Sònia

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dilluns, 9 d’octubre del 2023

¿Y SI INTENTAMOS ACOMPAÑAR LA ADOLESCENCIA DE MANERA DISTINTA?

“Déjame en paz, no me trates como si fuese un niño, te pasas el día dándome órdenes y criticando todo lo que hago”. La mayoría de los adolescentes piensan y sienten que sus padres no les entienden, no valoran nada de lo que hacen o no les preocupa aquello que sienten o necesitan. Que únicamente muestran interés por los resultados académicos o por la hora deben van llegar a casa.

Quien tiene un adolescente en casa sabe lo complicado que en ocasiones resulta acompañar esta etapa evolutiva desde la calma y la comprensión. Entender la convulsión de los cambios físicos, psicológicos, cognitivos, sociales y emocionales que se producen. Comprender porque tiene comportamientos tan desafiantes, contestaciones desagradables o cambios de humor constantes.

La adolescencia es una etapa de transformación y reafirmación personal que hace actuar al adolescente de una forma desajustada, impredecible y desmedida Unos años de sana desobediencia, de búsqueda de nuevas relaciones y de libertad para experimentar nuevas vivencias y relaciones.

Los numerosos conflictos que se producen entre padres e hijos durante esta etapa evolutiva debilitan mucho las relaciones. Una convivencia muy compleja que provoca que, en ocasiones, los progenitores muestren su peor versión. Esta les aleja de sus hijos hasta tener la sensación que se han convertido en unos auténticos desconocidos. Unas riñas que llenan los hogares de culpabilidad, preocupación e impotencia.

Aunque educar desde el afecto y el amor incondicional en este período de desarrollo se convierta en un gran desafío para las familias debemos conseguir mirar la adolescencia desde un prisma mucho más optimista y empático. Llegar a ella habiéndonos formado y preparado lo suficiente para poder entenderla y acompañarla adecuadamente.

Si educamos desde el miedo y la desconfianza este hecho nos desconectará de nuestro adolescente y únicamente nos arrastrará a una espiral de confrontación que no beneficiará a nadie. Si tu adolescente siente que no le escuchas lo suficiente o entiendes se sentirá perdido en medio de la incertidumbre en la que vive y no mostrará interés por compartir contigo todo aquello que le preocupa o ilusiona.

En cambio, si se siente escuchado, querido y aceptado y mostrará menor dificultad para modular correctamente sus emociones, para hacer frente a la frustración y aceptar sus errores. Para pedir ayuda cuando la necesite y empezar a hacerse cargo de sus responsabilidades.

Aunque no lo parezca y no te lo verbalice, tu adolescente necesita, más que nunca, tenerte a su lado. Tus muestras de cariño diarias que tanto le reconfortan, tus palabras de aliento cuando todo se tambalea, tu presencia y apoyo cuando se siente perdido.

Tu adolescente necesita que habléis sin discutir cuando tengáis opiniones diferentes, que no te pases el día dándole sermones, recriminándole sus tropiezos o fijándote únicamente en aquellas cosas que hace mal. Que dejes de juzgarle o etiquetarle cuando no toma buenas decisiones o de criticar a sus amigos o el tiempo que pasa ante su móvil.

Una educación basada en los gritos, las amenazas, los chantajes y los castigos únicamente romperá vuestro vínculo y propiciará conductas de riesgo en tu adolescente.

La disciplina positiva te permitirá entender que es el momento de soltar, de establecer unas expectativas acertadas hacia tu hijo, de confiar, sostener y validar. Comprender que hay detrás de una mala conducta, conseguir una conexión saludable y el equilibrio necesario entre la autoridad y la permisividad. Colocar el foco en las soluciones y no en las constantes disputas.

Claves para poder acompañar la adolescencia desde la serenidad y el afecto:

- Tu adolescente necesita sentir que le aceptas tal y como es, con sus virtudes y defectos. Que le amas por lo que es y no por lo que hace o es capaz de conseguir. Que valoras sus esfuerzos y le alientas cuando las cosas no le salen bien ofreciéndole el tiempo que necesita para aprender.

- Mostrando una actitud abierta a escucharle, dialogar y solucionar conflictos desde el respeto, siendo coherente entre lo que le dices y haces. Hablando con él sin prisas, con ganas de entenderos sin interrogaciones, ironías y tonos acusativos y sarcásticos. Con un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad.

-Consensuando con él límites claros que entienda, que le protejan y le den seguridad. Establecerlos ayudará a reducir los conflictos, mejorar la comunicación y generar confianza.

- Estando presente y disponible en su vida, compartiendo momentos o aficiones que os ayuden a continuar fortaleciendo vuestra relación. Ofreciéndole el espacio y la intimidad que ahora necesita para construir su nueva identidad, entendiendo sus silencios.

- Dejándole sentir con libertad y a la intensidad que necesite sin interrumpirle o juzgarle por adelantado. Validando aquello que siente, ayudándole a identificar y gestionar correctamente las emociones intensas que experimenta, a hablar de ellas sin tapujos acompañándole desde un lugar neutro, conectado y empático.

Tu adolescente necesita a su lado adultos pacientes que entiendan lo que le sucede, que atiendan sus necesidades y le escuchen sin cuestionarlo. Que le acompañen con grandes dosis de cariño y respeto en sus alegrías y en los momentos más convulsos donde se siente vulnerable. Que le arropen y achuchen cuando las cosas no vayan bien y le animen a esforzarse y trabajar de forma exigente para poder conseguir todo aquello que desee. Como dice Manuel Montalvo: “Querer es sencillo, lo difícil es hacerlo bien”.

Terremoto, despistado, llorica…: cómo afectan las etiquetas a los niños

Terremoto, intenso, pesado, torpe, vago, despistado, retador, irresponsable, desastre, llorica, malo o caprichoso, es probable que estos sean algunos de los adjetivos que aparecerían en la respuesta de un niño al preguntarle cómo cree que sus padres le describirían si tuvieran que hacer una redacción sobre él. Las palabras que emplean sobre nosotros los demás no le dejan a uno indiferente y generan unas conversaciones internas que pueden perjudicarnos seriamente. Unas palabras que construyen los pensamientos y que pueden llegar a determinar si merecemos o no ser felices, si somos lo suficiente buenos para conseguir lo que pensamos necesitar o si merecemos el cariño de los demás.

La imagen que una persona construye sobre sí misma, es decir, su autoconcepto, se edifica a través de la información que recibe de las personas con las que convive o se relaciona. Si estas palabras generalmente son negativas o amenazadoras será muy difícil que el individuo pueda moldear adecuadamente la imagen que tiene sobre sí mismo. Las palabras tienen un gran poder sobre nuestras emociones y condicionan directamente nuestras conductas y decisiones. Las personas son capaces de cambiar su estado de ánimo, modificar sus hábitos o condicionar sus decisiones o futuro. Forjan la memoria, la manera de ver el mundo y la forma en la que uno se relaciona con los demás.


Al educar, los adjetivos que los padres y madres utilizan para
describir o referirse a su hijo influirán notablemente sobre él. Las palabras que se eligen para valorar, reconocer, referir o corregirle esconden mensajes ocultos que le pueden llevar a afectar mucho. Por esta razón, igual de importante es que los niños hablen bien a sus padres como que estos hablen bien a sus hijos.


En ocasiones, las familias presas por el enojo, el estrés o cansadas de las malas conductas emplean palabras de las que después acaban arrepintiéndose. Si el adulto usa un lenguaje que señala con dureza los defectos del niño, juzga violentamente su comportamiento o sentencia sus decisiones este influirá muy negativamente en su desarrollo. Unas palabras que dañarán seriamente la autoestima, que romperán el vínculo de afecto y dejarán una huella profunda en la personalidad. Que crearán conflictos internos, complejos y un alto grado de vulnerabilidad provocando en el niño ansiedad, frustración y niveles altos de agresividad.


El abuso verbal, las palabras con dobles sentidos, las connotaciones despectivas y los eufemismos imposibilitan educar desde la calma y el respeto. Un niño necesita crecer sin etiquetas ni sobrenombres que le condicionen o empequeñezcan. Siendo libre para comportarse tal y como es y sintiendo que los adultos que le cuidan y se preocupan por él dan respuesta a todas sus necesidades y aspiraciones, especialmente a sus emociones. 


Con palabras que le tocan el corazón cuando siente miedo o tristeza, que acarician sus inseguridades cuando las cosas se complican, curan sus cicatrices con suavidad y paciencia y le muestran el afecto y la comprensión que tanto necesita para crecer en un entorno seguro. Una buena comunicación llevará a las familias a tener una adecuada calidad en sus relaciones y a establecer en casa un clima de confianza y empatía.


Cuatro claves para utilizar correctamente el lenguaje en la educación de un niño

  1. Evitar palabras que juzguen, evalúen, chantajeen y etiqueten con dureza el comportamiento o la personalidad del menor. Unas palabras que influirán de manera muy negativa en la construcción de su identidad, autoconcepto y autoestima y condicionarán sus conductas haciéndole sentir que no es demasiado bueno para los demás.
  2. Utilizar palabras que alienten, que reconozcan el esfuerzo y el proceso y no únicamente el resultado. Que motiven a esforzarse y trabajar con ilusión aunque en el camino se encuentren dificultades, a ser constante y marcar pequeños retos diarios. Un niño no debe creer que sus padres le quieren únicamente cuando es capaz de obtener muy buenas notas, hace caso a la primera o es el máximo anotador en un partido de baloncesto.
  3. Seguir leyendo: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2023-09-22/terremoto-despistado-llorica-como-afectan-las-etiquetas-a-los-ninos.html

La sobreprotección en la adolescencia cría hijos cobardes y pasivos

Qué complicado resulta en ocasiones para las familias con un hijo adolescente en casa darle la libertad y la autonomía que precisa para crecer. Regalarle el espacio que necesita para empezar a volar solo y conocer el mundo que le rodea como él desea. Permitirle que empiece a tomar sus propias decisiones, aunque cometa errores. Qué difícil resulta aceptar que un hijo o hija ha llegado a la adolescencia casi sin darnos cuenta. A los padres es habitual que el instinto les mueva a protegerles de situaciones retadoras que puedan ponerles en peligro o hacerles sentir mal. Sienten la necesidad de evitarles el sufrimiento, protegerles de posibles riesgos, rescatarles de emociones complejas o evitarles que se frustren por miedo a dañar su autoestima. Una protección natural e instintiva que puede acabar siendo excesiva, limitando al joven más que ayudándolo.

Sobreproteger es proteger a un adolescente cuando no lo necesita y, normalmente, los padres y madres actúan movidos por los propios miedos, inseguridades o expectativas desacertadas. Un acompañamiento basado en la dependencia que lleva a no dejar que los hijos se equivoquen, que se responsabilicen de sus tareas o encuentren la solución a sus problemas, en ocasiones después de equivocarse o no conseguir lo que pretenden a la primera. 


Mostrando una preocupación excesiva por su seguridad, tendiendo a monitorizar las actividades que realizan o controlando las relaciones personales que establecen, llegando a colmarle de regalos que no necesita para que se sienta feliz, a cuidarlo de forma innecesaria o a alabar desmesuradamente sus cualidades olvidando sus defectos. Llegando a justificar las malas actitudes o los errores que comente para que no se frustre o tenga consecuencias negativas.


Las familias sobreprotectoras suelen ver riesgos donde no existen e intentan allanar el camino de sus hijos para que consigan todo aquello que desean por pavor a que sufran o se frustren. Una hiperprotección que impide a los adolescentes aprender y desarrollar las habilidades y competencias esenciales para su desarrollo integral, convirtiéndoles en agentes pasivos que esperan que sean sus padres los que solucionen los problemas o contratiempos.


Un proteccionismo que le roba al adolescente la posibilidad de desarrollar su autonomía y autoconfianza, que le impide cultivar su esfuerzo, paciencia y disciplina. Que pueda descubrir sus fortalezas, trabajar las debilidades y buscar soluciones creativas a las dificultades.

Un joven sobreprotegido tendrá pánico al error, no será capaz de responsabilizarse de sus obligaciones ni modular y gestionar correctamente sus emociones. 


Se sentirá ansioso, deprimido e incapaz de hacer frente a las situaciones estresantes, y ante cualquier obstáculo se desmotivará con facilidad y se sentirá desvalido pudiéndose convertir en un pequeño tirano dependiente y muy influenciable. Tendrá, además, muchas dificultades para mantener una buena relación con sus iguales, pudiendo mostrar conductas erróneas para llamar la atención de los demás.


Seguir leyendo: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2023-10-04/la-sobreproteccion-en-la-adolescencia-cria-hijos-cobardes-y-pasivos.html

Yolanda López, doctora en educación: “Informar al niño sobre qué es la alta capacidad y ayudarle a entenderla influirá mucho en su autoestima”


Según Javier Tourón (Vigo), catedrático emérito de la Universidad UNIR y uno de los grandes expertos en altas capacidades y desarrollo del talento de España, más del 90% de los niños superdotados están aun sin identificar y sin diagnosticar.
 Esto supone que la identificación temprana sigue siendo muy baja y este infradiagnóstico provoca que muchas familias reciban el diagnóstico después de una larga travesía de visitas a diferentes especialistas alertados, habitualmente, porque el comportamiento de sus hijos no se asemejaba al del resto de niños de su edad.

Para la mayoría de familias, recibir este diagnóstico supone un gran sobresalto. La falta de información sobre qué supone presentar altas capacidades, la incomprensión en ocasiones por parte del entorno y los falsos mitos asociados a ellas generan en las familias mucha confusión y miedo. Una gran preocupación por no saber cómo dar respuesta a las necesidades personales, emocionales y académicas de su hijo. Según Yolanda López (Igualada, Barcelona, 48 años), doctora en educación, “tener un informe psicopedagógico que confirme la existencia de esas altas capacidades ayuda a los padres y madres a comprender muchas actitudes y comportamientos de sus hijos y a saberlos acompañar en su desarrollo personal, socioemocional y académico.


P. ¿Qué necesita un niño o joven con alta capacidad de sus padres?


R. La comprensión y el acompañamiento por parte de las familias es fundamental. Yo creo que como todos los niños y jóvenes, que los conozcan, que les quieran por lo que son y no por lo que son capaces de hacer, que descubran qué necesitan, ofreciéndoles un feedback que le impulse a seguir creciendo y desarrollándose. La relación con otras familias con hijos con alta capacidad será muy positiva para poder compartir experiencias. En España existen muchas organizaciones de padres y madres que están haciendo un trabajo maravilloso.


P. ¿Qué falsos mitos existen en torno a las altas capacidades que las familias no deben creer?


R. Primero, debemos entender que un mito es una idea estereotipada, sin base científica, que dificulta y confunde la comprensión de un aspecto. Los mitos relacionados con las altas capacidades son muchos y muy diversos y los encontramos en la sociedad, en el trasfondo de las normativas, en los medios de comunicación, en los colegios… Entre estas ideas erróneas destacaría que se piensa que son alumnos que no necesitan ayuda para aprender porque aprenden solos, que habitualmente presentan trastornos mentales o un menor número de habilidades sociales en relación con el resto de niños y jóvenes. Además, se supone que son niños disruptivos que causan problemas en el aula. ¿Cómo colaborar para que estos mitos desaparezcan? Conociendo y respectando sus características, necesidades e intereses para dar respuesta a sus necesidades educativas y potenciar su talento.


PREGUNTA. ¿Qué signos pueden alertar a las familias de que su hijo o hija puede tener alta capacidad?


RESPUESTA. En primer lugar, destacar que cada niño o niña con alta capacidad presenta un perfil distinto, es un colectivo de menores muy heterogéneo. Esto supone que cada uno presenta unas características distintas que hay que conocer y a las que hay que dar respuesta. Pero sí que se pueden identificar una serie de particularidades que pueden ayudar a las familias a pensar que sus hijos pueden presentar altas capacidades como pueden ser: aprender a hablar, leer o escribir muy tempranamente y casi de manera autodidacta, presentar buenas capacidades de comunicación (hablar o escribir de manera original), rapidez e inagotable deseo de aprender rechazando las tareas mecánicas y repetitivas, excelente memoria y capacidad para procesar la información, tener mucha creatividad y gran capacidad de liderazgo. Además, mostrar interés por cuestiones sociales y morales.


P. Tras la identificación y el diagnóstico de alta capacidad, ¿qué deberían hacer las familias?


R. En primer lugar, conocer cuáles son las características y necesidades que tiene su hijo para poder acompañarlo en su desarrollo personal y académico. En segundo lugar, en muchas ocasiones, se recomienda ponerse en manos de un especialista en alta capacidad porque este les ayudará a resolver dudas y a orientarles en todo lo que necesiten relacionado con su seguimiento y desarrollo.


P. ¿Cuándo una familia debe explicar a su hijo que tiene alta capacidad?


R. Esta es una gran pregunta. Algunas familias tienen miedo a hacerlo porque piensan que supondrá “ponerle una etiqueta” que le hará sentirse distinto a los demás niños. Informar al niño sobre qué significa el diagnóstico y ayudarle a entender cuáles son sus fortalezas y debilidades influirá muy positivamente en su autoconocimiento, confianza y autoestima.


P. ¿Qué necesita un niño o joven con alta capacidad de sus padres?


R. La comprensión y el acompañamiento por parte de las familias es fundamental. Yo creo que como todos los niños y jóvenes, que los conozcan, que les quieran por lo que son y no por lo que son capaces de hacer, que descubran qué necesitan, ofreciéndoles un feedback que le impulse a seguir creciendo y desarrollándose. La relación con otras familias con hijos con alta capacidad será muy positiva para poder compartir experiencias. En España existen muchas organizaciones de padres y madres que están haciendo un trabajo maravilloso.


P. ¿Qué falsos mitos existen en torno a las altas capacidades que las familias no deben creer?


R. Primero, debemos entender que un mito es una idea estereotipada, sin base científica, que dificulta y confunde la comprensión de un aspecto. Los mitos relacionados con las altas capacidades son muchos y muy diversos y los encontramos en la sociedad, en el trasfondo de las normativas, en los medios de comunicación, en los colegios… Entre estas ideas erróneas destacaría que se piensa que son alumnos que no necesitan ayuda para aprender porque aprenden solos, que habitualmente presentan trastornos mentales o un menor número de habilidades sociales en relación con el resto de niños y jóvenes. Además, se supone que son niños disruptivos que causan problemas en el aula. ¿Cómo colaborar para que estos mitos desaparezcan? Conociendo y respectando sus características, necesidades e intereses para dar respuesta a sus necesidades educativas y potenciar su talento.

Los mayores enemigos de madres y padres: agotamiento, vulnerabilidad y culpa

 Si existe un tipo de literatura que haya estado saturada de cantidades industriales de azúcar, esa es la relacionada con la maternidad. Hasta hace muy pocos años, únicamente encontrábamos en las librerías novelas, ensayos o diarios en los que solo se hablaba de la parte más bonita de ser mamá o papá y de lo felices que estaban siempre los padres al ver crecer a sus hijos. Unos relatos poco realistas donde se enmascaraban o silenciaban todas las complicaciones que se encuentran las familias a la hora de educar.

Durante mucho tiempo, poco se habló de las dificultades que tienen las familias para conciliar su vida profesional y escolar, del cansancio extremo que les produce intentar llegar a todo o la frustración que puede generar tener la sensación de que no consigues aquello que te propones. Los escritos obviaban las emociones ambivalentes que puede llegar a sentir una persona cuando se convierte en padre o madre. Sentimientos, en ocasiones, relacionados con la culpa, la tristeza o la vulnerabilidad que imposibilitan a los progenitores disfrutar de la educación de sus hijos, pensar con claridad y decidir correctamente.

Por suerte, en los últimos años, y gracias en gran medida a las redes sociales y los libros poco edulcorados, las familias pueden compartir sin miedo a ser juzgadas todas las dificultades con las que se encuentran en la educación de sus hijos. También los sentimientos que en muchas ocasiones les limitan y les hacen sentir que todo aquello que hacen lo hacen mal.

La crianza es fascinante, pero también excesivamente complicada. Cuidar, sostener, dar ejemplo y tener paciencia es sumamente agotador y, en ocasiones, frustrante. 


Todos los progenitores sienten en algún momento que la educación de sus hijos les sobrepasa, agota o desborda. Que no poseen las habilidades o las estrategias necesarias para educar desde la calma o la empatía. Que pierden los nervios y acaban tomando decisiones desde la impotencia y no son capaces de disfrutar del día a día con sus pequeños o hacer frente a una terrible rabieta.


Nadie prepara a los papás y mamás para que sepan resolver con templanza las constantes peleas entre hermanos, para entender por qué sus hijos intentan saltarse los límites o no cumplen los pactos. De hecho, pocos padres podrían asegurar que jamás han sentido culpa al ver cómo perdían los nervios ante una conducta desajustada de su hijo o al alzar la voz y utilizar un castigo sin sentido cuando las cosas no han funcionado en casa.


Por eso, ser capaz de ser feliz en la crianza conlleva aceptar que las cosas no saldrán siempre como uno desea, que no siempre seremos capaces de dar respuesta a las necesidades educativas de nuestros hijos en sus diferentes etapas y que no existe un manual pedagógico que pueda asegurarnos siempre un éxito. Educar no es una tarea nada fácil, conlleva aprender mediante muchas experiencias a través del ensayo y el error. No está exenta de conflictos o dificultades, pero también puede convertirse en una tarea fascinante y muy enriquecedora.


¿Cómo pueden los padres educar sin sentir culpa ni agotamiento?

  1. Aceptando que los hijos no necesitan tener unos padres perfectos, sino unos progenitores que estén presentes y disponibles en su educación sin sentir pudor de admitir que no siempre tienen soluciones para aquello que está sucediendo. Los padres y madres deben aceptar sus errores e intentar aprender sin complejos ni excusas.
  2. Seguir leyendo: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2023-07-28/los-mayores-enemigos-de-madres-y-padres-agotamiento-vulnerabilidad-y-culpa.html

Los riesgos de simplificar que portarse bien significa hacer caso a la primera: niños con miedo, baja autoestima e incapaces de decidir

Si le preguntan a una persona que tiene hijos, da igual si son pequeños o ya han entrado en la adolescencia, qué es aquello que más le molesta en la relación con ellos es muy probable que responda que sus hijos no le hagan caso a la primera. Que no obedezcan, que disimulen que no escuchan cuando se les pregunta o pide algo y se les tenga que solicitar muchas veces la misma cosa.

A muchas familias les gustaría que sus hijos fuesen obedientes al 100%, que cumpliesen las órdenes sin contemplaciones, demoras ni excusas. Esta actitud facilitaría mucho la convivencia en todos los hogares y la mayoría de las discusiones desaparecerían. Las tareas en casa siempre estarían hechas y desaparecerían algunos de los motivos para estar de mal humor. Quien es madre o padre sabe lo mucho que desgasta pasarse el día dando órdenes en casa sin que los hijos muestren ninguna intención de complacer las demandas.

Muchas de estas familias provienen de una crianza tradicional basada en el control y la creencia de que el adulto debe tener el poder absoluto sobre el niño o adolescente. Que es él el encargado de decidir siempre qué es lo que debe o no hacer sin tener en cuenta las necesidades o inquietudes de los pequeños de la casa. Cuando estos padres afirman que su hijo no les hace caso, en realidad están afirmando que no hace lo que ellos quieren en el momento que ellos desean.
Este es un tipo de educación que educa sin respeto, que basa el acompañamiento en la instrucción constante. Anteponiendo los intereses del adulto a los del niño, basando la relación en los castigos sin sentido, los chantajes y amenazas cuando el niño no responde como se espera de él. 

Cuando la relación entre padre e hijo se basa en las órdenes y las normas estrictas esta se va deteriorando mucho y es cuando aparecen las constantes desavenencias y tensiones. Educar desde la orden provoca que el niño muestre dificultades para gestionar correctamente sus emociones y para identificar lo que está bien o mal. Normalmente, son niños que tienen una autoestima débil, poca iniciativa personal y dependen de la aprobación constante del adulto para hacer las cosas y realizar sus tareas.

Que un hijo no haga caso a sus progenitores no significa que este sea un mal chico o quiera desafiar y que sus progenitores siempre estén enfadados con él. Sería un gran error simplificar que funcionar o portarse bien significa hacer caso a la primera. No podemos olvidar que un niño es una persona con unas necesidades y motivaciones propias que se deben tener en cuenta.

Si los niños aprenden a obedecer a la primera únicamente movidos por el miedo, por evitar que el adulto que emite la orden se enfade, le grite, amenace o ignore, estará aprendiendo que ser sumiso es la mejor manera para que le sigan queriendo, para que le tenga en cuenta, para que pueda sentir que pertenece. 

Este modelo de sumisión llevará al niño o joven a trasladar este sometimiento a todas sus relaciones. Habrá aprendido que la mejor manera de sentirse aceptado y querido es hacer siempre lo que los otros desean o necesitan.

Es muy necesario que las familias enseñen a sus hijos a luchar por aquello que desean, a saber defender sus propias ideas con respeto, a hacer las cosas que desean sin depender que a los demás les parezca mal o bien.