Sònia

Sònia

dissabte, 31 d’octubre del 2020

CÓMO EDUCAR ANTE LA MUERTE

Recuerdo el día que mi madre me comunicó entre lágrimas que mi abuela había fallecido. Creo que me impresionó más verla llorar que la noticia en sí. Tendría unos diez años y fue la primera pérdida que sentí en mi piel. Adoraba a mi abuela y la noticia me dejó fuera de cobertura. Su muerte me enseñó de  una bofetada lo frágil que era la vida, me demostró que era un hecho irreversible, me hizo sentir inmensamente triste.

A lo largo de mi vida he ido aprendiendo que la muerte es una gran maestra. La muerte hace que la vida sea más solemne, más importante, inmortaliza los recuerdos.  A menudo una pérdida de un ser querido nos hace replantear la vida, nos recuerda la cantidad de veces que nos mostramos torpes al llenar nuestros días de excusas o postergas. ¡Ojalá la muerte nos enseñase siempre a exprimir la vida al máximo, a identificar lo que de verdad importa!

A lo largo de nuestra vida todos sufriremos algunas pérdidas, y aunque nos cueste relacionarlo, la muerte es parte del ciclo de la vida. Nadie está preparado para perder a un padre, un hermano o a un hijo. Para sentir un dolor que te rompe por dentro, que provoca que nuestra vida jamás vuelva a ser la misma. ¡Qué duro es echar de menos el olor, las palabras o los abrazos de alguien al que adorabas y que se ha ido para siempre!

El Covid19 llegó para secuestrar nuestras rutinas y para castigar a miles de familias de nuestro país con la muerte. Una cifra espeluznante de fallecidos que, semana a semana, sigue aumentando e inunda los hogares españoles de de miedo e impotencia, de desolación y tristeza. Un virus despiadado que tiñe nuestra vida de un absoluto pesar.

Una pandemia que ha privado a muchas familias de poder acompañar a sus seres queridos hasta el último momento, de poder estar a su lado en las largas horas de hospital, de decir adiós de forma consciente. Duelos silenciosos y a distancia que han hecho muy difícil decir hasta siempre.

Pérdidas sin funerales ni velatorios, en un contexto extraordinario y deshumanizado, un duelo sin duelo. Despedidas sin abrazos que acompañen, sin besos que consuelen ni palabras que suavicen la pena. Ceremonias solitarias sin seres queridos que sostengan y no dejen caer al que tanto sufre porque está roto por dentro.

Miles de niños han perdido a sus queridos abuelos o a otros familiares que adoraban, sin entender bien cómo este virus se los ha arrebatado. Encerrados en casa han observado como sus padres lloraban en silencio sin saber qué decir o hacer.

Educar ante la muerte pertenece también a la vida, es parte imprescindible de ella. Pero qué complejo es hacerlo cuando esa persona que se ha ido era parte de ti, cuando ves sufrir a tus hijos, cuando sabes que jamás volverás a verla.

Ante una pérdida de un ser querido nuestros hijos necesitan que hablemos de la muerte sin rodeos, que les enseñemos a enfrentarse a ella con naturalidad poniéndole nombre a todos los sentimientos que ésta les genera, que les acompañemos con grandes dosis de amor y respeto.

¿Cómo podemos acompañar a nuestros pequeños y jóvenes ante la pérdida de un ser querido ?

1. Acompañemos el proceso de la pérdida con grandes dosis de dulzura y comprensión. Con toneladas de calma y afecto. Creemos un ambiente donde cada uno pueda expresar todo lo que siente con total libertad.

2. Siempre que sea posible deberíamos anticipar la pérdida explicando a nuestros hijos que aquel familiar al que quieren tanto está muy enfermo y que es muy difícil que los médicos puedan curarle.

3. Es muy importante pensar la manera cómo se lo vamos a decir. Los niños recuerdan con mucho detalle el quien, como, cuando y donde le comunicaron la muerte de su ser querido.

4. Expliquemos a nuestros hijos la muerte sin términos difusos que confundan, sin mentiras que generen falsas esperanzas. Utilicemos un lenguaje sencillo que ayude a comprender, mostrémonos disponibles a dar respuesta a todos los interrogantes que les vayan surgiendo.

5. Aceptemos los ritmos de aceptación de la pérdida, la forma de reaccionar ante ella, la manera elegida para decir adiós de cada miembro de la familia. Evitemos decirle al niño cómo se tiene que sentir.

6. Facilitemos espacios donde compartir todos nuestros sentimientos en familia, donde se de licencia a poder exteriorizar todo lo que nos sucede por dentro. Lloremos juntos, compartamos nuestras dudas y desolación, legitimemos cada una de las emociones que vayan apareciendo.

7. Recordemos a la persona que hemos perdido sin miedo a sentir. Hablemos con naturalidad de lo mucho que le echamos de menos, de todo lo que nos aportaba en nuestra vida. Aceptemos los diferentes ritmos de aceptación de la pérdida, la manera elegida para decir adiós de cada miembro de la familia, la manera de reaccionar ante ella.

8. Creemos en casa el “rincón del recuerdo” que nos permita despedirnos de nuestro ser querido con calma. Animemos a nuestros hijos a escribir una carta de despedida, a dibujar todo lo que sienten en el corazón, a elaborar una lista de canciones que nos recuerden a la persona que se ha ido. A elaborar un álbum de fotografías o una caja de recuerdos.

9. Si no pudimos hacerlo organicemos, en la medida de lo posible,  la ceremonia de despedida que el confinamiento nos robó. Busquemos un momento para poder compartir con familiares y amigos toda nuestra pena y dolor. Dejemos que nuestros hijos participen en las ceremonias.

10. No dejemos de repetirles que el paso del tiempo nos ayudará a sentirnos mejor, a mitigar el dolor tan intenso que ahora sentimos. Utilicemos cuentos que ayuden a entender, compartamos juegos que les hagan sentir que les acompañamos y estamos a su lado sin condición.

11. Pidamos ayuda a profesionales cuando veamos que el proceso de duelo se alarga y se complica, cuando no seamos capaces de aceptar lo ocurrido o el sentimiento de culpa no nos deje avanzar.

El tiempo nos enseñará a todos a aceptar la pérdida sin enojo, a ponerle una sonrisa al recuerdo cuando seamos capaces de hacerlo. Quizás es un buen momento para ponerle su nombre a una estrella del firmamento para que siempre podamos mirarla y recordar lo vivido juntos. A darle más valor si cabe a la vida, a aprender a apreciar la pequeñas cosas, a dar gracias por estar aquí..

dissabte, 17 d’octubre del 2020

EL ACOSO NO ES NO ES COSA DE NIÑOS

Nos hemos deshumanizado, empobrecido en valores, acostumbrado a los desplantes. Hemos normalizado que en las escuelas o institutos muchos niños y jóvenes sufran a diario vejaciones o insultos. El bullying continua siendo uno de los principales problemas en las aulas españolas. Con el confinamiento este acoso se trasladó a la las redes sociales agudizando el sufrimiento de quien lo padece al convertirlo en anónimo y mucho más prolongado en el tiempo.

Hemos aceptado en muchas ocasiones la mala educación, las ofensas desmesuradas, los gritos o los insultos. Las peleas de gallos donde ganan siempre los más irrespetuosos, donde pierden siempre los más desfavorecidos.

Sin ser conscientes hemos emponderado con nuestro silencio a aquellos que se sienten con el poder de humillar, agredir o intimidar ya sea cara a cara o en el ciberespacio.

Provocadores que con crueldad tienen comportamientos ruines ante sus compañeros de clase por el simple hecho de ser, pensar o actuar diferente a ellos. Niños y jóvenes que entienden la violencia como forma legítima de resolver los conflictos, de imponer sus ideas, de liderar erróneamente como tiranos.

Y no, no son bromas, ni mal entendidos, ni cosas de niños. Son agresiones verbales, burlas que hieren, amenazas que atemorizan. Ataques reiterados que parten el alma, que intoxican, que llenan de reproches.

Violencia entre iguales que rompen vidas, que roban infancias, que siembran pánico, que rompen familias. Que generan autolesiones o suicidios. Ataques sin sentido con consecuencias devastadoras para todos los actores implicados, para sus familias, para el entorno.

Agresores con conductas que someten, con límites inexistentes, con falta de referentes, sin capacidad de gestionar la frustración. Que a menudo copian modelos de adultos agresivos que pagan con ellos sus miserias, que viven regidos por la ley del más fuerte.

Espectadores que encubren, que ocultan miserias, que aceptan en silencio la situación de acoso. Que ríen las gracias, que apoyan al que ataca, que se sienten cómodos ante la injusticia. Que sin ser conscientes pasan a ser cómplices de la atrocidad y facilitan a los cobardes el camino.

Víctimas que se sienten vulnerables, débiles, indefensos, humillados. Con personalidades quebradas por los insultos que reciben a diario, por las conductas a las que son sometidos, por las veces que se han sentido excluidos. Con una AUTOESTIMA rota que les arrastra a la tristeza, el miedo y la depresión.

Y no,

- No es cosa de niños cuando una niña ridiculiza a otra con un vídeo en redes sociales.

- No es cosa de niños cuando un chico usa un lenguaje irrespetuoso contra otro y le hace sentir pequeño.

- No es cosa de niños cuando una niña ofende a otra por su color de piel o religión.

- No es cosa de niños cuando un niño le pega una colleja a otro para demostrar al resto lo fuerte que es.

- No es cosa de niños cuando una niña se siente invisible ante el resto de sus compañeros por haber nacido en un país diferente o no llevar la ropa que "mola".

- No es cosa de niños cuando un niño no quiere ir al colegio porque se siente desprotegido ante las constantes amenazas que recibe.

-No es cosa de niños cuando una niña deja de comer porque se ve gorda ante el espejo tras soportar insultos constantes hacia su físico.

- No es cosa de niños cuando un menor decide esconder el odio al que es sometido por pavor a que lo culpabilicen.

- NO ES COSA DE NIÑOS cuando duele, asusta, amenaza. NO ES COSA DE NIÑOS cuando limita, margina y te colma de miedo. No es cosa de niños CUANDO LA AUTOESTIMA SE HACE A PEDAZOS.

Sumemos esfuerzos para dar visibilidad a la pesadilla que sufren a diario muchas niños y jóvenes inocentes, no esperemos que el conflicto se convierta en urgencia, trabajemos interdisciplinarmente con todos los afectados.

Busquemos consecuencias razonables para los que agreden sin sentido y eduquémosles para cambiar. Abramos canales de comunicación eficientes con los que observan para que dejen de permitir y sobre todo protejamos a los que sufren sin fingir que no somos consciente de ello.

Aseguramos que TODOS nuestros pequeños y jóvenes tengan el derecho a sentirse seguros, a ser aceptados y valorados dentro de un grupo, a poder disfrutar de la niñez. Consigamos que TODOS se sientan queridos, protegidos, acompañados.

Potenciando el diálogo, marcando límites que protejan, hablando de las emociones estando muy atentos a las señales de alarma como el insomnio, un bajo rendimiento escolar o los cambios de humor injustificados.

Con adultos que sean referentes, modelos a la hora de solucionar conflictos, que intervengan reforzando las conductas positivas. Profesionales capaces de realizar una pronta detención del problema, elaborando protocolos que ayuden a actuar eficazmente ante las señales de alarma, creando estructuras donde nuestros pequeños puedan expresar sus miedos.

Busquemos soluciones rápidas y eficaces para hacer frente a los abusos centrando nuestro acompañamiento en la educación en el respecto, la igualdad de oportunidades, en la aceptación de la diferencia. Eduquemos la empatía, realicemos un acompañamiento emocional que proteja, que trabaje la autoestima, que enseñe a escuchar activamente.

Enseñemos a pedir ayuda a los que sufren, emponderemos a los observadores a romper su silencio, a denunciar el acoso, a no permitir que la víctima se sienta solo. Prevengamos situaciones, enseñemos a reconocer las diferentes formas de acoso, a detectar el abuso, a intervenir eficientemente.

Trabajemos codo a codo familia y escuela, exijamos a las administraciones actuaciones que eviten infancias robadas.


dissabte, 10 d’octubre del 2020

EL ARTE DE CONVERSAR CON UN ADOLESCENTE


Cierra la puerta de su habitación con rabia y sin medir la fuerza de su portazo.  Se oye un golpe seco en la mesa de su escritorio y silencio sepulcral. Sin entenderlo muy bien tú te quedas al otro lado de la puerta intentando serenarte,  con la sensación de acabar siempre igual.


Acompañar a un adolescente es una tarea ardua, repleta de retos diarios, de estrategias por aprender. No es fácil entender porque nuestros hijos adolescentes en ocasiones se muestran tan irreverentes,  irascibles y les cuesta tanto escuchar nuestras opiniones. No es fácil aceptar que hayan crecido tan rápidamente y necesiten volar fuera del nido.


Un adolescente es un volcán en erupción que estalla a menudo sin poder entender muy bien el motivo, un cóctel de emociones desbocado que intenta comprender un mundo que va a toda velocidad. Una persona que experimenta una metamorfosis de cambios y va tejiendo su propia identidad. Con sentimientos poco modulados, confusos  y llenos de contradicciones.


Una persona que piensa que en ocasiones el mundo gira en contra de él, con poca capacidad para la autocrítica y para gestionar la frustración.


La adolescencia es la etapa en la que nuestros hijos necesitan de nuestro cariño, comprensión y empatía aunque en ocasiones no parezca así. Que les acompañemos con calma y respeto, que entendamos sus cambios de humor y les ayudemos a poner freno a su impulsividad. 


Nuestros hijos necesitan que expresemos nuestro amor de forma incondicional a diario, que consensuemos normas, que flexibilicemos límites.  Que no les ahoguemos con nuestras expectativas o juicios de valor. Precisan toneladas de miradas que acojan, palabras que entiendan, abrazos que protejan.


Pero no es nada fácil conseguir acompañarlos con tranquilidad cuando se pasan muchas horas encerrados en su habitación enganchados a su móvil o a la consola,  cuando te sientes herido con sus constantes cuestionamientos, cuando deciden esconderse detrás de su silencio.


Uno de los principales motivos de preocupación de las familias con hijos adolescentes es la falta de comunicación. A menudo las conversaciones con ellos quedan relegadas a monosílabos como “sí” o “no”, a la sensación que los jóvenes construyen un muro para que no sepamos nada de su vida.


Nuestros hijos adolescentes muchas veces se muestran reticentes a hablar con nosotros, a compartir qué les inquieta, a expresar todo aquello que les recorre por dentro.


En ocasiones por miedo a sentirse juzgados, a que puedan tener repercusiones negativas según lo que nos expliquen o podamos compartirlo con terceras personas y violemos su intimidad. 


También les asusta que podamos reaccionar de forma desproporcionada ante sus confidencias o que les etiquetemos por los errores que cometen. 


La comunicación debe continuar siendo uno de los pilares más importantes en nuestro acompañamiento durante esta etapa y por esta razón debemos encontrar estrategias que nos permitan crear nuevos canales de comunicación.


Es esencial que nuestros hijos se sientan escuchados, reconocidos y respetados. El problema no reside en lo que decimos sino en la forma en la que lo hacemos.


¿Cómo podemos conseguir una comunicación eficaz con nuestros hijos?


1. Seamos conscientes de nuestras propias emociones y estados de ánimos. Si nosotros no estamos bien, ellos tampoco lo estarán.


2. Hablemos con ganas de entendernos, sin interrogaciones, ironías, tonos acusativos o comparaciones. Con un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad.  Tengamos siempre muy presentes las características propias de la etapa que están viviendo.


3. Busquemos espacios diarios para poder hablar sin prisas, donde podamos compartir aquello que nos preocupa o nos ilusiona de forma distendida. Respetemos la intimidad que necesitan, sus ritmos vitales, dejémosles que experimenten sin sentirse vigilados. Aceptemos que no siempre querrán hablar cuando nosotros lo propongamos.


3. La escucha atenta y activa debe ser la base de nuestra comunicación. Abramos conversaciones bidireccionales, eliminemos los gritos que distancian, ayudemos a nuestros hijos a reconocer sus emociones y a gestionarlas correctamente. Pidamos disculpas cuando nos equivoquemos.


4. Cuando veamos que la conversación con ellos se vaya complicando y estemos a punto de perder el control, dejemos tiempo para serenarnos evitando así decir improperios. Retomemos la conversación cuando hayamos recuperado la calma hablando de las emociones que hemos sentido y reflexionando acerca de lo ocurrido.


5.  Mostremos interés por todo aquello que les gusta y demos importancia a todo lo que nos cuentan. Mostrarnos cercanos y disponibles nos ayudará a abrir  nuevos canales de comunicación. Utilizar interjecciones como “ya veo” en  o “vaya”  nos permitirá demostrarles que les prestamos atención. 


6. Seamos el mejor de los ejemplos a la hora de gestionar los conflictos, de controlar nuestra ira, pactemos fórmulas asertivas que satisfagan a ambos lados. Controlemos nuestros impulsos escuchando sus quejas con cariño, valorando sus propuestas, mostrándonos empáticos con sus preocupaciones. Convirtámonos  en un modelo de respeto, amor y comprensión.


7. Aceptemos a nuestros hijos tal y como son, apreciando todo lo bueno que tienen fortaleciendo así su autoestima. Un adolescente con una sana autoestima se respeta, valora y toma decisiones de forma autónoma. Valoremos todos los esfuerzos que realizan con palabras que empoderen.

 

8. Dejémosles que tomen sus propias decisiones para que vayan diseñando su propio camino. Asumamos que a menudo se equivocarán, enseñémosles que el error es imprescindible para aprender. Mostrémosles que confiamos en ellos, eliminemos de nuestras conversaciones los reproches o los juicios de valor sobre sus conductas.


9. Compartamos con ellos todo aquello que sentimos, nos gusta o nos preocupa. Expliquémosles nuestros retos o dificultades, compartamos con ellos nuestro día a día, hagámosles partícipes nuestra forma de ver la vida. Ofrezcámosles realizar actividades juntos que fortalezcan nuestra relación.

 

10. Repitámosles a diario que estamos a su lado de forma incondicional, pase lo que pase, hagan lo que hagan sin juicios . Creando vínculos de confianza, estableciendo lazos íntimos y auténticos que creen el ambiente idóneo para expresarse libremente. 


11. Mostrémonos cariñosos y con mucho sentido del humor. Nuestros hijos han crecido mucho pero aún necesitan sentirse protegidos con nuestros abrazos y besos. Utilicemos el whatsapp  para enviarles mensajes que creen complicidad.



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dissabte, 3 d’octubre del 2020

DOCENTES EN TIEMPO DE PANDEMIA

Las mascarillas nos han robado las sonrisas, la distancia social el juego libre, los grupos estables de convivencia la socialización.

El curso escolar ha empezado teñido de incertidumbre, de tristeza y desolación. La comunidad educativa está intentando asimilar una situación complicada e inédita, la escuela de la nueva normalidad no convence a nadie.

La administración ha dejado en manos de los centros escolares y sus docentes la responsabilidad de un inicio de curso incierto. La mayoría de los colegios han abierto sus puertas sin disponer de los medios necesarios para garantizar la seguridad de nuestros pequeños.

Muchas escuelas de nuestro país no disponen de espacios amplios y bien ventilados, no cuentan con las medidas necesarias de limpieza y desinfección ni han podido reducir el ratio de sus grupos. Esta crisis sanitaria ha destapado muchas “cajas de pandora” que siguen existiendo en el sistema educativo y que evidencian su gran precariedad.

Hemos vuelto a escuelas e institutos con protocolos contradictorios que cambian a la vez que aumentan los contagios, que varían en función de los resultados económicos, que no nos aseguran que todo vaya a salir bien.

Las medidas necesarias y reales que necesitan las escuelas chocan directamente con la conciliación familiar. Las políticas de conciliación siguen siendo inexistentes y de nuevo, la escuela y las familias, asumen injustamente una responsabilidad que está castigando severamente la economía y la carrera profesional de muchas mujeres.

La pandemia llegó para robarnos la magia de la enseñanza, para recordarnos nuevamente la torpeza de nuestros dirigentes al seguir considerando la educación como un gasto y no como una inversión. Para volver a demostrarnos que la infancia sigue siendo la gran olvidada de nuestro gobierno, para continuar engrandando la vulnerabilidad de la institución escolar.

Por suerte nuestros hijos y alumnos nos han vuelto a dar una gran lección y se han acostumbrado sin protestar a llevar mascarillas muchas horas al día, a las filas silenciosas, a los patios sin pelota y a los falsos grupos burbujas que respetan con resignación.

Una vuelta a las aulas donde no ha habido tiempo para hablar de contenidos o metodologías, de objetivos o procesos de aprendizaje. Una escuela que no es escuela, que obliga a sus alumnos a moverse poco, a trabajar de manera individual, a no poder compartir.

Hoy día del maestro hay poco que celebrar, un colectivo normalmente olvidado y poco valorado por la sociedad que se siente totalmente abandonado por la administración.

Al que han dejado desamparado con la supuesta autonomía de centros, a los que los máximos responsables les exigen compromiso y colaboración sin escuchar sus necesidades, su profesionalidad e imaginación sin preocuparles su salud, que den respuesta a la complejidad de los proyectos educativos sin el soporte necesario para afrontar este nuevo contexto.

Al que se les requiere impulsar una acción educativa de calidad y equidad sin dotarles de los medios materiales, humanos y técnicos necesarios, programar en múltiples escenarios sin tener tiempo y formación para hacerlo.

Conscientes del tiempo de incerteza que vivimos, los maestros no queremos huir de nuestra responsabilidad profesional y seguimos defendiendo que la escuela es un servicio esencial, creyendo que la educación es el arma más poderosa que tenemos entre las manos.


Los equipos docentes desean acompañar las emociones de sus alumos con cariño y mimo y conseguir el gran reto educativo de enseñar a vivir en el aquí y el ahora en una situación tan excepcional. 

Un colectivo que está sobrepasado pero sigue demostrando su amor por la profesión entre contagios y rebrotes, asumiendo la tarea de acompañar a niños con calma y empatía cuando por dentro se sienten rotos.

Ojalá esta pandemia nos haga reconceptualizar el papel del profesor en el aula, del alumno, la gestión del currículo y especialmente el de la evaluación. Ojalá aprendamos que la “revolución educativa” va mucho más allá de la incorporación de las pantallas en las aulas.

Ojalá todos los maestros y maestras de este país seamos capaces de acompañar a nuestros alumnos sin olvidar que educar es el mayor acto de amor que existe en el mundo.