Recuerdo el día que mi madre me comunicó entre lágrimas que mi abuela había fallecido. Creo que me impresionó más verla llorar que la noticia en sí. Tendría unos diez años y fue la primera pérdida que sentí en mi piel. Adoraba a mi abuela y la noticia me dejó fuera de cobertura. Su muerte me enseñó de una bofetada lo frágil que era la vida, me demostró que era un hecho irreversible, me hizo sentir inmensamente triste.
A lo largo de mi vida he ido aprendiendo que la muerte es una gran maestra. La muerte hace que la vida sea más solemne, más importante, inmortaliza los recuerdos. A menudo una pérdida de un ser querido nos hace replantear la vida, nos recuerda la cantidad de veces que nos mostramos torpes al llenar nuestros días de excusas o postergas. ¡Ojalá la muerte nos enseñase siempre a exprimir la vida al máximo, a identificar lo que de verdad importa!
A lo largo de nuestra vida todos sufriremos algunas pérdidas, y aunque nos cueste relacionarlo, la muerte es parte del ciclo de la vida. Nadie está preparado para perder a un padre, un hermano o a un hijo. Para sentir un dolor que te rompe por dentro, que provoca que nuestra vida jamás vuelva a ser la misma. ¡Qué duro es echar de menos el olor, las palabras o los abrazos de alguien al que adorabas y que se ha ido para siempre!
El Covid19 llegó para secuestrar nuestras rutinas y para castigar a miles de familias de nuestro país con la muerte. Una cifra espeluznante de fallecidos que, semana a semana, sigue aumentando e inunda los hogares españoles de de miedo e impotencia, de desolación y tristeza. Un virus despiadado que tiñe nuestra vida de un absoluto pesar.
Una pandemia que ha privado a muchas familias de poder acompañar a sus seres queridos hasta el último momento, de poder estar a su lado en las largas horas de hospital, de decir adiós de forma consciente. Duelos silenciosos y a distancia que han hecho muy difícil decir hasta siempre.Pérdidas sin funerales ni velatorios, en un contexto extraordinario y deshumanizado, un duelo sin duelo. Despedidas sin abrazos que acompañen, sin besos que consuelen ni palabras que suavicen la pena. Ceremonias solitarias sin seres queridos que sostengan y no dejen caer al que tanto sufre porque está roto por dentro.
Miles de niños han perdido a sus queridos abuelos o a otros familiares que adoraban, sin entender bien cómo este virus se los ha arrebatado. Encerrados en casa han observado como sus padres lloraban en silencio sin saber qué decir o hacer.
Educar ante la muerte pertenece también a la vida, es parte imprescindible de ella. Pero qué complejo es hacerlo cuando esa persona que se ha ido era parte de ti, cuando ves sufrir a tus hijos, cuando sabes que jamás volverás a verla.
Ante una pérdida de un ser querido nuestros hijos necesitan que hablemos de la muerte sin rodeos, que les enseñemos a enfrentarse a ella con naturalidad poniéndole nombre a todos los sentimientos que ésta les genera, que les acompañemos con grandes dosis de amor y respeto.
¿Cómo podemos acompañar a nuestros pequeños y jóvenes ante la pérdida de un ser querido ?
1. Acompañemos el proceso de la pérdida con grandes dosis de dulzura y comprensión. Con toneladas de calma y afecto. Creemos un ambiente donde cada uno pueda expresar todo lo que siente con total libertad.
2. Siempre que sea posible deberíamos anticipar la pérdida explicando a nuestros hijos que aquel familiar al que quieren tanto está muy enfermo y que es muy difícil que los médicos puedan curarle.
3. Es muy importante pensar la manera cómo se lo vamos a decir. Los niños recuerdan con mucho detalle el quien, como, cuando y donde le comunicaron la muerte de su ser querido.
4. Expliquemos a nuestros hijos la muerte sin términos difusos que confundan, sin mentiras que generen falsas esperanzas. Utilicemos un lenguaje sencillo que ayude a comprender, mostrémonos disponibles a dar respuesta a todos los interrogantes que les vayan surgiendo.
5. Aceptemos los ritmos de aceptación de la pérdida, la forma de reaccionar ante ella, la manera elegida para decir adiós de cada miembro de la familia. Evitemos decirle al niño cómo se tiene que sentir.
6. Facilitemos espacios donde compartir todos nuestros sentimientos en familia, donde se de licencia a poder exteriorizar todo lo que nos sucede por dentro. Lloremos juntos, compartamos nuestras dudas y desolación, legitimemos cada una de las emociones que vayan apareciendo.
7. Recordemos a la persona que hemos perdido sin miedo a sentir. Hablemos con naturalidad de lo mucho que le echamos de menos, de todo lo que nos aportaba en nuestra vida. Aceptemos los diferentes ritmos de aceptación de la pérdida, la manera elegida para decir adiós de cada miembro de la familia, la manera de reaccionar ante ella.
8. Creemos en casa el “rincón del recuerdo” que nos permita despedirnos de nuestro ser querido con calma. Animemos a nuestros hijos a escribir una carta de despedida, a dibujar todo lo que sienten en el corazón, a elaborar una lista de canciones que nos recuerden a la persona que se ha ido. A elaborar un álbum de fotografías o una caja de recuerdos.
9. Si no pudimos hacerlo organicemos, en la medida de lo posible, la ceremonia de despedida que el confinamiento nos robó. Busquemos un momento para poder compartir con familiares y amigos toda nuestra pena y dolor. Dejemos que nuestros hijos participen en las ceremonias.
10. No dejemos de repetirles que el paso del tiempo nos ayudará a sentirnos mejor, a mitigar el dolor tan intenso que ahora sentimos. Utilicemos cuentos que ayuden a entender, compartamos juegos que les hagan sentir que les acompañamos y estamos a su lado sin condición.
11. Pidamos ayuda a profesionales cuando veamos que el proceso de duelo se alarga y se complica, cuando no seamos capaces de aceptar lo ocurrido o el sentimiento de culpa no nos deje avanzar.
El tiempo nos enseñará a todos a aceptar la pérdida sin enojo, a ponerle una sonrisa al recuerdo cuando seamos capaces de hacerlo. Quizás es un buen momento para ponerle su nombre a una estrella del firmamento para que siempre podamos mirarla y recordar lo vivido juntos. A darle más valor si cabe a la vida, a aprender a apreciar la pequeñas cosas, a dar gracias por estar aquí..
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