Sònia

Sònia

dilluns, 29 de juny del 2015

MAMÁ, ¿ME BESAS OTRA VEZ?

- No lo hagas mamá.

- No pienso dejar de hacerlo.

- Jo mamá, es que un escalofrío me recorre todo el cuerpo.

- Me encanta que tu piel sepa a sal.

- A mi gusta que te acerques, tu pelo siempre huele a caramelo.

- ¿Sabes qué? los besos no se dan, se roban.

- Ojalá mamá, aunque me haga mayor, nunca dejes de robármelos.

Filemamani es el nombre científico que recibe el deseo de besar. Ese impulso que te lleva a expresar con los labios mil y una emoción. Un acto en el que se entrelazan los sentidos del gusto, tacto, olfato y vista. Actividad compleja y mágica que es capaz de provocar una conmoción en nuestro organismo. Más de una treintena de músculos implicados en el bello arte del besuqueo.

El placer que proporcionan los besos es esencial para el desarrollo de nuestros pequeños. Un beso es una muestra de amor, cariño, ternura y protección. El beso, junto a la caricias y los abrazos, se convierten en la base para la construcción de un vínculo de unión, en la mejor manera de decir te quiero, estoy a tu lado.

Los besos tienen el poder de hipnotizar y contaminar de amor, de activar el cerebro y hacer crecer el alma. Creo firmemente en la terapia del beso, en utilizarla como el mejor antídoto contra el desánimo, las inseguridades y el mal humor. Los besos nos colman de bienestar, seguridad y afecto.

Desde que soy madre doy muchos más besos. Me gusta catalogarlos y comprobar que cada beso tiene su porqué. Existen los silenciosos y robados, dados cuando ellos duermen, mientras tú mueres de amor al verles soñar. Los buscados al descubrir que se acercan y los perdidos que, por culpa de la indecisión, nunca se llegan a dar.

Los dados de repente y que son capaces de quitarte la respiración y los que te saben a poco porque no están por la labor. Los besos pedidos cuando ellos olvidan lo mucho que te hacen enloquecer, los ruidosos envueltos en risas y carcajadas, los infinitos que van acompañados de un "te quiero mamá". 

Besos que resumen mil y una palabra tras una discusión, los que dan las gracias o piden perdón. Los que están llenos de colores y te dan la bienvenida tras un largo día de trabajo o los fugaces que casi no rozan tu piel a despedirnos a todo motor. Besos que acaban con la incertidumbre tras una larga negociación y los que provocan sonrisas cuando encuentran solución.

Besos que abren el día y lo llenan de color o aquellos que lo cierran y ofrecen protección. Los besos sanadores, aquellos que sólo las madres pueden dar, capaces de curar rascadas, morados, dolor o desesperación.

Los besos voladores que ayudan a alargar las despedidas, los que hablan por si solos o los que necesitan explicación. Los que están repletos de confidencias y secretos y lo que se dan sólo para salir de la situación.

Me apasionan los besos esponjosos, llenos de mimos y sin reloj. Los dulces y perfumados con sabor a fresa los días de verano y los  de terciopelo, suaves y cálidos, cuando tenemos el termómetro puesto y sólo necesitamos un buen achuchón.

Los besos mariposa que cosquillean la mejilla, los de columpio en medio del parque que te hacen engrandecer. Besos de aburrimiento en la sala de espera del pediatra o los llenos de chispa y efervescencia que te agradecen un regalo o el sí a una petición.

Besos melancólicos llenos de alma que comunican que el abuelo no volverá o los besos con mordisco que nos hacen enloquecer. Besos de arrepentimiento cuando se ha roto un pacto y los fríos y contundentes, cuando no cambiarás tu decisión.

Besos etéreos y deshilachados los días de enfado y sinsabor.  Besos de vaca que mojan la cara, los de pingüino que frotan mejillas y los de esquimal nariz con nariz. Besos infantiles; deliciosos, perfectos, intensos, de colores vivos y estivales, sabrosos, con confeti y sal.

Tantos besos como madres, como sueños, como hijos, como momentos de vida. Ojalá que nuestros besos sean los encargados de crear las fantasías que nos hagan feliz.

dilluns, 22 de juny del 2015

MAMÁ, A MI TAMBIÉN ME GUSTA AYUDAR

- Mamá, nunca te quejas cuando te pido ayuda.

- No me quejo porque me gusta ayudarte al igual que lo hacía la abuela conmigo.

- Pues a mí a veces me da pereza ayudar a los demás. Sin darme cuenta sólo me centro en lo que yo necesito y olvido todo lo que hay a mi alrededor.

- En ocasiones a mí también me pasa pero rápidamente recuerdo lo privilegiada que soy teniendo todo lo que necesito para vivir feliz. Así que no sería justo contribuir a que otros también lo tengan.

- Ya se mamá que muchos niños no tienen la suerte que yo tengo, a mí no me falta de nada.

- ¿Sabes qué? Mi abuela siempre me decía que debía hacer o dar a los demás lo que me gustaría que me hiciesen o diesen a mi. 

- Tienes razón mamá, además cuando ayudo a alguien me siento muy feliz. Es como si mi ayuda nos uniese de una forma mágica.

- Recuerda siempre que no hay bien alguno que nos deleite si no lo compartimos.


He tenido la suerte de ser educada en el valor de la solidaridad, un altruismo que se aprende  y se afianza con la práctica y el  ejercicio. Valor horizontal que consigue la grandeza de los pueblos y cuya responsabilidad civil nos afecta a cada uno de nosotros. 

Sin duda los niños aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos, las palabras se las lleva el viento y sólo los hechos quedan para siempre. Soy de las que pienso que el ejemplo es siempre la mejor escuela para nuestros pequeños ya que, la verdadera educación en valores, consiste en la transmisión de las conductas. Nuestros hijos se convierten en verdaderos imitadores de nuestras acciones, de nuestra forma de hacer o pensar, de nuestras decisiones o reacciones. Por este motivo intento inculcar en mis hijos que todo gesto, aunque parezca minúsculo,  puede cambiar la suerte del otro, que los pequeños cambios son poderosos.

Hace unos años tuve la fortuna de vivir en Costa de Marfil durante unos meses colaborando con una ONG de acción educativa y pude conocer la dura situación en la que viven sus gentes. He tenido el privilegio de trabajar durante más de 15 años con adolescentes en alto riesgo social y he sido voluntaria durante más de dos décadas en centros educativos de tiempo libre con niños que vivían en  barrios marginales de mi ciudad. Empecé a correr maratones, encorajada por mí hermana gemela, con el objetivo de conseguir fondos para la Asociación AFANOC (Asociación de Familias y Amigos de Niños Oncológicos de Catalunya). Mil y una experiencias de ayuda sin desear nada a cambio, que me han enseñado en muchas ocasiones la cara amarga de la vida y me han educado a valorar todo aquello que tengo entre mis manos.

Sin duda la mejor forma de ayudar, de poner tus capacidades al servicio de los demás, es la solidaridad. Se conjuga, se practica sin distinción de edad, raza, sexo o nacionalidad. Los hombres son ricos sólo en la medida de lo que dan y por este motivo intento ser el mejor modelo para que mis hijos aprendan a ser solidarios. Las grandes oportunidades para ayudar a los demás rara vez aparecen, pero las pequeñas nos rodean todos los días; donar la ropa que ya no utilizamos, colaborar en campañas de recogida de alimentos o en las organizadas por la escuela, son ejemplos sencillos que nos demuestran que siempre existe una oportunidad para echar una mano, A veces el más sencillo detalle, un minúsculo gesto, puede convertirse en algo extraordinario. 

La solidaridad consiste en ayudar a quienes lo necesitan sin tener la obligación de hacerlo, colaborar, cooperar con los otros para conseguir un objetivo. La solidaridad no es tener lástima o compasión sino que es una sana preocupación por el que tienes al lado. Es espontánea y sincera. Debería ser una obligación social adquirida por todos respecto a aquellas personas que no han tenido la misma suerte que nosotros.

Es uno de los valores que más favorece la creación de vínculos de confianza, de empatía, de ternura, del desarrollo de la sensibilidad,  en el camino de la sintonía, la reciprocidad y la compenetración. La solidaridad es la piedra filosofal, el motor para emprender la construcción decidida de un mundo mejor, que posibilita participar en un cambio que puede marcar la diferencia. Ayudar nos facilitará tomar conciencia de las necesidades de los demás y nos creará el deseo de contribuir y colaborar por su satisfacción.

Enseñar a nuestros hijos a abrir el corazón, a dar sin esperar siempre algo a cambio, a abandonar la postura de creerse el ombligo del mundo, a ver más allá de sus propios deseos y necesidades, aprender a valorar todo lo que tienen y lo afortunados que son. Sin duda es la única asignatura para la cual nunca se es lo suficiente pequeño ni grande, es el ideal para flamear la bandera de la fraternidad.

Una educación basada en el diálogo, en la apertura y el afecto, estimularan el espíritu de equipo,  el trabajo cooperativo, las ganas de sumar y unirse para hacer juntos. Aprender que cuando damos desinteresadamente, recibimos el doble. Fomentemos la solidaridad junto a los nuestros combatiendo gestos, actitudes, conductas egoístas e intolerantes. Confiemos que gota a gota se puede llenar un océano.



dimarts, 16 de juny del 2015

MAMÁ, ¿TE GUSTA CUMPLIR AÑOS?

- Mamá, ¿quieres que te haga una corona para tu cumpleaños?

- Me encantaría.

- Cumplir 40 años ¿es mucho?

- Son cuatro veces los dedos de tus manos.

- !Yo no llego ni a una vez!

- La verdad es que ya son unos cuantos, pero a mi se me han pasado volando.

- Y a ti mamá, ¿te gusta cumplir años?

- Claro que sí, es señal que aún estoy viva.

- ¿Me dejarás que soplemos las velas juntos?

- Con una condición. Tu deseo debe llegar a las estrellas.

Hoy cumplo cuarenta años. 14.610 días llenos de emociones, experiencias, alegrías y sinsabores que me han convertido en lo que soy. Años acompañada por maravillosas personas y aprendizajes a doquier. Tras estas cuatro décadas, sigo definiendo lo que quiero y eliminando lo que no. Ocho lustros he tardado en entender que la vida no es un problema, una prueba, un enigma o una lección. Sólo es tiempo que, si eres patoso, se te escurre entre los dedos. Un tiempo que sólo quiere ser vivido, compartido, soñado y exprimido. Sin filtros ni temor al que dirán.

Nací en una familia donde mis padres me enseñaron que el éxito se consigue gracias a la constancia y la perseverancia. Tengo dos hermanas que se han convertido en los pilares de mi vida, un marido al que le debo mi sonrisa y dos hijos que me hacen ser cada día mejor persona y me obligan a desaprender. Amigos elegidos a dedo que logran sacar lo mejor de mi y me acompañan en mi viaje. Amigas del 2.0 que muero por abrazar.

Hoy entro en esa edad en la que sin gafas eres incapaz de leer en la ducha las etiquetas del jabón, te crujen las rodillas cuando te agachas, alejas el teléfono para poder descifrar un wassap,  te empiezan a llamar de usted y necesitas tres días para recuperar de una fiesta que antes eras capaz de empalmar.

Muchos dicen que ya empiezo a estar más cerca de la "finish line" que la del "start" y por este motivo he decidido que se acabaron los ensayos, las pruebas o el postergar. El vivir bajo un paraguas, el esconderme bajo las sábanas o el elegir otro momento para empezar. Dejar de inventarme mil y una excusa  para salir de mi zona de confort y encerrar las quejas y la resignación en un cajón. Quiero convertirme en aquellas personas que sin pensarlo dan el paso enfrente, se saltan las normas y sienten esa adrenalina que secuestra la consciencia y les hace enloquecer. 

Quiero aprender a pillar a la vida desprevenida, arriesgarme a perder, cruzar cuando el semáforo esté a punto de cambiar y salir de casa cuando empiece de llover. Deseo cumplir cada una de mis promesas, llenar mi cesto de ilusiones, sin miedo al cambio o a errar. Dejar de buscar fuera a los culpables de lo que me pasa,  amar lo que tengo antes de que la vida me enseñe a apreciar lo que perdí, a no cesar de preguntarme que estoy haciendo hoy para acercarme más al lugar donde querré estar mañana. La experiencia me ha demostrado que mi suerte residirá en jugar bien las cartas que me han tocado y que las cosas valiosas requieren su tiempo.

 Ha llegado ese día que al mirarte al espejo te das cuenta que tu peor enemigo está justo delante de ti. La veteranía me ayuda a intentar dominar mi ira, a aceptarme tal y como soy, a quererme con mis múltiples defectos, a buscar mi esencia, a eliminar el photoshop de mis emociones . Deseo aprender a ser más paciente, a descubrir que el mejor paraíso reside en mi misma y que sólo yo tengo la llave de la felicidad.

A base de tropezar aprendes que las cosas buenas pasan todos los días y que lo importante no son las respuestas sino las preguntas. Los días grises te demuestran que el tamaño de tus monstruos dependerá del miedo que les tengas. Te enseñan a aceptar tus sombras, a ser selectivo en tus batallas, a que la peor decisión es la indecisión, a tocar fondo sólo para coger impulso, a saber que aunque no ganes habrá merecido la pena la carrera.

A partir de hoy estoy dispuesta  meter la pata hasta el fondo si eso me acerca a mis sueños, a no quedarme corta, a no dejarme asediar por el miedo. A vivir con todas las consecuencias, a que el deseo supere al miedo, a mantenerte fiel a mis emociones, a no aparentar y no querer gustar a todos. A apasionarte una y otra vez, a elegir mis silencios, a escoger las palabras, a pedir lo que necesito, a vivir mi vida en primera fila, a confiar en mi intuición, a ser el mejor ejemplo para mis pequeños.

Es el momento de elaborar el mejor contrato conmigo misma, a sentir a máxima potencia, a dejar de calcular. Aprender a seleccionar a que le debe dar vueltas mi cabeza, a fabricar la inspiración, a querer caminar por la cuerda floja para conseguir tener equilibrio. A modular el discurso, a focalizar mis energías, a elegir lo que escucho, a no encontrar tantos polos opuestos, a no esperar alabanzas. A ejercitarme a decir no , a ser consciente que lo único constante debe ser el cambio. A no olvidar que mi vida es sólo mía,  sin importarme el que dirán. 

Hijo recuerda siempre que la felicidad no es el destino sino  la actitud con la que debes viajar por la vida y que ésta se acaba cuando dejas de soñar. Mamá a partir de ahora sólo elige sentir.



diumenge, 7 de juny del 2015

MAMÁ, ¿POR QUÉ SIEMPRE CONFIAS EN MI?

- Mamá, ¿por qué no te has enfadado?

- ¿Debería haberlo hecho?

- Estoy convencido que esperabas mucho más de mi.

- ¿Tú crees? Se lo mucho que te has esforzado.

- Tienes demasiada paciencia conmigo.

- A mi también me gusta que los demás la tengan cuando no acaban de salirme bien las cosas.

- Pero seguro que pensabas que sería capaz de conseguirlo.

- Y por qué no lo hayas conseguido, ¿eso supone que dejarás de intentarlo?

- No lo se mamá, ¿y si nunca lo consigo?

- Estoy convencida de que sí lo harás. Además, me tienes a tu lado para echarte una mano, yo confío en ti. Ahora sólo debes conseguir hacerlo tú también. La confianza no se busca ni se encuentra sino que se gana.


La confianza se manifiesta en los niños cuando se sienten queridos, respetados, escuchados, comprendidos y acogidos. Espacios donde todo fluye sin forzar, sin tener que demostrar nada al otro, sin aparentar o ofrecer nada a cambio. Donde cada aprendizaje aparece después de un ensayo, donde el error forma parte del proceso y es aceptado de forma positiva, donde el acompañamiento hace desaparecer la incertidumbre, la indecisión y el titubeo. La confianza es básica para conseguir una estrecha relación basada en el diálogo y la cordialidad, donde el asombro y la experimentación son la base del proceso. Pero no podemos obviar que es  uno de los valores más frágiles que existen y que se difumina al instante de aparecer las dudas, traiciones o imprudencias. Cuesta mucho tiempo  y esfuerzo construirla, pero sólo bastan unos segundos para destruirla.

A lo largo de la vida he tenido la suerte de tener junto a mi muchas personas que han confiado en mi trabajo, en mi forma de ser o en mis decisiones. Gente que han alentado cada uno de mis proyectos, de mis retos. Personas que han aparecido especialmente para acompañarme aquellos días que todo se vuelve gris, en los que decides bajar los brazos, en el momento que estás dispuesto a abandonar tus sueños. En ocasiones una sola frase, un gesto, una sonrisa, un "estoy a tu lado", han sido suficiente para hacer que emprendiera de nuevo el vuelo.

Por este motivo, creo que la confianza en nuestros pequeños es una de las armas más poderosas que existen para educar, el mejor motor para estimular su crecimiento. Es esencial conseguir que nuestros hijos sientan lo mucho que confiamos en ellos, sepan que creemos que serán capaces de conseguir todo aquello que se propongan porque siempre estamos para echarles una mano. La confianza en ellos se convertirá en la mejor fuente de motivación, de seguridad,  de aliento,  en cada uno de sus nuevos aprendizajes. Los acompañaremos en el fracaso, les ayudaremos a ver la parte positiva de ellos y les animaremos a seguir pedaleando.

Una confianza que deberá ser trabajada a diario a través del cariño, el tiempo de calidad y carros de paciencia. Fomentando la atención completa compartiendo risas, retos y juegos, una vida llena de momentos de confesiones y complicidad. Debemos impulsar su iniciativa ayudándoles a eliminar los miedos a fracasar, un  "has sido capaz de hacerlo" o "no tenía la menor duda que lo conseguirías" como las mejores herramientas para incitar a continuar, ofrecer mil y una oportunidad para aprender. Aprender a valorar lo que les importa, preocuparnos de sus cosas sin censurar ni aleccionar, respetar sus ritmos, opiniones o decisiones, prepararnos para estar  allí donde lo necesiten.

Ofrezcámosles nuestra confianza para que sean capaces de emprender, de volar sin miedo a caer. Enseñémosles a esperar, tolerar, comprender y perdonar. Digámosles siempre la verdad,  esa será la base de nuestra complicidad, fomentemos la sinceridad, la espontaneidad. Seamos flexibles y tolerantes, enseñemos a respetar a los demás, volvamos a tener carromatos de paciencia. La conversación será el hilo conductor de nuestros pactos.

Que nunca nos olvidemos de recordarles que creemos en ellos. Los niños nacen con la posibilidad de conseguir grandes cosas, como padres tenemos la responsabilidad de ayudarlos a conseguir las estrellas.




dilluns, 1 de juny del 2015

MALASMADRES EN BARCELONA

En muchas ocasiones, no hace falta hablar para expresar lo que uno siente. Una mirada, un abrazo o una sonrisa pueden llegar a revelar infinidades de emociones. Hay personas que, nada más conocerlas, te das cuentas que con ellas nunca hará falta disimular tus defectos, que te provocan la imperiosa necesidad de comportarte tal y como eres. Ritmos pausados, sin apariencias ni méritos. Un tú y un yo, donde las cosas fluyen. Parejas de bailes sin pisotones.

Hace unos días me propusieron presentar el libro de Laura Baena, Soy buena malamadre. Un manuscrito que había devorado a los dos días de tenerlo en mis manos. Regalo de mis #buenoshijos para el día de la madre. Aún sonrío cuando tuve que disimular en la librería haciendo que no veía que lo compraban y escuchaba como le explicaban a la dependienta que su mamá conocería a su autora en unos días y le dedicaría el libro. 

Al instante de que las hermanas Baena me propusiesen que fuese yo la encargada de presentar el libro en la ciudad de Barcelona, me invadieron muchos interrogantes. ¿Cómo puedes querer a alguien que ni siquiera conoces? ¿qué te lleva a confiar ciegamente en un proyecto que sólo conoces a través de las redes sociales? ¿de qué manera podría agradecerles que siempre confíen en mi trabajo sin corregir una coma? ¿cómo gestionar el cóctel de emociones que te produce presentar un libro de una persona a la que acabas de conocer?

Con el paso de los días y tras pasar unas cuantas tardes ante un folio en blanco, un comentario del #buenpadre me hizo entender que sólo debía expresar lo que realmente sentía por el Club. Soy de las personas que piensan que nada pasa por casualidad y el club llegó a mi vida justo cuando lo necesitaba. Al momento me di cuenta de lo fácil que es hablar de un proyecto en el que crees firmamente, en el que admiras la capacidad de trabajo que tiene su creadora y en el que intentas colaborar de la forma más profesional posible.

La parte más fácil fue presentar a Laura, una de las mujeres más trabajadoras y valientes que conozco. Una publicista malagueña que un día decidió liderar su vida y se atrevió a soñar grande. Mujer emprendedora, osada e intrépida, que aparcó su carrera profesional para crear una comunidad que diese voz a miles de mamás. Madres actuales, con poco tiempo, mucho sueño, alergia a la ñoñería y con ganas de cambiar el mundo. Mujeres con ganas de compartir los sinsabores de la maternidad sin tapujos ni disimulo, sin ganas de ser perfectas, a las que el disfraz de madre que existía hasta ahora se les queda pequeño, les ahoga e incomoda.

Quién no acaba de entender la filosofía del club no entiende que las #malasmadres consideramos que ser madre es sin duda el mejor oficio del mundo, el único que te ayuda a ser mejor persona y te hace desaprender a diario. Madres que mueren por sus primogénitos pero que a la vez exigen su tiempo para crecer, para emprender y para ser ellas mismas. Madres con ganas de aprender a serlo a la vez que sus hijos también lo hacen.

Laura, con su club, nos ha quitado el miedo a expresar todo aquello que sentimos en el único oficio del mundo donde antes te otorgan el título y luego cursas la carrera. Una carrera llena de dudas, culpas, miedos y complejos que debes cursar en una sociedad exigente que no te perdona ningún fallo y te pide siempre estar al pie del cañón.

El Club de las Malasmadres aboga por un nuevo tipo de maternidad. Un club que da voz a toda aquella mamá que se le quiera acercar, donde respeta todos los modelos de maternidad. Un club que denuncia, con su proyecto Concilia13F, la condiciones en las que viven la mayoría de las #malasmadres trabajadoras de nuestro país y que, de forma muy valiente, se compromete a trabajar para buscar soluciones de mejora.

Y llegó el día de la presentación y tras los nervios iniciales, todo fluyó como había esperado. Trabajar junto a Laura es sumamente fácil. De nuevo confió en mis palabras y yo disfruté a su lado. Nunca perdió su sonrisa, su magia, su tempo. Los minutos que robamos para conocernos fueron mágicos. Confidencias entre pasillos llenas de complicidad. Dos presentaciones llenas de hechizo.

Y me fui a casa sin la firma de Laura, sin duda buscaremos el mejor momento para ello.