Sònia

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dijous, 25 de novembre del 2021

Ocho claves para educar a nuestros hijos de forma responsable en el uso de la tecnología

TikTok, Instagram, WhatsApp, YouTube o Snapchat son algunas de las plataformas donde nuestros hijos pasan parte de su tiempo libre. Algunos de ellos lo hacen de manera desproporcionada y sin ningún control parental y otros, en cambio, siguen unas pautas establecidas en familia que les ayudan a hacer un uso correcto de ellas.


Nuestros hijos son nativos digitales, pero, que lo sean, no significa que hayan nacido con las habilidades tecnológicas necesarias para manejar la información y las redes correctamente, que conozcan todos los peligros que puede esconder el mundo digital o las consecuencias que el mal uso de las tecnologías pueden comportarles en un presente y en su futuro laboral.


Numerosos estudios nos alertan que los menores de nuestro país acceden cada vez a edades más tempranas a los dispositivos tecnológicos sin tener la formación adecuada y un control parental adecuado. El 95% de los niños de 10 años han accedido a internet en alguna ocasión sin ningún control por parte de un adulto, nueve de cada 10 niños menores de tres años han estado expuestos a pantallas y el 86% de los niños 12 años ya tienen un móvil propio.


El uso de pantallas en edad infantil ha provocado el incremento de casos de alteraciones visuales transitorias y permanentes tal y como: cefaleas, mareos, tics, visión doble, miopía o perdida de la visión 3D. Además del aumento de niños y jóvenes con problemas de sobrepeso, hiperactividad y concentración.


Las pantallas, si se hace un uso correcto de ellas, pueden convertirse en una valiosa fuente de información y aprendizaje, nos facilitan un acceso fácil y rápido a contenidos y nos permiten la interacción con otras personas de forma dinámica y divertida.



En cambio, si se usan de manera incorrecta favorecen el aislamiento, la dependencia, el sedentarismo y el acceso a contenidos poco apropiados para menores.

Sin duda, educar en tiempos de internet representa un gran reto para las familias. Las redes han cambiado de modo radical nuestra manera de informarnos, de comunicarnos y relacionarnos con los demás. La sociedad digital en la que vivimos nos hace vivir demasiado deprisa e hiperconectados y en ocasiones, aun siendo adultos, la información es tanta que ni nosotros mismos podemos gestionar nuestro tiempo ante el uso de estos dispositivos.


Pueden existir tres tipos de familias: aquellas que consideran las pantallas e Internet como el enemigo número uno en la vida de sus hijos y les prohíben su uso de modo radical. En el lado opuesto, encontramos a aquellos papás y mamás que consideran que sus hijos no necesitan un acompañamiento y una formación específica para usar correctamente las redes sociales. Y en el tercer grupo encontramos a aquellas que ven la necesidad de incorporar el uso de la tecnología en la educación que dan a sus hijos desde la responsabilidad y la formación constante.


Las familias debemos favorecer que nuestros hijos accedan al mundo digital de manera gradual, con la formación necesaria para que puedan sumergirse en él y utilizarlo de forma responsable. Debemos evitar que las pantallas se conviertan en la única alternativa ante el aburrimiento o provoquen una desconexión del mundo real que les lleve a un posible aislamiento.


Seguir leyendo en: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2021-11-13/ocho-claves-para-educar-a-nuestros-hijos-de-forma-responsable-en-el-uso-de-la-tecnologia.html



divendres, 19 de novembre del 2021


“Nuestros hijos necesitan muestras diarias de cariño y de afecto”, dice la psicopedagoga Sonia López, firme defensora de la ‘pedagogía del querer’. “Esta sociedad ha olvidado la importancia que pueden tener los besos, los abrazos, las palabras”.

Mi intervención en Aprendemos Juntos de BBVA:

https://youtu.be/1PRtNrsE9SM


dissabte, 6 de novembre del 2021

EL PODER EDUCATIVO DEL ABRAZO

- Como me gusta que hagas eso mamá.

- A mi me encanta hacerlo.

- Después de un abrazo todo se vea diferente, ¿verdad?

- Los abrazos tienen un efecto sanador.

Recuerdo como me gustaban los abrazos de mi abuela materna. Cuando me abrazaba parecía que el tiempo se detenía y los problemas se esfumaban. No hacía falta pedirselos, ella siempre sabía cuando debía dármelos. No necesitaba añadirles palabras para que hiciesen efecto especialmente aquellos días donde parecía que las fuerzas del firmamento se habían conjurado en mi contra.

Dicen que el abrazo es el único traje que se amolda a todos los cuerpos. Los abrazos inyectan energía, rescatan esperanzas, se convierten en grandes aliados ante el miedo. Facilitan la comunicación afectiva, el sentimiento de empatía, la comprensión.  Nos ayudan a fortalecer vínculos, a regalar consuelo, a educar. Tienen un poder medicinal.

Existen tantos abrazos como personas, como circunstancias, como necesidades. Amo esos abrazos que hacen que las tristezas se vayan del cuerpo, que cicatrizan heridas, que reparan el alma. Que acarician las penas, espantan fantasmas, acercan distancias y detienen el tiempo. Repletos de calidez, amor, seguridad.

Esos que alargan las oportunidades y abrigan los sentimientos. Que conectan emociones, comparten madrugadas y sintonizan sueños. Que derrotan al pánico y alivian el sufrimiento.

Me gustan los que provocan sonrisas, comparten victorias, reinician por dentro. Llenos de mensajes, confidencias, de serenidad. Que engrandecen los deseos, cargan de optimismo y se vuelven eternos.

En casa utilizamos diferentes tipos de abrazos. Está el “abrazo de oso polar”, consolador, cariñoso, que persigue animar y que el otro sienta que puede contar contigo. Un abrazo cargado de seguridad, apoyo y reafirmación.

El “abrazo de pingüino”, es corto y juguetón, donde las mejillas se juntan y con él la risa está asegurada si se acompaña con una buena dosis de cosquillas. Abrazo para compartir en momentos distendidos y reconfortantes.

El “abrazo volador”, mí preferido,  es aquél que nos dan cuando echan a correr con ímpetu al vernos llegar. Abrazo lleno de magia, ilusión, espontaneidad y sorpresa. Cortos pero muuuuy intensos. Aquel momento que te hacen sentir única al ser la elegida.

Por último está el “abrazo zen”. Aquel que te llena de energía, que te carga las baterías. Un abrazo sublime, largo, abierto, tranquilo, agradecido y genuino. Un abrazo dado en silencio.

La magia de un abrazo es que al darlo recibimos otro.

No existe mejor forma de proteger, acompañar y amar.

dimecres, 3 de novembre del 2021

Ocho estrategias que permiten establecer límites respetuosos a nuestros hijos

 Sin duda una de las tareas más complicadas a la hora de educar a nuestros hijos es aprender a establecer límites de manera correcta. A menudo, dudamos si al ponerlos estamos actuando de una forma demasiado permisiva o por el contrario, excediéndonos con el control. Sabemos que debemos poner límites a nuestros hijos pero no sabemos muy bien ni cuáles ni cómo hacerlo.

En ocasiones poner estos límites nos genera sentimientos de culpabilidad o ansiedad porque los asociamos  de forma errónea a poner restricciones o a no complacer los deseos de nuestros pequeños. Ser conscientes que ponemos límites para educar y proteger a nuestros hijos nos ayudará a obtener más seguridad y ser contundentes con las pautas que queremos transmitir.

Conseguir una dinámica sana en nuestra familia parte, en gran medida, de unos límites claros y respetuosos que permitan establecer unas relaciones armónicas y adecuadas basadas en el respeto y el amor incondicional. Estas límites permiten a nuestros hijos crecer con conciencia asumiendo sus responsabilidades, haciéndose cargo de sus decisiones y desarrollando habilidades sociales y emocionales imprescindibles para la vida.

Los límites no son normas rígidas, inflexibles y prohibitivas que tienen la intención de controlar, cohibir o sancionar. Son líneas invisibles que nos ayudan a estructurar la convivencia desde el respeto y la empatía. Nada tienen que ver con el abuso de poder que en ocasiones ejercemos los adultos para conseguir que nuestros hijos nos obedezcan o para solucionar conflictos.

En ocasiones confundimos los límites con prohibiciones o castigos que limitan el comportamiento del niño. Unas sanciones que carecen de aprendizaje y llenan a nuestros hijos de impotencia e incomprensión.

Los límites claros se usan con el objetivo de proteger, favorecer el desarrollo del vínculo y generar serenidad en nuestro acompañamiento. Crean un entorno de seguridad emocional necesario para el desarrollo integral de nuestros hijos que les hace sentir que sus necesidades están cubiertas.

Garantizan la pertenencia, favorecen el proceso de socialización y permiten al niño diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto. Aportan valores tan importantes como el respeto, la coherencia y el compromiso. A través de ellos nuestros hijos aprenden cómo deben comportarse y relacionarse sanamente con otras personas para ser felices.

Los límites evitan la sobreprotección, fomentan la autonomía y ayudan a nuestros pequeños a conocer las conductas adecuadas. Consiguen que nuestros hijos se sientan escuchados y valorados y les ayudan a entender los códigos de convivencia que existen en la sociedad.

Los niños que viven en un hogar donde los límites son claros tienen más capacidad de identificar y gestionar las emociones, auto regularse y tomar la iniciativa. Son más valientes y seguros de sí mismos.

Si un niño crece en un entorno donde los límites no están bien establecidos mostrará dificultades para entender el mundo que le rodea, tolerar la frustración y relacionarse con los demás. Serán niños que se irritan con facilidad y gestionan mal las emociones cuando no consiguen aquello que se proponen.

Los límites deben establecerse desde la calma sin necesidad de recurrir a los premios o castigos. La rutina y la paciencia serán nuestros grandes aliados a la hora de establecerlos. Poner límites de manera adecuada ayudará a nuestros hijos a integrarlos como propios.

Los límites deben convertirse en una herramienta imprescindible para conseguir un ambiente de confianza en casa donde todos los miembros de la familia se sientan valorados y queridos.

Educar a nuestros hijos con unos límites claros desde la primera infancia equivaldrá a ofrecerles herramientas emocionales para toda la vida ya que les ayudará a formarse como personas respetuosas y empáticas.

¿Cómo podemos establecer límites de manera respetuosa?

1. Estableciéndolos siempre desde el respeto, la empatía y la amabilidad. Eliminando los gritos, las amenazas y las represalias que dañan la autoestima de nuestros hijos y debilitan nuestro vínculo.

2. Involucrando a nuestros hijos en la elaboración de los límites familiares. Participar activamente en la redacción les hará sentirse protagonistas de su propio aprendizaje.

3. Explicándolos con claridad y consistencia a través de una firmeza amorosa. Asegurándonos que nuestros hijos entienden el límite y pueden expresar con libertad las emociones que éstos les despiertan.

4. Adaptando los límites a la edad, características y necesidades de nuestros hijos. Cada fase evolutiva exigirá una reformulación.

5. Convirtiéndonos en el mejor ejemplo que puedan tener respetando nuestros propios límites y el de los demás.

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dilluns, 1 de novembre del 2021

9 CLAVES PARA DAR RESPUESTA A LA INTENSIDAD EMOCIONAL DE NUESTROS ADOLESCENTE

 

Risas y llantos.

Ilusión y pasotismo.

Miedo y osadía.

Silencios y carcajadas descontroladas.

Secretos y confidencias.

Las persones adolescentes viven entre extremos. Subidos en un carrusel de emociones que les lleva a transitar por muchos estados de ánimos en un solo día, a sentir a máxima intensidad.Una etapa de transformación y reafirmación en la que deben hacer frente a numerosos cambios físicos, psicológicos, emocionales y sociales.

Esta vorágine de emociones provoca que, en muchas ocasiones muestren dificultades para identificar lo que sienten, para gestionar correctamente todo aquello que les recorre por dentro, para compartir con los demás aquello que les preocupa o incomoda.

Un caos emocional que les provoca inseguridad, malestar y en ocasiones, baja autoestima. Que les hace moverse por impulsos y reaccionar de forma desajustada, impulsiva e impredecible.

Si algo caracteriza la adolescencia es la dificultad que tenemos las familias para entender y acompañar desde la calma esta etapa tan compleja. Es muy difícil acompañar a alguien que se muestra rebelde, insolente y desafiante. Al que les cuesta reconocer sus errores, escuchar nuestros consejos o nos cuestiona la mayoría de nuestras decisiones.

Una persona en proceso de descubrimiento, de cambio, con altas dosis de ego e impulsividad. Llena de contradicciones, inapetencia y poca capacidad para la reflexión. Que reclama su espacio y libertad, en ocasiones con mucha insolencia. Que se deja llevar por la emoción porque su sistema límbico ha tomado fuerza.

Una etapa muy convulsa que a menudo nos desconcierta y nos exige nuestra mejor versión. Que nos hace perder la paciencia y nos llena de numerosos interrogantes. Que nos provoca culpa e impotencia cuando no logramos sintonizar con lo que viven o sienten.

Nuestros hijos no pretenden sacarnos de nuestras casillas o hacernos daño cuando  tienen reacciones desproporcionadas contra nosotros. Con sus portazos, gritos o malas contestaciones solicitan nuestra ayuda torpemente.

Nuestros adolescentes necesitan que les ayudemos a entender el mundo tan cambiante al que deben hacer frente, a descifrar el torbellino de emociones por las que transitan, que les digamos a diario que estamos a su lado sin condición. Potenciando un lenguaje positivo y utilizando una mirada llena de reconocimiento y amor.

Demandan más que nunca nuestro presencia, apoyo, serenidad y comprensión. De nosotros depende que puedan aprender a gestionar las emociones de manera sana mientras transitan por esta etapa.

A su lado necesitan adultos pacientes que entiendan todo lo que les sucede, que atiendan sus necesidades, que les escuchen sin cuestionarlos. Que acompañen con cariño los momentos ansiosos, tristes o llenos de incertidumbre. Que entiendan sus dificultades para hacer frente a la frustración, que les sostengan cuando se sientan vulnerables o desbordados por las emociones.

Que sea una etapa tan agitada no significa que también pueda ser maravillosa. Es un momento lleno de oportunidades, de primeras veces, de nuevas amistades y experiencias.

Han crecido mucho pero siguen siendo nuestros pequeños a los que les gustaba que les achuchásemos y les protegiésemos. Nuestros adolescentes necesitan sentir que les entendemos, respetamos y nos les juzgamos ni les llenamos de etiquetas por todo aquello que sienten.

Que conectamos con ellos emocionalmente y les acompañamos sin dramatismos y con grandes dosis de sentido común y del humor.

¿Cómo podemos ayudarles a realizar una buena gestión emocional?

1. Siendo conscientes y responsables de nuestras propias emociones, manejándolas desde la calma y la reflexión sin dramatismos. Convirtiéndonos en el mejor modelo de gestión emocional que puedan tener.

2. Validando todas las emociones que sienten, acompañándoles desde un lugar neutro, conectado y empático. Explicándoles que todas las emociones son naturales y necesarias, que no existen buenas o malas.

3. Ayudándoles a hablar de las emociones sin tapujos, a compartir todo aquello que sienten sin vergüenza, a filtrarlas y modelarlas correctamente. Dejándoles sentir con libertad y a la intensidad que necesiten sin interrumpirlos, juzgarles o reprocharles.

4. Atendiéndoles la emoción para ayudarles a modular, controlar y anticipar sus conductas evitando provocar heridas emocionales a través de nuestras comparaciones, etiquetas, humillaciones o injusticias.

5. Mirando y aceptando a nuestros hijos tal y como son, con expectativas acertadas y dejando al lado nuestros prejuicios, nuestra opinión sobre sus elecciones, nuestros deseos sobre el futuro.

6. Respetando los silencios, el tiempo y el espacio que necesitan para aprender. Practicando con ellos una comunicación asertiva y respetuosa que enfortezca nuestro vínculo.

7. Cuidando su autoestima a través de nuestro amor incondicional. Apoyando sus decisiones, haciéndoles ver sus cualidades, ayudándoles a esforzarse y valorando sus logros.

8. Apoyándoles con nuestras palabras de aliento, nuestras miradas cómplices y regalándoles a diario nuestros abrazos y besos que tanto siguen necesitando.

9. Siendo firmes y flexibles cuando lo creamos oportuno estableciendo normas y límites consensuados. Enseñándoles estrategias para aprender a regular sus reacciones ante la frustración y los imprevistos.

Consigamos que nuestros hijos se sientan sostenidos, aceptados y queridos. La manera que la que nosotros les hablemos, les queramos y cuidemos de sus emociones determinará la manera en la ellos se hablen y se quieran.