Sònia

Sònia

diumenge, 24 de juny del 2018

VOLVAMOS A INTENTARLO

Nos asusta equivocarnos pero seguramente a lo que más pánico le tenemos es a la reacción de los demás ante nuestro fracaso. Tenemos la necesidad de esconder cada uno de nuestros tropiezos, de intentar maquillar cada una de nuestras malas decisiones, de disimular cada vez que erramos en nuestros objetivos.

Nos avergonzamos absurdamente de nuestra falta de destreza, de no estar a la altura que otros han  marcado por nosotros, de fallar en nuestros intentos. Dejamos que ridiculicen nuestros deseos o intenciones cada vez que las cosas no salen como esperábamos, que sean otros los que marquen nuestro camino. No nos creemos lo suficientemente buenos, cualquier contratiempo limita nuestra confianza.

Leemos de forma incorrecta nuestros errores, nos hacemos pequeños cuando todo empieza a tambalearse. Permitimos que los fallos intoxiquen nuestros sueños, que nos encadenen a la desesperación. Evitamos fallar por miedo al ridículo o a parecer indefensos.

Ojalá que desde pequeños nos enseñasen a FALLAR, a identificar en nuestros errores todo aquello que nos quieren enseñar. A considerarlos parte imprescindible del juego, a no anclarnos a ellos. A invertir nuestra energía en las soluciones, en superarlos con determinación.

Por suerte un día aprendes que el mundo es de aquel que se levanta con más fuerza después de cada fracaso, que es imprescindible aprender a fallar útilmente, que cada fracaso nos enseña algo imprescindible que necesitábamos saber.

Los errores nos permiten practicar nuestra vulnerabilidad, conocer nuestras limitaciones, fortalecer nuestro talento, ejercitar nuestra perseverancia. Sin error no hay evolución, no hay aprendizaje, no hay nuevos caminos por dibujar.

Deberíamos aprender a medirnos en función de nuestras agallas para jugar, para aventurarnos, para apostar a doble o nada sabiendo que podemos errar. Atrevernos a hacer aquello que nos marca nuestra intuición sin tener garantías de éxito, a no encogernos cuando toca remar a contracorriente. A despojarnos de excusas, de lamentos, de arrepentimientos.

Dejemos de maximizar las consecuencias de nuestras caídas,  no pidamos permiso a aquellos que no se atrevieron, hagamos las cosas sin la necesidad de controlar todas las variables del juego.

No podemos asegurarnos el triunfo pero si que podemos comprometernos a fuego con lo que deseamos.

Aprendamos a levantarnos minimizando daños, a tener confianza en nosotros mismos, a perder el miedo a mostrar lo que realmente somos. A pedir perdón cuando sea necesario, a admitir que la perfección no nos acerca a lo que realmente necesitamos. El propósito de la vida es crecer aprendiendo, cayendo, volviendo a empezar.

Ojalá fallemos muchas veces, ojalá aprendamos de cada tropiezo.

dissabte, 16 de juny del 2018

HOY ES EL DÍA

Nadie debería cumplir años sin sentir que ha alcanzado muchos de sus sueños, sin ser capaz de mirarse al espejo y regalarse una sonrisa, sin saber que tiene cosas que le hacen especial.

Nadie debería hacerse mayor sin aceptar sus defectos, sin admitir sus errores, sin estar convencido que merece todo lo bueno que le pasa.

Nadie debería soplar las velas de su pastel sin sentir que es un buen ejemplo para los que le rodean, sin agradecer todo lo bueno que tiene, sin tener la certeza que pelea por cada uno de sus retos.

Nadie debería crecer sin creer en los imposibles, sin sentirse arropado por los suyos, sin que alguien le diga te quiero a diario.

Vivimos a medio gas, los años se nos escapan torpemente. Divagamos por no tomar decisiones honestas, por no creer en nuestro talento, por no escuchar nuestra intuición. Optados por sentirnos cómodos entre nuestros pretextos, miedos o rodeos. Posponemos nuestros deseos por creer que nunca es el momento adecuado, por sentirnos pequeños, por no estar dispuestos a apostar a fuego.

A menudo dependemos de la aprobación de los otros para creer que podemos hacerlo, son ellos quien marcan las reglas de nuestro juego. Pedimos deseos a las estrellas fugaces en vez de tener la valentía de crearlos, agachamos la cabeza cada vez que las piezas de nuestro engranaje empiezan a tambalearse.

Ojalá nos enseñasen desde pequeños que la vida tiene fecha de CADUCIDAD, que pasamos por ella pero no vamos a ser eternos. Seguramente muchos de nuestros ridículos complejos desaparecerían, nuestras falsas promesas no saldrían de nuestros labios.  Dejaríamos de guardamos caricias, te quieros, por qués. 

Por suerte cumplir años te hace replantear caminos y te obliga a no dejar pasar ningún tren. Ver cerca las orejas al lobo te sacude bien fuerte y te enseña la necesidad de que cabeza y corazón se alineen. 

El paso de los años te hace ser más honrado con tus sentimientos, te exige empezar a sobresalir de tu propia vida.  Te enseña a jugar con las señales, a estar con plenitud, a creer en los por qué no. A hacer eso que más te asusta, a tener el valor de buscar lo que de verdad te importa, a escuchar con mimo tu voz interior. A ser responsable de cada decisión, a decir NO con mayúsculas, a exponerte sin reservas.

Lo mejor de cumplir años es ya que no confundes el SER con el TENER.

dissabte, 9 de juny del 2018

SENTIR SIN CONDICIÓN

No nos han educado para expresar lo que nos preocupa, asusta o incomoda. A identificar lo que nos atormenta o desconcierta. A saber qué hacer con lo que nos pasa, a descodificar lo que nos remueve, a entender el carrusel de nuestras emociones.

Nos han enseñado a enmascarar nuestros sentimientos, a esconder todo lo que nos inquieta, a maquillar nuestra tristeza porque no está de moda hablar de ella. Han dedicado poco tiempo a entrenar nuestra alegría, nuestras ilusiones, nuestra estima.

Disfrazamos nuestros miedos o deseos, magnificamos emociones absurdas, relegamos las emociones que de verdad importan. Desciframos de forma incorrecta nuestro mundo interior, simulamos controlar los entresijos de nuestras entrañas. Dejamos que nos cuestionen por pavor a que nos hagan daño, descuidamos nuestras necesidades, silenciamos nuestro corazón.

Creamos corazas, aparentamos justo lo contrario de lo que somos, nos engullen los deseos ajenos. Intentamos gustar siempre, atacamos por sentirnos débiles. Intentamos racionalizarlo todo, consumimos fugazmente emociones, nos emocionamos mucho pero no sabemos sentir.

Adoptamos comportamientos que nos alejan de entender lo que nos corre por dentro, desconfiamos de las muestras de cariño, sentimos inducidos por los demás. Aparentamos lo contrario de lo que sentimos, pensamos demasiado y mal, vivimos en un auténtico caos emocional. 

Nadie nos ha enseñado a ver en la derrota, el sufrimiento o la pérdida una nueva oportunidad. A leer
los momentos complicados, a saber disfrutar de lo bueno. 

Nos empeñamos a aprender muchos idiomas olvidando el más importante, el del corazón. El lenguaje del sentir, de la emoción. Buscamos en sitios equivocados lo que dicta nuestro corazón olvidando que la respuesta está justo en aquello que nos hace latir por dentro.

Ojalá aprendiésemos a sentir sin peros ni pros, a creer en el poder de las emociones. Esas que definen quienes somos, nuestra forma de mirar el mundo, nuestra forma de exprimir todo aquello que nos pasa.

De ellas dependen nuestros éxitos o fracasos, nuestros intentos o postergas, nuestra iniciativa o pasividad. Emociones que se convierten en las  protagonistas de nuestras decisiones,  que condicionan nuestra forma de mirar la vida, de construir nuestros proyectos.

Aprendamos a entender que a veces las cosas duelen, que lo que nos agita es lo que al final nos va a liberar. Aceptemos lo que sentimos, decidamos lo que sí queremos, empaticemos con todo aquello que nos rodea. Miremos con optimismo, valoremos lo que ya tenemos, equilibremos nuestras emociones para que alienten nuestra perseverancia, para que motiven nuestras metas, para que nos comprometan con nuestros deseos.

Aceptemos que los demás no siempre sienten igual que nosotros, optimicemos nuestra alegría, nuestra ira, nuestra euforia. Dejemos que las emociones nos transformen, escuchemos nuestro alma con ganas de entenderla, creamos en nuestra intuición.

Identifiquemos nuestras emociones, conectemos con ellas, regulémoslas con inteligencia, integrémoslas en nuestro día a día. Emocionémonos, lloremos de alegría y pena, riamos sin condición. Hagámonos responsables de todo lo que sintamos, atendamos únicamente lo que es realmente importante, expresemos nuestra emoción sin filtros.

Conocerse a sí mismo es el principio de toda sabiduría.

dissabte, 2 de juny del 2018

CUANDO DECIDES ELEGIRTE

Solemos colocarnos en la última fila. Damos prioridad a todo menos cuando se trata de nosotros. Sólo es urgente, prioritario, imprescindible si se trata de los demás. Creamos dependencia a las necesidades de los otros, a sus críticas, sus valoraciones. Nos dejamos moldear por sus opiniones, sus creencias, sus necesidades. Dejamos nuestro futuro en sus manos de los que creen conocernos, cedemos nuestra libertad por cobardía, nos limitamos a seguir el camino trazado.

Vivimos hacia fuera, cumpliendo las normas que otros han diseñado por nosotros, atrapados por nuestros complejos. No invertimos el suficiente tiempo para querernos, para escucharnos. No valoramos nuestros esfuerzos si no hemos obtenido un buen resultado. Infravaloramos lo que conseguimos, no apreciamos nuestras fortalezas, no nos consideramos lo suficientemente buenos. Sólo percibimos lo negativo.

Nos escondemos entre postergas y excusas por temor a no estar a la altura. Nos creemos con poco derecho a brillar, a destacar por nuestro talento, a conseguir lo que peleamos. Olvidamos hablarnos con dulzura, regalarnos oportunidades, poner el foco en lo que realmente necesitamos. Nos miramos con la pequeñez de nuestros miedos, de nuestros complejos, de nuestros reproches.  Nos juzgamos con severidad, no nos concedemos la posibilidad de fallar.

Pero todo cambia cuando DECIDES ELEGIRTE y aprendes que la respuesta de todo lo que no funciona no aparece en los libros, en la opinión de los otros, en las circunstancias de los hechos. La respuesta está en TI, en la manera en la que te tratas, en la que te hablas, en la que logras quererte.

Ese momento en el que decides ver tus virtudes, premiarte, aceptar los elogios. Aprender a aprovechar los imprevistos, a hacerte las preguntas adecuadas, a dejar de aferrarnos a lo que nos intoxica.

Y decides seguir tu instinto y escuchar las razones que dicta tu corazón. Y TE ATREVES a sobresalir sin sentir la necesidad de tener todas las respuestas,  Sin miedo a perderte, a equivocarte, a no estar a la altura. A desaprender a diaria, a creer en las pequeñas locuras

Confiando, sintiendo que eso que tanto te asusta es seguramente lo que más necesitas hacer. Teniendo agallas de ser aquella persona que realmente quieres ser, estar en el lugar donde quieres estar, decidir donde quieres ir . Creando tus propios por qués,

Lo mejor que puedo pasar es no olvidar nunca que nos VAMOS a NECESITAR SIEMPRE.