“¿Qué haces tú cuando le echas tanto de menos?”, me pregunta mi hijo. “Intento recordar qué era lo que más me gustaba de él”, les respondo. “¿Y eso te hace estar menos triste?”, incide. “Eso me ayuda a saber lo importante que era para mí y no olvidarlo”, les digo con consuelo. “Mamá, lo echo tanto de menos…”, se lamenta. Sin duda uno de los momentos más difíciles de mi maternidad, ha sido el acompañar a mis hijos ante la pérdida de un ser querido. El abuelo se fue muy pronto y deprisa, casi sin podernos despedir de él. Recuerdo los días llenos de llantos y desconsuelo, la tristeza y la rabia que sentíamos, las preguntas constantes sobre el sentido de la muerte que me hacían estremecer. No hay día en casa que no lo nombremos porque lo seguimos echando de menos. ¡Cuánto dinero pagaría porque pudiese ver a sus nietos crecer!
Dicen que nada enseña más que la muerte, que es una gran maestra. La muerte hace que la vida sea más solemne y nos recuerda la necesidad imperiosa de exprimir cada día al máximo sin caer en las excusas y las postergas. Nos enseña a identificar lo que realmente es importante y a priorizar.
Educar ante la muerte pertenece a la vida, es parte imprescindible de ella. Pero que complejo es hacerlo cuando esa persona que se ha ido era parte de ti y de tu familia, cuando sientes que todo era mucho mejor cuando él o ella estaban a tu lado. Hablar de la muerte a nuestros hijos no es una cosa sencilla, nos cuesta hacerlo porque, desde la protección y el amor más absoluto, no queremos que sufran, que estén tristes, que lo pasen mal.
Niños y adultos nos parecemos mucho en las emociones que sentimos cuando alguien muere. El dolor por perder a alguien querido, la pena al ver que ya no forma parte de nuestra vida y nunca volverá, la ira por saber que ya nada será como antes o el vacío en el día a día que esa persona nos ha dejado es muy similar.
Cuando alguien cercano muere, nuestros hijos necesitan que nosotros pongamos palabras a lo que sucede, sin mentiras y de manera sencilla. Será esencial que les ayudemos a transitar por el duelo adecuadamente, a enfrentarse a la pérdida sintiéndose arropados, protegidos y comprendidos.
Cada niño se enfrentará a la muerte de manera distinta y por eso debemos estar preparados respetar todo tipo de reacciones.
Tendremos que explicarles, con un lenguaje claro y sencillo, que todos moriremos y que cuando eso sucede nuestro cuerpo deja de funcionar para siempre. También, que la muerte no es culpa de nadie, sino que es un hecho natural.
Nuestros hijos necesitarán realizar muchas preguntas ante la pérdida que tendremos que contestar con mucho amor, empatía y paciencia. Deberemos hablar con ellos sin rodeos, ensayándoles a enfrentarse a ella con naturalidad y valentía poniéndoles nombre a todos los sentimientos que esta les genera.