Sònia

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divendres, 26 de maig del 2023

Un hijo no ha nacido para cumplir los sueños de sus padres: por qué es importante tener expectativas acertadas

En el momento en el que decidimos que queremos ser padres, de forma inconsciente, empezamos a elaborar grandes expectativas hacia ese bebé que deseamos. Hacerlo es inevitable, pero el problema surge cuando ese hijo o hija, al nacer, no cumple con todo aquello que habíamos imaginado. A lo largo de los nueve meses de gestación, o incluso antes de saber que esperamos un bebé, conjeturamos cómo nos gustaría que fuese físicamente, qué tipo de personalidad, destrezas o capacidades debería tener e incluso fantaseamos sobre la profesión que ambicionamos que elija cuando sea mayor.

Pero en muchas ocasiones ese hijo no cumple con las expectativas que los padres y madres se habían creado. Reconocer que es mucho más tímido, movido, impulsivo o bajito de lo que se desea genera mucha frustración y a los progenitores les hace sentir un gran vacío en su interior.

Las expectativas que los progenitores tienen y proyectan hacia el menor da una falsa sensación de seguridad sobre lo que sucederá. Unas ideas poco realistas, a menudo repletas de miedos o anhelos propios, que llenan a los padres de ansiedad, frustración y decepción y a los hijos, de impotencia, miedo y soledad. 

Unos pensamientos que acaban modulando incorrectamente la identidad y el conocimiento del niño, y que entorpecen gravemente en su desarrollo. Los niños merecen y necesitan que sus adultos de referencia puedan esperar grandes cosas de ellos, pero sin sentirse presionados o evaluados constantemente. No son una extensión de sus padres, sino personas independientes con derecho a comportarse y a vivir la vida que deseen.

El problema surge cuando las ideas preconcebidas del adulto estrechan el camino y limitan el margen del niño, anteponiendo las necesidades y pretensiones del progenitor por delante del respeto a la personalidad y la libertad. Un niño debe sentir que sus adultos de referencia le aceptan tal y como es, sin peros ni pros. Que le ayudan a identificar sus fortalezas y mejorar sus necesidades y debilidades sin descalificarle o llenarle de etiquetas. Que no juzgan sus errores cuando se equivoca, sino que le ofrecen todo el apoyo que necesita. Que validan sus emociones y le ayudan a tomar decisiones adecuadas.


Si un niño siente que nunca está a la altura de las expectativas que tienen hacia él sus progenitores o sus personas más cercanas vivirá en una insatisfacción constante y tendrá baja autoestima. En un sufrimiento constante y en una enorme infelicidad. Mostrará muchas dificultades para gestionar correctamente sus emociones y crecerá sintiendo que todo lo que hace está por debajo de lo que se espera de él. Se hará mayor con el único deseo de satisfacer los deseos de sus padres, creándoles mucha tensión interna y una sensación continua de fracaso, culpabilidad e infelicidad. A lo que se suma que unas expectativas poco acertadas provocarán un distanciamiento entre padres e hijos y un apego inseguro.

En cambio, si el niño siente que las expectativas que establecen sobre él son positivas y acertadas tendrá autoconfianza o mostrará motivación por obtener buenos resultados. Se sentirá aceptado y libre para probar todo aquello que desee.

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