Sònia

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dissabte, 3 d’octubre del 2020

DOCENTES EN TIEMPO DE PANDEMIA

Las mascarillas nos han robado las sonrisas, la distancia social el juego libre, los grupos estables de convivencia la socialización.

El curso escolar ha empezado teñido de incertidumbre, de tristeza y desolación. La comunidad educativa está intentando asimilar una situación complicada e inédita, la escuela de la nueva normalidad no convence a nadie.

La administración ha dejado en manos de los centros escolares y sus docentes la responsabilidad de un inicio de curso incierto. La mayoría de los colegios han abierto sus puertas sin disponer de los medios necesarios para garantizar la seguridad de nuestros pequeños.

Muchas escuelas de nuestro país no disponen de espacios amplios y bien ventilados, no cuentan con las medidas necesarias de limpieza y desinfección ni han podido reducir el ratio de sus grupos. Esta crisis sanitaria ha destapado muchas “cajas de pandora” que siguen existiendo en el sistema educativo y que evidencian su gran precariedad.

Hemos vuelto a escuelas e institutos con protocolos contradictorios que cambian a la vez que aumentan los contagios, que varían en función de los resultados económicos, que no nos aseguran que todo vaya a salir bien.

Las medidas necesarias y reales que necesitan las escuelas chocan directamente con la conciliación familiar. Las políticas de conciliación siguen siendo inexistentes y de nuevo, la escuela y las familias, asumen injustamente una responsabilidad que está castigando severamente la economía y la carrera profesional de muchas mujeres.

La pandemia llegó para robarnos la magia de la enseñanza, para recordarnos nuevamente la torpeza de nuestros dirigentes al seguir considerando la educación como un gasto y no como una inversión. Para volver a demostrarnos que la infancia sigue siendo la gran olvidada de nuestro gobierno, para continuar engrandando la vulnerabilidad de la institución escolar.

Por suerte nuestros hijos y alumnos nos han vuelto a dar una gran lección y se han acostumbrado sin protestar a llevar mascarillas muchas horas al día, a las filas silenciosas, a los patios sin pelota y a los falsos grupos burbujas que respetan con resignación.

Una vuelta a las aulas donde no ha habido tiempo para hablar de contenidos o metodologías, de objetivos o procesos de aprendizaje. Una escuela que no es escuela, que obliga a sus alumnos a moverse poco, a trabajar de manera individual, a no poder compartir.

Hoy día del maestro hay poco que celebrar, un colectivo normalmente olvidado y poco valorado por la sociedad que se siente totalmente abandonado por la administración.

Al que han dejado desamparado con la supuesta autonomía de centros, a los que los máximos responsables les exigen compromiso y colaboración sin escuchar sus necesidades, su profesionalidad e imaginación sin preocuparles su salud, que den respuesta a la complejidad de los proyectos educativos sin el soporte necesario para afrontar este nuevo contexto.

Al que se les requiere impulsar una acción educativa de calidad y equidad sin dotarles de los medios materiales, humanos y técnicos necesarios, programar en múltiples escenarios sin tener tiempo y formación para hacerlo.

Conscientes del tiempo de incerteza que vivimos, los maestros no queremos huir de nuestra responsabilidad profesional y seguimos defendiendo que la escuela es un servicio esencial, creyendo que la educación es el arma más poderosa que tenemos entre las manos.


Los equipos docentes desean acompañar las emociones de sus alumos con cariño y mimo y conseguir el gran reto educativo de enseñar a vivir en el aquí y el ahora en una situación tan excepcional. 

Un colectivo que está sobrepasado pero sigue demostrando su amor por la profesión entre contagios y rebrotes, asumiendo la tarea de acompañar a niños con calma y empatía cuando por dentro se sienten rotos.

Ojalá esta pandemia nos haga reconceptualizar el papel del profesor en el aula, del alumno, la gestión del currículo y especialmente el de la evaluación. Ojalá aprendamos que la “revolución educativa” va mucho más allá de la incorporación de las pantallas en las aulas.

Ojalá todos los maestros y maestras de este país seamos capaces de acompañar a nuestros alumnos sin olvidar que educar es el mayor acto de amor que existe en el mundo.

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