normas más flexibles, enseñándoles a pensar y trabajar en equipo con perseverancia.
Haciéndoles poco a poco responsables de sus tareas, potenciando el esfuerzo, la capacidad de decisión y la autonomía. Escuchando sus opiniones y dedicando todo el tiempo que tengamos a JUGAR y compartir tiempo de CALIDAD.
Con los más mayores, respetando sus espacios, silencios y sus ritmos vitales, mostrándonos accesibles e interesados por todo aquello que les pasa, abriendo nuevos canales de comunicación.
Al igual que ellos, después de este confinamiento todos habremos aprendido a ser más conscientes de lo que realmente es esencial en nuestra vida, a quejarnos menos, a convivir tolerando. A ser más agradecidos y pacientes.
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