Educamos desde la impaciencia, en función de nuestros estados de ánimos, nuestra preocupaciones o niveles de estrés. Buscamos respuestas rápidas a nuestros problemas, tomamos decisiones de forma precipitada. La vorágine del día a día nos come, nos hace tener actitudes inquisidoras, estar a menudo de mal humor.
Tenemos poco tiempo para educar desde la calma, conversar con tranquilidad, para compartir momentos de forma distendida. Maximizamos situaciones con poca importancia, llenamos nuestras conversaciones de reproches, de malos entendidos, de etiquetas que encasillan. Damos pocas oportunidades para rectificar, para aprender de los errores, para pedir perdón.
Escuchamos poco y mal, actuamos sin coherencia entre nuestras palabras y nuestro ejemplo, acompañamos de forma incorrecta con broncas y amenazas, nos falta interés. Hablamos con ninguna intención de entendernos, de escucharnos empáticamente, de buscar soluciones.
Intentamos hacer un uso interesado de nuestras palabra, buscamos la razón alzando la voz. Nos convertimos en el peor de los ejemplos a la hora de solucionar conflictos hablando sin respeto, perdiendo los nervios, resolviendo a voces las desavenencias, imponiendo. Los gritos, las palabras mal sonantes, los mensajes contradictorios nos quitan autoridad, alzan muros, nos llenan de frustración.
Intentamos hacer un uso interesado de nuestras palabra, buscamos la razón alzando la voz. Nos convertimos en el peor de los ejemplos a la hora de solucionar conflictos hablando sin respeto, perdiendo los nervios, resolviendo a voces las desavenencias, imponiendo. Los gritos, las palabras mal sonantes, los mensajes contradictorios nos quitan autoridad, alzan muros, nos llenan de frustración.
Olvidamos que la comunicación con nuestros alumnos y/o hijos debe convertirse en el PILAR de nuestro acompañamiento, de nuestra forma de educarles, de quererles. Una comunicación que condiciona nuestras relaciones, nuestra forma de enseñar a ver el mundo, de cuidar las emociones.
Convirtámonos en el mejor modelo comunicativo llenando nuestras conversaciones de un lenguaje positivo, con palabras que alienten eliminando los juicios de valores, sermones o comparaciones.
Busquemos momentos para conversar sin prisas, para rectificar positivamente, para conseguir una comunicación fluida teniendo en cuenta las inquietudes, preocupaciones o dudas que tienen nuestros pequeños. Abramos canales de comunicación que mimen, que protejan, que calmen.
Llenemos nuestros discursos de palabras que entiendan, que acompañen, que regalen oportunidades. Que alienten a la valentía, a superar los errores, a animen a volverlo a intentar. Vocablos que engrandezcan la autoestima, que hagan que nuestros pequeños se sientan únicos.
Eliminemos de nuestros diálogos las frases autoritarias, las palabras que censuran, los aforismos. Consigamos relaciones basadas en el afecto, el respeto y la confianza mostrándonos accesibles y disponibles para que puedan compartir con nosotros sus necesidades, inquietudes o todo aquello que les recorre por dentro.
Pidamos perdón cuando nos equivoquemos, escuchemos sin interrupciones, busquemos espacios y tiempo para hablar con calma sin distracciones. Para crear confidencias, momentos llenos de magia, para conseguir una resolución positiva de los conflictos. Mostremos interés por todo aquello que les pasa, compartamos con ellos nuestros propios sentimientos y opiniones.
Escuchemos para comprender, para entender lo que no saben explicar, para conocer la emoción. Descifremos los silencios que tanto explican, entendamos las razones de los comportamientos, respetemos que piensen diferente. Consigamos una coherencia entre nuestras palabras y nuestra comunicación no verbal, tomemos conciencia del poder que tienen nuestras palabras
Convirtámonos en el mejor modelo comunicativo llenando nuestras conversaciones de un lenguaje positivo, con palabras que alienten eliminando los juicios de valores, sermones o comparaciones.
Busquemos momentos para conversar sin prisas, para rectificar positivamente, para conseguir una comunicación fluida teniendo en cuenta las inquietudes, preocupaciones o dudas que tienen nuestros pequeños. Abramos canales de comunicación que mimen, que protejan, que calmen.
Eliminemos de nuestros diálogos las frases autoritarias, las palabras que censuran, los aforismos. Consigamos relaciones basadas en el afecto, el respeto y la confianza mostrándonos accesibles y disponibles para que puedan compartir con nosotros sus necesidades, inquietudes o todo aquello que les recorre por dentro.
Pidamos perdón cuando nos equivoquemos, escuchemos sin interrupciones, busquemos espacios y tiempo para hablar con calma sin distracciones. Para crear confidencias, momentos llenos de magia, para conseguir una resolución positiva de los conflictos. Mostremos interés por todo aquello que les pasa, compartamos con ellos nuestros propios sentimientos y opiniones.
Escuchemos para comprender, para entender lo que no saben explicar, para conocer la emoción. Descifremos los silencios que tanto explican, entendamos las razones de los comportamientos, respetemos que piensen diferente. Consigamos una coherencia entre nuestras palabras y nuestra comunicación no verbal, tomemos conciencia del poder que tienen nuestras palabras