- No pienso dejar de hacerlo.
- Jo mamá, es que un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
- Me encanta que tu piel sepa a sal.
- A mi gusta que te acerques, tu pelo siempre huele a caramelo.
- ¿Sabes qué? los besos no se dan, se roban.
- Ojalá mamá, aunque me haga mayor, nunca dejes de robármelos.
Filemamani es el nombre científico que recibe el deseo de besar. Ese impulso que te lleva a expresar con los labios mil y una emoción. Un acto en el que se entrelazan los sentidos del gusto, tacto, olfato y vista. Actividad compleja y mágica que es capaz de provocar una conmoción en nuestro organismo. Más de una treintena de músculos implicados en el bello arte del besuqueo.
El placer que proporcionan los besos es esencial para el desarrollo de nuestros pequeños. Un beso es una muestra de amor, cariño, ternura y protección. El beso, junto a la caricias y los abrazos, se convierten en la base para la construcción de un vínculo de unión, en la mejor manera de decir te quiero, estoy a tu lado.
Los besos tienen el poder de hipnotizar y contaminar de amor, de activar el cerebro y hacer crecer el alma. Creo firmemente en la terapia del beso, en utilizarla como el mejor antídoto contra el desánimo, las inseguridades y el mal humor. Los besos nos colman de bienestar, seguridad y afecto.
Desde que soy madre doy muchos más besos. Me gusta catalogarlos y comprobar que cada beso tiene su porqué. Existen los silenciosos y robados, dados cuando ellos duermen, mientras tú mueres de amor al verles soñar. Los buscados al descubrir que se acercan y los perdidos que, por culpa de la indecisión, nunca se llegan a dar.
Los dados de repente y que son capaces de quitarte la respiración y los que te saben a poco porque no están por la labor. Los besos pedidos cuando ellos olvidan lo mucho que te hacen enloquecer, los ruidosos envueltos en risas y carcajadas, los infinitos que van acompañados de un "te quiero mamá".
Besos que resumen mil y una palabra tras una discusión, los que dan las gracias o piden perdón. Los que están llenos de colores y te dan la bienvenida tras un largo día de trabajo o los fugaces que casi no rozan tu piel a despedirnos a todo motor. Besos que acaban con la incertidumbre tras una larga negociación y los que provocan sonrisas cuando encuentran solución.
Besos que abren el día y lo llenan de color o aquellos que lo cierran y ofrecen protección. Los besos sanadores, aquellos que sólo las madres pueden dar, capaces de curar rascadas, morados, dolor o desesperación.
Besos que abren el día y lo llenan de color o aquellos que lo cierran y ofrecen protección. Los besos sanadores, aquellos que sólo las madres pueden dar, capaces de curar rascadas, morados, dolor o desesperación.
Los besos voladores que ayudan a alargar las despedidas, los que hablan por si solos o los que necesitan explicación. Los que están repletos de confidencias y secretos y lo que se dan sólo para salir de la situación.
Me apasionan los besos esponjosos, llenos de mimos y sin reloj. Los dulces y perfumados con sabor a fresa los días de verano y los de terciopelo, suaves y cálidos, cuando tenemos el termómetro puesto y sólo necesitamos un buen achuchón.
Los besos mariposa que cosquillean la mejilla, los de columpio en medio del parque que te hacen engrandecer. Besos de aburrimiento en la sala de espera del pediatra o los llenos de chispa y efervescencia que te agradecen un regalo o el sí a una petición.
Besos melancólicos llenos de alma que comunican que el abuelo no volverá o los besos con mordisco que nos hacen enloquecer. Besos de arrepentimiento cuando se ha roto un pacto y los fríos y contundentes, cuando no cambiarás tu decisión.
Besos etéreos y deshilachados los días de enfado y sinsabor. Besos de vaca que mojan la cara, los de pingüino que frotan mejillas y los de esquimal nariz con nariz. Besos infantiles; deliciosos, perfectos, intensos, de colores vivos y estivales, sabrosos, con confeti y sal.
Tantos besos como madres, como sueños, como hijos, como momentos de vida. Ojalá que nuestros besos sean los encargados de crear las fantasías que nos hagan feliz.