Sònia

Sònia

diumenge, 27 de setembre del 2015

¿POR QUÉ LLORA MAMÁ?

- ¿Por qué llora mamá?

- Porque tiene miedo.

- ¿Miedo a qué?

- A no saber lo que le depara el viaje que acaba de emprender.

- Pero si viaja de la mano de su mamá.

- Dejar atrás tu casa, tu familia, muchos de tus sueños, te hace realmente vulnerable. La incertidumbre se convierte en la peor compañera de viaje.

- ¿Por qué abandonan su país?

- Huyen de una absurda guerra, donde los adultos se muestran incapaces de llegar a un consenso para dejar de matar. El poder hace a la gente realmente miserable.

- Tú siempre dices que hablando se entiende la gente.

- En ocasiones mucho dirigentes no entienden que el poder es responsabilidad y no imposición. Usarlo incorrectamente hace que se convierta en el arma más letal que existe.  

- ¿Y eso también me puede pasar a mi?

- Por suerte nosotros vivimos en un país donde reina la democracia pero todos en este mundo podemos a llegar a ser refugiados.

- ¿Quiere decir que ese niño ha tenido mala suerte por nacer donde le tocó?

- Le tocó nacer en un territorio donde miles de personas deben huir de él para poder vivir en libertad.

- Entonces, ¿tu lugar de nacimiento determina tu suerte? No lo entiendo mamá,  uno no puede elegir donde va a nacer, de que color va a ser o en que Dios va a creer.

- Es muy injusto pero en muchas ocasiones el lugar donde naces hará que tu vida sea mucho más difícil. Mucha gente al momento de nacer heredará barreras, cadenas y un futuro lleno de incerteza.


¿Cómo se le explica a un niño de 10 años que muchas personas en este planeta nacen sin la opción de decidir como será su vida o sin permitirles expresar aquello que piensan o sienten ? ¿Cómo se le justifica que niños que podrían ser compañeros de clase, por el simple hecho de nacer en países que sufren guerras inexplicables, se les niega el derecho a la educación y las necesidades básicas como la alimentación o la protección? ¿Cómo se le argumenta que los líderes autoritarios que gobiernan esos territorios vetarán a la infancia de crecer en libertad, les negarán la mayoría de sus derechos y  les concederán pocas opciones para soñar?

Mi hijo no entiende que miles de personas en este mundo vivan en una guerra que ellos no han contribuido a provocar, que mueran en el mar buscando una nueva costa donde poder volver a empezar. Playas que se llenan de cadáveres de familias que compraron un billete buscando su última oportunidad,  gente sin opción a alzar la voz, obligados a obedecer, que invocaban a quien quiera escucharles la necesidad de volver a empezar, que se aferran a cualquier dios que les pueda proteger. 

Hace unos años tuve la suerte de vivir unos meses en Costa de Marfil y ver con mis propios ojos como miles de personas vivían bajo una guerra civil encubierta que mataba sin indulgencia. No podía entender que las madres con las que trabajaba en un centro de acogida de la capital estuviesen dispuestas a poner en riesgo la vida de sus hijos por encontrar desesperadamente una nueva ocasión para emprender, para ofrecerles un porvenir a las que ellas fueron castigadas a no tener. Ahora que soy mamá me ruborizo de haber llegado a cuestionar que hiciesen cualquier cosa por luchar por un futuro esperanzador. Ahora entiendo que una madre sea capaz de subirse a una lancha en brazos de su bebé cerrando los ojos y deseando despertarse de la pesadilla que le ha tocado sufrir en otra costa que le regale una mínima oportunidad.

Vivimos en sociedad tan torpe que década tras década la historia del odio y asesinatos se vuelve a reiterar. Europa vuelve a llorar, a sufrir la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial , a vivir un éxodo convulso donde como siempre los civiles se llevan la peor parte del pastel sin que nadie les haya invitado a probar. Miles de personas que, movidas por el terror, traspasan muros y vallas, colapsan fronteras arrastrando como único equipaje el pánico,  surcan mares y recorren miles de kilómetros rastreando una mínima oportunidad de sobrevivir. Niños que crecen con la banda sonora del llanto y la explosión, madres que imploran compasión, familias que desaparecen por el rencor de los dirigentes que no están dispuestos a recular.

Un mundo intoxicado que roba a miles de niños su niñez, una infancia privada de la sonrisa, la protección, de proyectos. Mis hijos tiene miedo a la oscuridad o a las tormentas, ellos al estruendo de una bomba o a no volver a ver a papá que es obligado a empuñar una arma que no quiere usar. Las violaciones de los derechos humanos se suceden sin parar, territorios que desaparecen en manos del desprecio y la rabia. Nadie elige convertirse en un refugiado y menos un niño, es una canallada feroz. Despojarles de la protección, obligarlos a depender de la ayuda de miles voluntarios que se convierten en héroes de la solidaridad, que son observados por ojos llenos de terror, labios sin sonreír,  brazos que piden un achuchón, ceños que expresan no entender, oídos que no reconocen la lengua en que les quieren consolar, voces que llaman a mamá sin saber que ella no volverá. Países de asilo que intentan que la pesadilla en los que se ven inmersos sea un poco mejor, fragilidad en estado puro.

La comunidad internacional actúa torpemente para solucionar el problema y las muertes no dejan de suceder. Soy de las que piensan que no podemos ignorar lo que pasa ni tengo la desfachatez de girar la cabeza por el miedo que el problema nos pueda salpicar. Europa llora la muerte de gente de carne y hueso, que abandona lo que tiene para subirse a cualquier tren que les de una oportunidad, mientras los dirigentes poco honestos siguen buscando soluciones irrumpimos por sus egos que condenan a la gente a no llegar ningún destino.

Por suerte  queda lugar en esta sociedad para miles de personas que alzan la voz, que ayudan in situ a las personas en éxodo con apoyo material o moral y aquellas que lo hacen en la distancia mobilizando a toda aquella gente que no cierra los ojos al deber de la solidaridad. Personas que no quieren acabar deshumanizados, que hacen un llamamiento real a la acogida, que creen que cada pequeño gesto suma. Mujeres y hombres que creen que el ser humano es capaz de construir un mundo mejor, que quieren ser el mejor ejemplo para sus hijos en el arte de ayudar, sin ningún miedo a vivir un poco peor, dispuestos a compartir el bienestar. 

Considero que mi hijo aún es pequeño para ver el cuerpo de Nilufer Demir en la orilla de la playa pero intento explicarle la importancia de colaborar y luchar por conseguir una sociedad sin odio y sinsentido, donde todo el mundo, haya nacido donde haya nacido, tenga las mismas oportunidades para alcanzar lo que todos perseguimos que es la felicidad. No permitamos que ningún niño viva sin sueños.




diumenge, 20 de setembre del 2015

HIJOS, CORRAMOS EL RIESGO

Mamá, no se si debería hacerlo.

Si no lo pruebas jamás sabrás si hubiese merecido la pena arriesgarse.

¿Tú que harías mamá?

Sin duda intentarlo.

¿Y si no me sale bien?

Todas las decisiones que tomes conllevarán un riesgo. Para ser feliz deberás aprender a lidiar y superar todos tus miedos.

¿Y cómo sabré si debo o no lanzarme?

Sólo debes asegurarte que, lo que decidas hacer, te hará feliz. Cuando sientas que eres capaz de aventurarte, de acercarte al acantilado sin miedo a caer, que lo imposible se pueda lograr, estarás preparado para empezar a trabajar por aquello que realmente desees.

Tendemos a intentar controlarlo todo, el ritmo desaforado en el que vivimos da poca opción a crear, probar, experimentar o retroceder. Todo está reglado, programado y, en muchas ocasiones, concedemos poca disyuntiva a la espontaneidad. No hay tiempo para salir del camino marcado, para dar opciones de elegir. Educamos a nuestros hijos a ser comedidos, a hacer lo correcto, a seguir las normas sin titubear, a saludar y dar las gracias. Convertimos la incertidumbre y lo desconocido en un engorroso compañero de viaje, lo que no controlamos nos abruma.

Una de las cosas que más añoro de mi infancia es el cosquilleo que me producía el no saber que pasaría. La sorpresa, lo extraño, lo inesperado, se convertía en un momento fascinante. Recuerdo cuando hacía las cosas sólo guiada por mi intuición, por mi corazón, sin prestar demasiada atención a la razón. Era capaz de actuar sin que me frenase lo que dirían los demás, sin pensar si era apropiado o no, utilizando únicamente el motor de la ilusión, el deseo de aprender o vivir algo por primera vez. Cada vez que me atrevía a romper los protocolos la vida me premiaba con algún maravilloso aprendizaje.  

Por esta razón, intento recuperar esa magia que tanto me hacía feliz y educar a mis hijos en la valentía, animándoles romper con los formulismos, a morder la vida sin necesitar siempre una red. Ojalá nunca permitan que nadie les diga en lo que deben soñar, que corran el riesgo a diario de ensayar distintos caminos, que sean capaces de decir lo que sienten para no perder lo que deseen. Que recuerden siempre que podrán arrebatarles todo menos la capacidad de elegir, su actitud personal ante las circunstancias, la fe en su propio futuro, la confianza ciega en su trabajo. Mi educación se centra en ayudarles a ser personas que entiendan que el éxito llega en función de las veces que están dispuestos a intentar las cosas, a enseñarles a no dejar de persistir, a sacrificarse por cada nuevo reto, a convertirse en el mejor talismán.

Hijos tentad al futuro, querer que se pueda, sed humildes, no tengáis miedo a fallar. Sed osados, trabajad por de todo aquello que os haga dichosos porque el hacer es la mejor manera de decir. Morded la vida con uñas y dientes, reinventaros las veces que sea necesario, comprometeros con vuestros deseos, no dejéis pasar nunca ningún tren.  

Porque el mundo lo cambian únicamente los que están dispuestos a ir paso tras paso sin mirar atrás, sin condicionarse por lo que dirán, que trabajan con entusiasmo desmedido, los que no fabrican excusas y sueltan todo aquello que se convierte en un lastre. Convertiros en estudiantes de por vida, hambrientos por aprender, por disfrutar de cada nuevo rincón descubierto, por hacer que las cosas sucedan.

No cultivéis la queja, elaborad soluciones, razones para querer seguir. Vivid sin pedir permiso, con agallas, devorando cada amanecer. Volad sin límites, sin prejuicios ni reproches, aceptando la imperfección, aprendiendo del error. Poned los cinco sentidos en cada elección, no os arruguéis ante nadie, nunca os traicionéis a vosotros mismos. Encontrad vuestro momento, desterrad a la rutina, imaginad a lo grande sin calcular la opinión de los demás. 

Recordad siempre que vuestro momento es el ahora, que si nunca os arriesgáis  a cruzar el río nunca sabréis que esconderá la otra orilla. Si vais a caer, que sea en la tentación por vivir.



dimecres, 9 de setembre del 2015

HIJO, PUEDES LLEGAR A CONSEGUIR LO QUE TE PROPONGAS


- Mamá, nunca hubiese pensado que sería capaz de conseguirlo.

- Yo nunca dudé que lo lograrías. Pero si no lo hubieses conseguido, el esfuerzo igualmente hubiese merecido la pena, ¿no crees?

- Ya mamá, pero a veces es difícil esforzarte cuando dudas si serás capaz de lograr tu objetivo. Cuando las cosas se complican me entran muchas ganas de tirar la toalla.

- Hijo, en la vida no siempre se consigue lo que uno desea, es más, en muchas ocasiones no ocurre lo que uno espera. Yo creo que en gran parte en eso reside la magia de nuestra existencia.

- ¿Eso quiere decir mamá que si me esfuerzo no siempre conseguiré alcanzar mis sueños?

- Exacto, pero eso no significa que debas dejar de soñar, porque cada camino que emprendas te regalará mil y un aprendizaje.

- ¿Y si me equivoco mamá?

- Tu mejor maestro será siempre tu último error, será tu mejor aliado para aprender. La experiencia es lo que te quedará cuando no hayas conseguido lo que querías.

- Y tu mamá, ¿alguna vez no has conseguido lo que te has propuesto?

- En muchas ocasiones, pero eso no significa que no haya trabajado lo suficiente para lograrlo. Las dificultades deben convertirse únicamente en un punto y seguido en nuestro camino.

Sin duda la resiliencia es una de las competencias más difíciles de enseñar a nuestros hijos. Las personas resilientes tienen la capacidad de hacer frente a las adversidades que les presenta la vida, superarlas y transformarse positivamente por ellas. En una sociedad en la que vivimos a una velocidad extrema, donde todo debe ser inmediato, donde en ocasiones se evita el fracaso y la tolerancia a la frustración es casi inexistente, es primordial enseñar a nuestros hijos a ser inteligentes emocionalmente, a desarrollar las habilidades necesarias para enfrentarse, con una actitud positiva, a los numerosos retos que les regalará la vida.

Al igual que a los adultos,  a nuestros hijos el día a día les pondrá a prueba , les planteará situaciones que deberán superar y para ello será necesario que entiendan que el problema no reside en lo que te sucede sino en lo que haces con lo que te sucede. Para las personas resilientes no existe una vida dura, sino momentos difíciles. Es fundamental que nuestra actitud se convierta en el mejor ejemplo cuando las cosas se pongan cuesta arriba, que nos aseguremos que sepan que creemos en ellos sin titubear, que sientan que reconocemos cada uno de sus logros, que les encorajemos a seguir intentándolo una y otra vez, sin evitar que se caigan pero enseñándoles a levantarse. Uno de las claves será ofrecerles la seguridad y protección necesarias, animémosles a probar y aprender, sin reproches y sin "ya te lo avisé".

Enseñemos a nuestros hijos a convertir cada contratiempo en una gran oportunidad para aprender, para crecer. Ayudémosles a ser conscientes de sus potencialidades y limitaciones, a confiar en sus capacidades, a vivir en el aquí y en el ahora, aceptando lo que trae la tormenta de forma objetiva y optimista. Potenciemos la creatividad y flexibilidad ante las adversidades  como la mejor arma para buscar soluciones, donde el humor y la tenacidad, se conviertan en los mejores socios. Eduquémosles a buscar ayuda cuando lo necesiten, a trabajar en equipo, a ser empáticos y bondadosos con los que les rodean, a ser agradecidos por lo mucho que poseen. Diseñemos juntos nuevos desafíos por los que trabajar, teniendo muy presente que el esfuerzo y la constancia serán la clave para el éxito.

La mejor manera de ayudar a nuestros hijos a ser personas resilientes será no justificando sus errores ni evitándoles las adversidades, ya que en la mayoría de las ocasiones no podremos cambiar las cartas que nos hayan tocado pero si aprender a hacer la mejor partida con ellas. Potenciemos su autoestima, alentemos cada uno de sus pasos, exijámosles que se comprometan con cada una de sus decisiones sin excusas ni reproches. Enseñémosles a hacerse preguntas y no sólo a contestarlas, a reflexionar sobre el por qué de las cosas, a verbalizar sus miedos, a ser útiles y con ganas de sumar, a ver la vida siempre desde la mejor perspectiva. Ayudémosles a focalizar toda su energía en todo lo que poseen y no en lo que les falta, a solucionar los problemas de forma autónoma sabiendo que siempre seremos su mejor apoyo, a relativizar. Animémosles a enamorarse de la vida, a aferrarse a los sueños, a querer mejorar día a día.

Y si hijo, habrá días que no querrás levantarte, ni reír, ni sentir y parecerá que nada merezca la pena. Será exactamente ese día en el que nadie te preguntará si quieres ser fuerte pero deberás obligarte a ello. No olvides nunca que la vida no es un problema para ser resuelto sino un misterio para ser vivido. No serás lo que logres, sino lo que superes.

dimecres, 2 de setembre del 2015

LA MUERTE SIGUE SIN TENER EXPLICACIÓN

- Mamá, ¿te acuerdas cuando íbamos a pescar con el abuelo?

- Claro que lo recuerdo.

- ¿Y te acuerdas cuando se inventaba el cuento de la loba?

- Eran historias maravillosas, siempre conseguía que os fueseis a la cama con una sonrisa.

- Recuerdo como me gustaba que me fuese a recoger al colegio y comíamos en su casa.

- A él le encantaba estar contigo.

- Él siempre tenía tiempo para mi, nunca hacía las cosas con prisa.

- Para él sus nietos erais lo que más quería en el mundo. Recuerdo la primera vez que te cogió en brazos, nunca le había visto sonreír de ese modo.

-  ¿Por qué los niños de mi clase tienen abuelos y yo no?

- Una enfermedad se lo llevó casi sin darnos cuenta, no hubo casi tiempo para decirle adiós.

- ¿Y por qué no lo curaron mamá?

- Lo intentaron, pero los médicos no encontraron solución.

- Lo que daría mamá porque fuese él quien me comprase un helado y me viese jugar a futbol.


Preguntas que te hacen suspirar y te obligan a aguantar el llanto. Tres años después de su muerte y sus nietos siguen llorando su ausencia, extrañando sus abrazos, mirando al cielo cada vez que meten un gol en sus partidos. Sus hijos lo recuerdan cada vez que entran en meta y su mujer lucha por recomponer el puzzle de su vida.  Yo continuo echando de menos el cariño con el que me trataba, como apoyaba cada uno de mis proyectos en silencio, como era la elegida para el mejor trozo de sandía.

No hubo tiempo casi para despedirnos, para decir un "te quiero", un "no te vayas aún", para "un gracias por todo". Todos sabemos que la vida es finita, que se escapa entre los dedos y debes exprimirla al máximo, pero somos tan torpes que no lo hacemos. Tres veranos después sigo sin ser capaz de explicar a mis hijos que la vida en ocasiones te da una bofetada que no mereces, que te priva de un arrebato de las cosas que más quieres, que roba parte de tu alma sin opción al pataleo. Y es en ese preciso instante cuando te das cuenta de la necesidad de invertir todos tus esfuerzos para que lleguen a entender que cada día hay que exprimirlo como si fuese el único, a enseñarles a jugar sus cartas de forma más inteligente posible. Las experiencia te enseña que las cosas no son fáciles o difíciles, lo que uno crea las hará fáciles o difíciles.

Tres veranos y seguimos arrastrando su ausencia. En ocasiones las palabras, los abrazos o el silencio compartido no alivian el dolor de su marcha.  Papá lo sufre en silencio perdiéndose en los atardeceres junto a su cámara, deseoso de encontrar la mejor luz.  Sus nietos lo mantienen presente en sus vidas nombrándole diariamente "con él íbamos", "él  me explicaba" o a "él le gustaba". ¿Cómo es posible que un niño que tenía tres  años sea capaz de recordar su olor, su forma de hacer las cosas o sus manías?

- ¿Tu crees mamá que nos ve desde donde está?

- Estoy convencida de que sí.

- ¿Y crees que le gusta como soy?

- Estará super orgulloso de verte crecer tal y como eres.

- Mamá no hay noche que me vaya a dormir sin mirar la estrella que más brilla.

A base de tornados la vida te enseña la necesidad imperiosa de valorar las pequeñas cosas, que todas juntas se convierten en el motivo de tu existencia. A veces son casi imperceptibles o cuantificables y te exigen una extrema agilidad para poder identificarlas, apreciarlas o disfrutarlas. Como me gustaría enseñar a mis hijos a vivir el ahora como si no hubiera un mañana, a que emprendan cada una de sus ilusiones, a saber rebelarse contra las excusas, a no tener miedo al fracaso. Conseguir que se fuesen a la cama a diario sintiéndose orgullosos de haber exprimido al máximo cada una de las oportunidades que les ha regalado la jornada, a que sus proyectos no yazcan enterrados en el silencio, a que la osadía les lleve a descubrir mil y un camino. Hacerles entender que cada error será la base para el siguiente aprendizaje.

Si hijo, el abuelo no volverá pero para siempre nos quedará su recuerdo. Aprendamos con su pérdida a ver en cada gesto un regalo, a que nuestros miedos no nos priven de soñar nuevos retos y a que cada amanecer nos recuerde nuestra pasión por la vida y nos ofrezca una nueva oportunidad para rectificar y volver a construir. Porque en esta vida nada está escrito, ni confirmado, ni decidido y las leyes a menudo no se cumplen. La magia reside en convertirte en el protagonista de escribir tu propia historia.