Mamá, mama o mami. Da igual, diga cómo se diga, tiene una musicalidad
especial. Nunca olvidaré el día en el que mis pequeños pronunciaron “mama” por
primera vez. Quién lo ha vivido, sabe de lo que hablo. O aquella primera vez
que estiraron sus brazos hacia mí porque era la única que les podía consolar.
Yo soy quién soy gracias a la mía. Con sus virtudes y sus defectos, pero le
debo todo. Madre no hay más que una y ella siempre ha estado justo en el lugar que
más lo necesitaba. Desde que soy madre, la valoro aún más si cabe.
Una madre es comprensión porque sus palabras sosiegan, tranquilizan, porque
sus besos y abrazos sanan.
Una madre es paciencia en grado extremo por su temple, por su perseverancia,
por su serenidad, por su aguante. Una madre nunca baja los brazos.
Una madre es amor porque es cariñosa, afectuosa, protectora, tierna,
comunicativa, paciente.
Una madre es responsabilidad porque cumple con todo lo que debe, por su
competencia, por su planificación, sus dotes organizativas, por su capacidad de
asumir riesgos, por su esfuerzo o sacrificio, por su liderazgo.
Supongo que muchos de esos adjetivos
me definen como madre pero en
ocasiones no lo siento así. Yo me siento realmente madre porque en ocasiones pierdo los nervios,
porque hay días que me gustaría fugarme a otro país, porque alguna vez he
olvidado la cita en el pediatra. Soy mamá cuando sonrío a otra madre en el parque cuando el monstruo de su hijo ha pegado a mi tesoro y disimulo mis ganas de coger por
el cuello al diablillo.
Soy madre cuando me paso un largo tiempo en la cocina
disimulando los garbanzos con brebajes para que no parezcan garbanzos, cuando
les pongo más de una capa de ropa encima y les frío de calor, cuando memorizo
los poemas de Navidad recitados hasta la saciedad.
Soy mami cuando me emociono al verles dedicarme un gol, cuando no puedo dejar
de sonreír cada que veo el dibujo colgado en la nevera que me han regalado para
mi cumpleaños o cuando se me eriza la piel cada vez que me susurran “te quiero
mamá”.
Soy madre cuando recojo un vómito a las tres de la mañana, cuando no dejo
de soplar porque se han rascado la rodilla, cuando busco un juguete por toda la
ciudad para que sus Majestades queden geniales, cuando me convierto en un
ciempiés haciendo 22 cosas a la vez o cuando madrugo para entrenar para no
perderme nada de sus tardes.
Soy madre cuando preparo en la silla la ropa del día siguiente, cuando
pongo la manualidad que traen del colegio en un lugar destacado del comedor
aunque no entienda exactamente lo que es, cuando sólo quedan dos trozos de pizza
y finjo no tener más hambre, cuando disimulo mi tristeza o mis ganas de llorar.
Soy madre cuando me levanto a media noche porque tienen sed, cuando no
logro sacar de mi cabeza la canción de la serie infantil de moda,
cuando paso la noche en vela controlando que no les suba la fiebre,
cuando me muestro cómplice escuchando que les gusta una niña de la clase,
cuando me ducho a la vez que pregunto las tablas de multiplicar.
Mis hijos me hacen feliz cuando me dicen que soy la mejor madre del mundo y
luego preguntan si pueden jugar a la consola, cuando explican en el cole que
las mujeres también corremos maratones, cuando recién levantada me dicen que
les gusta mi peinado, cuando disimulan comiéndose el puré de verdura que sabe a
diablos o cuando devoramos juntos historias de monstruos o caballeros.
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