Sònia

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dimarts, 4 de maig del 2021

EL PRIVILEGIO DE SER MAMÁ

Mamá, mama o mami. Da igual, diga cómo se diga, tiene una musicalidad especial. Nunca olvidaré el día en el que mis pequeños pronunciaron “mama” por primera vez. Quién lo ha vivido, sabe de lo que hablo. O aquella primera vez que estiraron sus brazos hacia mí porque era la única que les podía consolar.

Dicen que una madre es comprensión porque sus palabras sosiegan, tranquilizan, porque sus besos y abrazos sanan. Una madre es paciencia en grado extremo por su temple, por su perseverancia, por su capacidad de amar. Una madre es amor porque es cariñosa, afectuosa, protectora, tierna, comunicativa, paciente. Que el amor de una madre es el motor que le permite al ser humano hacer lo imposible.

Yo soy quién soy gracias a la mía. Con sus virtudes y sus defectos, pero le debo todo. Madre no hay más que una y ella siempre ha estado justo en el lugar y en el momento en el que más lo necesitaba. Sin juzgarme, ni etiquetarme. Alentándome en cada uno de mis proyectos, poniéndome límites, ayudándome a descubrir mis talentos, confiando siempre en mí. Convirtiéndose en la mejor abuela que mis hijos pueden tener. Desde que soy madre, la respeto y la valoro aún más si cabe.

Recuerdo el día en que descubrí que estaba embaraza, que me convertiría en mamá. Una mezcla de ilusión y miedo floreció dentro de mí. Supe que en ese mismo instante que mi vida se transformaría radicalmente, que me embarcaba en la aventura más apasionante de mi vida, un vagón compartido con mi marido e hijos para siempre.

Nunca olvidaré la cara de mi padre al enterarse que en pocos meses tendría entre sus brazos a su primer nieto, jamás lo había visto tan feliz. La emoción de mis hermanas por compartirse en tías, la alegría de mis suegros al saber que la familia aumentaba.

En el momento que vi a mi primer hijo por primera vez sentí que me había enamorado de inmediato. Esa persona que sería capaz de robarme a diario una sonrisa, de emocionarme con sus progresos, de preocuparme por su salud, que se convertiría en la fuerza motriz de todos mis retos. Al que deseaba querer, mimar y proteger para siempre.

La maternidad cambió mi concepción del tiempo, del espacio, del sentir. Mi forma de mirar la vida, de establecer mis prioridades, de saber lo que es realmente era importante. De hacer frente a los problemas, de escribir mi futuro.

Ser mamá te hace más tenaz, más valiente, más constante. Te enseña a ser más flexible, más polivalente, a simplificar tus necesidades. A querer ser tu mejor versión, a pelear contra las adversidades con todas tus fuerzas para que el presente sea mucho mejor.

Hace casi dieciséis años que soy mamá, para mí el mejor oficio del mundo. El único oficio en el que primero te otorgan el título y luego cursas la carrera. Una licenciatura llena de contratiempos, de inseguridades y de aspectos por aprender. Que te hace reaprender a diario y te ayuda a ser cada día un poco mejor. Que te regala cariño a raudales, amor sin condición, abrazos que reinician.

A ser mamá se aprende con mucha paciencia y grandes dosis de humor y sentido común. Por suerte, el paso del tiempo te enseña que en la educación de tus hijos no existen fórmulas mágicas, trucos o atajos. Que el secreto de una maternidad feliz es no necesitar tenerlo todo controlado, aceptar y aprender de tus errores, entender que la culpa no es una buena compañera de viaje.

Ojalá antes de ser mamá alguien me hubiese explicado que existían mil formas de entender la maternidad y que todas eran adecuadas. Que mis hijos no necesitan tener una madre perfecta, sólo alguien que les acepte y les acompañe sin condición. Que los quiera con avaricia y les conceda el tiempo que necesitan para aprender.

Ojalá me hubiesen aclarado que las mamás tenemos derecho a la queja, a sentirnos agotadas, a explotar, a querer desconectar. A sentirnos vulnerables, a añorar a ratos la soledad. A querer cultivar nuestra carrera profesional y a no permitir que la M de madre aplaste a la M de mujer.

Después de tantos años he comprendido que mis hijos necesitan una madre que se muestre disponible, que les acepte tal y como son, que sepa valorar sus esfuerzos, que les ponga límites y no le importen únicamente los resultados. Que regale palabras que alienten, silencios que acojan, abrazos y besos que protejan. Que valide todas las emociones que sienten y encuentre un equilibrio entre la firmeza y la amabilidad.

Que se sepa cuidar para poder acompañar desde la calma y la empatíaQue pida ayuda siempre que lo necesite sin sentir vergüenza o debilidad.

Que eduque con el ejemplo, eliminando los gritos, las etiquetas o los reproches que tanto dañan los vínculos. Que quiera acompañándolos sin sobreproteger, respetando sus necesidades e intereses, despertando las ganas de aprender y descubrir.

Que sea capaz de contagiar el placer de vivir, las de tomar la iniciativa, el deseo de soñar en grande. Es dar alas y raíces a la vez, dejar ir regalando oportunidades.

Madre Teresa de Calcuta decía que “enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo…, en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado. No se me ocurre mejor forma de definir la maternidad.

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