Sònia

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dimarts, 5 de desembre del 2023

Niños altamente sensibles: la necesidad de entender este rasgo de personalidad para que puedan ser felices

Llantos frecuentes, berrinches incontrolados, emociones intensas, hipersensibilidad a los sonidos o a los olores, pánico a acercarse a desconocidos, negación a probar un alimento por su textura o a ponerse una prenda de ropa con un tejido que pica o molesta. Estas son algunas conductas que alertan de que nuestro hijo podría ser un niño con alta sensibilidad. Unas conductas que nada tienen que ver con que actúe de forma caprichosa, que actúe de forma exagerada o quiera llamar la atención del adulto en todo momento.

Las personas PAS (niños o jóvenes con alta sensibilidad o altamente sensibles) no sufren ninguna enfermedad o trastorno psicológico. El NAS (rasgo de personalidad de niños y niñas altamente sensibles) , definido por primera vez en 1991 por la psicóloga e investigadora estadounidense Elaine Aron, es un rasgo de personalidad hereditario que se manifiesta desde muy temprana edad y que puede afectar a uno de cada cinco niños. Una característica que condiciona su desarrollo y la manera en la que perciben y sienten las cosas, aprenden y se relacionan con su entorno.


El niño o joven NAS tiene un sistema sensorial muy agudo siendo capaz de captar pequeños detalles que otras personas no observan. A través de unos sentidos muy desarrollados procesan cognitivamente la información sensorial, social y emocional con más profundidad. Perciben el mundo de manera distinta y eso condiciona la forma en la que van construyendo su propia identidad. Suelen mostrar sensibilidad a estímulos externos: mostrarse muy incómodos ante los ruidos estridentes, con la intensidad de la luz o los lugares donde se aglomera mucha gente.


Tienden a ser niños y jóvenes muy reflexivos, cariñosos, intuitivos y poco impulsivos. Necesitan analizar todo aquello que pasa a su alrededor con detenimiento y buscar respuesta a aquello que no comprenden. Con un mundo interior muy rico, viven inmersos en un mar de sentimientos y pensamientos. Esta hipersensibilidad les permite disfrutar de la belleza, la bondad o la naturaleza y ser muy creativos llamándoles mucho la atención la música y el arte.


Por otro lado, experimentan el miedo, los celos, la tristeza, la frustración, la rabia o la injusticia de forma muy intensa, llegándose a sentir abrumados o inmensamente incomprendidos. Unas emociones que pueden afectarles a la hora de tomar decisiones, comportarse en el colegio o en casa o relacionarse con los demás. Son niños y jóvenes que pueden llegar a sentirse solos, incomprendidos y superados por los estímulos que les rodean. Por esta razón es tan importante que desde bien pequeños sientan el calor y la empatía de las personas que les quieren, que les eviten situaciones estresantes y que les ayuden a desarrollar estrategias para mesurar la importancia de las cosas.


Claves para poder acompañar un niño o joven PAS desde la comprensión y la serenidad:

  1. Integrar este rasgo de personalidad en su vida para que pueda vivir de una manera equilibrada. Aceptándole tal y como es, sin compararlo con otras personas o sobreprotegerlo, atendiendo sus necesidades. Sentirse aceptado y comprendido le permitirá construir una autoestima sana y pedir ayuda siempre que lo necesite sin sentir vergüenza.
  2. En edades tempranas, controlar mucho el uso de las pantallas y todo el contenido que pueda ver a través de internet o en la televisión. Cualquier imagen o noticia puede desestabilizarlo y afectarle creándole mucha inseguridad y miedo.

Tres claves para fomentar el juego en la infancia y por qué hay que hacerlo

Al igual que los adultos, los niños deben cumplir con una agenda repleta de actividades. Entre las horas que pasan en la escuela, las actividades extraescolares y los deberes que tiene que hacer en casa les queda muy poco tiempo libre para jugar con libertad o tranquilidad. Y esa es una actividad principal en la infancia que responde a la necesidad humana de mirar, tocar, curiosear e inventar.

En las últimas décadas, la cantidad de tiempo que los niños dedican al juego ha ido disminuyendo progresivamente. Muchos han sido los factores que han influido: menos lugares seguros en las grandes ciudades para jugar en la calle, horarios escolares y familiares sumamente estructurados, saturación de actividades complementarias o el aumento del uso de los dispositivos digitales desde edades bien tempranas.

El juego es una actividad natural, universal y espontánea que a lo largo de la historia de la humanidad ha estado siempre presente en todas las civilizaciones. La pedagoga y científica María Montessori decía: “El juego es el trabajo de los niños”, una actividad fundamental para su desarrollo y el aprendizaje significativo. 


En 1989, en la convención de los Derechos del Niño, se definió el juego como un derecho fundamental porque la vida infantil no se puede concebir sin él. Más que una simple oportunidad para la diversión y el ocio permite que los pequeños se desarrollen correctamente, crezcan de manera sana y armoniosa. En los primeros meses de vida el juego está relacionado con el descubrimiento del propio cuerpo. A medida que el chico crece, el juego irá tomando un carácter mucho más socializador. 

El niño empezará a relacionarse con los demás, descubrirá los límites de su entorno y buscará aliados para divertirse. Así que la tipología de juego irá cambiando con la edad, pero la necesidad de jugar no desaparecerá, sino que se irá transformando. El juego estará más centrado en los sentidos y el movimiento cuando el niño sea más pequeño y evolucionará hacia el juego social en las etapas más avanzadas.

Dedicar tiempo al juego mejora las capacidades de los niños para relacionarse con los demás, planificar, organizar y regular las emociones. Jugando imitan la realidad en la que viven, ensayan situaciones futuras a la vez que aprenden a resolver conflictos y expresan sentimientos. Es una actividad que protege y ayuda a enfrentar situaciones de estrés. 


A través de él, los pequeños exploran el entorno, potencian su imaginación y creatividad, expresan su particular forma de ver el mundo y mejoran su capacidad lingüística y su vocabulario. Aprenden también a esperar y respetar turnos y muchos valores como la colaboración, el respeto, la bondad, la paciencia o el esfuerzo.



Cuando tu hijo ADOLESCENTE empieza a volar del nido

Una de las emociones más complejas de gestionar en la maternidad es sentir que tu hijo adolescente ha dejado de necesitarte. Que se ha alejado de ti y muestra poco interés por pasar tiempo juntos, por compartir contigo todo aquello que le pasa o le preocupa, por escuchar tus consejos u opiniones.

Sentir que tu corazón se hace pequeño al ver que lo estás perdiendo, al saber que no volverá a ser aquel niño pequeño que te necesitaba casi para todo, al comprobar como ha cambiado la forma en la que te habla y expresa su cariño. Observar como en él todo cambia; su actitud en la familia, sus preferencias, sus expresiones y el tono de sus respuestas.

Nadie te prepara para asumir que tu hijo ha crecido tanto y a esa velocidad y pronto emprenderá su propio camino. Para aceptar que a partir de ahora te va a necesitar de forma muy diferente y va a tomar sus propias decisiones sin importarle demasiado si te parecen bien o mal.

Un duelo que te descoloca, entristece y te obliga a reconstruir tu vida nuevamente. Que te obliga a entender sus silencios, a aceptar que a partir de ahora las reglas de vuestra relación van a cambiar.

Durante la adolescencia la relación entre padres e hijos se transforma radicalmente. En muchas ocasiones, se tensa instalándose en casa el mal humor y los conflictos casi constantes que nos condenan a no entendernos. Una situación que te llena de incertidumbre, malestar y mucha vulnerabilidad. Que te hace sentir que todo lo que habías conseguido en términos educativos durante la infancia, con mucha paciencia y perseverancia, parece desplomarse como un castillo de naipes.

Qué difícil resulta acompañar a un adolescente con calma y empatía cuando se muestra tan distante, impertinente y arisco. Cuando exige su libertad con torpeza, no asume sus responsabilidades y es incapaz es de modular correctamente sus emociones. Cuando paga su frustración contigo y te alza la voz.

No es sencillo aceptar que sus necesidades hayan cambiado tanto y quiera cambiar las normas y rutinas que tan bien os habían funcionado hasta el momento. Que se muestre tan reservado y rechace tus muestras de cariño.

Aunque sientas que se ha convertido en un auténtico desconocido al que únicamente le importa sus amigos, estar fuera de casa y conseguir lo que le apetece, es el momento de su vida que más necesita que estés a su lado sin condición. Que le muestres tu mejor versión aunque haya días en los que sientas que ya no puedes más.

No cabe duda que tu adolescente se muestra a menudo impulsivo, irreverente y malhumorado pero, si eres capaz de leer entre líneas sus palabras y conductas, verás que no lo hace por fastidiarte o acabar con tu paciencia, sino simplemente porque camina por un laberinto donde en muchos momentos se siente perdido y vulnerable. Donde avanza a tientas a través de una oscuridad que le colma de inseguridad y miedo y le hace comportarse en ocasiones de forma desajustada y pretenciosa.

Tu adolescente también está transitando por un duelo, vive en una constante contradicción entre el deseo de crecer y conseguir la ansiada libertad y seguir conservando los privilegios que tenía cuando era un niño.

Aunque en muchas ocasiones resulte muy complicado, esta etapa educativa debería convertirse en una gran oportunidad para seguir fortaleciendo el vínculo con él, para ofrecerle tu ayuda en todo aquello que necesite, para hacerle sentir que entiendes que para él es muy difícil hacerse mayor.

¿Qué necesita ahora tu hijo de ti ?

1. Que haya crecido tanto no significa que no siga necesitando tu presencia, disponibilidad y apoyo. Tus consejos respetuosos y tu afecto. Hazle sentir a diario que estás a su lado sin peros ni pros, que le aceptas tal y como es y te hace muy feliz ver en la persona que se está convirtiendo.

2.  Ofrécele la seguridad y orientación que necesita en esta etapa tan convulsa repleta de cambios. Acompaña su tristeza, irritabilidad o temores con grandes dosis de cariño y comprensión. Respeta la intimidad que necesita, sus ritmos de aprendizaje y estados anímicos utilizando un lenguaje lleno de afecto y positividad que le haga sentirse valorado.

3.  Aprende a escoger las batallas buscando el lugar y el momento y adecuado para poder hablar con él con tranquilidad cuando no sepa controlarse. Un espacio donde pueda expresarse u opinar con libertad sin sentir que le interrogas o cuestionas sus emociones o necesidades

4.  Propicia una comunicación basada en el respeto donde tu hijo pueda expresar lo que siente o necesita sin sentirse juzgado. Eliminando de vuestras conversaciones las críticas desmesuradas o los juicios de valor que tanto dañan su autoestima.

Tu hijo necesita tener a su lado un adulto sereno y capaz de entender el espacio y la confianza que ahora necesita. Que le ayude a empezar a volar del nido con grandes dosis serenidad, amor incondicional y optimismo. Que le dejes aprender a su manera aunque se equivoque y no siempre tome las mejores decisiones sin reprochárselo.

No pierdas la oportunidad de recordarle a diario lo mucho que le quieres y que pese que haya crecido tanto estarás a su lado siempre.

dilluns, 9 d’octubre del 2023

¿Y SI INTENTAMOS ACOMPAÑAR LA ADOLESCENCIA DE MANERA DISTINTA?

“Déjame en paz, no me trates como si fuese un niño, te pasas el día dándome órdenes y criticando todo lo que hago”. La mayoría de los adolescentes piensan y sienten que sus padres no les entienden, no valoran nada de lo que hacen o no les preocupa aquello que sienten o necesitan. Que únicamente muestran interés por los resultados académicos o por la hora deben van llegar a casa.

Quien tiene un adolescente en casa sabe lo complicado que en ocasiones resulta acompañar esta etapa evolutiva desde la calma y la comprensión. Entender la convulsión de los cambios físicos, psicológicos, cognitivos, sociales y emocionales que se producen. Comprender porque tiene comportamientos tan desafiantes, contestaciones desagradables o cambios de humor constantes.

La adolescencia es una etapa de transformación y reafirmación personal que hace actuar al adolescente de una forma desajustada, impredecible y desmedida Unos años de sana desobediencia, de búsqueda de nuevas relaciones y de libertad para experimentar nuevas vivencias y relaciones.

Los numerosos conflictos que se producen entre padres e hijos durante esta etapa evolutiva debilitan mucho las relaciones. Una convivencia muy compleja que provoca que, en ocasiones, los progenitores muestren su peor versión. Esta les aleja de sus hijos hasta tener la sensación que se han convertido en unos auténticos desconocidos. Unas riñas que llenan los hogares de culpabilidad, preocupación e impotencia.

Aunque educar desde el afecto y el amor incondicional en este período de desarrollo se convierta en un gran desafío para las familias debemos conseguir mirar la adolescencia desde un prisma mucho más optimista y empático. Llegar a ella habiéndonos formado y preparado lo suficiente para poder entenderla y acompañarla adecuadamente.

Si educamos desde el miedo y la desconfianza este hecho nos desconectará de nuestro adolescente y únicamente nos arrastrará a una espiral de confrontación que no beneficiará a nadie. Si tu adolescente siente que no le escuchas lo suficiente o entiendes se sentirá perdido en medio de la incertidumbre en la que vive y no mostrará interés por compartir contigo todo aquello que le preocupa o ilusiona.

En cambio, si se siente escuchado, querido y aceptado y mostrará menor dificultad para modular correctamente sus emociones, para hacer frente a la frustración y aceptar sus errores. Para pedir ayuda cuando la necesite y empezar a hacerse cargo de sus responsabilidades.

Aunque no lo parezca y no te lo verbalice, tu adolescente necesita, más que nunca, tenerte a su lado. Tus muestras de cariño diarias que tanto le reconfortan, tus palabras de aliento cuando todo se tambalea, tu presencia y apoyo cuando se siente perdido.

Tu adolescente necesita que habléis sin discutir cuando tengáis opiniones diferentes, que no te pases el día dándole sermones, recriminándole sus tropiezos o fijándote únicamente en aquellas cosas que hace mal. Que dejes de juzgarle o etiquetarle cuando no toma buenas decisiones o de criticar a sus amigos o el tiempo que pasa ante su móvil.

Una educación basada en los gritos, las amenazas, los chantajes y los castigos únicamente romperá vuestro vínculo y propiciará conductas de riesgo en tu adolescente.

La disciplina positiva te permitirá entender que es el momento de soltar, de establecer unas expectativas acertadas hacia tu hijo, de confiar, sostener y validar. Comprender que hay detrás de una mala conducta, conseguir una conexión saludable y el equilibrio necesario entre la autoridad y la permisividad. Colocar el foco en las soluciones y no en las constantes disputas.

Claves para poder acompañar la adolescencia desde la serenidad y el afecto:

- Tu adolescente necesita sentir que le aceptas tal y como es, con sus virtudes y defectos. Que le amas por lo que es y no por lo que hace o es capaz de conseguir. Que valoras sus esfuerzos y le alientas cuando las cosas no le salen bien ofreciéndole el tiempo que necesita para aprender.

- Mostrando una actitud abierta a escucharle, dialogar y solucionar conflictos desde el respeto, siendo coherente entre lo que le dices y haces. Hablando con él sin prisas, con ganas de entenderos sin interrogaciones, ironías y tonos acusativos y sarcásticos. Con un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad.

-Consensuando con él límites claros que entienda, que le protejan y le den seguridad. Establecerlos ayudará a reducir los conflictos, mejorar la comunicación y generar confianza.

- Estando presente y disponible en su vida, compartiendo momentos o aficiones que os ayuden a continuar fortaleciendo vuestra relación. Ofreciéndole el espacio y la intimidad que ahora necesita para construir su nueva identidad, entendiendo sus silencios.

- Dejándole sentir con libertad y a la intensidad que necesite sin interrumpirle o juzgarle por adelantado. Validando aquello que siente, ayudándole a identificar y gestionar correctamente las emociones intensas que experimenta, a hablar de ellas sin tapujos acompañándole desde un lugar neutro, conectado y empático.

Tu adolescente necesita a su lado adultos pacientes que entiendan lo que le sucede, que atiendan sus necesidades y le escuchen sin cuestionarlo. Que le acompañen con grandes dosis de cariño y respeto en sus alegrías y en los momentos más convulsos donde se siente vulnerable. Que le arropen y achuchen cuando las cosas no vayan bien y le animen a esforzarse y trabajar de forma exigente para poder conseguir todo aquello que desee. Como dice Manuel Montalvo: “Querer es sencillo, lo difícil es hacerlo bien”.

Terremoto, despistado, llorica…: cómo afectan las etiquetas a los niños

Terremoto, intenso, pesado, torpe, vago, despistado, retador, irresponsable, desastre, llorica, malo o caprichoso, es probable que estos sean algunos de los adjetivos que aparecerían en la respuesta de un niño al preguntarle cómo cree que sus padres le describirían si tuvieran que hacer una redacción sobre él. Las palabras que emplean sobre nosotros los demás no le dejan a uno indiferente y generan unas conversaciones internas que pueden perjudicarnos seriamente. Unas palabras que construyen los pensamientos y que pueden llegar a determinar si merecemos o no ser felices, si somos lo suficiente buenos para conseguir lo que pensamos necesitar o si merecemos el cariño de los demás.

La imagen que una persona construye sobre sí misma, es decir, su autoconcepto, se edifica a través de la información que recibe de las personas con las que convive o se relaciona. Si estas palabras generalmente son negativas o amenazadoras será muy difícil que el individuo pueda moldear adecuadamente la imagen que tiene sobre sí mismo. Las palabras tienen un gran poder sobre nuestras emociones y condicionan directamente nuestras conductas y decisiones. Las personas son capaces de cambiar su estado de ánimo, modificar sus hábitos o condicionar sus decisiones o futuro. Forjan la memoria, la manera de ver el mundo y la forma en la que uno se relaciona con los demás.


Al educar, los adjetivos que los padres y madres utilizan para
describir o referirse a su hijo influirán notablemente sobre él. Las palabras que se eligen para valorar, reconocer, referir o corregirle esconden mensajes ocultos que le pueden llevar a afectar mucho. Por esta razón, igual de importante es que los niños hablen bien a sus padres como que estos hablen bien a sus hijos.


En ocasiones, las familias presas por el enojo, el estrés o cansadas de las malas conductas emplean palabras de las que después acaban arrepintiéndose. Si el adulto usa un lenguaje que señala con dureza los defectos del niño, juzga violentamente su comportamiento o sentencia sus decisiones este influirá muy negativamente en su desarrollo. Unas palabras que dañarán seriamente la autoestima, que romperán el vínculo de afecto y dejarán una huella profunda en la personalidad. Que crearán conflictos internos, complejos y un alto grado de vulnerabilidad provocando en el niño ansiedad, frustración y niveles altos de agresividad.


El abuso verbal, las palabras con dobles sentidos, las connotaciones despectivas y los eufemismos imposibilitan educar desde la calma y el respeto. Un niño necesita crecer sin etiquetas ni sobrenombres que le condicionen o empequeñezcan. Siendo libre para comportarse tal y como es y sintiendo que los adultos que le cuidan y se preocupan por él dan respuesta a todas sus necesidades y aspiraciones, especialmente a sus emociones. 


Con palabras que le tocan el corazón cuando siente miedo o tristeza, que acarician sus inseguridades cuando las cosas se complican, curan sus cicatrices con suavidad y paciencia y le muestran el afecto y la comprensión que tanto necesita para crecer en un entorno seguro. Una buena comunicación llevará a las familias a tener una adecuada calidad en sus relaciones y a establecer en casa un clima de confianza y empatía.


Cuatro claves para utilizar correctamente el lenguaje en la educación de un niño

  1. Evitar palabras que juzguen, evalúen, chantajeen y etiqueten con dureza el comportamiento o la personalidad del menor. Unas palabras que influirán de manera muy negativa en la construcción de su identidad, autoconcepto y autoestima y condicionarán sus conductas haciéndole sentir que no es demasiado bueno para los demás.
  2. Utilizar palabras que alienten, que reconozcan el esfuerzo y el proceso y no únicamente el resultado. Que motiven a esforzarse y trabajar con ilusión aunque en el camino se encuentren dificultades, a ser constante y marcar pequeños retos diarios. Un niño no debe creer que sus padres le quieren únicamente cuando es capaz de obtener muy buenas notas, hace caso a la primera o es el máximo anotador en un partido de baloncesto.
  3. Seguir leyendo: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2023-09-22/terremoto-despistado-llorica-como-afectan-las-etiquetas-a-los-ninos.html

La sobreprotección en la adolescencia cría hijos cobardes y pasivos

Qué complicado resulta en ocasiones para las familias con un hijo adolescente en casa darle la libertad y la autonomía que precisa para crecer. Regalarle el espacio que necesita para empezar a volar solo y conocer el mundo que le rodea como él desea. Permitirle que empiece a tomar sus propias decisiones, aunque cometa errores. Qué difícil resulta aceptar que un hijo o hija ha llegado a la adolescencia casi sin darnos cuenta. A los padres es habitual que el instinto les mueva a protegerles de situaciones retadoras que puedan ponerles en peligro o hacerles sentir mal. Sienten la necesidad de evitarles el sufrimiento, protegerles de posibles riesgos, rescatarles de emociones complejas o evitarles que se frustren por miedo a dañar su autoestima. Una protección natural e instintiva que puede acabar siendo excesiva, limitando al joven más que ayudándolo.

Sobreproteger es proteger a un adolescente cuando no lo necesita y, normalmente, los padres y madres actúan movidos por los propios miedos, inseguridades o expectativas desacertadas. Un acompañamiento basado en la dependencia que lleva a no dejar que los hijos se equivoquen, que se responsabilicen de sus tareas o encuentren la solución a sus problemas, en ocasiones después de equivocarse o no conseguir lo que pretenden a la primera. 


Mostrando una preocupación excesiva por su seguridad, tendiendo a monitorizar las actividades que realizan o controlando las relaciones personales que establecen, llegando a colmarle de regalos que no necesita para que se sienta feliz, a cuidarlo de forma innecesaria o a alabar desmesuradamente sus cualidades olvidando sus defectos. Llegando a justificar las malas actitudes o los errores que comente para que no se frustre o tenga consecuencias negativas.


Las familias sobreprotectoras suelen ver riesgos donde no existen e intentan allanar el camino de sus hijos para que consigan todo aquello que desean por pavor a que sufran o se frustren. Una hiperprotección que impide a los adolescentes aprender y desarrollar las habilidades y competencias esenciales para su desarrollo integral, convirtiéndoles en agentes pasivos que esperan que sean sus padres los que solucionen los problemas o contratiempos.


Un proteccionismo que le roba al adolescente la posibilidad de desarrollar su autonomía y autoconfianza, que le impide cultivar su esfuerzo, paciencia y disciplina. Que pueda descubrir sus fortalezas, trabajar las debilidades y buscar soluciones creativas a las dificultades.

Un joven sobreprotegido tendrá pánico al error, no será capaz de responsabilizarse de sus obligaciones ni modular y gestionar correctamente sus emociones. 


Se sentirá ansioso, deprimido e incapaz de hacer frente a las situaciones estresantes, y ante cualquier obstáculo se desmotivará con facilidad y se sentirá desvalido pudiéndose convertir en un pequeño tirano dependiente y muy influenciable. Tendrá, además, muchas dificultades para mantener una buena relación con sus iguales, pudiendo mostrar conductas erróneas para llamar la atención de los demás.


Seguir leyendo: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2023-10-04/la-sobreproteccion-en-la-adolescencia-cria-hijos-cobardes-y-pasivos.html

Yolanda López, doctora en educación: “Informar al niño sobre qué es la alta capacidad y ayudarle a entenderla influirá mucho en su autoestima”


Según Javier Tourón (Vigo), catedrático emérito de la Universidad UNIR y uno de los grandes expertos en altas capacidades y desarrollo del talento de España, más del 90% de los niños superdotados están aun sin identificar y sin diagnosticar.
 Esto supone que la identificación temprana sigue siendo muy baja y este infradiagnóstico provoca que muchas familias reciban el diagnóstico después de una larga travesía de visitas a diferentes especialistas alertados, habitualmente, porque el comportamiento de sus hijos no se asemejaba al del resto de niños de su edad.

Para la mayoría de familias, recibir este diagnóstico supone un gran sobresalto. La falta de información sobre qué supone presentar altas capacidades, la incomprensión en ocasiones por parte del entorno y los falsos mitos asociados a ellas generan en las familias mucha confusión y miedo. Una gran preocupación por no saber cómo dar respuesta a las necesidades personales, emocionales y académicas de su hijo. Según Yolanda López (Igualada, Barcelona, 48 años), doctora en educación, “tener un informe psicopedagógico que confirme la existencia de esas altas capacidades ayuda a los padres y madres a comprender muchas actitudes y comportamientos de sus hijos y a saberlos acompañar en su desarrollo personal, socioemocional y académico.


P. ¿Qué necesita un niño o joven con alta capacidad de sus padres?


R. La comprensión y el acompañamiento por parte de las familias es fundamental. Yo creo que como todos los niños y jóvenes, que los conozcan, que les quieran por lo que son y no por lo que son capaces de hacer, que descubran qué necesitan, ofreciéndoles un feedback que le impulse a seguir creciendo y desarrollándose. La relación con otras familias con hijos con alta capacidad será muy positiva para poder compartir experiencias. En España existen muchas organizaciones de padres y madres que están haciendo un trabajo maravilloso.


P. ¿Qué falsos mitos existen en torno a las altas capacidades que las familias no deben creer?


R. Primero, debemos entender que un mito es una idea estereotipada, sin base científica, que dificulta y confunde la comprensión de un aspecto. Los mitos relacionados con las altas capacidades son muchos y muy diversos y los encontramos en la sociedad, en el trasfondo de las normativas, en los medios de comunicación, en los colegios… Entre estas ideas erróneas destacaría que se piensa que son alumnos que no necesitan ayuda para aprender porque aprenden solos, que habitualmente presentan trastornos mentales o un menor número de habilidades sociales en relación con el resto de niños y jóvenes. Además, se supone que son niños disruptivos que causan problemas en el aula. ¿Cómo colaborar para que estos mitos desaparezcan? Conociendo y respectando sus características, necesidades e intereses para dar respuesta a sus necesidades educativas y potenciar su talento.


PREGUNTA. ¿Qué signos pueden alertar a las familias de que su hijo o hija puede tener alta capacidad?


RESPUESTA. En primer lugar, destacar que cada niño o niña con alta capacidad presenta un perfil distinto, es un colectivo de menores muy heterogéneo. Esto supone que cada uno presenta unas características distintas que hay que conocer y a las que hay que dar respuesta. Pero sí que se pueden identificar una serie de particularidades que pueden ayudar a las familias a pensar que sus hijos pueden presentar altas capacidades como pueden ser: aprender a hablar, leer o escribir muy tempranamente y casi de manera autodidacta, presentar buenas capacidades de comunicación (hablar o escribir de manera original), rapidez e inagotable deseo de aprender rechazando las tareas mecánicas y repetitivas, excelente memoria y capacidad para procesar la información, tener mucha creatividad y gran capacidad de liderazgo. Además, mostrar interés por cuestiones sociales y morales.


P. Tras la identificación y el diagnóstico de alta capacidad, ¿qué deberían hacer las familias?


R. En primer lugar, conocer cuáles son las características y necesidades que tiene su hijo para poder acompañarlo en su desarrollo personal y académico. En segundo lugar, en muchas ocasiones, se recomienda ponerse en manos de un especialista en alta capacidad porque este les ayudará a resolver dudas y a orientarles en todo lo que necesiten relacionado con su seguimiento y desarrollo.


P. ¿Cuándo una familia debe explicar a su hijo que tiene alta capacidad?


R. Esta es una gran pregunta. Algunas familias tienen miedo a hacerlo porque piensan que supondrá “ponerle una etiqueta” que le hará sentirse distinto a los demás niños. Informar al niño sobre qué significa el diagnóstico y ayudarle a entender cuáles son sus fortalezas y debilidades influirá muy positivamente en su autoconocimiento, confianza y autoestima.


P. ¿Qué necesita un niño o joven con alta capacidad de sus padres?


R. La comprensión y el acompañamiento por parte de las familias es fundamental. Yo creo que como todos los niños y jóvenes, que los conozcan, que les quieran por lo que son y no por lo que son capaces de hacer, que descubran qué necesitan, ofreciéndoles un feedback que le impulse a seguir creciendo y desarrollándose. La relación con otras familias con hijos con alta capacidad será muy positiva para poder compartir experiencias. En España existen muchas organizaciones de padres y madres que están haciendo un trabajo maravilloso.


P. ¿Qué falsos mitos existen en torno a las altas capacidades que las familias no deben creer?


R. Primero, debemos entender que un mito es una idea estereotipada, sin base científica, que dificulta y confunde la comprensión de un aspecto. Los mitos relacionados con las altas capacidades son muchos y muy diversos y los encontramos en la sociedad, en el trasfondo de las normativas, en los medios de comunicación, en los colegios… Entre estas ideas erróneas destacaría que se piensa que son alumnos que no necesitan ayuda para aprender porque aprenden solos, que habitualmente presentan trastornos mentales o un menor número de habilidades sociales en relación con el resto de niños y jóvenes. Además, se supone que son niños disruptivos que causan problemas en el aula. ¿Cómo colaborar para que estos mitos desaparezcan? Conociendo y respectando sus características, necesidades e intereses para dar respuesta a sus necesidades educativas y potenciar su talento.

Los mayores enemigos de madres y padres: agotamiento, vulnerabilidad y culpa

 Si existe un tipo de literatura que haya estado saturada de cantidades industriales de azúcar, esa es la relacionada con la maternidad. Hasta hace muy pocos años, únicamente encontrábamos en las librerías novelas, ensayos o diarios en los que solo se hablaba de la parte más bonita de ser mamá o papá y de lo felices que estaban siempre los padres al ver crecer a sus hijos. Unos relatos poco realistas donde se enmascaraban o silenciaban todas las complicaciones que se encuentran las familias a la hora de educar.

Durante mucho tiempo, poco se habló de las dificultades que tienen las familias para conciliar su vida profesional y escolar, del cansancio extremo que les produce intentar llegar a todo o la frustración que puede generar tener la sensación de que no consigues aquello que te propones. Los escritos obviaban las emociones ambivalentes que puede llegar a sentir una persona cuando se convierte en padre o madre. Sentimientos, en ocasiones, relacionados con la culpa, la tristeza o la vulnerabilidad que imposibilitan a los progenitores disfrutar de la educación de sus hijos, pensar con claridad y decidir correctamente.

Por suerte, en los últimos años, y gracias en gran medida a las redes sociales y los libros poco edulcorados, las familias pueden compartir sin miedo a ser juzgadas todas las dificultades con las que se encuentran en la educación de sus hijos. También los sentimientos que en muchas ocasiones les limitan y les hacen sentir que todo aquello que hacen lo hacen mal.

La crianza es fascinante, pero también excesivamente complicada. Cuidar, sostener, dar ejemplo y tener paciencia es sumamente agotador y, en ocasiones, frustrante. 


Todos los progenitores sienten en algún momento que la educación de sus hijos les sobrepasa, agota o desborda. Que no poseen las habilidades o las estrategias necesarias para educar desde la calma o la empatía. Que pierden los nervios y acaban tomando decisiones desde la impotencia y no son capaces de disfrutar del día a día con sus pequeños o hacer frente a una terrible rabieta.


Nadie prepara a los papás y mamás para que sepan resolver con templanza las constantes peleas entre hermanos, para entender por qué sus hijos intentan saltarse los límites o no cumplen los pactos. De hecho, pocos padres podrían asegurar que jamás han sentido culpa al ver cómo perdían los nervios ante una conducta desajustada de su hijo o al alzar la voz y utilizar un castigo sin sentido cuando las cosas no han funcionado en casa.


Por eso, ser capaz de ser feliz en la crianza conlleva aceptar que las cosas no saldrán siempre como uno desea, que no siempre seremos capaces de dar respuesta a las necesidades educativas de nuestros hijos en sus diferentes etapas y que no existe un manual pedagógico que pueda asegurarnos siempre un éxito. Educar no es una tarea nada fácil, conlleva aprender mediante muchas experiencias a través del ensayo y el error. No está exenta de conflictos o dificultades, pero también puede convertirse en una tarea fascinante y muy enriquecedora.


¿Cómo pueden los padres educar sin sentir culpa ni agotamiento?

  1. Aceptando que los hijos no necesitan tener unos padres perfectos, sino unos progenitores que estén presentes y disponibles en su educación sin sentir pudor de admitir que no siempre tienen soluciones para aquello que está sucediendo. Los padres y madres deben aceptar sus errores e intentar aprender sin complejos ni excusas.
  2. Seguir leyendo: https://elpais.com/mamas-papas/expertos/2023-07-28/los-mayores-enemigos-de-madres-y-padres-agotamiento-vulnerabilidad-y-culpa.html

Los riesgos de simplificar que portarse bien significa hacer caso a la primera: niños con miedo, baja autoestima e incapaces de decidir

Si le preguntan a una persona que tiene hijos, da igual si son pequeños o ya han entrado en la adolescencia, qué es aquello que más le molesta en la relación con ellos es muy probable que responda que sus hijos no le hagan caso a la primera. Que no obedezcan, que disimulen que no escuchan cuando se les pregunta o pide algo y se les tenga que solicitar muchas veces la misma cosa.

A muchas familias les gustaría que sus hijos fuesen obedientes al 100%, que cumpliesen las órdenes sin contemplaciones, demoras ni excusas. Esta actitud facilitaría mucho la convivencia en todos los hogares y la mayoría de las discusiones desaparecerían. Las tareas en casa siempre estarían hechas y desaparecerían algunos de los motivos para estar de mal humor. Quien es madre o padre sabe lo mucho que desgasta pasarse el día dando órdenes en casa sin que los hijos muestren ninguna intención de complacer las demandas.

Muchas de estas familias provienen de una crianza tradicional basada en el control y la creencia de que el adulto debe tener el poder absoluto sobre el niño o adolescente. Que es él el encargado de decidir siempre qué es lo que debe o no hacer sin tener en cuenta las necesidades o inquietudes de los pequeños de la casa. Cuando estos padres afirman que su hijo no les hace caso, en realidad están afirmando que no hace lo que ellos quieren en el momento que ellos desean.
Este es un tipo de educación que educa sin respeto, que basa el acompañamiento en la instrucción constante. Anteponiendo los intereses del adulto a los del niño, basando la relación en los castigos sin sentido, los chantajes y amenazas cuando el niño no responde como se espera de él. 

Cuando la relación entre padre e hijo se basa en las órdenes y las normas estrictas esta se va deteriorando mucho y es cuando aparecen las constantes desavenencias y tensiones. Educar desde la orden provoca que el niño muestre dificultades para gestionar correctamente sus emociones y para identificar lo que está bien o mal. Normalmente, son niños que tienen una autoestima débil, poca iniciativa personal y dependen de la aprobación constante del adulto para hacer las cosas y realizar sus tareas.

Que un hijo no haga caso a sus progenitores no significa que este sea un mal chico o quiera desafiar y que sus progenitores siempre estén enfadados con él. Sería un gran error simplificar que funcionar o portarse bien significa hacer caso a la primera. No podemos olvidar que un niño es una persona con unas necesidades y motivaciones propias que se deben tener en cuenta.

Si los niños aprenden a obedecer a la primera únicamente movidos por el miedo, por evitar que el adulto que emite la orden se enfade, le grite, amenace o ignore, estará aprendiendo que ser sumiso es la mejor manera para que le sigan queriendo, para que le tenga en cuenta, para que pueda sentir que pertenece. 

Este modelo de sumisión llevará al niño o joven a trasladar este sometimiento a todas sus relaciones. Habrá aprendido que la mejor manera de sentirse aceptado y querido es hacer siempre lo que los otros desean o necesitan.

Es muy necesario que las familias enseñen a sus hijos a luchar por aquello que desean, a saber defender sus propias ideas con respeto, a hacer las cosas que desean sin depender que a los demás les parezca mal o bien.


divendres, 30 de juny del 2023

Si pierdes los nervios o alzas la voz es normal: ser padre es el oficio más difícil del mundo

No cabe duda que una de las profesiones más difíciles de ejercer es la de ser madre o padre. Este es el único oficio del mundo en el que antes te otorgan el título y luego tienes que cursar la carrera. Una carrera de fondo por recorrer repleta de nuevas experiencias, de tropiezos e incontables lecciones por aprender que te exige siempre que muestres tu mejor versión. Una profesión, con sus luces y sus sombras, repleta de retos diarios en la que no existen atajos ni manuales de instrucciones que te aseguren que siguiéndolos serás exitoso en la educación de tus hijos. Una labor que demanda tener las habilidades necesarias para gestionar la crianza haciendo malabarismos con tu carrera profesional y el tiempo que necesitas para ti.

Nadie prepara a los progenitores para que puedan hacer frente a la multitarea, para que sepan resolver con equidad los conflictos entre hermanos, para pasar largas noches en vela, no entender el llanto del bebé o saber qué hacer cuando los límites no son respetados.

Un oficio con momentos de felicidad inmensa y también instantes que hacen replantearse todo y dudar de uno mismo continuamente. Que puede llegar a ser agotador, frustrante o estresante y que, en ocasiones, puede desbordar y llenar de culpa, desengaño o miedo. En el que las dificultades de comunicación o la falta de responsabilidad a la hora de cumplir con las tareas en casa hace que los padres y madres pierdan los nervios y saquen el peor humor.

Todos los progenitores sienten en algún momento que la educación de sus hijos les desborda. Que están desorientados y no poseen las estrategias necesarias para poder educar con serenidad, para entender correctamente las conductas de sus hijos y dar respuesta a todas las dificultades que van surgiendo en cada etapa de desarrollo. Pocos podrían afirmar que jamás han perdido los nervios ante una rabieta de su hijo o alzado la voz cuando las cosas no funcionaban como desearían. Pero tienen que ser muy conscientes que una cosa es enfadarse y otra es utilizar los castigos, los gritos o las amenazas como pedagogía educativa.

Todas las familias tienen la aspiración de desempañar este oficio con éxito, disfrutando con él, ya que, en gran medida, la destreza que logren a la hora de educar llega a determinar la felicidad y desarrollo del niño. Por eso es muy importante que se aprenda a educar desde el amor incondicional y la empatía. Que se acompañe desde la comprensión, la exigencia y el apoyo.

Un niño necesita que sus padres sean capaces de poner orden y calma cuando su cerebro parezca un caos, que le arropen cuando las cosas se compliquen, que le alienten a trabajar duro por aquello que desee. La educación de un hijo se puede vivir de formas muy distintas. Existen muchos modelos que podemos emplear a la hora de educar y cada madre o padre debe elegir aquel que le permita enseñar desde el respeto, la complicidad y la responsabilidad mutua.

dijous, 29 de juny del 2023

Cuando tu hijo adolescente empieza a volar del nido

Una de las emociones más complejas de gestionar en la maternidad es sentir que tu hijo adolescente ha dejado de necesitarte. Que se ha alejado de ti y muestra poco interés por pasar tiempo juntos, por compartir contigo todo aquello que le pasa o le preocupa, por escuchar tus consejos u opiniones.

Sentir que tu corazón se hace pequeño al ver que lo estás perdiendo, al saber que no volverá a ser aquel niño pequeño que te necesitaba casi para todo, al comprobar como ha cambiado la forma en la que te habla y expresa su cariño. Observar como en él todo cambia; su actitud en la familia, sus preferencias, sus expresiones y el tono de sus respuestas.

Nadie te prepara para asumir que tu hijo ha crecido tanto y a esa velocidad y pronto emprenderá su propio camino. Para aceptar que a partir de ahora te va a necesitar de forma muy diferente y va a tomar sus propias decisiones sin importarle demasiado si te parecen bien o mal.

Un duelo que te descoloca, entristece y te obliga a reconstruir tu vida nuevamente. Que te obliga a entender sus silencios, a aceptar que a partir de ahora las reglas de vuestra relación van a cambiar.

Durante la adolescencia la relación entre padres e hijos se transforma radicalmente. En muchas ocasiones, se tensa instalándose en casa el mal humor y los conflictos casi constantes que nos condenan a no entendernos. Una situación que te llena de incertidumbre, malestar y mucha vulnerabilidad. Que te hace sentir que todo lo que habías conseguido en términos educativos durante la infancia, con mucha paciencia y perseverancia, parece desplomarse como un castillo de naipes.

Qué difícil resulta acompañar a un adolescente con calma y empatía cuando se muestra tan distante, impertinente y arisco. Cuando exige su libertad con torpeza, no asume sus responsabilidades y es incapaz es de modular correctamente sus emociones. Cuando paga su frustración contigo y te alza la voz.

No es sencillo aceptar que sus necesidades hayan cambiado tanto y quiera cambiar las normas y rutinas que tan bien os habían funcionado hasta el momento. Que se muestre tan reservado y rechace tus muestras de cariño.

Aunque sientas que se ha convertido en un auténtico desconocido al que únicamente le importa sus amigos, estar fuera de casa y conseguir lo que le apetece, es el momento de su vida que más necesita que estés a su lado sin condición. Que le muestres tu mejor versión aunque haya días en los que sientas que ya no puedes más.

No cabe duda que tu adolescente se muestra a menudo impulsivo, irreverente y malhumorado pero, si eres capaz de leer entre líneas sus palabras y conductas, verás que no lo hace por fastidiarte o acabar con tu paciencia, sino simplemente porque camina por un laberinto donde en muchos momentos se siente perdido y vulnerable. Donde avanza a tientas a través de una oscuridad que le colma de inseguridad y miedo y le hace comportarse en ocasiones de forma desajustada y pretenciosa.

Tu adolescente también está transitando por un duelo, vive en una constante contradicción entre el deseo de crecer y conseguir la ansiada libertad y seguir conservando los privilegios que tenía cuando era un niño.

Aunque en muchas ocasiones resulte muy complicado, esta etapa educativa debería convertirse en una gran oportunidad para seguir fortaleciendo el vínculo con él, para ofrecerle tu ayuda en todo aquello que necesite, para hacerle sentir que entiendes que para él es muy difícil hacerse mayor.

¿Qué necesita ahora tu hijo de ti ?

1. Que haya crecido tanto no significa que no siga necesitando tu presencia, disponibilidad y apoyo. Tus consejos respetuosos y tu afecto. Hazle sentir a diario que estás a su lado sin peros ni pros, que le aceptas tal y como es y te hace muy feliz ver en la persona que se está convirtiendo.

2.  Ofrécele la seguridad y orientación que necesita en esta etapa tan convulsa repleta de cambios. Acompaña su tristeza, irritabilidad o temores con grandes dosis de cariño y comprensión. Respeta la intimidad que necesita, sus ritmos de aprendizaje y estados anímicos utilizando un lenguaje lleno de afecto y positividad que le haga sentirse valorado.


3.   Aprende a escoger las batallas buscando el lugar y el momento y adecuado para poder hablar con él con tranquilidad cuando no sepa controlarse. Un espacio donde pueda expresarse u opinar con libertad sin sentir que le interrogas o cuestionas sus emociones o necesidades
 
4.   Propicia una comunicación basada en el respeto donde tu hijo pueda expresar lo que siente o necesita sin sentirse juzgado. Eliminando de vuestras conversaciones las críticas desmesuradas o los juicios de valor que tanto dañan su autoestima.
 
Tu hijo necesita tener a su lado un adulto sereno y capaz de entender el espacio y la confianza que ahora necesita. Que le ayude a empezar a volar del nido con grandes dosis serenidad, amor incondicional y optimismo. Que le dejes aprender a su manera aunque se equivoque y no siempre tome las mejores decisiones sin reprochárselo.
 
No pierdas la oportunidad de recordarle a diario lo mucho que le quieres y que pese que haya crecido tanto estarás a su lado siempre.