Sònia

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dilluns, 17 de maig del 2021

¿CÓMO SE EDUCA A UN ADOLESCENTE?

Le miras y te cuesta aceptar que haya crecido tanto y tan rápido. Recuerdas cuando de pequeño deseabas que creciese rápido para poder descansar. Ahora te gustaría parar el tiempo para volver a tenerlo en tus brazos como cuando era un bebé.

Echas de menos que te pida que juegues con él, que le ayudes con las tareas escolares, que te necesite para hacer las cosas. Que quiera hacer planes contigo o le apetezca pasar el tiempo libre juntos.

Qué difícil es sentir que te quiera y te necesite de forma distinta, hacer frente a sus salidas de tono, su rebeldía, sus malas contestaciones. Aceptar que su grupo de amigos ahora sea su cobijo, que quiera hacer las cosas a su manera, que piense de forma tan diferente a ti.

Aquel chico cariñoso y comunicativo al que le gustaba explicarte todo lo que había aprendido en el colegio ahora se muestra en muchas ocasiones irascible y reservado y pasa muchas horas encerrado en su habitación escuchando música, viendo series o absorto con su móvil.

Un volcán en erupción que explota sin una razón aparente, que muestra dificultades para gestionar la frustración y piensa que el mundo conspira contra él. Que explora constantemente nuevos límites, que intenta saltarse normas porque muchas de ellas no las entiende y que siente que el mundo gira en contra de él.

Un joven al que le cuesta mucho aceptar sus errores, que está inmerso en un caos de cambios y vive en una vorágine de dudas y contradicciones. Con variaciones de humor constantes, con poca capacidad para la autocrítica, que vive entre la euforia y el catastrofismo absoluto.

Una época de sana desobediencia, de numerosos aprendizajes, de búsqueda de nuevos límites. De vulnerabilidad y fuerza a igual medida, de impulsividad y egocentrismo en estado puro.

Una etapa centrada en la construcción de una nueva identidad, de la búsqueda de un “nuevo yo”.

La adolescencia en sin duda la etapa educativa más difícil de acompañar. Una tarea ardua, repleta de retos diarios, de estrategias por aprender. En la que los conflictos se entrelazan sin saber muy bien por qué y los tiempos de calma se echan a faltar. Discusiones que nos llenan de culpabilidad, de preocupación e impotencia.

No es nada fácil entender porque nuestros hijos adolescentes, en ocasiones se muestran tan inestables o irreverentes. Aceptar que necesiten volar fuera del nido, que quieran llevar las riendas de su vida y decidir cómo quiere moverse por el mundo.

No es nada fácil acompañar desde la tranquilidad a alguien que a veces no muestra interés por aquello que le decimos, que parece que busque el conflicto constantemente, que vive entre extremos.

Como decía Robert Louis Stevenson en boca de su personaje el Dr. Henry Jekyll, “Quiéreme cuando menos lo merezco porque es cuando más lo necesito”, frase que resume de manera muy oportuna lo que nuestros hijos adolescentes necesitan de nosotros en esta etapa.

Adultos que miren la adolescencia con respeto, cariño y empatía, abandonando los patrones adultistas. Que no repitan constantemente las cosas, que estén de buen humor y tengan mucho sentido común. Que confíen en ellos, que entiendan que es una etapa de provisionalidades, avances y retrocesos, de descubrimientos continuos no siempre fácil de gestionar.

Mamás y papás que les acompañen sin condición aunque haya días que resulte muy complejo, que eduquen con firmeza y amabilidad en la responsabilidad y el esfuerzo. Que les ofrezcan seguridad y calidez. Que entiendan la fragilidad y vulnerabilidad por la que están pasando y les ayuden a poner orden al caos que en ocasiones les invade.

¿Cómo se educa a un ADOLESCENTE?

1.    Conociendo las características propias de la etapa educativa. Conocer la metamorfosis de cambios (físicos, psicológicos y sociales) por los que nuestros hijos están pasando nos permitirá entender sus comportamientos para poder ofrecerlos la ayuda que necesitan.

2.  Con grandes dosis de comprensión, paciencia y confianza. Ofreciéndoles tiempo para aprender y oportunidades para errar sin sentirse cuestionados.

3.    Haciéndoles sentir que conectamos con lo que sienten y necesitan. Mostrando interés por sus preocupaciones, inquietudes, dando importancia a sus preocupaciones o deseos.

4. Acompañándoles desde la calma y el respeto mutuo. Hablándoles con ganas de entendernos, eliminando los gritos y sermones, las etiquetas, los reproches o los mensajes contradictorios que tanto dañan el vínculo.

5.    Ayudándoles a construir una autoestima y autoconcepto sólido, enseñándoles a mirarse al espejo con respeto y sin miedo. Resaltando todas las virtudes que poseen e incitándoles a aceptarse tal y como son, valorando sus fortalezas y buscando respuesta a sus dificultades.

6.   Aceptando que los conflictos en esta etapa son inevitables, que hay que aprender a seleccionarlos y a buscar las soluciones desde el análisis profundo, el cariño y la empatía.

7.    Entendiendo que su grupo de amigos es ahora su fuente de seguridad, comprensión y apoyo. Amigos que necesita tenerlos siempre cerca para poder crear su nueva identidad y definir sus propios valores.

8.    Utilizando una comunicación no violenta, un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad. Practicando la escucha activa, eliminando los gritos o acusaciones, abriendo canales de comunicación diariamente buscando los momentos más oportunos.

9.   Enseñándoles a reconocer, analizar y gestionar las emociones, ayudándoles a modularlas y a darles respuesta, validando todo aquello que sienten.

1.   Consensuando normas, flexibilizando límites, estableciendo consecuencias naturales y lógicas. Buscando el equilibrio entre la permisividad y la sobreprotección.

La adolescencia es sin duda la etapa educativa en la que nuestros hijos necesitan de nosotros “nuestra mejor versión” transmitiéndoles que les queremos sin límites o condiciones. Que nos mostremos serenos, disponibles, que busquemos espacios para compartir temores y confidencias, que entendamos que muchas de sus conductas están asociadas a sus emociones poco moduladas.

dijous, 6 de maig del 2021

EDUCAR LA EMOCIÓN

Prestamos poco interés a nuestras emociones cuando en realidad somos un revoltijo de ellas. Las emociones están presentes en todas las actividades de nuestra vida y condicionan la manera en la que escribimos nuestro camino. Las positivas nos reconfortan, nos colman de esperanza e ilusión, nos animan a seguir. Las negativas nos llenan de dudas, de incertidumbre o excusas, nos limitan a no salir de nuestra zona de confort.

Las emociones son respuestas o reacciones fisiológicas de nuestro cuerpo ante cambios o estímulos que aparecen en nuestro entorno o en nosotros mismos. Condicionan nuestra forma de mirar el mundo, agitan nuestras ilusiones, nos sirven para aprender, actuar y tomar decisiones. Logran que los recuerdos se fijen en la memoria y nos ayudan a relacionamos con los demás. Son el motor por el que nos movemos.

Educar la mente sin educar el corazón no es educar. Una frase que resume a la perfección el que debería ser el objetivo prioritario en la educación de nuestros hijos: educar la emoción. Al igual que los adultos, para que nuestros hijos sean felices necesitan tener un “corazón inteligente”.

Pero no es nada fácil conseguirlo cuando a la mayoría de nosotros no nos enseñaron a identificar las emociones, a escuchar nuestro interior sin juiciosa saber hallarnos y vivir con la máxima consciencia. Donde muchas veces las emociones se escondían, se reprimían y parecía que teníamos la obligación de mostrarnos siempre fuertes.

La EDUCACIÓN EMOCIONAL debería convertirse en el centro vertebrador de nuestro acompañamiento, un aprendizaje centrado en poner en comunión cabeza y  corazón, en encontrar el equilibrio entre sentir y el hacer.

Una inteligencia emocional que permita a nuestros hijos entender todo aquello que les recorre por dentro, les proporcione salud mental y bienestar, les enseñe a quererse sin reproches. Que desarrolle la empatía, la resilencia y el pensamiento crítico. Que les posibilite adaptarse al cambio, gestionar el estrés o los pensamientos negativos, que les enseñe a ser agradecidos.

Nuestros hijos necesitan crecer en un entorno sano y psicológicamente equilibrado. Tener a su lado adultos que escuchen, respeten y comprendan. Que les hagan sentirse queridos, protegidos y seguros de si mismos sin etiquetas que condicionen o limiten.

Aprender habilidades emocionales que les permitan hacer una buena autoregulación de sus emociones para poder hacer frente al miedo, el estrés o el fracaso. Para saber gestionar las situaciones del día a día, para tener relaciones sociales positivas y estimulantes, para ser capaces de regular los impulsos y cuestionarse el por qué de las cosas.

La educación emocional es un proceso educativo, continuo y permanente esencial en el desarrollo integral de nuestros hijos. Favorecerá  que nuestros pequeños se conviertan en adultos con valores, con capacidad para la autocrítica y tolerancia a la frustración.

Los niños desarrollados emocionalmente son personas con mayor autoconciencia, autoestima y seguridad en sí mismas. Son mucho más felices, tolerantes, obtienen mejores resultados académicos y tienen más capacidad para relacionarse efectivamente con los demás.

¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a desarrollar la INTELIGENCIA EMOCIONAL ?

1.    Ayudándoles a conocer el nombre de las emociones y sus funciones, a reconocerlas y legitimarlas, a regular sus efectos desde la calma y reflexión.

2.  Creando espacios diarios donde puedan expresar con tranquilidad y libertad todo aquello que sienten, necesitan o les preocupa sin sentir vergüenza. Momentos llenos de confianza dondenos mostremos empáticos y comprensivos con todo aquello que nos explican.

3.    Explicándoles que no hay emociones buenas ni malas, que todas son necesarias para la vida. Facilitándoles experiencias que desarrollen el sentido positivo de ellos mismos y potencien la automotivación e iniciativa personal.

4.    Validándoles cada una de las emociones sin juzgarlas. Acompañándoles desde el respeto, la calma y la seguridad con palabras que alienten y abrazos que reconforten. Ofreciéndoles todo el tiempo que necesiten para aprender.

5. Estableciendo límites claros y consensuados que les proporcionen seguridad y protección. Reforzando las conductas positivas y enseñándoles a mostrase  flexibles y adaptables delante las nuevas situaciones.

6.   Convirtiéndonos en el mejor ejemplo de expresión y gestión emocional que puedan tener. Controlando nuestra ira, impulsividad y negatividad. Mostrando una actitud positiva ante la vida, compartiendo con ellos lo que sentimos de manera saludable, sin cargas pero con sinceridad, siendo conscientes de nuestros estados de ánimos intentándoles poner nombre.

7.    Potenciando el autoconocimiento, autocontrol y autogestión desde la atención cálida y la educación positiva. Ayudándoles a reconocer sus aptitudes y habilidades y tener una autoestima saludable.

8.  Despertándoles la curiosidad y el interés por aprender, potenciando la toma de decisiones, la responsabilidad y desarrollando el valor del esfuerzo y el compromiso. Sin cansarnos de explicarles que el error es parte imprescindible para el aprendizaje.

9.    Enseñándoles a ser empáticos y tolerantes y a tener en cuenta las emociones de los demás. A ser agradecidos con aquellos que les cuidan, respetuosos y a escuchar asertivamente.

1.   Estando siempre atentos a las señales de alarma que nos informan que algo no va bien. Los lloros, las rabietas, los enfados constantes nos alertan que hay emociones no resueltas que nuestros hijos necesitan resolver.

El desarrollo de la educación emocional permitirá a nuestros hijos tener una vida exitosa, sana y equilibrada. Como dice Pablo Fernández-Berrocal: “las personas más felices no son las más inteligentes, son las que tienen un corazón intuitivo e inteligente”.

dimarts, 4 de maig del 2021

EL PRIVILEGIO DE SER MAMÁ

Mamá, mama o mami. Da igual, diga cómo se diga, tiene una musicalidad especial. Nunca olvidaré el día en el que mis pequeños pronunciaron “mama” por primera vez. Quién lo ha vivido, sabe de lo que hablo. O aquella primera vez que estiraron sus brazos hacia mí porque era la única que les podía consolar.

Dicen que una madre es comprensión porque sus palabras sosiegan, tranquilizan, porque sus besos y abrazos sanan. Una madre es paciencia en grado extremo por su temple, por su perseverancia, por su capacidad de amar. Una madre es amor porque es cariñosa, afectuosa, protectora, tierna, comunicativa, paciente. Que el amor de una madre es el motor que le permite al ser humano hacer lo imposible.

Yo soy quién soy gracias a la mía. Con sus virtudes y sus defectos, pero le debo todo. Madre no hay más que una y ella siempre ha estado justo en el lugar y en el momento en el que más lo necesitaba. Sin juzgarme, ni etiquetarme. Alentándome en cada uno de mis proyectos, poniéndome límites, ayudándome a descubrir mis talentos, confiando siempre en mí. Convirtiéndose en la mejor abuela que mis hijos pueden tener. Desde que soy madre, la respeto y la valoro aún más si cabe.

Recuerdo el día en que descubrí que estaba embaraza, que me convertiría en mamá. Una mezcla de ilusión y miedo floreció dentro de mí. Supe que en ese mismo instante que mi vida se transformaría radicalmente, que me embarcaba en la aventura más apasionante de mi vida, un vagón compartido con mi marido e hijos para siempre.

Nunca olvidaré la cara de mi padre al enterarse que en pocos meses tendría entre sus brazos a su primer nieto, jamás lo había visto tan feliz. La emoción de mis hermanas por compartirse en tías, la alegría de mis suegros al saber que la familia aumentaba.

En el momento que vi a mi primer hijo por primera vez sentí que me había enamorado de inmediato. Esa persona que sería capaz de robarme a diario una sonrisa, de emocionarme con sus progresos, de preocuparme por su salud, que se convertiría en la fuerza motriz de todos mis retos. Al que deseaba querer, mimar y proteger para siempre.

La maternidad cambió mi concepción del tiempo, del espacio, del sentir. Mi forma de mirar la vida, de establecer mis prioridades, de saber lo que es realmente era importante. De hacer frente a los problemas, de escribir mi futuro.

Ser mamá te hace más tenaz, más valiente, más constante. Te enseña a ser más flexible, más polivalente, a simplificar tus necesidades. A querer ser tu mejor versión, a pelear contra las adversidades con todas tus fuerzas para que el presente sea mucho mejor.

Hace casi dieciséis años que soy mamá, para mí el mejor oficio del mundo. El único oficio en el que primero te otorgan el título y luego cursas la carrera. Una licenciatura llena de contratiempos, de inseguridades y de aspectos por aprender. Que te hace reaprender a diario y te ayuda a ser cada día un poco mejor. Que te regala cariño a raudales, amor sin condición, abrazos que reinician.

A ser mamá se aprende con mucha paciencia y grandes dosis de humor y sentido común. Por suerte, el paso del tiempo te enseña que en la educación de tus hijos no existen fórmulas mágicas, trucos o atajos. Que el secreto de una maternidad feliz es no necesitar tenerlo todo controlado, aceptar y aprender de tus errores, entender que la culpa no es una buena compañera de viaje.

Ojalá antes de ser mamá alguien me hubiese explicado que existían mil formas de entender la maternidad y que todas eran adecuadas. Que mis hijos no necesitan tener una madre perfecta, sólo alguien que les acepte y les acompañe sin condición. Que los quiera con avaricia y les conceda el tiempo que necesitan para aprender.

Ojalá me hubiesen aclarado que las mamás tenemos derecho a la queja, a sentirnos agotadas, a explotar, a querer desconectar. A sentirnos vulnerables, a añorar a ratos la soledad. A querer cultivar nuestra carrera profesional y a no permitir que la M de madre aplaste a la M de mujer.

Después de tantos años he comprendido que mis hijos necesitan una madre que se muestre disponible, que les acepte tal y como son, que sepa valorar sus esfuerzos, que les ponga límites y no le importen únicamente los resultados. Que regale palabras que alienten, silencios que acojan, abrazos y besos que protejan. Que valide todas las emociones que sienten y encuentre un equilibrio entre la firmeza y la amabilidad.

Que se sepa cuidar para poder acompañar desde la calma y la empatíaQue pida ayuda siempre que lo necesite sin sentir vergüenza o debilidad.

Que eduque con el ejemplo, eliminando los gritos, las etiquetas o los reproches que tanto dañan los vínculos. Que quiera acompañándolos sin sobreproteger, respetando sus necesidades e intereses, despertando las ganas de aprender y descubrir.

Que sea capaz de contagiar el placer de vivir, las de tomar la iniciativa, el deseo de soñar en grande. Es dar alas y raíces a la vez, dejar ir regalando oportunidades.

Madre Teresa de Calcuta decía que “enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo…, en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado. No se me ocurre mejor forma de definir la maternidad.