Sònia

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dimarts, 22 de març del 2022

Seis estrategias para ayudar a nuestros hijos a tolerar y afrontar la frustración

 Hoy es el peor día de mi vida, nada ha salido como esperaba”, me dice mi hijo. “Entiendo que te sientas triste y enfadado, a nadie le gusta que no le salgan las cosas a la primera”, le explico. “¿Tú también te enfadas cuando te pasa?”, repregunta. “Ahora ya no, he aprendido que fallar es una maravillosa forma de aprender”, le consuelo. Vivimos en la sociedad de la inmediatez, donde todo va demasiado deprisa. Vamos corriendo a todas partes entrelazando tareas. Nos hemos acostumbrado a obtener lo que queremos sin demasiado esfuerzo, un solo clic nos acerca al instante a muchas cosas de las que deseamos. Nos impacientamos si las cosas no nos salen a la primera y mostramos muchas dificultades para tolerar la frustración, para manejar correctamente nuestros enfados o fracasos.

La frustración es una emoción desagradable que aparece en aquellas situaciones en la que nos damos cuenta de que no podemos conseguir alguna cosa importante para nosotros. La frustración es innata, pero también es susceptible de aprendizaje. Una sensación que mezcla la ira, la tristeza, la ansiedad y el enfado y que a menudo nos colma de decepción y desilusión. Podemos exteriorizarla a través del llanto, la agresividad, los gritos o el silencio.


La tolerancia a la frustración es la habilidad que nos ayuda a afrontar los cambios inesperados y los fracasos, así como a saber manejar aquello que no está a la altura de nuestras expectativas. Desarrollarla es imprescindible para poder afrontar de forma saludable situaciones que nos generen sensación de impotencia, aquellas que en ocasiones hacen tambalear nuestros cimientos. La capacidad de afrontarla se da principalmente en la infancia y necesita de un aprendizaje específico. Al igual que los adultos, los niños deben aprender a gestionarla correctamente en su día a día para poder hacer frente a las adversidades. El temperamento de cada niño, la manera de gestionar las emociones y el estilo educativo de cada familia influirán directamente en el desarrollo de las habilidades necesarias para hacerle frente.


Las causas más habituales que provocan la frustración en los niños están relacionadas con la necesidad de atención, reconocimiento, independencia y autoafirmación. Si nuestros hijos no logran tener una buena tolerancia mostrarán muchas dificultades para controlar correctamente sus emociones, se mostrarán impulsivos e impacientes y buscarán satisfacer sus necesidades de manera inmediata. Se desmotivarán muy fácilmente ante cualquier contratiempo y abandonarán a menudo sus objetivos.

Un niño con una baja tolerancia a la frustración vive cualquier límite como injusto, tiene muchas rabietas y muestra dificultades para comprender que no le demos todo aquello que desea. Tendrá una baja capacidad para mostrarse flexible y para adaptarse correctamente a los cambios. Con los adultos de referencia se mostrará muy exigente e intentará manipularlos hasta que consiga aquello que desee.


Aprender a tolerar correctamente la frustración permitirá a nuestros hijos afrontar de manera positiva los diferentes retos y dificultades que les presentará la vida y desarrollar estrategias adaptativas que fomenten su autorregulación emocional y autonomía. Un niño con un alto nivel de tolerancia podrá mantener su estado de ánimo sin alteración aunque no vea cumplidas sus expectativas, pedirá ayuda cuando lo necesite y sabrá aceptar las críticas, trabajar en equipo y gestionar mejor los conflictos. Será mucho más optimista, se sentirá capaz de probar cosas nuevas y transformará las situaciones problemáticas en excelentes oportunidades para aprender y mejorar.


¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a desarrollar una buena tolerancia a la frustración?

  1. Enseñándoles a enfrentarse a las situaciones negativas, difíciles o frustrantes con positivismo y a aceptar el error como parte imprescindible del aprendizaje. A perseverar y saber que las cosas cuestan un esfuerzo, que no todo se consigue a la primera.
  2. Convirtiéndonos en el mejor ejemplo que puedan tener a la hora de hacer frente a nuestra propia frustración. Pidiendo disculpas cuando nos equivoquemos con humildad y mostrándoles que con perseverancia y paciencia será mucho más fácil conseguir aquello que nos propongamos.


Siete errores que te impiden conectar con tu hijo adolescente

Qué difícil es en ocasiones comprender a nuestro hijo o hija adolescente. Entender sus salidas de tono, sus conductas arriesgadas, su apatía ante las cosas. Su falta de compromiso para cumplir con sus responsabilidades, su rebeldía y su imperiosa necesidad de probar de forma casi constante los límites y saltarse las normas. Que complicado es acompañarle desde la calma, hablar sin tener que discutir y dar respuesta a sus nuevas necesidades. Aceptar que haya crecido casi sin darnos cuenta y que necesite empezar a volar dibujando su propio camino sin ir de nuestra mano.

Recuerdo que la mayor parte de mi adolescencia sentí que muy poca gente me entendía y podía acompañar con serenidad todas las emociones que me recorrían por dentro. Unos sentimientos que me producían mucha inseguridad y me hacían sentir muy vulnerable. Únicamente en mi grupo de iguales sentía la libertad de comportarme tal y como era, de expresar aquello que me molestaba o me inquietaba y de compartir todos mis dudas o miedos.

Fueron unos años convulsos, repletos de meteduras de pata donde necesité tiempo para aprender a dominar mi frustración, para saber identificar mis emociones, ponerles nombre y gestionarlas correctamente. Mis padres siempre estuvieron a mi lado ofreciéndome su ayuda y apoyo incondicional lo mejor que supieron.

La adolescencia es sin duda la etapa más desafiante para la crianza. Un período convulso que a menudo a las familias nos desconcierta y nos exige nuestra mejor versión. Un período en el que no es fácil sintonizar con lo que viven y sienten que nos provoca un sentimiento de culpa e impotencia y nos llena de dudas.

Ahora que soy madre de dos adolescentes, intento entender por qué mis hijos a menudo viven entre extremos y se muestran irascibles, tristes o ausentes sin tener un motivo aparente. El carrusel de emociones y estados de ánimo por el que transitan, la intensidad con a la que sienten y la dificultad que tienen para leer correctamente todo aquello que pasa a su alrededor.

Nuestros hijos adolescentes necesitan que acompañemos esta etapa tan importante de transformación y reafirmación personal desde la mayor serenidad, confianza y empatía. Que entendamos que para ellos es muy complicado hacerse mayor en esta sociedad tan cambiante y que transcurre tan deprisa. Que les mostremos la manera de controlar sus impulsos y sus conductas a menudo desajustadas e imprevisibles.

 Que les ayudemos a hacer frente a los numerosos cambios físicos, psicológicos, sociales y emocionales por los que transitan, a descifrar el caos emocional que les provoca tanto malestar. Que les tendamos la mano ante sus caídas y les demos el tiempo necesario para aprender.


¿Qué errores nos impiden conectar con nuestros hijos adolescentes?

1. Esperar que sean capaces de mantener en todo momento el control de sus impulsos y emociones. Si algo caracteriza a la adolescencia es la dificultad que tienen nuestros hijos para modular correctamente todo aquello que sienten. Necesitan que les ayudemos a identificar sus sentimientos y a desarrollar estrategias para poder hacer frente. Una regulación emocional que les permitirá controlar sus comportamientos e impulsos.