- Mamá, cuando piensas en tus cosas el labio se te va para abajo.
- ¿Qué quieres
decir?
- Que tu cara se
pone como enfadada, como si estuvieses imaginando cosas tristes.
- ¿Y no te gusta
que me pase?
- No, me gusta
mucho más verte sonreír porque cuando lo haces se me contagia tu risa. Además
tus ojos brillan más y tu cara se pone bonita.
- ¿Y crees que
sonrío pocas veces?
- Hay días que sí,
sobretodo los días que tienes poca paciencia o te quedas absorta pensando en
tus problemas.
- Tienes toda la
razón, en ocasiones olvido lo importante que es sonreír. ¿Y sabes lo que más me
molesta de no hacerlo?
- ¿Qué? mamá
- El ignorar los
cientos de motivos que tengo a diario para sonreír.
Me encantaría ser
de esas personas que contagian sonrisas, ni que sea un poquito. Heredé el
semblante serio de mi familia paterna y mis rasgos faciales no me ayudan nada.
Mi ceño abrupto delata en ocasiones mi falta de ejercicio en este gran arte.
Dicen que los rusos se ríen poco, quizás tengo alguna raíz desconocida por
allí.
Sin duda, una de
las cosas que más envidio de mis hijos, es la capacidad que tienen para reír.
Ríen por cualquier motivo y cuando no lo hay, también. Recuerdo que en mi niñez
me pasaba lo mismo cuando compartía maravillosos ratos de complicidad junto a
mis hermanas. Mi madre se desesperaba cuando a las tres no invadía la risa
floja y no parábamos de carcajear. La habitación se llenaba de magia, como si
hubiésemos caído en un fantástico hechizo que nos envolvía y nos hacía
desternillarnos hasta no poder más. Una sola palabra, un gesto gracioso o un
ruido inesperado daba el punto de partida a una vorágines de carcajadas que nos
hacían inmensamente feliz.
Lamento
profundamente que a medida que he crecido he ido abandonando esa espontaneidad.
Hay temporadas que, el poco uso de la risa, nos convierte en personas grises,
opacas, donde nuestros días adquieren un sombrío matiz. El miedo, la angustia,
el odio o la queja son malos compañeros para sonreír.
Pero hay un día que
te levantas y tomas consciencia que has perdido una batalla el día que no has
conseguido sonreír. Porque desde que naces se te va la vida, la jornada que no
has reído has malgastado un balín. Quiero reír por mí y por aquellos que no lo
volverán a hacer. Ejercitarme en perder la prudencia y la cordura, sin excusas
ni condición. Adueñarme de una sonrisa franca, imprevisible y
desenfadada. Ser aquella niña que con humor era capaz de darle la vuelta a
cualquier situación. Convertirme ante mis hijos en la mejor embajadora de la
risa, en princesa del júbilo y el entusiasmo. Demostrarles que la vida, siempre
que ellos quieran, les presentará mil y un motivo para reír. La sonrisa no
necesita ni estrategia, ni plan. Llega y te apresa y te cubre de un tierno
sentir. Trabajar para llegar a ser adicta a ella, convertirla en mi bandera, en
la insignia de mi batallón.
Quiero llorar de
risa, que me duela el costado, destornillarme sin control. Y los días que me
cueste haré listas bien largas de todo aquello que poseo que pueda
hacerme reír. Porque el momento perfecto siempre será el ahora y el aquí. Se
valdrá estar triste a veces, de forma puntual. Intentaré no controlarlo todo,
amar sin preocuparme el que dirán, volverme osada sin preguntar, insinuar si me
gusta y pedir sin miedo a que no quede más. Aceptaré lo que venga y haré todo
aquello que siempre he querido intentar.
Porque la sonrisa
es el idioma de las personas inteligentes y yo quiero doctorarme en el humor.
Reír alegrará mis entrañas, aumentará mis defensas, estimulará mis órganos y
aliviará mi dolor. Fortalecerá mi corazón, rejuvenecerá mi piel y será el mejor
analgésico natural que pueda tener. Mejorará mi memoria, aprendizaje e
imaginación. La utilizaré como una arma poderosa para la comunicación.
La risa me atestará
de optimismo y de ganas de vivir. Me permitirá expresar decenas de emociones,
me llenará de confianza y abandonará mis reparos en un arcón. Se convertirá en
la herramienta más poderosa a la hora de superar el dolor, la angustia o el
sinsabor. Mé ayudará a superar la timidez, combatir miedos y fobias y
crear lazos de cooperación. Mejorará mi autoestima, la gestión de la emoción y
la asertividad.
Promoveré reírme en
familia, conseguiré que mis hijos sean susceptibles al humor. Buscaremos
momentos para que la risa deje huella en nuestro día a día y liberaremos juntos
la tensión. Será la creadora de confidencias, nos ayudará a humanizar asperezas
y nos permitirá unirnos a lo absurdo, al contrate o la exageración. Potenciaré
las sesiones de cosquillas y risas como obligación. Porque reírse será parte de
nuestra rutina, será el lema de nuestra canción.Les enseñaré a sonreír de
forma sincera, amplia, desbordante, expansiva y sin control.
-Mamá, mamá no lo hagas que se me contagia.
- ¿El qué se te pega?
- Tu forma de sonreír.
Quiero llorar de risa, que me duela el costado, destornillarme sin control. Porque la risa es el idioma de las personas inteligentes, yo quiero doctorarme en el humor. La risa me atestará de optimismo y de ganas de vivir.